miércoles, 21 de agosto de 2013

#Imagina de Louis

Estás sentada en la mesa del fondo de un pub. No hay nadie contigo, todos tenían algo que hacer o no les apetecía salir, y tú no estabas dispuesta a quedarte en casa. Así que decidiste salir a la aventura. Mientras das sorbitos a tu Coca-Cola, observas a la gente que entra y sale del local, que a pesar de ser viernes por la noche no está muy concurrido. Sin embargo, la puerta se abre y cinco chicos quizás un par de años mayores que tú aparecen por ella. No están nada mal. En realidad, están muy, pero que muy bien. Sin querer, tu mirada se cruza con la de uno de los chicos, de pelo castaño y ojos claros. Él esboza una sonrisa y tú miras rápidamente a tu Coca-Cola. Los cinco chicos se sientan a tres mesas de la tuya, y tienes la sensación de que el moreno de ojos azules no deja de mirarte. No te importaría devolverle las miradas si estuviera solo y sus cuatro amigos no estuvieran dándole codazos y señalándote discretamente. Vas a darle un sorbo a tu bebida y te das cuenta de que ya no queda nada. Te levantas a por otra cosa y esperas en la barra a que te atiendan.


-Déjame invitarte -escuchas una voz a tus espaldas.



Giras la cabeza y te encuentras con el chico de ojos azules. Alzas una ceja.



-Una forma curiosa de empezar una conversación -vuelves a mirar a la barra.
-Yo diría que es de lo más normal -se coloca a tu lado.
-Por eso, demasiado típica -lo miras de soslayo-. Hoy día las cosas no se empiezan así.
-Ah, ¿no? -parece divertido.
-No. Si ves a una chica en un pub, es obvio que tiene dinero para pagarse ella solita sus bebidas. 
-Pero, ¿y si realmente me apetece invitarla? -sabes que tiene los ojos puestos en ti, pero tú sigues mirando al frente.
-No te apetece invitarla, te apetece una excusa para sentarte con ella. En ese caso, le propones tomar una copa juntos. Al menos eso sería una muestra honesta de tus intenciones. Y las chicas valoramos la sinceridad -lo miras abiertamente por primera vez.



Sus ojos celestes están ligeramente más abiertos de lo que normalmente estarían, y sus finas cejas se levantan levemente formando un arco. No sabes si lo has sorprendido o asustado. Entonces, las comisuras de sus labios se alzan formando una bonita sonrisa y dejando a la vista unos perfectos y blancos dientes.



-Está bien, tomaré nota -se da la vuelta como si fuera a marcharse, pero vuelve a girarse otra vez-. Buenas, me llamo Louis -te tiende una mano-. ¿Me dejarías tomar algo contigo?



Dudas un momento, pero le estrechas la mano y le dices tu nombre.



-¿No le importaría a tus amigos que los abandonaras, Louis? -miras hacia ellos, y los cuatro chicos miran rápidamente al tablero de su mesa, está claro que os estaban observando.
-Somos comprensivos cuando el motivo del abandono es una chica guapa -alza un poco un hombro y ladea la cabeza.
-Ajá... No hacía falta que dejaras caer un cumplido, te iba a dejar de todas formas -das golpecitos con los dedos en la barra.
-Todo lo que he dicho es verdad, independientemente de que lo haya dicho para conseguir algo o no. Y las chicas valoráis la sinceridad, ¿no?



Niegas con la cabeza. No le vas a conceder una carcajada tan pronto, por lo que sólo sonríes. En ese momento aparece el camarero y os pregunta qué queréis.



-Cóctel tropical -pides.
-Lo mismo -dice Louis.



El camarero asiente y se va a preparar las bebidas.



-Otra cosa típica. ¿Por qué siempre os pedís lo mismo que la chica? Originalidad cero.
-No te gusta la forma normal de acercarse a las mujeres, ¿eh? Bien, pues, ¿qué te gusta? 
-No me gusta lo "normal" -te muerdes ligeramente el labio inferior-. Sorpréndeme.



El camarero aparece con vuestros cócteles y tú echas a andar en dirección a tu mesa.



-Ah, y no tienen alcohol -señas tu vaso al ver que Louis camina a tu lado.
-¿Qué te hace pensar que quería alcohol?
-Todos soléis querer alcohol -te encoges de hombros.
-Yo no soy "todos" -te guiña un ojo.



Cuando pasáis al lado de la mesa de los amigos de Louis, éste les lanza una mirada cargada de significado y los chicos asienten, divertidos.
Te sientas en tu mesa y Louis hace lo propio.



-Me sorprende que estés aquí sola -comenta él.
-Bueno, no necesito escolta. Me apetecía salir, y lo he hecho -dices.



El chico asiente con la cabeza y da un sorbo a su cóctel.



-¡Mmmm! Está realmente bueno.
-Seguramente lo dirías aunque estuviera vomitivo -lo miras.
-No lo haría. Una cosa es agradar a una chica y otra muy distinta es tener que tragarme algo que no me gusta -da otro sorbo sin dejar de mirarte.
-Si no te pidieras lo mismo que ella, te asegurarías que le agradas y que además te gusta lo que bebes -juegas con el vaso de cristal celeste de tu cóctel.
-Me gusta probar nuevas bebidas, y créeme que esta es una buena forma de hacerlo -sus ojos se inundan de un brillo casi desafiante.
-Ah, ya veo. Cada día asaltas a una pobre muchacha indefensa para encontrar cosas que beber -pasas el dedo distraídamente por el filo de la copa.
-¿Te consideras una muchacha indefensa? -Louis sonríe levemente.
-¿Cómo me considerarías tú? 
-Te he considerado la chica más guapa del local...
-Tampoco había mucha variedad donde elegir.
-Pero hay muchos pubs en la ciudad.
-Vaya, no sé si sentirme afortunada por ser "la elegida" de esta noche, o culpable por ser la responsable de que tus amigos estén aquí en lugar de en otro sitio con chicas para ellos.



Él vuelve a mostrar sus dientes, y bebe de nuevo.



-Creo que me estás malinterpretando -comenta.
-¿Por?
-Me ves como un depredador de señoritas, y no lo soy.



Esta vez no puedes evitar la carcajada.



-Y si no lo eres, ¿por qué te has acercado a mí? -bebes por primera vez de tu cóctel.
-No he podido resistirme a un rato de agradable conversación con una chica guapa -sus hombros se alzan levemente.
-Mientes.
-Es verdad, también me has parecido sumamente interesante. Reconozco que me ha sorprendido muchísimo que estuvieras sola. 
-Mmmm -sabes que va a seguir hablando, así que le dejas continuar.
-Incluso he pensado que tu novio podría estar en el baño, que saldría y al verme me partiría la cara -ríe ligeramente-. Peeeeero... bueno, si de verdad tienes novio y sigue ahí en el baño, he de decirte que deberías buscarte a otro con menos problemas intestinales.



Explotas en una carcajada y no eres capaz de parar. Te tapas la boca con la mano, pues no te gusta que te vean reír de esa forma, pero Louis parece igual de divertido y ríe también. Cuando por fin vuelves a ser capaz de controlar tu propio cuerpo, respiras hondo varias veces para recuperar el aire.



-Te he dicho antes que he venido sola -contestas.
-A lo mejor era una mentirijilla para esperar a que tu novio saliera y ver cómo le pegaba al pesado que no sabe empezar una conversación con una dama.



Te llevas un dedo a los labios, que están ligeramente curvados hacia arriba.



-No sabes empezarla, pero continuarla no se te da tan mal -reconoces.



Louis hace una imitación de reverencia.



-Gracias, gracias. 
-No te acostumbres.
-¿A qué?
-A los cumplidos -lo miras fijamente.
-¿No sueles hacerlos?
-Los hago siempre que son verdad.
-¿Y podemos considerar lo de antes como un cumplido?
-¿El qué?
-Lo de que sé mantener una conversación agradable con una chica -sonríe.
-Yo no he dicho exactamente eso -elevas una ceja.
-Bueno, me entiendes.
-Supongo que sí es un cumplido.
-Me consideraré afortunado entonces.
-Mucho.



Los dos esbozáis sendas sonrisas y Louis mira de forma que intenta ser disimulada hacia detrás.



-No han dejado de observarnos en todo el rato -informas, pues tú tienes a sus amigos enfrente y los ves directamente.
-Son majos cuando los conoces.
-Parecen muy interesados en nosotros -les sonríes a los cuatro chicos.
-¿Y yo? 
-¿Tú qué? -preguntas.
-¿Soy majo?



Ríes.



-¿Cuál es tu concepto de "majo"?
-Pues... simpático... agradable... no sé, la verdad -hace una mueca.
-Para mí un chico majo es alguien que no es guapo pero cae relativamente bien. Es un adjetivo muy genérico y poco concreto. Una buena frase para despachar a alguien suele ser: "eres majo, pero no eres mi tipo" -das otro sorbo a tu cóctel.
-Entonces he dicho que mis amigos son lo peor que les podía decir, ¿no?
-Lo peor de entre lo bueno, al menos desde mi concepto de majo -sonríes.
-Que se aguanten -Louis adquiere una expresión que tal vez podría ser descrita como salvaje-. ¿Y yo que sería?
-¿En general? -preguntas, para ganar tiempo de pensar una respuesta.
-Sí, supongo -vacía todo el líquido que quedaba en su vaso.
-Apenas te conozco.
-Eso habría que corregirlo para un futuro. Pero por ahora, con tu primera impresión me vale.



Asientes con la cabeza y te paras a reflexionar un momento. Necesitas encontrar adjetivos que le definan -o al menos su faceta que tú conoces- pero que a la vez no le inflen demasiado el ego.



-Atrevido. Bromista. Sociable. Tal vez encantador. Ligeramente guapo -guiñas un ojo.



En el rostro de Louis se distingue que está verdaderamente complacido.



-¿Ligeramente? -dice, sin embargo.
-Tienes suficiente buen concepto de ti como para que te vaya a provocar un trauma con eso -tú también terminas el contenido de tu copa.
-Está bien, me conformaré con eso -ladea una sonrisa.
-No te quejes, que te he puesto por las nubes.
-Término medio. Entre las nubes y el suelo, que ese "ligeramente" y ese "tal vez" tiran hacia abajo.
-Es suficiente.
-Tal vez -te mira con ojos brillantes.
-¿Y yo?



Está claro que ya los tenía pensados, porque los dice sin vacilar.



-Guapa. Inteligente. Mordaz. Cautelosa. Con un aire interesante.
-¿Un aire interesante? -no puedes evitar reír.
-Ajá -clava sus ojos en los tuyos-. Las chicas tenéis la absurda creencia de que nosotros sólo nos fijamos en el aspecto en un primer momento. Pero muchas veces es más importante ese aire interesante, que o se tiene o no se tiene.
-Curioso.
-Tú me enseñas, yo te enseño.
-¿Vamos a por algo de beber? -le muestras tu vaso vacío.
-Claro -sonríe a la vez que se levanta de la mesa.



Louis te hace un gesto con la mano para que pases delante de él, y tú lo haces.



-Ah, se me ha olvidado una cosa -dice desde detrás de ti.
-¿Qué?
-Que tienes un culo realmente bonito -adivinas una sonrisa pícara en sus labios.



Te das la vuelta y quedáis cara a cara. Intentas que tu expresión sea indescifrable. En efecto, Louis está sonriendo.



-Si hablamos de culos, me ganas tú -alzas una ceja.



Él gira la cara tratando de verse el trasero, tan inútilmente como cuando un perro intenta morderse la cola.



-No es verdad -protesta.
-Sí lo es. ¿Te lo habían dicho alguna vez antes? -llegas hasta la barra.
-¿Qué más da eso? -bufa, colocándose a tu lado.
-Que demuestra que tengo razón -apoyas tus manos en el tablero de imitación de madera y miras al joven.
-No me gusta que hablemos de mi culo.
-Tú has empezado a hablar del mío -replicas.
-Ya, pero tú eres una chica y...
-Y nada. Louis, tu culo es tan digno de mirar como el de una chica. Quizás incluso más, porque los tíos no soléis tenerlo así. Acéptalo.



Suspira, y tú le lanzas una mirada divertida.



-Anda, elige bebida tú esta vez -le dices.
-Te arriesgas a que no te guste...
-En ese caso no te preocupes, que me encargaré de hacértelo saber -retrocedes un poco para que tenga más espacio para pedir.



Te regala una sonrisa ladeada y cuando el camarero se acerca le pide algo que no llegas a entender.



-¿Qué es? -preguntas mientras vais de nuevo hacia la mesa.
-Ahh -contesta en tono misterioso-. Ahora lo probarás.



Miras hacia el líquido del interior de la copa que llevas en la mano. Tiene un tono oscuro, aunque el color exacto no se distingue debido a la no demasiado intensa iluminación del local.



-Entonces tienes... ¿diecinueve años? -os sentáis en vuestros respectivos sitios.
-¿No sabes que a una chica esas cosas no se le preguntan? -lo miras ocultando una sonrisa.
-Yo sólo...
-Lo sé -dejas que la sonrisa asome en tu rostro-. Era broma -la expresión de Louis se relaja-. Aunque no sé cómo tomarme lo de los diecinueve.
-Entonces eres menor, ¿verdad? -asientes- Y ahora me preguntarás si es que pareces más vieja.
-En realidad, lo he considerado un halago.
-¿Ah, sí? -parece verdaderamente sorprendido.
-Ajá. Tú tienes claramente esa edad o más, así que me lo tomaré como una percepción errónea de tu cerebro que quiere que tú y yo seamos de una edad parecida -sonríes ante su expresión atónita.
-Confías mucho en mi interés por ti, ¿no? -se repone fácilmente.
-Bueno, te has tragado el cóctel a pesar de que no te gustaba -te encoges de hombros.
-¿Qué? ¿Cómo...? -está claro que lo has pillado.
-Si te hubiera gustado lo habrías pedido otra vez, primero porque te asegurarías que me gusta a mí también, lo cual haría la conversación más larga y agradable y segundo porque nunca desagrada repetir de lo que está bueno. En cualquier caso, se te ha notado en la cara cuando lo has probado -ríes levemente.
-Vale, me has descubierto -reconoce agachando la cabeza-. Ahora prueba éste -señala tu vaso.
-Pero yo seré totalmente sincera -coges la copa.
-Eso significa que no estás tan interesada en mí como yo en ti.
-No, eso significa que como me gusta que la gente sea sincera conmigo, yo soy la primera que debe serlo -das un sorbo y pones cara de póker.
-¿Y bien?
-No está mal -bebes un poco más-.¿De qué es? ¿Cereza?
-Mora -sonríe.
-Más o menos -te llevas la copa a los labios, pero miras a Louis en lugar de beber.
-¿Qué? -pregunta.
-Nada -bebes-. O sí, algo. Me gustan tus ojos.
-Gracias -deja asomar una expresión de satisfacción-. Tu sonrisa.
-¿Mi sonrisa, qué?
-Que me parece muy bonita.



Le regalas una.



-Tu trasero -dices, divertida.



Él niega con la cabeza, pero ríe.



-Tú -te mira directamente a los ojos, y tú sientes que un escalofrío te recorre desde la base de la columna vertebral.



Louis da un largo trago de su copa y sus ojos adoptan un brillo de inusitada sinceridad.



-Lo siento -murmura, al comprender que no vas a responderle-. Supongo que eso no debería haberlo dicho.
-No, no es eso -te apresuras a decir.
-¿Entonces?
-Pues que no sabía qué contestarte que no fuera otro "tú" -admites en un momento de total (sinceridad).
-Eso me ha sorprendido, la verdad -mira fijamente su bebida de mora-. Pero estaba en lo cierto. Tenías un aire interesante y "eres" interesante.
-¿En qué sentido?
-En todos. A la gente como tú le pasa eso. Sois impredecibles, sorprendentes con cada cosa que hacéis o decís.
-Vaya, lo consideraré un halago -sonríes.
-Debes hacerlo.



Se produce un breve silencio que, aunque no es incómodo, sientes la necesidad de llenar. Vas a decir algo que probablemente no sea nada especial cuando tus ojos se posan arbitrariamente en un reloj de aspecto antiguo que cuelga encima de la barra. Es la una y cuarto de la mañana, llevas allí más rato del que pretendías, y casi con toda seguridad Louis también. Eso quiere decir que tendrá que irse pronto... Decides que quieres ser tú la que se vaya primero, y no parecer una desesperada o algo así.



-Es muy tarde -comentas señalando el reloj.



Louis gira la cabeza y mira a donde van tus ojos.



-Pues sí -asiente-. ¿Tienes que irte a casa?
-Debería.
-Vaya -parece realmente decepcionado-. Te acompaño.
-No hace falta -te levantas de la mesa tras dar un último sorbo a tu bebida de mora y coges tu chaqueta vaquera del respaldo de la silla.
-Es tarde...
-En serio, no es necesario -vas hasta al lado de su mesa y le pasas una mano distraídamente por el hombro.



Él te mira, y hace amago de levantarse. Presionas un poco su hombro para que se quede sentado. 



-¿Volveremos a vernos? -pregunta.
-Eso depende de si queremos o no. ¿Queremos?
-Yo sí -dice él con rotundidad-. Me gustaría muchísimo.
-Pues toma.



Coges una servilleta del servilletero, sacas un pequeño bolígrafo del bolsillo de la chaqueta y apuntas en él tu número de teléfono.



-Para cuando te vuelva a interesar aprender a sorprender a una chica -sonríes.
Le das un beso en la mejilla que prolongas quizás algo más de lo que sería necesario, pues sientes muy agradable el contacto de su piel en tus labios.
-Buenas noches, Louis -susurras.




Él te mira con ojos brillantes mientras te alejas en dirección a la barra para pagar tu parte. Te parece escuchar que te desea las buenas noches desde la mesa. Has resistido el impulso de pedirle a él su número porque estás casi segura de que te llamará, y porque además es mejor que sea él quien decida cómo de pronto debéis volver a veros. Una amplia sonrisa ocupa tu rostro mientras sales del local sintiendo los ojos de Louis clavados en tu nuca, o tal vez en tu trasero. Aquel chico ha sido un curioso regalo que el destino se ha permitido poner en tu camino esta noche.




[Espero que os haya gustado. Por favor, mencionadme en twitter o comentad con vuestra opinión, y marcad en las casillas de abajo la opción que más se asemeje a lo que os ha parecido el #Imagina, ES MUY IMPORTANTE, gracias.]

martes, 13 de agosto de 2013

#Imagina de Liam PARTE 15 (ÚLTIMA PARTE)

3 años después…

Celia cerró su ejemplar de Cumbres Borrascosas. Había vuelto a acabarlo. Era la cuarta vez que lo leía en tres años. Había llorado cada vez que abría el libro durante las dos primeras veces, pero en la tercera y la cuarta ya sólo sentía una punzada de dolor. Tal vez por fin lo estuviera superando.

Dejó el libro –que empezaba a estar algo estropeado por el uso- en su lugar de la estantería. Payne tenía razón, merecía la pena leerlo. No era su libro favorito, pero era muy bueno. En cualquier caso, ese ejemplar en particular era para ella su posesión más preciada.

Su mente voló tres años atrás, al momento en que Liam le pidió que se quedara su adorado libro, ese que llevaba a todas partes y que no paraba de leer y releer. A cuando le dijo adiós con la mano, porque sabía que si le besaba se aferraría a él para que no se marchara. Se preguntó si de vez en cuando pensaría en ella, igual que ella pensaba en él. A lo mejor había conocido a alguna alumna en algún instituto con la que ahora compartía su vida.

Sacudió la cabeza. Ya sabía perfectamente que esas cavilaciones nunca la llevaban a ninguna parte, y siempre acababan con ella en el cuarto de baño lavándose la cara e intentando disimular sus ojos enrojecidos. Aunque sabía que iba mejorando. No pensaba en él tanto como antes, y eso era algo positivo. Sin embargo, tres años le parecía demasiado tiempo para olvidar tres semanas.

“Es tan corto el amor, y tan largo el olvido”, decía Pablo Neruda en uno de sus poemas. Y probablemente no podría haber escrito algo más cierto.

Haciendo esas reflexiones, se puso distraídamente unos shorts y una camiseta de tirantas. Había quedado con Leire para ir a echar un vistazo a una librería que acababan de abrir en la ciudad. Por fin era verano, y ella se lo pasaba con recuerdos tristes. Bueno, en sí no eran tristes, eran recuerdos preciosos, pero por muy bonito que haya sido algo, por mucha felicidad que te haya dado, una vez que lo pierdes, al pensar en ello, sólo sientes tristeza. Irónico, quizás.

Bajó tranquilamente las escaleras, y le sorprendió ver que Leire estaba esperándola en el portal.

-Como sabía que ibas a llegar tarde, he venido a por ti –dijo su amiga, mostrándole una sonrisa.
-¡No iba a llegar tarde! Son las seis justas –le enseñó el reloj del móvil a Leire.
-Ya, pero de aquí hasta la librería hay al menos quince minutos. Cuando quedamos a una hora no es para que salgas de tu casa a esa hora, sino para que estés en el lugar que sea –empezaron a caminar.
-Ya, lo sé. Es que no me he dado cuenta de la hora que era –se disculpó Celia.
-No me digas que estabas otra vez leyendo –cruzó los brazos bajo el pecho en señal de fastidio.
-Quería acabarlo…
-¡Celia, por favor! ¿Cuántas veces te has leído ya ese libro? ¿Cinco? ¡Tienes-que-olvidarlo! –en sus ojos se reflejaba la preocupación.
-Cuatro –corrigió ella-. Déjame que me tome mi tiempo, ¿sí?
-Llevas tres años tomándote tu tiempo. Necesitas un novio.

La chica no pudo evitar reír.

-Un novio es lo que menos me conviene ahora.
-A ver, ¿por qué?
-Porque tengo que concentrarme en los estudios.
-Ya, claro. Seguro que si Payne apareciera aquí, los estudios te importaban un carajo –la miró de forma elocuente.
-Pues no lo sé, pero…
-Nada de peros. Anda, vamos a dejar el tema, que sé que de todos modos no va a servir de nada –Leire suspiró.

Celia le dio un abrazo a su amiga sin dejar de caminar, y luego un sonoro beso en la mejilla.

-Gracias por ser tan buena conmigo, mami –sonrió enseñando los dientes.  

Leire sacudió la cabeza, pero sonrió también.

-¿Y cómo te has enterado de lo de la librería? –preguntó Celia.
-Pues había un cartel en la facultad –se encogió de hombros.
-¿En la facultad? –una de sus cejas se alzó.
-Sí. Suena raro, pero sí.

Las dos chicas continuaron su camino hablando de sus cosas hasta que llegaron a la puerta del establecimiento. En un cartel de letras que imitaban la madera, se leía el nombre: Cazador de sueños. Celia pensó que el sitio tenía pinta de librería, pero no de la típica librería. Parecía sacada de un cuento, toda llena de libros de todas las clases, tamaños y colores. Decorada con adornos antiguos, al entrar la sensación era de estar viajando a otra época. Era difícil de explicar, era… diferente.

Se acercaron al mostrador, tras el cual no había nadie. Leire llevaba un tiempo buscando un libro, y esperaba encontrarlo allí. Al acercarse, Celia vio que colgando de la caja registradora –que parecía, o quizás era, de hacía al menos cuarenta años-, había un diminuto cazador de sueños. A la chica le resultó familiar, pero no lograba recordar por qué, o dónde lo había visto antes, si es que de verdad lo había hecho.

-Ya voy –dijo una voz masculina desde lo que parecía la trastienda.

Una puertecita se abrió detrás del mostrador y por ella apareció un tipo cargado de cajas que le llegaban hasta más arriba de la cabeza. Celia estuvo a punto de romper a reír al ver la imagen, pero se contuvo para no ser maleducada. Para ello, tuvo que darse la vuelta y fingir que miraba un estante.

-Verá, estaba buscando un libro y… -empezó Leire.

De repente, se calló. Celia notó que su amiga le daba un par de golpecitos en el hombro, y se giró para ver qué pasaba. Su mandíbula inferior se separó ligeramente de la superior cuando vio al librero. Él abrió mucho los ojos, pero en sus labios se intuía una sonrisa.

-Cel…
-¿Liam? –no había ninguna necesidad de preguntarlo, estaba claro que era él, pero aun así lo hizo.
-¿Tanto he envejecido? –preguntó, con un deje de diversión en la voz.

Celia ignoró su pregunta.

-¿Qué… haces aquí?
-¿No se nota? –hizo un gesto con los brazos que abarcó la tienda- Tengo una librería. Supongo que la enseñanza no era lo mío.
-Pero…
-La inauguré ayer –explicó-. Bueno, la abrí por primera vez ayer, porque no hubo ninguna clase de fiesta de inauguración o algo así.

La chica no entendía nada. En realidad, entendía una cosa. Entendía por qué le sonaba ese pequeño cazador de sueños; era el de Liam. Todo lo demás carecía de sentido.

-Para serte sincero, esperaba que vinieras, pero no creía que fueras a hacerlo tan pronto –ladeó la cabeza-. Vaya, discúlpame. Buenas, Leire.
-Ho… hola –seguía desconcertada, y casi con toda seguridad estaba planteándose si debía marcharse o quedarse allí.
-¿Por qué no me lo has dicho? –cuestionó Celia.
-Pensé que después de tres años, unos pocos días más no cambiarían mucho –se llevó una mano a la barbilla, reflexivo-. Y esto daba un mayor golpe de efecto.

Ella negó con la cabeza, pero esbozó una sonrisa.

-Supongo que sí.
-Bueno, yo creo que… -Leire hizo un gesto de despedida con la mano.
-Espera. ¿Qué libro querías? –las comisuras de Payne se curvaron hacia arriba de forma amable.

La chica le dijo el título, y él entró en la trastienda a buscarlo, pues estaba seguro de que lo tenía.

-¿Y ahora qué? –preguntó Leire en voz baja cuando él hubo desparecido por la puerta.
-No lo sé –su amiga se revolvió, inquieta-. No sé qué debo hacer.

La chica no pudo contestar, ya que Liam apareció con un libro de cubierta dura en la mano.

-¿Es este? –sabía que sí.
-Sí, muchas gracias, ¿cuánto es? –sacó su cartera.
-Diecisiete. Quince para ti –guiñó un ojo-. Te haría un descuento mayor, pero todavía no sé si el negocio me va a dar para más.
-Tranquilo, ten los diecisiete –puso el dinero en la mesa.
-De ninguna manera –cogió el billete de diez y el de cinco, pero dejó los dos euros.

La chica suspiró y se guardó las monedas. Disimuladamente, se puso a mirar libros en la esquina más alejada de la tienda.

-Encantado, me llamo Liam y soy el dueño de esta librería –tendió una mano.

Celia dudó un segundo, pero se la estrechó. Sintió un agradable cosquilleo por toda la piel que estaba en contacto con la de él.

-Celia, estudiante de Filología Inglesa. Mucho gusto.

Los dos sonrieron a la vez.

-No parece que esta tarde vaya a tener muchos clientes… ¿Te apetece ir a tomar un café? –sus intensos ojos destellaron al mirarla.
-Tal vez podría ser un té –una de las comisuras de sus labios se alzó.
-No estaría nada mal –se inclinó un poco hacia delante-. Por cierto, ya sé que mi español es perfecto y a lo mejor no lo has notado, pero soy británico.

Celia soltó una leve carcajada.

-Entonces no hay duda de que te gustará el té.

-No hay duda de que me gustarán muchas cosas –respondió con una sonrisa enigmática.  



FIN.

[Y aquí se acaba. Quiero daros las gracias a todas las que, cuando no estabais muy convencidas al principio, cuando no os gustaba la idea de que estuviera narrado en tercera persona, seguisteis leyendo. Ha sido muy importante para mí contar con vuestro apoyo, y lo agradezco infinitamente. Deciros que os quiero se queda corto. Espero que este #Imagina os haya gustado, y agradecería mucho que me dejarais un comentario o una mención en twitter diciéndome vuestra opinión sincera, y si podéis me dijerais qué ha sido lo que más os ha gustado del #Imagina (la parte, o la situación, o lo que sea) y lo que menos. Me hacéis sonreír con cada una de vuestras palabras, sois lo mejor. Por enésima vez, gracias. 


Atte: Ana.]

lunes, 12 de agosto de 2013

#Imagina de Liam PARTE 14

Celia se abrió pasó por entre el gentío, en busca de ese pelo color pajizo que tan bien conocía ya. Como esperaba, lo encontró en el puesto de “clásicos de la literatura inglesa”. La chica sonrió al ver a Liam charlando con un tipo que tenía en sus manos un ejemplar de Cumbres Borrascosas, y alzó las cejas al ver que el hombre le tendía a Payne un billete y se marchaba con el libro. Lo que no le hizo ni pizca de gracia fue que una joven bien parecida que rondaría los veinticinco se acercara al puesto; parecía más interesada en el vendedor que en los libros. Liam la miró durante una décima de segundo, y al darse cuenta de que no le iba a comprar nada, la ignoró.

El profesor tardó un poco en ver a Celia, que se encontraba a varios metros de él, pero cuando lo hizo, las comisuras de sus labios se alzaron formando una encantadora sonrisa. La chica no sabía si debía acercarse al puesto o no, pues en la feria del libro que habían organizado en el patio del instituto se había juntado una buena cantidad de gente, pero decidió hacerlo y fingir que miraba los libros. Esperaba que nadie se diera cuenta de que ese no era el motivo por el que estaba allí.

-Así que has conseguido engatusar a un pobre hombre para que compre Cumbres Borrascosas –comentó ella cuando estuvo lo suficientemente cerca.
-Yo no lo llamaría engatusar, pero sí –Payne sonrió, orgulloso.
-Me alegro de que esté habiendo ventas –dijo Celia con sinceridad.
-Gracias. Habría sido un buen palo si la gente hubiera ignorado mi puesto –reconoció-. ¿Cómo van los demás?
-Bastante bien, la verdad. Yo estoy dando vueltas de aquí para allá por si alguien necesita algo, pero todo parece ir funcionando perfectamente.
-No has venido para ver cómo me iba el puesto, ¿a que no? –Liam miró atentamente a la chica.
-Tienes razón -acarició la cubierta de uno de los libros y suspiró-. He venido a decirte que voy a estar castigada otra semana.
-¡¿Otra?! –sus cejas se juntaron tanto que casi parecía que se iban a tocar.
-Sí –puso los ojos en blanco-. Por lo visto lo de estar castigada hasta que se les olvide iba en serio, y mis padres tienen muy buena memoria.
-Lo siento –Payne cambió un par de libros de estante, para ponerlos más a la vista-, aunque supongo que entiendo a tus padres, debieron preocuparse mucho.
-En cualquier caso, hoy les he dicho que la feria acababa un poco más tarde de la hora real…
-¿Para?
-Poder pasar un rato contigo… si te apetece. Esta semana sin poder salir me está ahogando –soltó un bufido.
-Pues claro que me apetece. Pero no deberías mentir a tus padres…
-Ya estás sacando tu faceta de adulto –esbozó una sonrisa.
-Más que adulto, diría que es mi lado protector –reflexionó él.
-¿Quieres protegerme? –lo miró con picardía.
-Por supuesto –los ojos de Liam brillaron intensamente.
-¿Y eso? –dijo balanceándose ligeramente hacia delante y detrás.

Él le hizo señas de que se acercara, como cuando un niño pequeño te llama para contarte un secreto al oído. Celia se pegó todo lo que pudo al mostrador y llevó su cara a pocos centímetros de la de Payne. Durante un momento, tuvo la sensación de que iba a besarla, pero no lo hizo.

-Porque te quiero –su voz apenas era audible.

Ella lo miró a los ojos en lo que duró un interminable segundo, deseando besarle pero sabiendo que no debía hacerlo. Por una vez, fue capaz de anteponer el deber, y, con una inmensa sonrisa de oreja a oreja, se separó poco a poco del joven.

Antes de que pudieran decir nada más, un par de personas llegaron al puesto y comenzaron a mirar los títulos. Celia supo que era momento de marcharse y dejar que Payne hiciera su trabajo con tranquilidad, así que hizo un gesto de despedida con la mano y se alejó de allí, para continuar con su papel en la feria.


-Muy buen trabajo, chicos –dijo el profesor de Lengua, que estaba rodeado por todos los componentes del club de lectura-. Recoged un poco los libros, pensando que mañana hay que ponerlos otra vez.

Todos empezaron a moverse para guardar los libros en cajas de cartón y que no pasaran la noche a la intemperie. La feria duraría tres días, y tenían que llegar hasta el final como si fuera el primero.

No fue casualidad que Celia ayudara a Liam a recoger el puesto de los clásicos de la literatura inglesa.

-¿A qué hora tienes que estar en casa? –preguntó él mientras metía varios libros en una caja que descansaba en el suelo.
-Les dije que esto acababa a las diez, así que hasta las once tengo excusa –la chica sacó el dinero de una improvisada caja registradora y lo metió en una bolsa que el profesor de lengua le había dado.
-Y ahora son las… -miró su reloj de pulsera- Siete y media. Vaya, tenemos un buen rato.
-Había pensado… -se quedó callada, contemplando cómo los fuertes músculos de él se tensaban al levantar la caja llena de libros para ponerla en el mostrador.
-¿Habías pensado…? –Payne ladeó la cabeza.
-Que quizás podríamos ir a tu casa –respondió ella, mostrándose más segura de sí misma de lo que realmente estaba-. A celebrar tus ventas –sacudió la bolsa con el dinero.
-Mmmm… me parece bien –guardó silencio un momento cuando una chica pasó cerca de ellos.
-Genial –sonrió.

Celia no sabía si Liam podría intuir lo que ella estaba proponiendo realmente, pero pensó que, en cualquier caso, luego podría ser más aclaratoria en la intimidad. La simple idea de proponérselo le hizo sentirse casi más nerviosa que mientras se preparaba para su primera vez.

-¡Ey! ¿Qué tal por aquí? –Leire caminó hasta ellos, también con una bolsa de dinero en las manos.
-Mira –su amiga le enseñó la recaudación-. Parece que el profe tiene madera de vendedor.

Liam luchó por evitar que una sonrisa escapara de sus labios al escuchar que Celia lo llamaba “profe”.

-Qué bien escogimos los libros –comentó Leire, alzando las cejas significativamente.
-Sí, habéis hecho un gran trabajo –intervino el profesor de Lengua, que también pasaba por allí en ese momento.

Las chicas le dieron sus respectivas bolsas y el hombre se marchó.

-Estaré encerrada otra semana –le dijo Leire a su amiga.
-Joder –ésta hizo una mueca.
-En el hipotético caso de que vieras a mis padres y ellos te preguntaran, la feria en vez de a las siete acaba a las diez, ¿vale?
-Ah, ya entiendo –rió levemente-. Ahora vosotros dos aprovecháis para iros por ahí, ¿no? –dijo en un susurro.

Celia se limitó a guiñarle un ojo.

-Anda, yo termino con esto –dijo Leire.
-Ni lo sueñes –contestó su amiga, que se había puesto también a guardar libros.
-Sólo queda una estantería, no vamos a tardar nada –intervino Liam.
-Precisamente por eso. Yo lo acabo en un momento, y vosotros aprovecháis el único rato que esta pobre –señaló a Celia- tiene libre.

Payne no parecía dispuesto a aceptar, tal vez pensando que lo decía sólo por cortesía. Pero Celia conocía muy bien a su amiga, y sabía que si lo estaba ofreciendo era porque realmente no le importaba hacerlo. Y lo cierto era que los nervios la estaban devorando; necesitaba llegar ya a casa de Liam y dejarle totalmente claro lo que quería.

-Está bien –aceptó.
-Pero… -el profesor intentó protestar.
-¡Pues no se hable más! Venga, fuera –empujó a Celia por la espalda para que se marchara de allí.

Liam tuvo que acabar aceptándolo.

-Gracias –se cogió de las muñecas y estiró la espalda-. Voy a meter estas cajas dentro y nos vamos.

Celia le esperó, ayudando a Leire a terminar de guardar los últimos libros. Unos diez minutos después, el joven volvió a donde estaban las chicas.

-Ya pensábamos que te habías perdido ahí dentro –bromeó Celia.

Él se limitó a sonreír.

La pareja salió del patio del instituto, aprovechando la oscuridad que había empezado a aparecer para que la gente no los viera. Fueron hasta la casa de él en silencio, y la chica lo achacó a que probablemente Liam supiera lo que iba a pedirle y estuviera, si no nervioso, pensativo.

-¿Estás bien? –preguntó mientras subían en el ascensor.
-Sí -respondió él escuetamente.
-No me lo parece…
-Estoy bien –dijo en tono tranquilizador, y, sin embargo, no la miró mientras hablaba.

Al entrar en el piso y cerrar la puerta tras de sí, la chica lanzó una mirada furtiva en dirección al dormitorio. Mientras Payne dejaba las llaves en una bandeja del recibidor, Celia respiró hondo varias veces.

-Liam, yo… -comenzó, pero no supo seguir.

Él estaba de espaldas a ella, aunque la chica no sabía qué estaba haciendo ahora.

-A ver, he pensado que… -se mordió el labio, sin saber cómo expresarlo; en su cabeza había encontrado muchas formas de decirlo, pero ahora no le salía ninguna.
-¿Qué? –preguntó él con voz tenue.
-Pues que… -se cruzó de brazos, enfadada consigo misma-. ¡Pues que hoy no estoy borracha! No hay ni una gotita de alcohol en mis venas.

Él se dio la vuelta con una sonrisa en los labios, aunque parecía una sonrisa… ¿triste? ¿melancólica?

-¿Lo has… comprendido? –Celia buscó los ojos de él con los suyos.
-Sí –contestó-. ¿Estás segura?
-¿De qué?
-De que quieres hacerlo.

Asintió con la cabeza.

Ese simple gesto pareció el botón activador de un muelle que llevaba mucho tiempo contraído, y que de repente saltó, sin control. Liam sujetó con fuerza a la chica por la cintura y la atrajo hacia sí, provocando que el choque de sus cuerpos sonara con un golpe sordo. Sus bocas se buscaron, ansiosas, de una forma que a Celia le recordó a aquel día en el departamento de inglés. La muchacha enredó las manos en el pelo de él, pero aquello no parecía suficiente. Bajó sus manos por el pecho del chico, mientras él se afanaba en explorar cada rincón de su boca con la lengua. A la vez, los dos daban acelerados pasos en dirección al dormitorio, y probablemente se hubieran caído al suelo si no fuera porque sus cuerpos se equilibraban mutuamente cuando los pasos de alguno eran demasiado largos, o chocaban con una pared, o simplemente a uno de ellos se le olvidaba andar.

Por fin llegaron al cuarto, y se dejaron caer en la cama, ella debajo de él. Esa posición ya era mucho más cómoda, más familiar para ambos. No eran nuevos en esto, sabían qué hacer, así que se pusieron a ello.

Celia le sacó la camiseta a Liam y la lanzó por ahí, tras lo que él empezó a besar su cuello y su escote. Con un brazo, el joven se aguantaba en la cama para no dejar caer todo su peso sobre ella, pero con la otra mano se dedicó a explorar todo su cuerpo. Desde la rodilla subió por el muslo, donde se detuvo un momento, en la cara interior. Sin embargo, decidió que allí volvería más tarde. Introduciendo su mano bajo la camiseta de la chica, rozó su vientre, pero no se entretuvo más. Palpó hasta encontrar uno de los bien formados pechos de ella, y lo atrapó en su mano. La tela del sujetador se interponía entre sus pieles, pero por el momento eso no fue un impedimento. Apretó el pecho y buscó los labios de ella con los suyos propios. Celia seguía recorriendo frenéticamente con sus manos todo el torso y la espalda de él, pero tuvo que parar cuando sintió que Liam metía una mano bajo la tela del sujetador y acariciaba directamente su seno. Sintió una inmensa oleada de calor extenderse por todo su cuerpo cuando él capturó su pezón y lo pellizcó varias veces.

Un gemido escapó de entre sus labios, y Payne la miró con sus ojos brillantes. Decidió que era momento de quitarle la camiseta, que también lanzó a alguna parte de la habitación, y después, con un rápido movimiento, le desabrochó el sujetador y también se lo quitó.

Celia se quedó inmóvil durante unos instantes, intentando contener su respiración agitada. Era plenamente consciente de que era la primera vez que él la veía así, y no sabía cuál podría ser su reacción.

Liam la contempló, como los expertos en obras de arte contemplan la Gioconda. Con admiración, pero también con respeto, con intriga. Tal y como se observa una obra con una belleza especial y única.

Y entonces el tiempo se paró. Las agujas del reloj parecieron congelarse para ellos.

-Eres… -tragó saliva- Más preciosa de lo que podría haber imaginado jamás.
-Payne…
-¿Sí? –sus ojos se encontraron.
-Por favor –le dio un tierno beso en los labios- quiéreme –rogó.
-Ya lo hago –contestó él, besándola de nuevo.

El tiempo volvió a correr, pero esta vez a otro ritmo. Si antes lo habían hecho todo de forma frenética, ahora empezaron a deleitarse en cada movimiento. Cada beso. Cada caricia. No importaba lo mucho que duraran, tenían todo el tiempo del mundo.


Celia descansaba con la cabeza apoyada en el hueco de la axila de Payne. Ninguno de los dos decía nada, pero ambos sabían que el otro estaba despierto.

Estaban totalmente desnudos, pero eso ya no era importante. Sólo los hacía sentirse un poco más unidos, aunque ahora la chica se sentía, en cierto modo, vacía. Había tenido a Liam lo más cerca que jamás habían estado, y ahora sentía que le faltaba tenerle ahí.

Payne comenzó a acariciarle la espalda distraídamente, y ella le miró. Quizás ninguno de los dos quería estropear el momento con palabras, y por eso no decían nada. Tal vez es que no hiciera falta. Los dos habían sentido todo lo que cualquiera de ellos fuera a intentar decir.

Sin embargo, Liam rompió el silencio.

-Cel… -dijo con voz ronca.
-Dime –le dio un besito en el pecho.
-Tengo que hablar contigo.
-Háblame –estaba tan extasiada que ni siquiera era capaz de preocuparse por los resultados que suelen tener los “tenemos que hablar”.

Él le dio un tierno beso en la frente.

-¿Va todo bien? –preguntó Celia, al ver que no respondía.
-La verdad es que no –hizo un amago de suspiro.
-¿Qué ocurre?
-Me tengo que ir –dijo en un susurro.
-Yo también debería irme, deben ser ya casi las diez… -la chica fue a incorporarse, pero él la paró sujetándola por la cintura con algo de fuerza.
-No, no me refiero a eso –se mordió el labio inferior, como hace alguna gente cuando no quiere llorar.
-¿A qué te refieres, entonces? –estaba empezando a preocuparse.
-Me tengo que ir de ciudad. Me llevan a otro instituto. No puedo seguir en este –murmuró Liam.
-¡¿Qué?! –Celia se incorporó para quedar sentada en la cama, cara a cara con el joven.
-Cuando he ido a llevar las cajas dentro del instituto –se retorció las manos, temblorosas- me he encontrado con el director. O más bien él me ha encontrado a mí. Me ha dicho que varios profesores le han comunicado que una alumna y yo estamos teniendo un trato… especial.
-¿Pero cómo…?
-Da igual, Cel. Esas cosas se notan, supongo. Sólo hace falta vernos los ojos cuando nos miramos –tragó saliva-. Y me mandan a otro instituto a cubrir otra baja. La persona destinada a la baja de allí vendrá aquí. Sencillo. Y se quitan problemas.

La chica notó que su respiración se hacía más pesada, y un sollozo amenazó con salir de su garganta, pero logró contenerlo.

-¿Y no puedes…?

Él volvió a adelantarse.

-Tengo que ir a donde me manden. Si pudiera quedarme, créeme que lo haría.
-No quiero que te vayas –dijo, desesperada.
-Y yo no quiero irme –una solitaria gota brillante resbaló por su mejilla.
-¿Por qué no me lo has dicho antes?
-No quería… empañar este momento.
-Supongo que ha sido mejor así.

Él parpadeó un par de veces, y Celia vio en sus ojos acuosos un reflejo de los de ella.

-¿Dónde?
-No sé exactamente cómo de lejos está, pero por lo que me ha dicho… está a más de quinientos kilómetros.

Celia cerró los ojos, intentando encajarlo. Intentando comprender que a tanta distancia sería imposible que se vieran a menudo. En realidad, sería imposible que estuvieran juntos.

-¿Cuándo te vas? –dijo en un susurro.
-En cuanto pase la feria del libro.
-Esto se acaba, ¿no? –abrió los ojos y vio que Liam contraía el gesto.
-Si me dices algún modo de seguir… -parecía igual de desesperado que ella.

La chica asintió con la cabeza. Los dos sabían que era mejor dejarlo ahí, y no tratar de hacer que durara, y que se fuera secando poco a poco hasta que aquella relación fuera algo moribundo. Sí, podrían intentar una relación a distancia, pero Celia no se sentía capaz. Hablar por skype una vez al día no sería suficiente para ella.

-Podrías… ¿besarme? –pidió.


Él se inclinó hasta ella para unir sus bocas. La chica notó la humedad de la lágrima que Payne había derramado un momento antes en los labios de él. Liam le acarició un pecho con dulzura y volvieron a hacer el amor. Un amor que sabía a despedida.



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