miércoles, 27 de noviembre de 2013

#Imagina de Louis PARTE 5

Si a Louis le sorprende que en toda la mañana no haya ni rastro de Veronica, te lo oculta muy bien, y sus sentimientos no suelen pasarte desapercibidos. Sin embargo, cada hora que pasa se va mostrando más decaído, o tal vez la palabra adecuada sería confuso. Tanto, que a última hora crees que va a proponerte que pospongáis hacer el trabajo de Arte un día más, pero no tienes esa suerte.

Louis sale del instituto con determinación y tú te apresuras a correr tras él. El día es ahora bastante más agradable que por la mañana. Sigue haciendo frío, pero la ausencia de viento lo atenúa un poco, y las nubes se han apartado para que un tímido sol poco acostumbrado a verse ocupando el cielo caliente la piel de tu cara al andar.

-¡Louis! –protestas.

Él, que te saca unos cinco metros de ventaja, deja de andar para que le alcances.

-¿Se puede saber qué te pasa? –preguntas, molesta, y al instante te sientes estúpida por hacerlo.

A pesar de ello, la expresión de tu amigo se suaviza un poco.

-Estoy enfadado –se cruza de brazos.
-Sí, pero no es culpa mía que Veronica no se haya dignado a venir al instituto.
-Cierto –concede Louis.
-Llámala –sueltas.

Quizás si tu amigo empieza a salir otra vez con su novia, todo vuelva a la normalidad. Tú dejes de sentir eso que estás empezando a sentir por él, puedas volver a tocarle sin tener la sensación de que te vas a derretir y tu vida siga su curso natural, el que ha tenido todos estos años. Es una visión de la situación tan asquerosamente egoísta que te dan ganas de ponerte la zancadilla a ti misma, pero acallas a tu subconsciente diciéndote mentalmente a ti misma varias veces que lo haces para que Louis se sienta mejor.

-No voy a llamarla –contesta él con obstinación.
-Eres un cabezota.
-Veronica lo es más.
-¿Quién rompió? ¿Tú o ella? –te das cuenta de que eso no te lo ha dicho.

Louis te mira un momento y luego suelta un bufido de desesperación.

-¿Y eso qué más da?
-Da –te limitas a decir.
-Yo qué sé. Estábamos enfadados y nos dijimos cosas, no me acuerdo…
-Tomlinson… -has sentido la necesidad de usar su apellido dos veces en dos días, y eso no te hace demasiada gracia.
-Supongo que fui yo el primero que lo expresó verbalmente, pero estaba claro que Veronica… -su ceño se va frunciendo cada vez más y más.
-Lou, Veronica lo único que debía querer en ese momento era que la abrazaras y le dijeras que ella es la persona a la que más quieres en este mundo –replicas con un tono que hasta a ti te suena infinitamente cansado-. Los celos surgen porque tememos que personas a las que queremos nos dejen.

Él te mira, atónito.

-Es que no estoy seguro de que ella sea la persona a la que más quiero en el mundo –dice después de un breve silencio.

Te quedas clavada en el suelo, incapaz de seguir andando.

-¿Qué? –tu voz sale más aguda de lo que lo haría normalmente.
-Ah, no sé, necesito pensar –él aparta la mirada.
-Sí que lo necesitas –te revuelves dentro de tu sudadera, incómoda.

Louis te penetra con la mirada durante un momento, y luego hace una mueca pensativa.

-¿Vamos? –señala hacia la parada de autobús en la que hay un vehículo parado esperando a que todos los pasajeros suban.

Niegas con la cabeza.

-Prefiero ir andando.
-Como quieras –se encoge de hombros y empezáis a caminar.

Te miras los pies mientras caminas, sin saber qué decir. Eso te sorprende, pues nunca te había ocurrido eso cuando estabas con tu amigo. Siempre había algún comentario que hacer, alguna broma que decir, alguna sonrisa que ofrecer. Y ahora vas con la cabeza gacha y apretándote las manos con fuerza dentro del bolsillo central de la sudadera. Los nudillos deben habérsete puesto blancos de la presión.

-Mira.

Louis te da un suave toquecito en el hombro que te provoca un estremecimiento, y alzas la cabeza. En ese momento se cruza con vosotros un tipo que va paseando a uno de esos perros que tienen cara de estar permanentemente enfadados. Resultaría gracioso porque el dueño y la mascota parecen estar haciendo la misma mueca, y es cierto que tu amigo se ríe por lo bajo cuando el hombre pasa a vuestro lado, pero tú sólo consigues esbozar una sonrisa poco convincente.

-¿Sigues sin intención de decirme qué te pasa? –pregunta el chico.

Ignoras su comentario.

-No es que yo sepa mucho de relaciones y rupturas, pero por lo poco que he oído… ¿no deberías estar destrozado? –evitas mirarle- No sé, prefiero que estés así a que lo estés pasando mal, por supuesto. Pero lo lógico sería que... estuvieras llorando o algo.

Temes que reaccione enfadándose contigo, pero no lo hace.

-Ya sabes que yo no soy normal.
-Pero…
-Simplemente no me apetece hablar de ello –te da un leve empujoncito con su hombro en tu hombro-. Entiendo que prefieras formar un consultorio de pareja antes que hacer el trabajo de Arte, pero el trabajo tiene fecha límite y nota, así que…
-Lo pillo, lo pillo –ahora sí sonríes con ganas.
-Así, sí –dice tu amigo, como si lo que quisiera fuera que sonrieras.

El resto de la tarde pasa de forma más o menos normal. Os ponéis serios y empezáis a pintar, y si bien no avanzáis mucho, algo es algo. Hay instantes en los que te olvidas de tus recién descubiertos sentimientos y parece que todo es como antes, llegas a convencerte de que puedes reír con ganas por algo que Louis diga sin sentir una punzada de dolor en el pecho. Es estúpido, porque acaba de cortar con su novia –lo cual quizás deberías considerar bueno-, pero por otra parte sabes que de todos modos él jamás sentiría nada por ti. Y después te sorprendes a ti misma observándolo, contemplando cómo el sol del atardecer se refleja en sus ojos, que miran su bloc de dibujo con concentración, y un escalofrío te recorre la espalda, y las yemas de los dedos te pican, y crees tener la necesidad real de alargar la mano y acariciar el perfecto perfil de su mejilla, y…

Pero no lo haces, al contrario, bajas la vista e intentas abstraerte en el paisaje que estás dibujando (o intentando hacer algo parecido a dibujarlo), porque temes que él te mire y vuelva a usar la palabra “amiga” para referirse a ti.

-Es tarde –dice Louis de repente, y tú miras rápidamente al suelo, antes de que él vea que estabas atontada con los ojos fijos en la línea de su cuello.

No logras más que asentir con la cabeza y guardar de forma mecánica tus instrumentos de dibujo. ¿Te estarás obsesionando? Esto no es normal. No es lógico que desde ayer que empezaste a sentir eso ya no seas capaz de dejar de mirarle. ¿O será que lo llevas sintiendo más tiempo? Ah.

“Los sentimientos nunca son lógicos, llorona”, te dice la vocecilla más racional de tu cabeza.

De vuelta a casa cogéis el metro, pues ya hace bastante más frío y ni siquiera los brazos de Louis a tu alrededor logran que no tirites. Te preguntas por qué él siempre desprenderá tanto calor corporal –y ese maldito adorable olor a naranja-, pero no parece haber una explicación.

-Este invierno va a hacer frío –dice él, pegándote a sí, lo cual tampoco es precisamente difícil porque el vagón está a rebosar de gente.

Tus cejas se alzan casi por voluntad propia.

-¿Qué? –Louis te mira con curiosidad.
-Que parecemos dos desconocidos en un ascensor, comentando el tiempo –dejas que una sonrisa curve la comisura de tus labios.
-Creo que si fueras una completa desconocida y te encontrara en un ascensor, lo que haría no sería exactamente comentar el tiempo –reflexiona, casi para sí mismo.

Como no comprendes muy bien qué es lo que ha dicho o a qué se refiere, no contestas, y el resto del trayecto lo continuáis en silencio.

Al salir del metro –especialmente teniendo en cuenta que en las estaciones siempre hace una temperatura mucho más cálida que la exterior-, una ráfaga de aire frío te abofetea el rostro. Tú tiemblas y Louis te coloca la capucha de la sudadera sobre la cabeza, para después pasar un brazo por tus hombros y apretarte tan fuerte como puede contra él. Entre castañeteo y castañeteo de dientes, se te pasa por la cabeza la idea de que cualquier persona que os vea por la calle tal vez piense que sois una pareja. Por algún maquiavélico motivo, querrías que ahora Veronica apareciera y os viera de ese modo, aunque inmediatamente después sientes lástima por ella y piensas que eres una horrible persona.

Estás tan helada que es Louis el que saca las llaves de tu edificio del bolsillo pequeño de tu mochila y abre la puerta con mano firme. Tú entras y él te sigue, si bien normalmente suele dejarte en el portal y entrar a su cuarto por la puerta, no por la ventana de tu dormitorio.

-Trae –dice.
-¿Q… ué? –logras articular.

Pone los ojos en blanco y saca tus manos del bolsillo de la sudadera. Tienes los dedos tan blancos que da la sensación de que la sangre lleve sin pasar por allí mucho tiempo, y Louis frota tus manos entre las suyas hasta que éstas empiezan a recuperar el color.

-¿Cuántas veces te he dicho que te pongas guantes? –reprocha.

Intentas protestar, pero el agradable cosquilleo que te está recorriendo los dedos te distrae.

-Voy a tener que comprarte un buen abrigo. Y unos guantes y una bufanda. Cualquier día coges una pulmonía –sigue diciendo él.
-Louis…
-Ya, esta mañana no hacía tanto frío. Pero esta tarde sí. Voy a ponerte todas las mañanas un cartel en la ventana con la temperatura prevista a cada hora del día.

En cierto modo, te reconforta su preocupación, aunque te esté regañando.

-Mira, es que hasta tienes los labios morados…

Tu amigo lleva inconscientemente un dedo a tus labios, y tú sientes que toda la sangre que había vuelto a tus manos se ha agolpado en tus mejillas, haciéndote sonrojarte. Él parece repentinamente absorto, y deja que su dedo se entretenga recorriendo la línea de tu boca con lentitud. Te resulta un contacto tan sensual que tu corazón empieza a golpearte frenéticamente el pecho.

Te parece que la cara de Louis está un poco más cerca que antes de la tuya, pues su olor te resulta algo más intenso y crees sentir su aliento cálido en la piel fría de tu cuello.

-Ups, vaya –escuchas de repente una voz conocida.

Louis se separa de ti bruscamente, y puedes ver que su mandíbula se encaja con fuerza.

-¿Interrumpo algo? –pregunta tu padre, entrando al edificio con ropa que parece de venir de esquiar, pero con bolsas de la compra en la mano.
-Sólo estaba intentando que tu hija entrara en calor y no le diera una hipotermia subiendo las escaleras –tu amigo adopta de nuevo una actitud relajada y responde por ti, ya que tú estás demasiado anonadada para contestar-. Así que no.

Tu padre ríe, divertido.


-En fin, supongo que siempre podréis terminar eso después –bromea. 


[Espero que os haya gustado. Por favor, mencionadme en twitter o comentad con vuestra opinión, y marcad en las casillas de abajo la opción que más se asemeje a lo que os ha parecido el #Imagina, ES MUY IMPORTANTE, gracias.]

domingo, 24 de noviembre de 2013

#Imagina de Louis PARTE 4

Empezar la mañana con el sonido del despertador nunca te ha puesto de un humor especialmente bueno, y esta vez no va a ser distinto. Sobre todo porque lo que has soñado durante la noche tampoco ayuda. Louis besándote no es una imagen que estés acostumbrada a tener tras tus pupilas.

Te levantas de la cama sacándote con furia la camiseta de tu amigo y la tiras a una esquina del dormitorio donde no entre en tu campo de visión al menos por un rato. Te das la vuelta para coger algo que ponerte de tu armario, y te encuentras con Louis mirándote fijamente con las cejas alzadas desde su cuarto. Entonces reparas en que te has quedado en ropa interior, y cierras a toda velocidad la cortina de tu ventana, impidiendo así que siga observándote con esa media sonrisa divertida que se adivinaba en sus labios. Él te ha visto en ropa interior muchas veces, pero no en los últimos años, y supones que tu cuerpo debe haber cambiado desde la última vez. Además, eso tampoco ayuda a que te sientas mejor con lo que te está pasando.

Rebuscas en el armario hasta que encuentras una sudadera y tus vaqueros preferidos. Sacas unas botas bien calentitas de su cajeta y te las pones también. Te recoges el pelo en una sencilla trenza y te miras al espejo, sin estar muy segura de cómo vas a afrontar el día.

Mientras preparas tu mochila, te sientes una egoísta. Deberías estar preocupada por Louis y por cómo se encontrará después de haber cortado con su novia, y no por tus confundidos sentimientos.

Sales de tu cuarto con un suspiro.

-¿Todo bien? -pregunta tu padre, que precisamente pasa al lado en ese instante.
-Sí -mientes-. Todo bien. Es sólo que tengo sueño.
-Si te fueras antes a dormir... -camináis juntos por el pasillo.
-Me voy tan pronto como puedo -te defiendes.

Él sonríe, pero no te dice nada más.

-¿Tostadas?
-No, gracias.

Sacas la caja de cereales y la pones sobre la mesa. Tu padre, mientras tanto, coge pan para sus tostadas. Estás llenando dos tazas de leche cuando escuchas la voz de tu padre, con un tono algo divertido.

-¿Estuvo anoche Louis en tu cuarto?

El cartón de leche resbala de entre tus dedos y te apresuras a levantarlo antes de que todo el suelo de la cocina se empape del líquido. Sin embargo, la mesa sí que se ha manchado. Te agachas para coger una bayeta del armarito de debajo del fregadero, evitando mirar a tu padre.

-Sí –contestas, sonrojándote.
-Siempe me ha sorprendido lo bien que os lleváis –reflexiona él.

Alzas tímidamente la cabeza y miras a tu padre.

-Entonces no te… ¿importa?

Él suelta una ligera carcajada.

-No, a menos que me enterase de que entre vosotros dos hay algo más que amistad. Entonces… -se pasa un dedo por el cuello, como si se lo estuviera cortando, y tú te das cuenta de que has heredado ese gesto de él.
-Tranquilo, no hay nada –mascullas al tiempo que limpias la mesa.
-¿Segura? –la tostadora da un pitido y tú pegas un respingo.
-Totalmente –ocultas un suspiro-. Lleva conmigo desde antes de lo de mamá, es como… como mi hermano.
-Me resulta curioso –dice él, echando distraídamente la leche en las tazas mientras tú lavas la bayeta- que mamá siempre me decía que cuando creciérais, acabaríais juntos.
-Pues parece que se equivocó.
-Lo cierto es que no solía equivocarse–una sonrisa melancólica se dibuja en sus labios.
-Papá…
-Louis es un buen chico –te acaricia la mejilla con ternura-. Pero como alguna vez yo entre a tu cuarto y os pille haciendo algo que no debáis… ¡se le cae el pelo!
-¡Papá! –le reprochas, pero también sonríes.

Él se encoge de hombros y se sienta en su silla a tomarse su desayuno. Tú te colocas enfrente, dándole pequeños sorbitos desganados a tu leche. Louis es una parte de tu vida, igual que tu ojo derecho es una parte de tu cuerpo, o igual que el gran mueble de la entrada de tu casa lleva ahí desde antes de que tú nacieras. Y nunca antes habías sentido eso tan extraño al pensar en él, o al pronunciar su nombre.

El portero automático suena de repente, haciéndote rebotar en la silla. Estás demasiado susceptible, y Louis lo va a notar como no te relajes.

-Hablando del rey de Roma –dice tu padre, alzando las cejas.
-Ya no estábamos hablando de él –contestas, metiendo tu taza en el lavavajillas.

El hombre vuelve a poner esa sonrisa misteriosa y tú haces girar tus ojos.

-Me voy –le das un beso en la cabeza y sales de la cocina.
-Adiós –se despide él justo antes de que cierres la puerta de la casa tras de ti.

Bajas los escalones del edificio tan despacio como te es posible, pero el momento tiene que acabar por llegar. Bueno, al menos tienes una cosa totalmente clara: a Louis no le puedes decir absolutamente nada. Además, seguramente es sólo que estás confundida, se te pasará en un par de días. Esperas.

Abres la puerta del edificio y ahí está él, mirándote con una sonrisa torcida en los labios, las manos metidas en los bolsillos de sus vaqueros y un jersey ajustándose a la perfección a su torso. Tiene las mejillas y la punta de la nariz de un tono rosáceo, tal vez por el frío.

El corazón te da un vuelco, y tú luchas por hacerlo frenar… sin éxito. Apartas la mirada y Louis suelta una carcajada.

-Muy guapa esta mañana –comenta.

Debe haber pensado que estás así porque te ha visto en ropa interior. Eso es bueno, ¿no? Así por lo menos no hará preguntas.

-Muy gracioso –sueltas un bufido y por tus labios se escapa ese humillo característico de las mañanas de frío londinenses.
-Lo digo en serio –su voz suena repentinamente formal.
-¿Gracias? –le diriges una fugaz mirada vibrante, ya que estás tiritando.
-¿Tienes frío?
-Un poco –admites, sintiendo que los pulmones van a congelársete en breve.

Justo después de decirlo te arrepientes de haberlo hecho, pues él te rodea los hombros con un brazo y te atrae hacia sí. El fuerte aroma a cítrico que desprende te hace sentir mareada durante un momento, pero logras recuperarte, y la verdad es que el calor de su cuerpo te hace dejar de tiritar.

-¿Qué tal has pasado la noche? –preguntas, con la cara oculta en su pecho.

Notas sus músculos tensarse.

-Mejor de lo que esperaba –dice finalmente.
-¿Vas a hablar con ella hoy? –esperas que tu voz no suene desesperada.
-No lo sé –toma aire y lo suelta todo de golpe-. Creo que no es a mí a quien le corresponde ir a disculparse.
-¿Y si ella te busca qué vas a…?

Te interrumpe.

-No tengo ni la menor idea. Anoche estaba tan cansado que nada más tirarme en la cama me quedé frito.

Te sorprende que lo esté llevando tan bien, pero no tienes nadie con quien comparar cómo se suele sentir la gente después de una ruptura. Te llevas bien con un par de chicas de tu clase, pero las dos llevan más de un año felices con sus novios, y que tú sepas no habían estado con nadie antes, de modo que no les puedes preguntar. Y amigos de sexo masculino… sólo tienes a Louis, cuya primera novia oficial ha sido esta. Quién sabe, quizás sí sea normal estar así.

Llegáis a la parada justo cuando el autobús aparece por el final de la calle, y os resguardáis del aire helado bajo el pequeño techo de cristal que sirve para proteger los paneles con los horarios.

En cuanto subís al autobús, te separas de Louis, esperando que él no note tu incomodidad. O excesiva comodidad, depende de por dónde se mire. Ladea la cabeza y tú te encoges de hombros.

-No quiero seguir robándote calor corporal, ya no tengo frío –sonríes falsamente.

Louis entrecierra los ojos, pero no te dice nada. Supones que tiene preocupaciones mayores que el hecho de creer que tú te hayas levantado con el pie izquierdo esa mañana. Ah, si él supiera.

-Hoy tenemos que terminar el trabajo de Arte –es Lou el que rompe el silencio.
-Es verdad –miras al suelo, intentado inventarte alguna excusa para no poder ir con él.
-Vamos después de clase –no es ni una pregunta ni una afirmación, sino una sugerencia.

Asientes con la cabeza, sin haber encontrado nada para evitar tener que pasar toda la tarde a su lado. No es que no quieras estar con él –quieres, quizás demasiado-, es que se te hace bastante difícil pensar en qué demonios te está pasando si te quedas embobada en sus ojos cada vez que él no te está mirando.

“Tranquilízate”, te dices a ti misma.

-Sigo notándote rara –comenta Louis.

“Mierda”.

-No es…

En ese preciso instante, el autobús se para en la puerta de vuestro instituto. Aliviada, sales tan rápido como puedes sin que parezca que te persigue un psicópata con un cuchillo, y Louis te sigue sin preguntar más.

Su brazo vuelve a rodearte por los hombros, y lo miras, formulando una pregunta con los ojos.

-Has vuelto a tiritar –se limita a responder él, y es cierto que lo estabas haciendo.
-¿No crees que esto puede empeorar tu situación con Veronica si ella nos ve?

Te aprieta más contra sí.

-No tiene nada de malo intentar quitarle el frío a una amiga –su voz suena levemente afligida.


Louis te dice algo más, pero no eres capaz de escucharle. La palabra amiga no deja de resonar en tu cabeza con un eco que resulta casi doloroso. 


[Espero que os haya gustado. Por favor, mencionadme en twitter o comentad con vuestra opinión, y marcad en las casillas de abajo la opción que más se asemeje a lo que os ha parecido el #Imagina, ES MUY IMPORTANTE, gracias.]

#Imagina de Louis PARTE 3

Por un momento estás tan impresionada que no logras ni respirar. Sus palabras resuenan en tu cabeza con un eco extraño, ligeramente lejano, como si las hubiera dicho un completo desconocido y no tu mejor amigo, la persona a la que mejor conoces en este mundo.

“Por ti”.

¿Cómo que por ti? ¿Qué tienes tú que ver en eso? Sabes que a Veronica no le hace mucha gracia que Louis se lleve tan bien contigo, se siente celosa y es normal. Pero no habría motivo para cortar a menos que… a menos que Louis sintiera algo por ti. No, eso es imposible. Sois amigos, ¿cómo va a sentir algo más por ti? Sacudes la cabeza, o mejor dicho sacudes mentalmente la cabeza, porque tu cuerpo permanece totalmente inmóvil.

-¿Por… mí? –logras susurrar, confundida.
-Bueno, no te haces una idea de cómo se ha puesto Veronica –él parece haberse quitado un peso de encima al contártelo-. Ha empezado a decir que estoy siempre contigo, que seguro que entre nosotros dos hay algo, que es imposible que no sintamos nada el uno por el otro… Por supuesto yo le he dicho que eso no es así, pero ella se ha empeñado en que en el supuesto caso de que tú no me gustaras a mí, yo te gusto a ti.

Emites una débil protesta que no se asemeja a ningún sonido identificable.

-Eso mismo –continúa Louis, como si supiera exactamente qué ha significado tu gruñido-. Me ha pedido que eligiera.

Tú te llevas las manos a la boca. Eras consciente de que eso pasaría en algún momento en cuanto Louis o tú tuvieráis una relación con otra persona, pero algo en tu subconsciente te decía que él no te elegiría a ti.

-Y, obviamente, te he elegido a ti –es como si hubiera leído tus pensamientos.
-Lou…

Te interrumpe.

-Ni Lou ni nada. No es culpa tuya que ella me haya hecho escoger. Bueno, como tú comprenderás, no iba a dejar de hablarte porque ella se empeñara. La quiero, y tú lo sabes, (ella debería saberlo también), pero no estoy dispuesto a perder a mi mejor amiga desde los… ¿cinco años? por una chica con la que llevo cuatro meses.

Sus ojos celestes te miran ahora con pasión y determinación.

-Vaya…

No consigues articular otra palabra o decir otra cosa. Te sientes egoístamente feliz porque Louis te anteponga a su novia, pero sobre todo, sientes otra cosa que no logras identificar. Es algo así como si te hubieran inflado un globo dentro del pecho y de repente se hubiera desinflado. Ahora sí consigues sacudir la cabeza.

-¿Estás bien? –tu amigo te sigue mirando intensamente.
-Louis, debería ser yo quien te preguntara eso a ti –contestas con voz débil.

Él parece sorprenderse, como si no hubiera sido consciente de ello hasta el momento. Acaba de cortar con su novia, ¿y te pregunta a ti que si estás bien? Algo ha dejado de tener sentido en toda esta conversación.

-Es que te has quedado blanca –murmura él, alargando un dedo para acariciar tu mejilla con suavidad.

Te estremeces ante el contacto, y no consigues comprender por qué. Vuestra piel se ha tocado muchas veces, y nunca habías tenido esa sensación.

-No sé por qué, la verdad –te pasas una mano por el pelo, nerviosa.
-No quiero que te sientas culpable –se apresura a decir Louis-. Esto no es culpa tuya.

En realidad no te habías sentido así en ningún momento, pero ahora que lo ha dicho, el sentimiento de culpabilidad empieza a aflorar.

-¿Crees que podría hablar con ella?
-Es probable que intentara arrancarte la cabellera –Louis esboza una sonrisa algo triste.
-Entonces, mejor no, ¿no?

Tu amigo niega con la cabeza.

-Pues tenemos un problema –haces una mueca.
-Si no te acercas a Veronica, tú no lo tendrás –juguetea con un mechón de tu pelo suelto para finalmente recogértelo tras la oreja.
-Louis, si tú estás mal, yo estoy mal –apartas la mirada.
-Pero yo no quiero que estés mal.

Él se inclina hacia ti, y durante unos segundos sólo ves sus ojos a la altura de los tuyos, sus labios a la altura de los tuyos. Te dan ganas de gritar, porque jamás te había pasado eso y estás empezando a preocuparte. En su lugar, te echas levemente hacia detrás, de modo que volvéis a quedar a una distancia prudencial. Sin embargo, si esperabas que ese movimiento le pasara desapercibido a Louis, te equivocabas.

-Te noto rara –cruza los brazos sobre el pecho-. Y no sé por qué.
-Ya te he dicho que no sé lo que me pasa, Lou –tiras de un hilo que sale de la sábana de tu cama.
-Pues…
-Pues tienes que aclarar las cosas con Veronica y hacerle comprender que entre nosotros no hay nada –las últimas palabras te suenan raras al pronunciarlas.
-Ya lo he intentado.

Se produce un breve silencio durante el cual no sabes qué decir. Tampoco es que hayas sido nunca una buena consejera, y ahora lo eres menos todavía con ese extraño malestar recorriéndote todo el cuerpo.

-Tal vez sea mejor así –escuchas la voz de Louis.

Alzas los ojos y ves su expresión seria.

-No digas eso…
-Tampoco sé qué prefiero.
-¿En qué sentido? –preguntas, preocupada de que haya cambiado de opinión y esté sopesando la idea de dejar de relacionarse contigo.
-No en ese, no seas burra –pone los ojos en blanco-. Ningún amor de una chica vale más la pena que tu amistad.

“Eso cambiará algún día”, se te ocurre decirle, pero no crees que sea el comentario más adecuado.

-¿Entonces?
-Que a lo mejor no es tan malo que Veronica y yo hayamos terminado.
-¿Por lo de tu libertad y todo eso?

Asiente con la cabeza.

-En ninguna relación vas a poder tener la misma libertad que si estuvieras soltero –le recuerdas.
-Tienes razón.

Parece muy, muy cansado, y en tu interior sabes que no está tan seguro de lo que está diciendo, que se siente mal por lo que ha pasado con Veronica, que tiene un debate interno sobre qué es mejor o qué debe hacer.

-Creo que deberías irte a la cama –las palabras salen de tus labios sin pensarlas.

Por suerte, él no se ofende. Sabe que no te importaría quedarte hablando con él durante horas, sino que lo dices porque es lo que realmente debería hacer.

-También tienes razón –accede-. ¿Estás segura de que no quieres contarme lo que te pasa?

Notas que tus cejas se levantan.

-Vete a dormir –le sueltas.

Louis se levanta de la silla con una sonrisa que parece verdadera. Se inclina hacia delante y te da un beso en la frente. Notas el olor a su champú de naranja y cierras los ojos por un momento.

-Buenas noches –murmura él.
-Lou, no te preocupes –lo miras a los ojos-. Seguro que mañana podéis hablar y Veronica está más tranquila.
-Es posible –se muerde el labio inferior distraídamente-. Ahora tengo que pensar en qué prefiero.
-Si la quieres de verdad, sabrás al instante lo que prefieres.
-Supongo que eso también tengo que decidirlo esta noche.

Se da la vuelta y escala hábilmente por tu escritorio para salir hasta la escalera de incendios de tu edificio.

-Buenas noches –susurras, aunque sabes que Louis ya no puede oírte.

Observas su figura, perdida ya entre las sombras de la noche, saltar hasta la escalera de su bloque y entrar en su cuarto por su ventana.

Te levantas de la cama con una sensación muy extraña de pesadez en el estómago, y cierras la ventana. La luz del cuarto de tu amigo ni siquiera se enciende, de modo que debe de haberse ido a la cama directamente. Tú haces lo mismo. Te quitas la ropa y te pones una camiseta ancha para dormir. Mientras estás metiéndote en la cama, recuerdas que esa camiseta te la regaló Louis hace algo más de un año...

“-¿Y no te da frío dormir en ropa interior? –Louis te mira con curiosidad.
-Claro que no, si no, no lo haría –tus ojos describen sendas circunferencias.
-Ya, pero… en invierno hace mucho frío –insiste.
-Que no, pesado, no me gustan los pijamas –te cruzas de brazos con obstinación.
-Pues dormir en ropa interior tiene que ser incómodo, digas lo que digas.

Tú niegas con la cabeza y Lou esboza una sonrisa divertida”.

Al día siguiente, apareció en tu casa con una bolsita que contenía algo envuelto en papel de regalo. Al abrirla, te encontraste con una de sus camisetas que se le habían quedado pequeñas, con un fuerte olor a suavizante.

“La he lavado, que conste”, te había dicho, después de explicarte que era para que, ya que no te gustaban los pijamas, usaras eso para dormir. Tú te habías reído y le habías preguntado, con un deje de picardía, si le preocupaba la idea de entrar algún día a tu cuarto y encontrarte en ropa interior, a lo que él había contestado: “Exacto. No sé lo que llegaría a hacer si pasara eso, pero no me gustaría poner en peligro nuestra amistad”.

Y los dos habíais reído.

Te abrazas a la camiseta, que ahora ya no huele a él, ya que desde aquel día la usas para dormir. Te queda como un vestido, pero no te importa. Con la luz apagada, miras al techo de tu dormitorio, pensando en lo que ha pasado. Por un momento has creído que Louis sentía algo por ti, y de repente has empezado a sentirte de esa forma. Es difícil de describir, pero parece como si tu estómago se hubiera hecho el doble de pequeño, tus extremidades se hubieran quedado aletargadas y el corazón te latiera a un ritmo más rápido que de costumbre. Bueno, no. Eso no lo parece. Tu corazón realmente está latiendo a un ritmo vertiginoso. Te obligas a respirar con calma hasta que recobras unas pulsaciones normales. Al inspirar, notas el dulce olor a naranja que tu amigo ha dejado en tu habitación, y el corazón vuelve a desbocársete.

Mordiéndote el labio con tanta fuerza que no te extrañaría haberte hecho sangre, crees comprender por fin qué es lo que te está pasando. 


[Espero que os haya gustado. Por favor, mencionadme en twitter o comentad con vuestra opinión, y marcad en las casillas de abajo la opción que más se asemeje a lo que os ha parecido el #Imagina, ES MUY IMPORTANTE, gracias.]

miércoles, 20 de noviembre de 2013

#Imagina de Louis PARTE 2

No estás acostumbrada a volver sola a casa, de modo que por una vez agradeces que la parada de autobús quede sólo a una manzana de distancia de tu edificio. Te has quedado un rato en el parque simplemente mirando a tu alrededor y pensando en cualquier cosa, por lo que ahora ha empezado a oscurecer. La cena seguramente esté hecha, aunque después del trozo de pizza no tienes hambre.

Sacas las llaves de tu mochila y abres la puerta del edificio. Subes en el ascensor los cuatro pisos que separan tu casa del suelo y entras a casa.

-Ya he vuelto -dices.
-Hola -tu padre sale de su estudio para saludarte-. ¿Qué tal ese trabajo de Arte?
-En blanco -suspiras.
-¿Por qué? -tu padre ladea la cabeza en un gesto que según Louis tú haces de forma idéntica.
-Papá, no sé, no sabía por dónde empezar.
-Bueno, no te preocupes, ya saldrá -se acerca a ti y te da un beso en la frente-. ¿Quieres cenar?
-La verdad es que no tengo hambre -reconoces-. He comido pizza en el parque.
-Qué pena, porque había pensado preparar lasaña. La haré mañana, supongo.
-Gracias -sonríes y caminas a lo largo del pasillo-. Me voy a hacer deberes.
-Que te sea leve -tu padre sonríe y vuelve a meterse en su estudio.

Tú entras en tu cuarto y te sientas en el escritorio para hacer la tarea. Todavía te resulta raro que Louis y tú ya casi nunca hagáis los deberes juntos. Desde que empezó a salir con Veronica hace cuatro meses tiene que dividir su tiempo entre las dos, y no es que os estéis distanciando, pero algo ha cambiado.

Pones tu pesado libro de Literatura en la mesa y lo abres por unas página que contiene un extenso fragmento de Romeo y Julieta. Apoyas el codo en el escritorio y la cabeza en tu mano, tras lo que empiezas a leer.

"Bajo el balcón de Julieta. (Romeo entra sin ser visto en el palacio de los Capuleto. Julieta aparece en una ventana)

Romeo:- ¡Silencio! ¿Qué resplandor se abre paso a través de aquella ventana? ¡Es el Oriente, y Julieta, el sol! ¡Surge, esplendente sol, y mata a la envidiosa luna, lánguida y pálida de sentimiento porque tú, su doncella, la has aventajado en hermosura! ¡No la sirvas, que es envidiosa! Su tocado de vestal es enfermizo y amarillento, y no son sino bufones los que lo usan, ¡Deséchalo! ¡Es mi vida, es mi amor el que aparece!… Habla… más nada se escucha; pero, ¿qué importa? ¡Hablan sus ojos; les responderé!…Soy demasiado atrevido. No es a mí a quien habla. Las más resplandecientes estrellas de todo el cielo, teniendo algún quehacer ruegan a sus ojos que brillen en sus esferas hasta su retorno. ¿Y si los ojos de ella estuvieran en el firmamento y las estrellas en su rostro? ¡El fulgor de sus mejillas avergonzaría a esos astros, como la luz del día a la de una lámpara! ¡Sus ojos lanzarían desde la bóveda celestial unos rayos tan claros a través de la región etérea, que cantarían las aves creyendo llegada la aurora!… ¡Mirad cómo apoya en su mano la mejilla! ¡Oh! ¡Mirad cómo apoya en su mano la mejilla! ¡Oh! ¡Quién fuera guante de esa mano para poder tocar esa mejilla!"

Un golpe sordo te despierta con un sobresalto. Levantas la cabeza del libro, siendo poco a poco consciente de que te has quedado dormida.

Otro golpe.

Frunces el ceño y miras a la ventana, de donde viene el sonido. Sin embargo, no te sorprende para nada encontrarte a Louis mirándote con una sonrisa en los labios.

Es muy normal que salte desde su ventana hasta la escalera de incencios de tu edificio y entre a tu cuarto por tu ventana. Lleva haciéndolo desde que érais muy pequeños, desde… Sacudes la cabeza; no quieres pensar en ello. Es curioso que cuando teníais diez años no te preocupara que saltara el metro que separa su bloque del tuyo, y ahora que sus piernas son más largas, no puedas evitar sentir tu estómago encogerse un poquito al pensar en lo que puede pasar si se cae.

Abres la ventana rápidamente al ver a Louis tiritar por el frío del anochecer londinense, y él salta desde la escalera de incendios hasta el suelo de tu dormitorio, como tantas veces ha hecho ya.

-Brrr –se frota los brazos con las manos.

Tú cierras la ventana y te sientas en tu cama mientras él camina de arriba abajo por toda la habitación. Está claro que algo va mal. Esas arrugas que han aparecido en su frente, y las manos apolladas en las caderas, con los brazos en jarras, no significan nada bueno.

Sin embargo, como le conoces perfectamente, sabes que no va a necesitar que le preguntes para decirte qué ocurre. De modo que esperas.

-Esto es increíble –suelta Louis de repente, y se deja caer en la silla de tu escritorio.

Sonríes para tus adentros pensando que lo ha hecho como si estuviera en su propia casa.

-La próxima vez, por favor, avísame de que estar en una relación significa ser un esclavo.

Notas tus cejas alzarse y te echas hacia atrás en la cama para que tu espalda quede apoyada en la pared. Te abrazas las rodillas dobladas y apoyas la barbilla en ellas.

-¿Qué ha pasado con Veronica? –preguntas.
-Más bien qué no ha pasado –él suspira.
-Vamos, Lou –le instas a hablar.

Él comienza a hacer girar la silla en la que está sentado, como si eso le disminuyera los nervios. Su mirada se encuentra con la tuya de forma intermitente, pero eso no te impide darte cuenta del brillo de sus ojos, claramente dolidos.

-Es que no lo entiendo. Ahora no puedo tener vida. Miento, sí puedo tenerla siempre y cuando ella lo apruebe. Y no es justo, porque yo a ella no le digo lo que tiene que hacer. La veo hablando con un tío dos años mayor que ella y no le digo nada, ni una mala cara, aunque por dentro me joda. Pero no se lo digo. Parece que sea su juguete. Tengo que hacer lo que ella dice, porque si no, se enfada conmigo, y no creo que una relación se base en…
-Tomlinson.

Se queda completamente mudo, mirándote con los ojos muy abiertos. Lo llamas por su apellido muy pocas veces, a pesar de que mucha gente sí que lo llama así. A ti te suena serio, prefieres mil veces decirle Lou, o Tommo, o cualquier cosa que se te venga a la cabeza. Pero de vez en cuando tienes que llamarle así para que se dé cuenta de que sigues ahí.

-Louis –suavizas el tono-. Una relación se basa en el amor que sienten dos personas la una por la otra.
-Ah, ojalá fuera tan sencillo –para de darse impulso y la silla deja de girar.
-Veronica actúa de esa forma porque te quiere, y cada segundo que no pasas a su lado, le duele.

Tu amigo se lleva el dedo índice a los labios y comienza a morderse la uña.

-¿Cuántas veces te he dicho que no hagas eso? –le reprendes.
-Muchas. Pero no puedo evitarlo. Estoy nervioso.
-Oye, sé que Veronica se enfada mucho contigo, pero se nota que te quiere, y eso es lo única que importa, ¿no?

Louis clava sus ojos azules en los tuyos.

-Eso no siempre es suficiente –exhala otro suspiro.

Tú deshaces el abrazo en que tenías envueltas tus piernas y te deslizas hasta el borde de la cama. Acaricias con dulzura la rodilla de Louis, consciente de que lo está pasando mal. Aunque no es precisamente como si no hubieráis pasado por esto ya decenas de veces. Ella se enfada con él por algo que hace, él acepta la reprimenda y luego va desesperadamente a tu casa con ganas de arrancarse todo el pelo que tiene en la cabeza. Y siempre es lo mismo. Escucharle despotricar y recordarle que está con Veronica porque la quiere, si bien a veces te preguntas si de tanto tener que repetírselo no habrá acabado queriéndola por eso y no porque lo haga de verdad.

Tú no odias a su novia, no puedes odiar a alguien que, aunque no siempre, muchas veces hace feliz a Louis. Sin embargo… sí que te gustaría decirle un par de cosas.

-Sí que lo es –defiendes tu postura.
-No, no lo es. A lo mejor en El Diario de Noa lo sea, pero si esa historia hubiera pasado en la realidad, Allie no habría vuelto con Noa. Había demasiadas cosas en el otro lado de la balanza, y el amor no siempre puede con todo lo demás.
-Pero Louis…
-Es normal que no lo entiendas –te interrumpe él-. Nunca has tenido una relación y no sabes cómo son, pero créeme, no tienen nada que ver con las películas.

Por algún motivo, su comentario te ofende. Retiras la mano de su rodilla y alzas la barbilla.

-Y si no lo entiendo, ¿por qué siempre que os peleáis vienes a hablar conmigo?

Él apoya la espalda con impotencia en el respaldo de la silla.

-Oh, venga ya. No lo he dicho para que te enfades.
-De hecho no sé por qué lo has dicho, si sabes perfectamente que no creo que las relaciones sean como las de las películas –apartas la mirada.
-Lo siento –se disculpa-. A lo mejor, después de todo, soy yo el que querría que fueran así.
-Sinceramente, creo que estas cosas deberías hablarlas con ella. También conmigo, si quieres, pero sobre todo con ella. Porque si Veronica no sabe que te molesta que actúe así, va a seguir haciéndolo.
-A todo el mundo le molesta que lo controlen de esta forma.
-Pero, ¿qué ha pasado?

Vuelves a adoptar un tono más tranquilo. Sabes que tu amigo está pasándolo mal, así que tampoco le va a beneficiar mucho que tú también te enfades con él.

-He llegado tarde a nuestra cita y se ha molestado.
-¿Sólo eso? –alzas una ceja con escepticismo.

Louis se encoge de hombros en un gesto ambiguo.

-Te repito que creo que deberías hablar con ella.
-Ya tampoco tiene mucho sentido –se mira las manos, que ahora descansan en su regazo.
-¿Por qué?

Justo cuando haces la pregunta, te das cuenta, si bien de todos modos él te responde.

-Porque lo hemos dejado.
-¡¿Que habéis qué?! –abres los ojos como platos.
-Roto.
-Louis, ya sé lo que significa dejarlo –bufas-. Pero no lo entiendo…
-No hay mucho que entender.
-No puede haber sido sólo porque has llegado tarde –pones de nuevo tu mano en su rodilla.
-Da igual.
-No, no da igual.
-De verdad, no importa –evita mirarte.
-Louis William Tomlinson, dime por qué habéis cortado.

Él alza lentamente los ojos de sus manos, y los clava en los tuyos. Los ves tristes, melancólicos, algo así como si de repente tu amigo hubiera envejecido veinte años. Y sus mismos ojos te lo dicen, pero él pronuncia las palabras, acompañándolas de un suspiro.


-Por ti. 



[Espero que os haya gustado. Por favor, mencionadme en twitter o comentad con vuestra opinión, y marcad en las casillas de abajo la opción que más se asemeje a lo que os ha parecido el #Imagina, ES MUY IMPORTANTE, gracias.]

sábado, 16 de noviembre de 2013

#Imagina de Louis PARTE 1

-Ah, qué hambre.

Esbozas una sonrisa y le tiras a Louis una bolsa de plástico llena de zanahorias crudas. Él la coge al vuelo, y su pelo castaño rebota contra su frente.

-Mucho mejor -abre rápidamente la bolsa y se come una zanahoria con voracidad.

Alargas la mano para robarle una, lamentando no haberte llevado un paquete de galletas. No es que las zanahorias estén malas, pero te resultan insípidas.


-Me siento como un conejo -protestas, mordisqueando tu verdura.
-Pues no comas, mejor, así yo toco a más.

-Já, ni lo sueñes -le coges otra y la pones en cola dejándola encima de tu bloc de dibujo.


Louis y tú lleváis algo más de dos horas sentados en ese banco. En clase de Arte os han mandado dibujar un paisaje de la ciudad, y ello estáis intentando. Aunque vuestras libretas siguen completamente en blanco. Espera, si te fijas, en la tuya hay una pequeña motita... No, se la acaba de llevar el viento.

Cuando te acabas las dos zanahorias vas a coger una tercera, pero tu mano se topa con una bolsa de plástico vacía.

-¡¿Ya te las has comido enteras?! -miras a Louis con lo que debe ser una mezcla de sorpresa y reproche.

Él se encoge de hombros con una sonrisa dibujada en sus finos labios.


-Estoy en fase de crecimiento.
-Tú ni estás en fase de crecimiento ni estás en nada -coges la bolsa y haces una bola con ella-. Lo que tienes es mucho cuento.

-Había una vez... ¡un circo, que alegraba siempre el corazóón! -canta la canción infantil.


Pones los ojos en blanco y guardas el plástico en tu mochila.
Miras tu bloc con la cabeza ladeada y de repente lo cierras. El lápiz se cae y ves cómo la punta se parte.


-Mierda -murmuras.
-Toma, patosa -Louis se agacha y coge tu lápiz.


Le sacas la lengua a modo de agradecimiento.

-¿Nos vamos? -pregunta él.

-Sí.
-¿Adónde? -guarda sus materiales de dibujo.
-A por un buen trozo de pizza.



Lo metes todo a presión en la mochila y te levantas del banco.


-¿No has tenido suficiente con las zanahorias? -te sigue sin rechistar.

-Para nada. Yo necesito alimento, alimento del de verdad –echas a andar.
-Es verdad, tú sí que estás todavía en fase de crecimiento.

Louis ríe y tú te cruzas de brazos, contrariada.

-Es broma –te rodea los hombros con su brazo y te atrae hacia él.
-Ya.

Tu cabeza llega a la altura de su axila, lo que te lleva a preguntarte por qué tienes que ser tan baja. O quizás no es que seas baja, sino que estás acostumbrada a estar al lado de Louis, lo que te hace tener esa sensación.

Suspiras.

-Pero si sabes que eres mi enanita preferida –te achucha contra él.
-Sí, como los enanitos de Blancanieves.
-Exacto. Tú serías Gruñón. Bueno, Gruñona.

Pones los ojos en blanco y te zafas de su abrazo. No te enfadas con él –no podrías hacerlo-, pero a veces te fastidia que se meta tanto contigo.

-Está bien, ya paro –sus ojos azules te miran con repentina preocupación-. No te mosquees.   
-No me mosqueo –protestas.
-Sí lo haces –ladea la cabeza-. A pesar de que sabes lo mucho que te quiero.
-Bah, pues no sé cómo tratarás a las personas a las que odies.
-Yo no odio a nadie, me llevo bien con todo el mundo –sonríe ampliamente.

No consigues permanecer con expresión seria, y acabas por sonreír tú también. Es lo que tiene su sonrisa, que se te contagia con más facilidad que los bostezos, que ya es decir.

Os acercáis a un pequeño puesto donde venden comida rápida y Louis pide tres trozos de pizza margarita. Dos para él y uno para ti, sin duda.

-Eh, no quiero que pagues –sacas unas cuantas monedas del bolsillo de tus vaqueros y te acercas al señor del puesto.
-Tarde –señala un billete que el tipo está guardando en una caja registradora.
-Ag –miras al cielo en gesto de impotencia.
-De nada –dice él simplemente, tendiéndote tu trozo de pizza.
-Graaacias –sonríes de forma exagerada.

Durante un rato, coméis en silencio. Vais caminando por el parque sin rumbo fijo, disfrutando de la mutua compañía. Le miras de reojo un par de veces, cuando sabes que está mordiendo su pizza y no puede verte, y te fijas en su perfil. Tiene la barbilla ligeramente hacia delante, las líneas de las mejillas bien marcadas y esa típica expresión feliz prácticamente permanente en sus labios. Además, debe llevar sin afeitarse varios días, pues tiene la cara cubierta de una corta barba color marrón oscuro.

Antes de que puedas apartar la vista, Louis gira su cara hacia ti y te pilla mirándole. Sus labios se curvan en una sonrisa.

-¿Contemplando mi belleza?
-¿Y si intentara dibujarte? –preguntas, ignorando su arranque de amor propio.
-Que con toda seguridad me convertirías en un muñeco de palo –ríe.
-No tiene por qué –entrecierras los ojos-. Creo que eres dibujable.
-¿Y qué hace que una persona sea dibujable? –sus ojos azules te contemplan con curiosidad.
-Mmm, no sé, tener las facciones marcadas, supongo.
-¿Las tengo?
-En eso me estaba fijando. Me parece que sí.
-Pero aceptémoslo, dibujar todavía no es lo nuestro –Louis suspira.
-Tienes razón –piensas en tu bloc en blanco-. Y tenemos que terminar el trabajo de Arte.
-Mañana –remolonea él.
-Como quieras.

Le das un último bocado a tu trozo de pizza y tiras el cartón con que la sujetabas a una papelera. Louis sigue comiéndose lo suyo, y tú te dedicas a observar a las ardillas que corretean arriba y abajo por todo el parque.

-Me gusta este sitio –dice Louis cuando se acaba su comida.
-Y a mí –reconoces.
-Tendríamos que venir más a menudo.
-¿Más? –ríes levemente-. Lou, nos pasamos la vida aquí.
-Ya, pero es… tranquilo –se encoge de un hombro, provocándote una carcajada-. ¿Qué pasa?
-Nada, nada –sigues riendo.
-Si tú lo dices –una sonrisa asoma a sus labios.

En cuanto veis un banco cerca, os dirigís hacia él y os sentáis. En lugar de sacar otra vez vuestros cuadernos de dibujo, tú te sientas con las piernas cruzadas al estilo indio y Louis gira su cuerpo para quedar mirándote. Habláis de la gente que pasa por allí, imaginando a dónde irán, de dónde vendrán, cómo serán sus vidas o cuál será el nombre de su perro.

-Seguro que es Max –dices.
-¿Max? No, a ese perro le pega llamarse Toby –te contradice él.
-No, no le pega para nada.
-Venga ya, ¡pero si lo tiene escrito en la cara! –exclama Louis.

Niegas enérgicamente con la cabeza.

Al mirar al chico, te das cuenta de que tiene un trocito de queso de la pizza justo en la comisura del labio inferior.

-¿Qué? ¿Qué tengo? –pregunta él, alarmado.
-Tranquilo, no es ningún alien –sonríes-. Es queso.

Te inclinas hacia él para quitárselo. Tu dedo recorre con suavidad la zona de su labio, y os miráis a los ojos fijamente durante un segundo. Una vez más, al mirarte, sientes que lo sabe absolutamente todo de ti, que es capaz de mirar en tu interior como si fueras un libro abierto que no representa ninguna clase de enigma para él. En ese momento, en ese prolongado segundo, su aliento baña tus labios.

“Biiiiip, biiiiip”

Das un respingo, sobresaltada, y vuelves a sentarte como estabas al principio. Louis saca su móvil con una mueca de fastidio. Mira la pantalla durante un momento y luego sus ojos se abren algo más de lo normal.

-Joder, ¡se me había olvidado! –se da un manotazo en la frente.
-¿El qué? –frunces el ceño.
-Que Veronica y yo habíamos quedado.
-Ah, pues entonces vete rápido, que ya sabes lo que pasa si llegas tarde –haces un gesto con un dedo como cortándote el cuello.
-Seguro que ya está enfadada, de todos modos –se le escapa un suspiro.
-Tira –le das una palmada en el brazo.
-¿Te vas a ir sola a casa? –hace una mueca.
-Sí, no importa, cojo el autobús –sonríes.
-Hm, bueno.


Louis se inclina y te da un beso en la mejilla. Tú permaneces sentada en el banco, despidiendo a tu amigo con la mano y esperando que su novia no se haya enfadado con él porque llegue tarde a su cita por haber pasado la tarde contigo.


[Espero que os haya gustado. Por favor, mencionadme en twitter o comentad con vuestra opinión, y marcad en las casillas de abajo la opción que más se asemeje a lo que os ha parecido el #Imagina, ES MUY IMPORTANTE, gracias.]