miércoles, 29 de enero de 2014

EN UN INSTANTE - Capítulo 6.

Mentiría si dijera que desde el primer día ya tratábamos a los chicos como si fueran amigos de toda la vida, especialmente en lo que a mí respecta. Steph les trataba con un toque de confianza al que el resto de nuestra clase aún no había accedido –y sé que la envidiaban por ello-, y yo… bueno, yo les miraba con agrado, y más de una vez recibía alguna sonrisa por su parte –y sé que la clase me odiaba-. Hagamos un pequeño paréntesis aquí. ¿Qué ocurre cuando la chica guapa y carismática sale con el chico más popular del instituto? Las demás la envidian, es cierto, pero se resignan a ello porque es como un equilibrio de la naturaleza, así es como tiene que ser, no hay más. Pero, ¿qué ocurre cuando la chica menos sociable, la más rara, la que no es guapa, sale con el chico más popular del instituto? En primer lugar, estamos ante una película, casi seguro, porque esas cosas no pasan en la vida real. Pero si realmente sucediera, todas las demás chicas odiarían a la susodicha. ¿Por qué? Sencillamente, porque está recibiendo algo que no merece, algo que debería ser propiedad de muchas otras antes que de ella. La odian porque no entienden cómo es posible que el chico sea tan tonto de estar con ella.

Reconozco que mi caso no era tan extremo, pero cuando llegan cinco chicos nuevos a una clase y todo el mundo quiere acercarse a ellos y conocerles, los primeros afortunados o afortunadas siempre son objeto de miradas iracundas y airadas por parte del resto. Como iba diciendo, Steph se traía con ellos bromas y risas. Como las personas que no hablan mucho suelen ser las que más observan, yo me fijé en su comportamiento durante los días posteriores a la quedada en la biblioteca. Pues bien, mi amiga me había dicho que le había gustado Harry, pero yo no vi ni un solo indicio de ello, al menos no por el momento. Seguramente vosotros también notéis cuando a vuestros mejores amigos les atrae otra persona, porque eso son cosas que…. eso, se notan.

En cuanto a Niall, a veces me hablaba durante los almuerzos. Intercambiábamos frases cortas y bastante superficiales, pero, qué queréis que os diga, para mí era suficiente. No es que estuviera perdidamente enamorada de él, no penséis eso. Pero me gustaba, y sentía un ligero cosquilleo en el estómago cuando se dirigía a mí.

Un par de semanas después de la llegada de los chicos, Steph tuvo que faltar a clase un día para ir a algún médico, no recuerdo si era el dentista o el dermatólogo. Yo no pensaba que fuera a “tener” a los chicos para mí sola porque llegados a esa fecha ellos ya se relacionaban con las demás personas de la clase, pero aún comían con nosotras –ese día conmigo- y esperaba con infantil nerviosismo ese momento. Me había acostumbrado a mis breves conversaciones con Niall, pero la idea de tener cinco caras mirándome no es que me gustase demasiado. Sobre todo porque empiezo a pensar cómo se verá mi cara desde fuera, qué impresión tendrán mis palabras para los demás, y me agobio.

En fin, pues me encontraba guardando los libros de la primera clase en mi taquilla para coger los de la segunda, y no me preguntéis por qué pero empecé a tararear una canción al comprobar que no había nadie cerca.

-Estás cantando.

La voz de Niall sonó tan cerca de mí y me resultó tan inesperada que dejé caer los libros de golpe en la taquilla, produciendo un pequeño estrépito.

-Tarareando –corregí, sin volverme, y la escena me recordó a la de la biblioteca.
-Había música saliendo de tus labios. ¿Estamos de acuerdo en eso?

Asentí lentamente con la cabeza y me di la vuelta. Niall no estaba tan cerca, después de todo. Había al menos dos pasos de distancia entre nosotros. Aceptable para una persona como yo que tenía fobia a las conversaciones a solas.

-¿Qué le ha pasado hoy a Steph? –preguntó él.

Mi gozo en un pozo. Ah, y yo que pensaba que se había acercado a mí porque por algún misterioso motivo le interesaba estar un ratito conmigo.

-Ha tenido que ir al médico –respondí, quizás en un tono no demasiado agradable.
-Espero que no sea grave.
-No, no lo es.

Hice ademán de cerrar mi taquilla para marcharme, repentinamente enfadada, cuando Niall me puso una mano sobre la muñeca, como si pretendiera sujetarla para impedir que me moviera. Sin embargo, no llevó el movimiento a término, y acabó como una suave caricia a lo largo del dorso de mi mano que me erizó la piel.

-No vengo por eso –dijo, como si hubiera adivinado el por qué de mi reacción; no soy tan opaca, después de todo.
-Niall –fue la primera vez que lo llamé por su nombre, y me resultó extraño oírlo salir de mis labios- creo que tenemos clase.

Miró el reloj.

-Dentro de cuatro minutos exactos.
-No me gusta llegar tarde.
-Sólo quería recordarte… pedirte de nuevo el libro.

Guardé silencio, aunque sabía perfectamente de qué libro estaba hablando.

-El niño con el pijama de rayas –aclaró.
-Ah –esbocé algo que probablemente se vio como una sonrisa irónica.
-¿Qué pasa?
-Que me resulta extraño que hayas venido a buscarme en lugar de decírmelo en el almuerzo –contesté, y Niall se mordió el labio.
-Ya.
-¿Todo bien?
-Sí –me contestó él.

No sabía qué hacer. Os lo aseguro. Soy pésima sacando tema de conversación; si mi vida dependiera de que supiera llevar una conversación agradable durante diez minutos, no sobreviviría. Además, como le acababa de decir a Niall, no tenía mucho sentido lo que acababa de hacer, y estaba desconcertada. Pero aún peor, lo cierto era que tenía el libro guardado en mi taquilla desde el día siguiente a la tarde en la biblioteca, esperando a que Niall viniera a pedírmelo. Pero ahora no sabía si debía dárselo o si iba a parecer una obsesa si lo hacía.

Con un suspiro de resignación, me giré y cogí una bolsa de plástico azul en la que había puesto el libro. Se la tendí a Niall.

-¿Qué es…? –miró en el interior- Oh, vaya. Gracias.
-Yo también sé actuar de forma rara –sonreí.

Él me correspondió a la sonrisa, aunque no sabía exactamente por qué. No tenía muy claro qué estaba pasando, y como siempre que estoy confusa, sale mi lado más irónico y más sincero.

-Me ha gustado oírte can… hacer música –me miró con un destello de complicidad.
-No sé por qué lo he hecho –admití.
-Porque a ti también te gusta –se encogió de hombros.
-Bah, de todos modos no sirve de nada.
-Sí que sirve.
-Quizás para vosotros, cinco chicos que seguro que tienen mucho talento y que son atractivos, la viva imagen de un grupo que podría abrirse paso en el mundo de la canción. Pero lamentablemente, para una chica mediocre, poco agraciada y con sobrepeso, no hay hueco.

No pude contener las palabras. Desearía que se hubieran quedado dentro de mi mente, como habían estado siempre, como me recordaba cada vez que había dejado mi imaginación volar en aquellos tiempos en los que aún cantaba. Después había dejado de hacerlo, y tal vez de forma subconsciente había sido para dejar de tener que repetirme a mí misma que era absurdo. Con lo que había dicho de mí misma, en ese momento ni me di cuenta de que había admitido que ellos eran guapos, y creedme, en mi vida le había dicho a ningún chico que fuera guapo.

En lugar de salir corriendo o echarse a reír como pensé que haría, Niall me miró como si hubiera visto a un Tiranosaurio Rex devorando tiernas florecillas silvestres.

-No eres nada de eso –musitó él.
-Gracias –me limité a decir, pero sabía que mentía por compasión.
-Precisamente había venido porque… -giró la bolsa de plástico entre sus manos- Los chicos y yo vamos a ensayar esta tarde. Un amigo del padre de Liam tiene un estudio aquí, y nos lo va a prestar un rato, nada serio. Y hemos pensado que te podría gustar venir. Que a lo mejor así te animabas.

Podría decir que sopesé lo que me acababa de decir, pero la verdad era que todavía seguía dándole vueltas a lo que yo misma había dicho, a mi confesión sobre mi nula autoestima delante del chico que me estaba empezando a gustar. Dios, lo que menos quería era dar pena, y estaba segura de que ahora Niall me veía como una pobre chica afectada por el peso de la sociedad que lloraba por las noches y se hacía cortes en las muñecas. Y mi situación no era tan extrema.

-No sé –dije, sistemáticamente.
-Será sólo un rato –pidió él, lo cual me resultó tremendamente extraño.
-¿Y Steph?
-Puede venir también, si quiere.
-Mmmm…
-No te vamos a hacer cantar. Prometido.
-Es que no sé qué sentido tien…
-Pasar un rato. Hacer algo diferente.
-Entonces quizás.
-Escucha. De no hacer algo a hacerlo de forma profesional hay muchas fases intermedias. Alguna gente hace encaje de bolillo. Nosotros cantamos. Es un hobbie. Y no tendría nada de malo que para ti también lo fuera. Lo hacemos para nosotros mismos, para pasarlo bien. Es que no entiendo por qué te niegas a ello.
-Porque yo no sé cantar.
-Eso es lo que piensas.

Puse los ojos en blanco y Niall rió levemente.

-En el almuerzo concretamos lugar y hora, que ya han pasado los cuatro minutos, y tú eres más bien una chica puntual –me sonrió con calidez, provocándome a mí también una sonrisa.
-Está bien –accedí finalmente.

-Nos lo pasaremos bien –me aseguró, y me miró por primera vez de una forma de la que no lo había visto mirarme desde que llegó a mi instituto dos semanas atrás. 


[Espero que os haya gustado. Por favor, mencionadme en twitter o comentad con vuestra opinión, y marcad en las casillas de abajo la opción que más se asemeje a lo que os ha parecido el #Imagina, ES MUY IMPORTANTE, gracias.]

domingo, 26 de enero de 2014

EN UN INSTANTE - Capítulo 5.

Hay gente que cuando está nerviosa agarra un mechón de su pelo y no deja de darle vueltas alrededor de un dedo, alargarlo y aplastarlo sin descanso. Hay otras personas que la toman con el borde de su camiseta, o con un pobre hilo suelto que acaba mareado, o con una pulsera o un anillo. Así, es muy fácil reconocer cuando todas esas personas están nerviosas. Yo, sin embargo, no solía hacer ninguna de esas cosas. En primer lugar, porque muchas veces llevaba el pelo recogido, así que el mechón quedaba descartado. Además, tampoco es que normalmente llevara pulseras o anillos que ponerme y quitarme en momentos de tensión. En segundo lugar, había aprendido que es mejor no dejar que los demás sepan cuándo estás nervioso. Si saben que lo estás, también saben que con no demasiado esfuerzo serán capaces de hacerte perder los estribos, y creedme, eso parece el hobbie de muchos de los alumnos de los institutos. Aunque tal vez ya lo sepáis por vosotros mismos.

Por lo tanto, con el tiempo fui aprendiendo a evitar que la gente se diera cuenta de mi nerviosismo. Claro está, Steph, por ejemplo, me conocía demasiado bien como para no notar mi estado de ánimo, pero que ella lo supiera no me preocupaba.

A lo que iba. Cuando Niall y yo volvimos a donde estaban todos, yo sostenía el libro de “Arte del latte” con tanta fuerza que los nudillos se me habían quedado blancos. Aparte de eso, no había indicio alguno de todo lo que estaba pasando por mi cerebro en esos momentos.

Sé que es difícil de entender si os digo que Niall irradia tranquilidad, y que al estar a su lado es como si el mundo fuera perfecto, precioso y maravilloso, y no hubiera nada que temer. Puede que no lo comprendáis, pero ya desde aquel primer día sentí eso, así que no se trata simplemente de amor, no es algo que sólo yo tenga la sensación de que él transmite, sino que es algo que todo el mundo nota.

De modo que estuve tranquila hasta que la mesa con el resto de chicos entró en mi campo de visión. Entonces empecé a ponerme nerviosa. ¿Y si ellos no pensaban lo mismo que Niall? ¿Y si en realidad no querían que volviera?

-¡Habéis vuelto! Sinceramente, Horan, pensaba que te habías perdido –dijo Harry.
-¿A dónde había ido, por cierto? –Louis le señaló, desconcertado, y no sé si es que realmente lo estaba o quería que yo supiera qué había dicho su amigo para ir a buscarme.
-A traerla de vuelta sana y salva –Niall adoptó un tono teatral.

Mientras tanto, Steph me miró de forma significativa. Fue como si quisiera saber si ya estaba mejor, pero a la vez había algo más en sus ojos.

-Vaya, ¿te gusta la cocina? –preguntó Zayn, y tardé un poco en darme cuenta de que se estaba dirigiendo directamente a mí.
-Sí, bastante –mentí, y logré imprimirle a mi voz algo más de convicción que habitualmente.
-Hace unos pasteles muy ricos –intervino Steph, ocultando una sonrisa divertida.
-Alguna vez deberíais probarlos –corroboré, pero en mi vida había hecho un pastel.

Supongo que todos notaron que no estaba diciendo la verdad, pero igual que Niall había hecho un poco antes, no dijeron nada.

-Les estaba contando lo de la excursión a Londres –me explicó Stephanie mientras nos sentábamos.

No dejé el libro en la mesa porque necesitaba seguir agarrándome a algo, si bien la tensión estaba empezando a atenuarse.

-Ya sé que venís precisamente de Londres, pero seguro que nos lo pasamos bien –sonrió de forma encantadora.
-¿Qué excursión es esa? –Niall acercó sus labios a mi oído para preguntarme sin interrumpir a mi amiga, y yo sentí que me recorría un escalofrío.
-No sé exactamente cuándo es, pero son dos noches en Londres, una excursión con el instituto –expliqué, sintiendo el roce del brazo de Niall en mi brazo.
-Ah, puede estar bien –esbozó una bonita sonrisa.

Me limité a asentir con la cabeza, pues cualquier otra cosa me habría resultado imposible. Como comprenderéis, no estaba muy acostumbrada a recibir una sonrisa cálida por parte de un chico. Para ser sinceros, de nadie en general, pero menos todavía de un chico guapo. También debéis entender que eso para mí ya era más de lo que podría imaginar. A primera vista, nadie se fijaba en alguien como yo. Y, en la mayoría de los casos, tampoco nadie esperaba lo suficiente como para conocerme y poder decidir si mi interior le parecía lo bastante atractivo como para compensar. En realidad, o eres despampanantemente guapa o la mayoría de la gente no se fija en ti. Claro está, eso me hacía sentir aún peor conmigo misma, pero por lo menos antes los chicos de mi instituto me caían tan mal –por todo lo que me habían dicho o hecho, pero también por lo que no me habían dicho-, que ya no me afectaba lo que ellos pensaran de mí, había aprendido a vivir con la esperanza de que algún día llegara alguien que me quisiera pero también con la consciencia de que eso no pasaría en mi instituto. Ahora pienso que más que por lo que mis compañeros opinaban de mí, era por lo que yo pensaba que ellos opinaban de mí. Como decía, por lo menos antes de la llegada de Louis, Harry, Liam, Zayn y Niall ya no tenía esa como una de mis preocupaciones primordiales. Pero al sentir esa atracción incomprensible por Niall, mi cerebro volvió a recordarme amablemente cómo era yo, y cómo eran las personas en general.

-… nada que ver con las cosas que vosotros hiciérais mientras vivíais allí –estaba diciendo Steph-. ¿Vendréis?
-Habría que pensarlo… -murmuró Liam.
-¿Pensarlo? –Louis hizo un gesto con la mano para restarle importancia.
-¡Claro que iremos! –Harry asintió enérgicamente con la cabeza.
-Harold no podría resistirse a una excursión al centro de la cultura inglesa –bromeó Zayn.
-Será una buena oportunidad para que conozcáis a otra gente de la clase –intervine, porque era exactamente lo que pensaba.

Steph me lanzó una mirada de advertencia, como si estuviera vendiéndole a algún comprador de pocamonta las presas que había conseguido ella solita con su esfuerzo.

-Supongo que vuestros padres os tendrán que firmar una autorización… -mi amiga retomó las cuestiones más prácticas.
-Pues eso puede ser un problema –Niall hizo una mueca de disgusto.
-¿Qué pasa? –pregunté a la vez que le miraba de reojo, pero por algún motivo esta vez no me sorprendió que me saliera de forma natural el dirigirme a él.
-Que mis padres están en Irlanda –señaló una fina pulsera que llevaba en su muñeca derecha con los colores de la bandera de su país.
-Bah, seguro que se puede resolver si hablas con el director –dijo Steph en tono tranquilizador.

Ante ese comentario, los hombros de Niall se tensaron. Fue un movimiento sutil, pero lo estaba observando y ese cambio no me pasó desapercibido. Algo en las palabras de Steph no le había agradado.

-Creo que va siendo hora de levantar el campamento –Louis señaló su reloj-. Ya son casi las seis y media, y todavía tenemos que prepararnos la cena.
-Tienes razón –asintió Liam.

Quizás, por las intervenciones que lleva hasta el momento, penséis que Liam era un chico serio y responsable, y eso os haga desembocar en el adjetivo aburrido. Al contrario, Liam no es ni serio ni aburrido, aunque en lo de responsable sí he de admitir que es uno de los que más mantiene la cabeza en su sitio. Lo que ocurre es que cuando no conoce a la gente, le pasa algo parecido a lo que a mí, aunque a menor escala. No le resulta fácil dejarse ver tal como es, se cohíbe, se pone nervioso. Pero el tiempo me demostró que Liam era perfectamente capaz de hacer locuras si era necesario. Y también si no lo era.

No me planteé el motivo por el cual, casualmente, Niall se quedó algo más rezagado mientras salíamos de la biblioteca, más o menos a mi altura. Yo estaba, de hecho, observando con cierto aire de melancolía y, lo admito, un poco de envidia sana, cómo Steph se mostraba relajada, sociable y encantada con los cuatro chicos que caminaban a su lado, con los que incluso creo que bromeaba de vez en cuando, o al menos eso daban a entender sus risas.

Niall señaló la bolsita que sostenía contra mi pecho, dentro de la que estaba el libro.

-Al final lo has alquilado.
-Eso era lo que tenía intención de hacer desde un principio –pensé en algo ingenioso que decir, pero no se me ocurrió nada.
-¿Te gusta leer? –preguntó, en tono conciliador.
-Mucho –admití.
-A mí también me gusta. ¿Cuál es tu libro favorito?
-La verdad es que no tengo uno –hice una pausa cautelosa-. Pero hace poco leí El niño con el pijama de rayas y me gustó bastante.
-Ah, nunca lo he leído. Hay también una película, ¿no?
-Sí, pero no tiene comparación –protesté, porque no me gusta nada que la gente piense que ver la película basada en un libro puede sustituir leerse dicho libro.
-Ya, seguro que es mucho peor.
-Puedo prestártelo, si quieres. El libro, digo –miré al suelo.
-Me gustaría bastante.

Niall me dio un suave golpecito con su hombro en mi hombro, que no llegué a comprender.

-Deberíamos volver a quedar algún día.

Durante un feliz instante, pensé que se refería a nosotros dos solos, pero esa felicidad se esfumó cuando pensé que, primero, no aguantaría ni dos minutos de una pieza estando a solas con un chico, y segundo, que se refería a todos nosotros, en conjunto.

-Sí, estaría bien.
-Así a lo mejor se te pasaba la vergüenza –no lo vi, pero sé que sonrió.
-No es vergüenza –me quejé.

Niall no pudo contestarme, porque llegamos a donde estaban los demás, que esperaban en la parada de autobús. Teníamos una parte del trayecto en común, pero los chicos se tuvieron que bajar primero, sonriéndonos y agradeciéndonos una tarde agradable. En cuanto salieron del autobús, Steph me miró rebosante de alegría, y luego con un deje de picardía.

-No me hace falta preguntarte cuál de ellos te gusta más –sonrió.
-Ah –giré la cara, avergonzada.
-No pasa nada, yo también creo que es el más guapo –me guiñó un ojo.

Genial, ahora mis posibilidades se reducían del cero a los números negativos.

-Mujer, no me mires así. En general, me ha gustado más Harry –se abrazó a la barra del autobús con un aire romántico.
-Tranquila, puedes ir a por todos ellos, si quieres. Te adoran.
-Se han preocupado bastante cuando te has levantado y te has ido –me dijo con algo así como un tono de reproche.
-No lo creo.
-Niall ha ido a buscarte.
-Le dolería el culo de llevar tanto rato sentado.
-¡Cómo eres! –Steph puso los ojos en blanco.

Negué con la cabeza. No hay nada peor que una amiga dándote esperanzas de algo que es imposible. Básicamente, porque al final te lo acabas creyendo, y yo no quería creer que Niall podía haber puesto especial atención en mí cuando estaba claro que no era así. Era materialmente imposible que fuera así.

-¿Qué te apuestas a que en el viaje a Londres pasa algo entre vosotros?
-Un millón de libras a que no.
-Pero…

La interrumpí.

-Cierto, no tienes un millón de libras. ¿O sí?
-Ojalá –suspiró, y luego me miró como si se le hubiera ocurrido algo muchísimo mejor-. Te compras un vestido. Y te lo pones. Y si sí pasa algo, me compro la prenda de ropa que tú quieras y la llevo puesta un día al instituto.
-Ah, no. No, no, no.
-¿Por qué no? Si de todos modos, según tú, no podría pasar nada entre vosotros –me dijo, con ese tono que se usa cuando quieres que alguien se confíe.
-Vale, está bien –acepté, porque sabía que yo estaba en lo cierto.
-Trato hecho.


Steph me dio la mano con solemnidad. No sé muy bien por qué hizo esa apuesta conmigo, si ella también debía saber que jamás pasaría nada entre Niall y yo, y menos en el viaje a Londres, para el que quedaba menos de un mes, según tenía entendido. Claro que por extraña que fuera la prenda que le hiciera comprarse y ponerse, tampoco iba a perder la reputación que le precedía en el instituto. En todo caso, la gente se reiría con ella, y se interesaría por involucrarse en el chiste. Yo, en cambio… Un vestido. ¿Cuánto hacía que no me ponía uno? Tampoco importaba mucho. Estaba segura, no, segurísima, de que por una vez yo tenía razón. 

[Espero que os haya gustado. Por favor, mencionadme en twitter o comentad con vuestra opinión, y marcad en las casillas de abajo la opción que más se asemeje a lo que os ha parecido el #Imagina, ES MUY IMPORTANTE, gracias.]

miércoles, 22 de enero de 2014

EN UN INSTANTE - Capítulo 4.

Las bibliotecas –o al menos las que se precien- suelen tener dos zonas, como mínimo. Una de ellas para que la gente pueda dedicar tranquilamente un rato a la lectura, o para que los estudiantes hagan deberes o trabajos. La otra es esa parte cerrada a cal y canto en la que sólo entran aquellos que necesitan estudio intensivo, los que van a encerrarse y a pasar horas sin levantar la vista de sus libros. Allí, probablemente una mosca es asesinada por numerosos pares de ojos por molestar con el sonido de sus alas al moverse. Claro está, que la palabra biblioteca va cogida de la mano de la palabra silencio; la única concesión es que en la primera zona que he dicho las inofensivas moscas no suelen ser ajusticiadas por el simple hecho de volar. Sin embargo, en toda biblioteca –se precie o no-, están esas zonas en las que la gente se dedica a hablar y, al parecer, hacer el mayor ruido posible, como si disfrutaran por estar incumpliendo las normas, y lo hicieran única y exclusivamente por eso. Son zonas que conoces sólo si has estado muchas veces en esa biblioteca, puntos muertos que los bibliotecarios parecen haber olvidado.

En fin, toda esta perorata viene porque Steph y yo solíamos ser de las que iban a la zona 1, en la que hablar todavía no era delito, pero que si lo hacías demasiado alto tardabas menos de un segundo en recibir shhhh’s desde varias direcciones. En cambio, esta vez mi amiga usó su amplio conocimiento de todo lo que nos rodea y nos encontró una de esas mesas situadas tras una columna y oculta por completo por un entramado de estanterías que parecía perfecta para hacer de todo menos usar libros. No os confundáis, no es que yo tuviera ganas de pasarme la tarde estudiando. Pero pienso que tiene la misma lógica ir a una biblioteca para charlar que ir a una tienda de ropa a pedir una taza de té.

Por la disposición de nuestra mesa (circular), inevitablemente yo tenía que quedar al lado de alguno de los chicos, porque por desgracia Steph no podía dividirse en dos y poner cada una de sus mitades a mi izquierda y mi derecha. No me pasó inadvertido el hecho de que Niall fuera, casualmente, el que quedó a mi lado, básicamente porque cuando lo vi sentarse el corazón me dio un vuelco. La emoción se me pasó al instante, claro, cuando pensé que estaría sentado ahí porque no le habría quedado más remedio o que estaría maldiciendo para sus adentros por no estar al lado de Steph.

-Veo que no os habéis perdido –Steph inauguró la conversación.

Habíamos quedado con los chicos en la puerta de la biblioteca, y para cuando hubimos llegado, ellos ya estaban allí esperándonos.

-No es tan difícil coger un autobús –Louis puso los ojos en blanco.
-Bueno, no me culpes, no sé qué sois capaces de hacer –dijo mi amiga en tono provocativo.

Harry soltó una risa que no tenía intenciones de ser silenciosa, e inmediatamente se tapó la boca con las manos.

-Tranquilo, no pasa nada –Steph hizo un gesto de irrelevancia-. Este sitio es grande y el mostrador de los bibliotecarios queda en el otro extremo del edificio –señaló en una dirección-. No pueden oírte.

No sé si dijo eso porque lo suponía o de verdad estaba segura de que no aparecería alguien a echarnos por ruidosos, pero si alguna vez lo había comprobado, yo tenía muy claro que no había sido en mi presencia. Así que me decanto por la primera opción. Más que nada porque cada vez que Steph iba a alguna parte, aunque fuera a comprar el pan, me pedía que la acompañara, con el fin de que yo pasara menos tiempo encerrada en casa, eso sin duda.

-Está bien, preguntad –Steph abrió los brazos, como poniéndose a disposición de los chicos.

Se produjo un breve silencio en que ellos intercambiaron unas cuantas miradas, pero no dijeron nada.

-¿No hay nada que queráis saber? –Stephanie se mostró confundida- Entonces, ¿a qué hemos venido aquí?
-Pues claro que queremos saber cosas –se apresuró a contestar Liam-. Pero no sabemos qué queremos saber porque no sabemos qué tenemos que saber.

Recuerdo que parpadeé un par de veces, buscándole lógica a sus palabras, que acababan de sonar como un trabalenguas.

-Ah, ya entiendo –mi amiga esbozó una sonrisa.

Durante un rato, estuvimos –o quizás sería mejor decir Steph estuvo porque lo único que yo hice fue intervenir para confirmar o rectificar algunas cosas que decía ella- explicándoles a los chicos en qué consistía cada asignatura, cómo eran los profesores, qué debías y no debías hacer en los pasillos del instituto, y qué gente, desde nuestro punto de vista, era recomendable y quién no lo era. Parece increíble lo mucho que cambian las cosas de un instituto a otro, pero es como si fueran dos mundos diferentes con sus propias leyes internas y su propia jerarquía. Y nunca está de más que alguien te avise sobre ello antes de que te coman los de la parte alta de la pirámide.

Louis se recostó en su silla, aparentemente exhausto ante tanta información. Harry le dio un pequeño empujón a la silla, pero su amigo consiguió recuperar el equilibro antes de caerse hacia atrás. Ambos rieron y se miraron con complicidad.

-Bueno, no es justo que yo lleve una hora hablando y vosotros no hayáis abierto la boca –Steph se cruzó de brazos-. Ya es hora de que nos digáis algo sobre vosotros.
-Soy Louis, encantado.
-Payaso –Zayn le dio una colleja.
-¡Ay! –protestó el otro.

Niall soltó una carcajada y tuve que reírme. Hay risas que se pegan, risas normales y risas que hacen gracia por sí solas. La de Niall es de las contagiosas, así que aunque no quieras, aunque te estés muriendo de vergüenza y preocupación, te ríes al escucharla.

-Lo digo en serio –repuso Steph con una sonrisa en los labios.
-Vale, pues…
-No hace falta que sea algo como el motivo súpersecreto por el que habéis venido a la ciudad, puede ser algo tipo cuántos hermanos tenéis, eh –les instó a hablar.
-No es un motivo súpersecreto –rebatió Niall.
-Es cierto, sólo es secreto.

Steph arrugó la nariz.

-Yo te lo digo –intervine, al ver que seguían callados-. Son cinco chicos que se llevan tan bien que parecen hermanos, a los que les gusta tanto cantar que tienen un grupo, pero no admiten que van en serio porque les da miedo que no funcione, y que han venido por algo relacionado con ese grupo suyo de nombre desconocido, pero no nos cuentan el qué por lo que te acabo de decir.
-Vaya –Niall asintió ligeramente con la cabeza.

Me ruboricé al instante, o tal vez ya lo estaba mientras hablaba. Había sido como si sólo estuviera diciéndoselo a Steph y ellos no estuvieran delante, pero cuando terminé de hablar y los vi mirándome con los ojos sutilmente abiertos, sentí que no debería haber dicho ni pío. La mejor forma de caer bien a unos adolescentes difícilmente es haciendo un análisis psicológico de su situación como grupo.

-Pues yo tengo… una, dos… tres, cuatro… -Louis contó con los dedos- Cuatro hermanas.

Me quedó perfectamente claro que los chicos no tenían ninguna intención de hablar del tema, con lo cual deduje que había dado en el clavo. Los entendía. Cuando tienes sueños o aspiraciones que son tan difíciles de conseguir que te dices una y otra vez que no las lograrás –aunque en tu fuero interno esperes que sí lo harás- lo que menos quieres es hablarle a alguien de ellas, porque si no después el fracaso será doble.

Empezaron a decir los hermanos que tenían, sus colores y comidas favoritas, y poco a poco fueron hablando más y nos contaron que habían alquilado un piso para vivir los cinco y que seguramente se quedarían en la ciudad al menos hasta que acabara el curso.

Os aseguro que con la única intervención destacable que había hecho en toda la tarde ya pensaba que había destrozado cualquier posibilidad de que los chicos no me vieran como el bicho raro que me consideraban todos los demás -o tal vez que me consideraba yo a mí misma-, así que en cuanto tuve la oportunidad, le di un suave toque a Steph en el brazo para captar su atención.

-Oye, voy a por el libro que te dije que quería.

Murmuré, aunque sabía que los chicos me estaban escuchando. Precisamente lo hacía por eso. Stephanie era perfectamente consciente de que sentía que había metido la pata, y de que en ningún momento le había dicho que me apeteciera leer algún libro en concreto. Simplemente, quería quitarme del medio por un rato.

-Vale, estaremos aquí –me contestó, y en sus ojos leí una mezcla de reproche, por desaparecer, y comprensión.

Noté seis pares de ojos clavados en mí mientras me levantaba de mi silla y echaba a andar por uno de los pasillos, sin rumbo fijo.

A lo mejor es difícil comprenderme si vosotros sois de los que os sentís a gusto en presencia de desconocidos. En ese caso, sois del “bando Steph”. Pero si os ha pasado eso de que cuando estáis conociendo a alguien, y ese alguien (o álguienes) os empieza a caer bien, justo en ese momento decís algo totalmente inoportuno que seguramente haga que esa posible amistad deje de serlo, sabréis a lo que me refiero. En ese caso sois “de mi bando”. Sé que eran estupideces, porque sólo había sido un comentario, pero con dieciséis años, veía un grano de arena como si fuera el Everest.

En un momento determinado me paré y me puse a mirar los lomos de los libros, sin verlos realmente, para que si alguien me estaba viendo no tuviera la sensación de que había ido a la biblioteca a darme un paseo. Siempre me han gustado los libros. Quizás esa era una de las cosas que me hacían sentirme diferente con respecto a los demás. Mientras que la mayoría salía los sábados por la noche, yo me quedaba siempre en casa, y leía tumbada en la cama hasta que los ojos se me cerraban por el cansancio. De modo que tal vez una biblioteca no sería un mal sitio para mí para pasear, después de todo. Al menos me sentiría más cómoda que entre personas.

Hablando de personas, y pasando de mis pensamientos -que no estoy segura pero probablemente fueran los mismos que tenía en aquel momento- a la acción de la historia, a pesar de estar abstraída, noté un leve toque en mi hombro y una respiración cálida hacer moverse el pelo que quedaba alrededor de mi oreja, provocándome un cosquilleo. Me giré, sobresaltada, y mi sobresalto fue aún mayor cuando me encontré cara a cara con Niall, tan cerca que podría haberme visto reflejada en sus pupilas. Di dos pasos hacia atrás, hasta que me choqué contra la estantería, y él hizo un gesto que no supe distinguir, pero ahora sé que es la cara que pone cuando intenta ocultar una sonrisa divertida.

-¿Has encontrado tu libro? –me preguntó.
-Em, no, esto… tiene que estar por aquí –me di la vuelta de nuevo y pasé las manos por los libros, haciendo como si buscara para ocultar mi nerviosismo.
-Debe interesarte mucho la cocina, supongo –oí su voz a menos distancia de la que yo había intentado poner entre nosotros.
-¿Por qué lo dices? –dejé de buscar.
-Porque esta es la sección de cocina –no se molestó en ocultar una risa.
-Ah.

Noté el rubor escalar sin ninguna clase de dificultad por mis mejillas, y cogí el primer libro que vi. Lo aferré con fuerza y volví a girarme para intentar no parecer grosera con Niall.

-“Arte del latte: Cómo dibujar sobre la superficie del café” –leyó Niall.

Su mirada se cruzó con la mía durante un instante, y pensé que las mejillas se me iban a desintegrar por el calor.

-¿No te resulta algo muy interesante? –pregunté, intentando que mi tono sonara creíble.
-Nunca he intentado aprender sobre ello –él sabía que yo no había ido a por ese libro, pero decidió dejarlo estar.
-Puedes cogerlo cuando lo lea –compuse un intento de sonrirsa.

Niall, que ahora sólo estaba a un paso de mí, ladeó la cabeza y se me quedó mirando durante unos segundos. Yo bajé la vista, intimidada pero no molesta.

-¿Puedo hacerte una pregunta?
-Ya la estás haciendo.
-Otra –su tono de voz parecía debatirse entre la diversión y la curiosidad.
-Puedes hacerla.
-¿De qué tienes miedo?

Su pregunta me pilló tan desprevenida que alcé automáticamente los ojos para encontrarme con su expresión, ahora seria. Al principio no entendí por qué me preguntaba eso, pero luego empezaron a ocurrírseme posibles respuestas, enumeraciones bastante largas de cosas que me aterraban.

-¿Por qué lo preguntas? –dije, en su lugar.
-Porque parece que tuvieras miedo de nosotros.
-No tengo miedo de vosotros.
-De la gente.
-No necesariamente.
-De la reacción de la gente con respecto a ti.
-Tal vez.
-De lo que nosotros pensemos de ti.

Mi silencio le dio el sí que estaba buscando. No pretendía haberme sincerado con él, a fin de cuentas no le conocía de nada, pero no pude evitarlo. Tengo cierta debilidad a ser así cuando un chico me llama la atención, y aparte de eso se me da fatal mentir.

-¿He empezado a caerte mal? –fue lo siguiente que me preguntó.
-No –respondí, sin comprender.
-Entonces, ¿por qué piensas que has hecho mal al decir lo que piensas de nosotros? Estás en lo cierto, de hecho.

Volví a quedarme callada. Aquel chico me dejaba sin palabras, y no sólo por esos ojos increíbles que tenía.

-¿Qué os ha dicho Steph? –suspiré, pensando que mi amiga se había ido de la lengua y les había contado lo que me había hecho escapar.
-Nada, tu amiga es digna de tu confianza –sonrió.
-¿Entonces?
-Yo también puedo ser un buen observador.


La sonrisa aún estaba en su rostro cuando señaló ligeramente con la cabeza en la dirección en que supuse que estaría la mesa donde estaban los demás. Y no sé muy bien por qué motivo, yo sonreí también, y le seguí, como si de repente una pieza que llevaba mucho tiempo suelta acabase de encajar en su parte del puzzle. 


[Espero que os haya gustado. Por favor, mencionadme en twitter o comentad con vuestra opinión, y marcad en las casillas de abajo la opción que más se asemeje a lo que os ha parecido el #Imagina, ES MUY IMPORTANTE, gracias.]

sábado, 18 de enero de 2014

EN UN INSTANTE - Capítulo 3.

Podría tardar un buen rato en contar lo que pasó desde el momento en que Niall, Louis, Liam, Harry y Zayn se sentaron en la fila final de la clase hasta el momento en que, pocas horas más tarde, los chicos, Steph y yo comíamos en la misma mesa del comedor. Podría contarlo, pero las dotes sociales de mi amiga me han resultado siempre tan incomprensibles que todavía sigo sin ser capaz de dar crédito al hecho de que el mismo día en que los chicos nuevos llegaron, ya trataban a Stephanie como si la conocieran de toda la vida. Además, mi visión de ese proceso fue, básicamente, contemplar desde mi mesa de la clase cómo Steph, durante los cambios de hora, se acercaba con total naturalidad a los chicos y les ofrecía sus resplandecientes sonrisas y palabras que yo no siempre llegaba a escuchar.

Por supuesto, ella no fue la única que intentó ganarse el privilegio de ser la protectora o persona-que-le-enseña-a-los-nuevos-donde-está-todo-en-el-instituto, pero de alguna manera fue ella la que lo consiguió. Sí, por si os lo estábais preguntando, mi mejor amiga y yo eramos como la noche y el día. Yo, sin duda, era la noche.

Durante el almuerzo, yo no tenía ni idea de cómo actúar. La parte más –abrid comillas- atrevida –cerrad comillas- de mí (y digo lo de las comillas porque en una escala de atrevimiento eso estaría a la altura de Amber enseñando la piel desnuda de sus tobillos) esa parte deseaba hablarles, que me metiera en la conversación, deseaba descubrir que no todo el mundo me ponía una cruz roja en la cara nada más verme. Sin embargo, mi otra parte, la dominante en mí, la que tenía capacidades de invisibilidad, me decía que era mejor que directamente ni lo intentara, que era mejor dejar que centrasen toda su atención en Steph y no se dieran cuenta de que yo estaba allí, porque así al menos no me arriesgaba a caerles mal.

Steph, sin duda, intentaba integrarme con los cinco chicos. Resulta un tanto irónico que yo necesitara ser la integrada, y no ellos, pero así era mi vida por entonces.

-Tenemos treinta y cinco minutos para comer, ¿verdad? –mi amiga me miró, esperando mi confirmación, aunque sabía perfectamente que era así.

Asentí con la cabeza.

-Como habréis podido ver, es bastante callada –sonrió-. Pero tiene un potencial secreto que nadie ha descubierto todavía.
-Pareces una guía turística de un museo, y yo un cuadro –protesté.
-Bah –se giró hasta los chicos.
-¿Y cuál es ese potencial? –preguntó Niall, mirándome con curiosidad.

Esa fue la primera vez que se dirigió a mí. Sin contar cuando estoy segura de que me miró, mientras iba a sentarse en la primera hora de clase, creo que también fue la primera vez que teníamos contacto visual. Tal vez podría dedicar más tiempo a los ojos de Niall del que podría necesitar para contar cómo Steph consiguió meterse a esos chicos en el bolsillo. Os diré sólo lo estrictamente necesario.

Los ojos de Niall son azules, pero no del azul del mar, ni del azul de un cielo sin nubes, no. No sé si alguna vez habréis visto una cocina de gas, o sólo conoceréis las vitrocerámicas modernas. Pues las cocinas de gas se encienden con una pequeña chispa y adquieren una llama de un tono azulado brillante y muy intenso. Así son sus ojos. No se pueden comparar con el cielo o el mar, que sólo son capaces de estar o en calma o embravecidos. Hay que compararlos con algo incandescente, algo capaz de prender y de brillar, y de consumir todo el oxígeno que le rodea, igual que hacer perder la respiración a cualquier chica que los contempla.

Volviendo a la historia, llevaba tanto rato sin hablar que tuve que carraspear antes de responder, y aun así la voz me salió ronca. Maldije para mis adentros.

-No es nada –intenté sonar lo más agradable posible.
-¡Ha hablado! –Steph alzó las manos al cielo- Pero eso es mentira. Sabe cantar. Y además, muy bien.

Me apunté mentalmente asesinar a Stephanie en cuanto tuviera un momento libre, e hice una mueca.

-No sé.
-Sí sabes –me contradijo ella.
-Nosotros cantamos –intervino Louis, que ya en ese momento se había demostrado como el más dicharachero de todos.
-Cierto, tenemos una especie de grupo –corroboró Harry.
-Precisamente por eso hemos venido aquí –dijo Liam, y todos los demás le miraron con expresión de reproche, como si hubiera dicho algo que no debía haber dicho.

Estaba claro que los chicos no querían que se supiera qué hacían allí, aunque yo no podía entender por qué. Ahora, obviamente, sí que lo sé. Pero os dejaré con la intriga igual que estuve yo tanto tiempo.

-A mí me gustaría escucharte cantar –Niall volvió a fijar sus ojos en mí.
-Y a mí –le apoyó Steph.
-Ya no canto.
-¿Qué? –mi amiga me miró igual que si le hubiera dicho que acababa de perder un pie.
-Que ya no canto –repetí, con calma.

Era cierto. Yo solía cantar siempre. Cuando estaba en mi casa, mientras me duchaba, cuando escuchaba música, cuando Steph me lo pedía… Pero no sé exactamente en qué momento, dejé de hacerlo. Ahora iba por casa intentando hacer el menor ruido posible, como evitando encontrarme con mis padres y tener que pararme a contarles mi vida. Escuchaba música, pero con los auriculares, y nunca me ha gustado cantar con auriculares. Había dejado de cantar. Así de sencillo.

-¿Te gustaba hacerlo? –preguntó Liam, que en el resto de la conversación había sido el que menos había hablado.
-Steph, has hecho que esto trate de mí, cuando debería tratar de ellos –les señalé.
-En realidad, es mejor así –rebatió Louis.
-¿Por qué? –dije, espontáneamente, y me sorprendió a mí misma el haber hablado sin que me preguntaran de forma directa.
-Porque todo esto ya va de nosotros –señaló a todos los que, con disimulo, miraban en nuestra dirección con curiosidad.
-Pero es normal… Sois los nuevos, quieren saber cómo sois, qué hacéis… -intenté explicar lo que pensaba de forma bastante torpe.
-Precisamente por eso –dijo Zayn-. Vosotros queréis saber de nosotros, pero, ¿no debería ser al revés? Acabamos de llegar, y sí, somos cinco, no es como si estuviéramos solos. Pero como todo el mundo en un sitio nuevo, queremos relacionarnos también con el resto, y si sólo nos dedicamos a hablar de nosotros, nosotros, y nosotros, no vamos a saber con quién merece la pena entablar amistad y con quién no.

De la intervención de Zayn me gustaría decir dos cosas. La primera, es que me resultó extrañamente gracioso aquello de que todo el mundo en un sitio nuevo quiera relacionarse con el resto cuando yo lo que hacía incluso en mi propio instituto era todo lo contrario. La segunda, que si Zayn escribiera un libro sobre filosofía titulado “Del pensamiento” o con algún nombre artístico por el estilo, estoy totalmente segura de que en menos de cincuenta años su obra ya se estudiaría en los institutos. No lo digo porque sea mi amigo, lo digo desde un punto de vista totalmente objetivo. Zayn es la persona con más capacidad para reflexionar, extraer conclusiones y dar y rebatir argumentos que he conocido y que probablemente conoceré. Ya desde aquel momento me llamó la atención su comentario. Cómo, con unas pocas palabras, pudo hacerme cambiar de perspectiva y pensar que, ya que había entrado de forma involuntaria en la conversación, la forma de no caerles mal era la opuesta a la que yo estaba empleando. Nunca he sido muy buena en las relaciones sociales.

-Y éste, señoras y señ… Sólo señoras, más bien, es Zayn Malik –Louis hizo un gesto con las manos cual azafata que enseña el premio de un concurso de televisión y Niall golpeó suavemente la mesa imitando unos tambores de expectación.

No pude evitarlo, y se me escapó una sonrisa. Steph se dio cuenta de que empezaba a relajarme, y vi que sonreía también.

-Chicos, os voy a decir una cosa desde la total y absoluta confianza de una persona a la que acabáis de conocer –los miró con solemnidad, y a Harry se le escapó una carcajada-. Hay alguna gente en nuestra clase a la que es mejor no acercarse.
-¿La que estaba hablando cuando hemos entrado? –aventuró Liam.
-La misma –Steph asintió enérgicamente con la cabeza-. Y no se trata de ningún episodio de envidia femenina, de eso podéis estar seguros.
-Precisamente ahora mismo está mirando hacia aquí –señalé con la cabeza la mesa donde estaban ella y sus amigas, y Amber me sostuvo la mirada por un momento; por extraño que parezca, fue la primera vez que ella bajó la vista primero.
-No os la recomiendo, pero vosotros mismos podréis decidir –mi amiga se encogió de hombros-. Además, estoy totalmente segura de que con ella no tendréis problema con eso de que queréis que la gente también os hable un poco de ellos mismos.

Los chicos sonrieron, y yo fui vagamente consciente de que, quizás, lo que hacía que Steph tuviera tanto éxito con el resto de seres humanos de la Tierra fuera esa complicidad con la que hablaba desde el primer momento, esas bromas espontáneas pero bien calculadas justo cuando son oportunas. Toda una ciencia, sin duda alguna.

-Nosotras íbamos a quedar esta tarde para ir a la biblioteca…
-¿Ah, sí? –interrumpí a Steph, y ella me dio una patada en la espinilla- Ay –protesté, aunque entendí el mensaje.
-¿…os apetecería venir? –continuó mi amiga.

Dejó algo más de un segundo para que lo pensaran, y antes de recibir una respuesta esbozó su sonrisa más encantadora.

-Hoy no habrá nada que hacer, porque es el primer día del trimestre. Pero a lo mejor podríais poneros al día con lo que llevamos, y de paso os vais familiarizando con la ciudad. ¿De dónde venís, por cierto?
-De Londres –respondió Liam.
-Bueno, entonces no creo que tengáis problema con el tema de los autobuses y demás. ¿Qué decís?

Los chicos se miraron un momento. Eso es algo muy típico en ellos, la verdad. Se miran, y con los ojos es como si mantuvieran una conversación. Se conocen tan bien que saben perfectamente lo que piensan los demás sin tener que pronunciar una sola palabra. Así que discutieron si venían con nosotras o no en un breve momento y tan sólo con sus miradas.

-Que nos apuntamos –Louis sonrió, y los otros cuatro asintieron con la cabeza.


Justo entonces sonó el timbre que anunciaba que debíamos volver a clase. Tiramos nuestros desperdicios del almuerzo y nos dirigimos hasta el aula. Había algo recorriéndome por dentro. No sé si era alegría porque a esos chicos parecíamos caerles bien (al menos seguro que Steph sí), o miedo porque no sé cómo aferrarme a ese pequeño hilillo de amistad que surge después de la primera conversación con alguien. También era probable que, con la tensión, eso que sentía fuera que la comida no me había sentado bien. Teniendo en cuenta las recién adquiridas perspectivas de la tarde, lo más probable era que eso que sentía fuera una mezcla de todas mis suposiciones anteriores. 


[Espero que os haya gustado. Por favor, mencionadme en twitter o comentad con vuestra opinión, y marcad en las casillas de abajo la opción que más se asemeje a lo que os ha parecido el #Imagina, ES MUY IMPORTANTE, gracias.]