Si a Louis le
sorprende que en toda la mañana no haya ni rastro de Veronica, te lo oculta muy
bien, y sus sentimientos no suelen pasarte desapercibidos. Sin embargo, cada
hora que pasa se va mostrando más decaído, o tal vez la palabra adecuada sería
confuso. Tanto, que a última hora crees que va a proponerte que pospongáis
hacer el trabajo de Arte un día más, pero no tienes esa suerte.
Louis sale del
instituto con determinación y tú te apresuras a correr tras él. El día es ahora
bastante más agradable que por la mañana. Sigue haciendo frío, pero la ausencia
de viento lo atenúa un poco, y las nubes se han apartado para que un tímido sol
poco acostumbrado a verse ocupando el cielo caliente la piel de tu cara al
andar.
-¡Louis!
–protestas.
Él, que te saca
unos cinco metros de ventaja, deja de andar para que le alcances.
-¿Se puede
saber qué te pasa? –preguntas, molesta, y al instante te sientes estúpida por
hacerlo.
A pesar de
ello, la expresión de tu amigo se suaviza un poco.
-Estoy enfadado
–se cruza de brazos.
-Sí, pero no es
culpa mía que Veronica no se haya dignado a venir al instituto.
-Cierto
–concede Louis.
-Llámala
–sueltas.
Quizás si tu
amigo empieza a salir otra vez con su novia, todo vuelva a la normalidad. Tú
dejes de sentir eso que estás empezando a sentir por él, puedas volver a
tocarle sin tener la sensación de que te vas a derretir y tu vida siga su curso
natural, el que ha tenido todos estos años. Es una visión de la situación tan
asquerosamente egoísta que te dan ganas de ponerte la zancadilla a ti misma,
pero acallas a tu subconsciente diciéndote mentalmente a ti misma varias veces
que lo haces para que Louis se sienta mejor.
-No voy a
llamarla –contesta él con obstinación.
-Eres un
cabezota.
-Veronica lo es
más.
-¿Quién rompió?
¿Tú o ella? –te das cuenta de que eso no te lo ha dicho.
Louis te mira
un momento y luego suelta un bufido de desesperación.
-¿Y eso qué más
da?
-Da –te limitas
a decir.
-Yo qué sé.
Estábamos enfadados y nos dijimos cosas, no me acuerdo…
-Tomlinson…
-has sentido la necesidad de usar su apellido dos veces en dos días, y eso no
te hace demasiada gracia.
-Supongo que
fui yo el primero que lo expresó verbalmente,
pero estaba claro que Veronica… -su ceño se va frunciendo cada vez más y más.
-Lou, Veronica
lo único que debía querer en ese momento era que la abrazaras y le dijeras que
ella es la persona a la que más quieres en este mundo –replicas con un tono que
hasta a ti te suena infinitamente cansado-. Los celos surgen porque tememos que
personas a las que queremos nos dejen.
Él te mira,
atónito.
-Es que no
estoy seguro de que ella sea la persona a la que más quiero en el mundo –dice
después de un breve silencio.
Te quedas
clavada en el suelo, incapaz de seguir andando.
-¿Qué? –tu voz
sale más aguda de lo que lo haría normalmente.
-Ah, no sé,
necesito pensar –él aparta la mirada.
-Sí que lo
necesitas –te revuelves dentro de tu sudadera, incómoda.
Louis te
penetra con la mirada durante un momento, y luego hace una mueca pensativa.
-¿Vamos? –señala
hacia la parada de autobús en la que hay un vehículo parado esperando a que
todos los pasajeros suban.
Niegas con la
cabeza.
-Prefiero ir
andando.
-Como quieras –se
encoge de hombros y empezáis a caminar.
Te miras los
pies mientras caminas, sin saber qué decir. Eso te sorprende, pues nunca te
había ocurrido eso cuando estabas con tu amigo. Siempre había algún comentario
que hacer, alguna broma que decir, alguna sonrisa que ofrecer. Y ahora vas con
la cabeza gacha y apretándote las manos con fuerza dentro del bolsillo central
de la sudadera. Los nudillos deben habérsete puesto blancos de la presión.
-Mira.
Louis te da un
suave toquecito en el hombro que te provoca un estremecimiento, y alzas la
cabeza. En ese momento se cruza con vosotros un tipo que va paseando a uno de
esos perros que tienen cara de estar permanentemente enfadados. Resultaría
gracioso porque el dueño y la mascota parecen estar haciendo la misma mueca, y
es cierto que tu amigo se ríe por lo bajo cuando el hombre pasa a vuestro lado,
pero tú sólo consigues esbozar una sonrisa poco convincente.
-¿Sigues sin
intención de decirme qué te pasa? –pregunta el chico.
Ignoras su
comentario.
-No es que yo
sepa mucho de relaciones y rupturas, pero por lo poco que he oído… ¿no deberías
estar destrozado? –evitas mirarle- No sé, prefiero que estés así a que lo estés
pasando mal, por supuesto. Pero lo lógico sería que... estuvieras llorando o
algo.
Temes que
reaccione enfadándose contigo, pero no lo hace.
-Ya sabes que
yo no soy normal.
-Pero…
-Simplemente no
me apetece hablar de ello –te da un leve empujoncito con su hombro en tu
hombro-. Entiendo que prefieras formar un consultorio de pareja antes que hacer
el trabajo de Arte, pero el trabajo tiene fecha límite y nota, así que…
-Lo pillo, lo
pillo –ahora sí sonríes con ganas.
-Así, sí –dice tu
amigo, como si lo que quisiera fuera que sonrieras.
El resto de la
tarde pasa de forma más o menos normal. Os ponéis serios y empezáis a pintar, y
si bien no avanzáis mucho, algo es algo. Hay instantes en los que te olvidas de
tus recién descubiertos sentimientos y parece que todo es como antes, llegas a
convencerte de que puedes reír con ganas por algo que Louis diga sin sentir una
punzada de dolor en el pecho. Es estúpido, porque acaba de cortar con su novia –lo
cual quizás deberías considerar bueno-, pero por otra parte sabes que de todos
modos él jamás sentiría nada por ti. Y después te sorprendes a ti misma
observándolo, contemplando cómo el sol del atardecer se refleja en sus ojos,
que miran su bloc de dibujo con concentración, y un escalofrío te recorre la
espalda, y las yemas de los dedos te pican, y crees tener la necesidad real de
alargar la mano y acariciar el perfecto perfil de su mejilla, y…
Pero no lo
haces, al contrario, bajas la vista e intentas abstraerte en el paisaje que
estás dibujando (o intentando hacer algo parecido a dibujarlo), porque temes
que él te mire y vuelva a usar la palabra “amiga”
para referirse a ti.
-Es tarde –dice
Louis de repente, y tú miras rápidamente al suelo, antes de que él vea que
estabas atontada con los ojos fijos en la línea de su cuello.
No logras más
que asentir con la cabeza y guardar de forma mecánica tus instrumentos de
dibujo. ¿Te estarás obsesionando? Esto no es normal. No es lógico que desde
ayer que empezaste a sentir eso ya no seas capaz de dejar de mirarle. ¿O será
que lo llevas sintiendo más tiempo? Ah.
“Los sentimientos nunca son lógicos, llorona”, te dice la vocecilla
más racional de tu cabeza.
De vuelta a
casa cogéis el metro, pues ya hace bastante más frío y ni siquiera los brazos
de Louis a tu alrededor logran que no tirites. Te preguntas por qué él siempre
desprenderá tanto calor corporal –y ese maldito adorable olor a naranja-, pero
no parece haber una explicación.
-Este invierno
va a hacer frío –dice él, pegándote a sí, lo cual tampoco es precisamente
difícil porque el vagón está a rebosar de gente.
Tus cejas se
alzan casi por voluntad propia.
-¿Qué? –Louis te
mira con curiosidad.
-Que parecemos
dos desconocidos en un ascensor, comentando el tiempo –dejas que una sonrisa
curve la comisura de tus labios.
-Creo que si
fueras una completa desconocida y te encontrara en un ascensor, lo que haría no
sería exactamente comentar el tiempo –reflexiona, casi para sí mismo.
Como no
comprendes muy bien qué es lo que ha dicho o a qué se refiere, no contestas, y
el resto del trayecto lo continuáis en silencio.
Al salir del
metro –especialmente teniendo en cuenta que en las estaciones siempre hace una
temperatura mucho más cálida que la exterior-, una ráfaga de aire frío te
abofetea el rostro. Tú tiemblas y Louis te coloca la capucha de la sudadera
sobre la cabeza, para después pasar un brazo por tus hombros y apretarte tan
fuerte como puede contra él. Entre castañeteo y castañeteo de dientes, se te
pasa por la cabeza la idea de que cualquier persona que os vea por la calle tal
vez piense que sois una pareja. Por algún maquiavélico motivo, querrías que
ahora Veronica apareciera y os viera de ese modo, aunque inmediatamente después
sientes lástima por ella y piensas que eres una horrible persona.
Estás tan
helada que es Louis el que saca las llaves de tu edificio del bolsillo pequeño
de tu mochila y abre la puerta con mano firme. Tú entras y él te sigue, si bien
normalmente suele dejarte en el portal y entrar a su cuarto por la puerta, no
por la ventana de tu dormitorio.
-Trae –dice.
-¿Q… ué? –logras
articular.
Pone los ojos
en blanco y saca tus manos del bolsillo de la sudadera. Tienes los dedos tan
blancos que da la sensación de que la sangre lleve sin pasar por allí mucho
tiempo, y Louis frota tus manos entre las suyas hasta que éstas empiezan a
recuperar el color.
-¿Cuántas veces
te he dicho que te pongas guantes? –reprocha.
Intentas
protestar, pero el agradable cosquilleo que te está recorriendo los dedos te
distrae.
-Voy a tener
que comprarte un buen abrigo. Y unos guantes y una bufanda. Cualquier día coges
una pulmonía –sigue diciendo él.
-Louis…
-Ya, esta
mañana no hacía tanto frío. Pero esta tarde sí. Voy a ponerte todas las mañanas
un cartel en la ventana con la temperatura prevista a cada hora del día.
En cierto modo,
te reconforta su preocupación, aunque te esté regañando.
-Mira, es que
hasta tienes los labios morados…
Tu amigo lleva
inconscientemente un dedo a tus labios, y tú sientes que toda la sangre que
había vuelto a tus manos se ha agolpado en tus mejillas, haciéndote sonrojarte.
Él parece repentinamente absorto, y deja que su dedo se entretenga recorriendo
la línea de tu boca con lentitud. Te resulta un contacto tan sensual que tu
corazón empieza a golpearte frenéticamente el pecho.
Te parece que
la cara de Louis está un poco más cerca que antes de la tuya, pues su olor te
resulta algo más intenso y crees sentir su aliento cálido en la piel fría de tu
cuello.
-Ups, vaya –escuchas
de repente una voz conocida.
Louis se separa
de ti bruscamente, y puedes ver que su mandíbula se encaja con fuerza.
-¿Interrumpo
algo? –pregunta tu padre, entrando al edificio con ropa que parece de venir de
esquiar, pero con bolsas de la compra en la mano.
-Sólo estaba
intentando que tu hija entrara en calor y no le diera una hipotermia subiendo
las escaleras –tu amigo adopta de nuevo una actitud relajada y responde por ti,
ya que tú estás demasiado anonadada para contestar-. Así que no.
Tu padre ríe,
divertido.
-En fin,
supongo que siempre podréis terminar eso después –bromea.
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