miércoles, 26 de febrero de 2014

EN UN INSTANTE - Capítulo 14

Londres, con aproximadamente nueve millones de habitantes, es la vigésimo segunda ciudad más poblada del mundo, y la más poblada de Europa occidental. Por Londres pasan sobre unos quince millones de turistas al año, sin contar la gran cantidad de gente que se desplaza desde ciudades cercanas a la capital porque su trabajo está allí. En fin, supongo que os vais haciendo una idea de lo bullicioso que es Londres. Allí, eres como un pequeño insecto que corre el riesgo de ser aplastado por otros cientos de insectos que luchan por abrirse paso entre las ajetreadas calles. Por supuesto, perderse del grupo es tan fácil como parpadear; de hecho, con un simple parpadeo, es posible que tus compañeros de gesta ya hayan desaparecido. No es que las calles sean una avalancha de gente, pero –y estamos hablando de la zona turística- entre los coches, los autobuses, las decenas de grupos de turistas de todo el mundo, y los ciudadanos de a pie, se forma una especie de caos al que cuesta familiarizarse.

Nosotros íbamos en un grupo que afortunadamente todavía permanecía de una pieza, en dirección al Museo Británico. Ya faltaba poco para llegar, y estábamos bastante cansados porque el profesor de historia había decidido que era mejor ir andando que coger el metro. Bueno, al menos me consolé pensando en que era una forma de hacer ejercicio y con suerte volvería a casa con algunos kilos menos.

Caminábamos por la avenida Bedford cuando Steph, que llevaba todo el trayecto hablando con Harry, decidió venirse a mi lado. Niall se apartó un poco, e instantáneamente los chicos lo arrastraron con ellos. He de admitir que me resultó bastante significativo que, aunque yo no abrí la boca a menos que él me preguntase, Niall estuvo toda esa parte del recorrido a mi lado, como si sencillamente disfrutase de mi compañía. Absurdo.

-Es mono, ¿verdad? –me preguntó Steph.
-¿Niall? –nuestras voces eran susurros.
-No, tonta. Bueno, también. Pero me refería a Harry –le señaló disimuladamente con el dedo.
-Ya me dijiste que te estabas enamorando locamente de él.
-¿Yo dije eso? –mi amiga alzó inconscientemente primero una ceja y luego la otra, lo que me produjo un ataque de risa-. Ja, ja –bufó Stephanie.

Cuando la risa convertida en tos remitió, me enjugué las lágrimas y respiré hondo varias veces para recuperar el ritmo normal.

-Sí tú –conseguí contestar.
-Tiene sentido –esbozó una sonrisa y quitó la tapa al objetivo de su cámara-. ¿Nos hacemos una foto?
-Sabes mi política anti-foto –no tenía ninguna gana de afrontar la imagen que los demás veían de mí cada vez que me miraban, ya tenía bastante con verla en el espejo cuando tenía que peinarme.
-¿Ni siquiera en el viaje? –puso cara suplicante, pero yo negué con la cabeza.

Giramos a la derecha para cambiar de calle, y Stephanie intentó convencerme para que usáramos su cámara, aunque yo seguí en mis trece.

No sé si os habrá pasado alguna vez, pero a mí me ocurre que cuando estoy haciendo turismo en una ciudad, muchas veces me olvido de que es eso lo que estoy haciendo, y cuando voy por la calle me pongo a pensar en mis cosas en lugar de mirarlo todo. Cuando llego a monumentos, claro, sí presto atención, pero me molesta porque una ciudad no son sólo sus lugares más turísticos, sino que más bien es todo lo demás. Pero, inevitablemente, eso me pasó en mi viaje a Londres. Tomamos la calle Great Russell y de repente teníamos el Museo Británico ante nuestros ojos, y yo casi ni me había dado cuenta de cómo habíamos llegado hasta allí.

No os aburriré con la visita “auto” guiada que el señor Jackson nos ofreció de su adorado museo, porque en cualquier caso llegó un punto en que dejé de escuchar lo que decía sobre una máscara suramericana encontrada en el templo del nosequé. No os confundáis, algunas de las cosas que había allí dentro me parecieron sorprendentes, si bien por otro lado me pregunté qué habría en los museos griegos y egipcios, porque todas sus reliquias importantes parecían estar ahí –y quizás no quede bien que una británica lo diga, pero había cosas que no deberían estar allí sino en sus países de origen-. Sea como sea, fue una visita interesante pero demasiado larga para mi gusto.

El profesor de historia nos dejó un rato libre mientras él admiraba con detenimiento exasperante una de las exposiciones, y los chicos, Steph y yo fuimos a la tienda de recuerdos.

-¿Vais a comprar algo? –preguntó Zayn antes de que entraramos.

Todos dijimos que no.

-¡Qué más da! Seguro que hay figuritas o juguetes que dicen pruébame para los niños pequeños –Louis, que encabezaba la marcha, se giró para mirarnos-. Y si a mí me dicen pruébame, yo lo dejo todo y pruebo.
-Me pregunto qué será de tus hijos el día que tengas –Liam negó con la cabeza.
-Seré un padre mucho más didáctico porque me pasaré el día jugando con mis hijos –Louis guiñó un ojo.
-Pobres niños –suspiró Harry.
-Qué dramáticos.

Entramos en la tienda –que con sólo nosotros ya parecía llena- y echamos un vistazo a las cosas que tenían. Louis encontró, para su felicidad, unas piezas de madera que imitaban esculturas y estuvo jugando con ellas hasta que la dependienta le dijo algo así como “se mira pero no se toca, madura ya”. Bueno, puede que lo de madurar lo haya añadido yo.

-¿Qué vamos a hacer esta noche? –peguntó de repente Zayn.

Saqué el arrugado papel de la planificación, que llevaba en la mochila, y lo miré, aunque ya sabía lo que ponía.

-“Cena en el hotel y hora de dormir” –leí en voz alta.
-Es decir, “cena en el hotel y fiesta” –intervino Louis.
-Tú a jugar con los muñecos –le ordenó Harry.
-No puedo, me han castigado sin juguetes –señaló a la dependienta y su cara se tornó infantil.
-No quiero ser aguafiestas, pero mañana hay que andar bastante… -miré las actividades del día siguiente.

Steph me lanzó una mirada elocuente y se colocó a mi lado.

-Lo que quiere decir es que en lugar de salir por ahí, deberíamos quedarnos en el hotel… pero no durmiendo, claro está –explicó.
-No, yo…

Todos debieron ver el codazo que me dio, y yo en ese momento sentí que me hubiera partido una costilla. Como se me cortó la respiración, me callé.

-Claro, podemos explorar el hotel –sugirió Louis.
-Sí, como los boy scouts –Zayn puso los ojos en blanco.
-Lo decía en serio –su amigo se hizo el ofendido.
-Yo soy más de jugar a la botella.

Me entraron unas ganas tremendas de darle ahora a Steph yo un codazo, o un rodillazo, o un cabezazo, porque sabía que lo decía sólo para intentar favorecer algo entre Niall y yo, pero me contuve porque habría quedado un poco violento. No pude evitar, sin embargo, que de mi garganta surgiera un débil sonido de protesta.

-¿No te gusta jugar a la botella? –me preguntó Niall.

Negué con la cabeza. Sólo había jugado un par de veces en toda mi vida, pero nunca daba buenos resultados, porque cada vez que a alguien le tocaba darme un beso, o decirme algo sugerente, o encerrarse conmigo en una habitación, buscaban una excusa para decir que la tirada no había valido. A veces pensaba que habrían preferido arrancarse una uña antes que hacer nada de eso conmigo. Así que no, no me gustaba jugar a la botella.

-¿Tienes miedo de tener que pasar cinco minutos con Niall en una habitación a oscuras? –Harry alzó las cejas y esbozó una sonrisa pícara.
-¿O de tener que darle un beso? –añadió Louis.

Yo noté como empezaban a subírseme los colores a las mejillas, con el consiguiente estrés que me producía que todos me estuvieran mirando y bromeando sobre mí. Steph pareció darse cuenta, porque intentó arreglar el barullo que se había empezado a formar.

-Pues claro que no le da miedo –me defendió ella.
-Puede hacerlo, entonces –propuso Louis.
-Yo no he dicho… -rápidamente se dio cuenta de que eso había sido aún peor.
-Técnicamente, lo has dicho –rebatió Zayn.

Miré a Niall a la desesperada, pero él tampoco parecía saber qué decir. O quizás no quería hacerles cambiar de opinión. Por supuesto, esta última opción ni siquiera pasó por mi cabeza en ese momento.

-Que lo haga, pues –pidió Louis.
-Pero…
-Vamos, son sólo cinco minutos –Zayn había empezado a apoyarles.
-Así tenemos una excusa para no tener que pasearnos por el hotel al estilo Indiana Jones, como proponía el señor Tomlinson –argumentó incluso Liam.
-¿Y nosotros mientras? –preguntó Steph, suspirando.
-Pegamos el oído a la puerta para intentar escuchar si pasa algo –Harry sonrió.
-No va a pasar nada –rebatí.

Me sentía algo ofendida por que ellos debatieran sobre si Niall y yo íbamos a pasar cinco minutos encerrados o no en una habitación, pero había llegado a ese punto en que si no lo hacía, iba a parecer una cobarde, y Niall podía pensar que le tenía miedo o algo así, y no quería que pensara eso de mí. Así que acepté. Visto con perspectiva, está claro que los chicos simplemente estaban intentando juntarnos.

-¿Ni un besito? –Louis puso morritos.
-Vaya, ¿a quién quieren convencer para que te bese?

La irritante voz de Amber me llegó desde detrás, y ni siquiera me giré para mirarla.

-¿A mi…? –empezó a decir, pero Niall la cortó.
-Amber –me resultó extraño cómo dijo su nombre; fue como si la conociera muy bien, e imprimió una mezcla de súplica y advertencia, algo no demasiado compatible.
-Ah –me la imaginé poniendo los ojos en blanco-. En fin, el señor Jackson dice que a la puerta todo el mundo. Nos vamos al hotel y me ha mandado como paloma mensajera.

Supongo que se fue, sin más, y yo sentí una profunda rabia recorrerme desde el estómago hasta la garganta. Quizás esa rabia fue lo que no me hizo darme cuenta de lo insólito de la interrupción de Niall a Amber, pero el caso es que no pensé en eso.

-Entonces, ¿no queréis nada? –nos preguntó Liam.

Volvimos a negar con la cabeza y salimos de la tienda de recuerdos.

-Lo siento –me susurró Steph mientras íbamos hacia la puerta.
-No importa –me encogí de hombros, aunque en realidad pensaba que iba a ser algo muy tenso, y estaba preocupada.
-No pretendía… -volvió a excusarse.
-Lo sé –dije, antes de que ella terminara.

De vuelta al hotel, la felicidad que había sentido durante la ida al museo se había desvanecido como si de un globo se tratase. La simple presencia de Amber ya me había puesto de mal humor, y lo otro, ya lo he dicho, me preocupaba. Era un reto estúpido surgido de una conversación estúpida, pero para mí tenía mucha importancia.

Para la cena en el hotel tuvimos buffet libre, y los chicos estuvieron metiéndose un poco más conmigo. Ahora me molestó algo menos, pero en cualquier caso no cené casi nada, y subí a la habitación mientras Steph aún seguía comiendo. Me duché –pelo incluido- e intenté adecentarme un poco. Me recogí el pelo húmedo en una trenza porque no sabía qué otra cosa hacer con él y abrí sintiéndome una ladrona la bolsa de maquillaje de Steph (como la había sacado ella antes para peinarse, al menos no tuve que rebuscar entre las cosas de su maleta). Dubitativa, saqué su máscara de ojos y me miré en el espejo. Quizás la cara se vería un poco mejor. Me la apliqué, intentando no echar mucho, y en efecto mis ojos parecieron un poco más grandes. Cogí también su barra de maquillaje y me planteé echarme, pero eso me pareció demasiado para mí, de modo que la volví a meter en su sitio y coloqué el estuche donde estaba.

Tocaron a la puerta y pensé que sería Steph, pues me estaba empezando a extrañar que llevara tanto rato comiendo. Fui a abrir, y para nada me esperaba encontrarme cara a cara con Niall.

-Hola –me saludó él.

Hice un gesto de saludo con la mano.

-¿Y Steph? –pregunté.
-Abajo. El señor Jackson está dando las instrucciones para mañana –me contestó él.
-Ah.
-No tienes por qué hacerlo –soltó Niall de repente, y yo sabía perfectamente a qué se refería.
-Quiero hacerlo –dije, si bien no estaba muy segura de querer-. Soy antisocial, pero puedo pasar cinco minutos a solas con una persona.

Eso arrancó una bonita sonrisa a los labios de Niall.

-Ellos no tardarán en venir –me aseguró-. Podemos ir empezando, si quieres.
-Está bien –me encogí de hombros, repentinamente más tranquila.
-Son las ocho y siete minutos –dijo, mirando su reloj-. A las ocho y doce te libero.


Yo también sonreí, y me hice a un lado para que Niall pasara al dormitorio. Tras eso, cerré la puerta y, respirando hondo, me volví hacia el chico de ojos azules.  


[Bueno, bueno, ¿qué creéis que pasará en esa habitación? Se aceptan apuestas ;-). Espero que este capítulo os haya gustado, y os pido por favor que, como siempre, comentéis o aquí o por menciones -o ambas cosas- y que marquéis la casilla con la opción que mas se ajusta a lo que pensáis del capítulo. Espero que os vaya gustando más, y muchas gracias por leer.]

sábado, 22 de febrero de 2014

EN UN INSTANTE - Capítulo 13.

Es posible que penséis que pasé todo el viaje de ida a Londres hablando con Niall, pero en realidad no fue así. De hecho, Steph y él estuvieron un rato charlando antes de que yo me metiese en la conversación. No es que lo hiciera a propósito, y probablemente podría considerarse que yo tendría que haber estado deseando exprimir cada segundo cerca de Niall, pero debéis tener en cuenta también que cuanto menos hables, menos posibilidades tienes de decir algo equivocado. Además, siempre he pensado que los trenes tienen algo hipnotizante, porque en cuanto me subo en uno me quedo mirando sin ver a través de la ventana y los pensamientos vuelan por mi mente más rápido de lo que se está desplazando mi cuerpo por el mapa. Sobre todo si tengo algo en lo que pensar.

Ah, por cierto, os estaréis preguntando cuál fue la reacción de Niall ante el descarado comentario de Stephanie sobre la apuesta. Pues no dijo absolutamente nada. Nada de nada. No preguntó, ni nos miró de forma interrogativa. Simplemente observó, y os digo por propia experiencia que muchas veces la observación silenciosa da más fruto que las preguntas.

Volviendo al tema de antes, estuve un buen rato reflexionando, o tal vez sólo repasando mentalmente mi situación en ese momento. Pensé en tantas cosas que en realidad no podría haceros un recorrido ordenado y lógico por ellas, pero os hablaré al menos de las más relevantes. Aparte del hecho obvio de que me iba de viaje –si es que a una excursión de tres días se le puede llamar así- a Londres, y que Niall iba a estar presente, cavilé bastante acerca de la propuesta de mis padres de llevarme al psicólogo. Una propuesta que yo había aceptado, cabe recordar.

Es posible que ahora mismo no tenga mucho sentido para vosotros que yo aceptase ir al psicólogo, o incluso que mis padres me lo propusieran. Os lo explicaré desde mi perspectiva actual, no desde como lo veía en ese momento –porque, sinceramente, no sé cómo lo veía-. Yo acepté porque temía no ir a Londres y porque sabía que mis padres no iban a parar hasta que accediese. Mis padres lo propusieron porque no me veían como una chica feliz, mi relación con ellos estaba cada vez más desgastada y consideraban que necesitaba una ayuda externa que me proporcionara esa motivación que ellos no eran capaces de darme para que dejase de ser mediocre. Y uso esa palabra, mediocre, porque es exactamente lo que era. El diccionario dice de ese término, palabras textuales: de calidad media; de poco mérito, tirando a malo. Yo no destacaba en nada. No tenía buenas notas ni había algo en lo que fuera muy buena (cantar no cuenta porque tampoco lo hacía de forma espectacular). Por lo tanto, era una persona, efectivamente, mediocre. Aunque entonces me costase asumirlo, lo era.

Además, un psicólogo suele ser la solución desesperada cuando una persona tiene un problema y no sabe a quién acudir. Bueno, en realidad se trata de eso, ¿no? Los psicólogos intentan resolver los problemas que las personas no pueden resolver por sí mismas. Y según mis padres, yo tenía un problema. En realidad, quizás lo tuviera, quizás no. Llega un punto en que la adolescencia queda demasiado lejos como para recordar lo que uno sentía y poder compararlo con lo que sienten los demás.

Aclarado esto, retomemos la historia.

Yo iba mirando por la ventanilla, contemplando la imagen difusa de los árboles al pasar al lado, de modo que realmente lo que veía era una mancha verde en constante movimiento. Si bien la que se movía era yo. Steph debió decirme algo, o nombrarme durante su conversación con Niall, porque su mano -que se movía hacia arriba y hacia abajo- ocupó mi campo de visión y escuché que me decía:

-¡Eh! ¿Estás ahí? ¡Stephanie llamando a Tierra!

Giré la cara con descontento y me quedé mirándola.

-Alegra un poco esa cara, ¡que nos vamos a Londres! –sonrió de oreja a oreja.
-Estaba pensando –contesté simplemente, pues cuando me sacan abruptamente de mis reflexiones suelo tardar unos minutos en volver en mí.
-¿Y en qué pensabas? –Steph me miró con una mezcla entre curiosidad y diversión.
-En que tengo una amiga muy cotilla –alcé las cejas.
-Ah, pensaba que eso ya lo tenías más que claro –hizo un gesto de irrelevancia con la mano y miró a Niall-. ¿Y usted en qué está pensando ahora, nuestro querido caballero irlandés?

Niall curvó ligeramente las comisuras de los labios con un gesto tan lánguido y natural que pensé que nunca había visto sonreír a nadie de forma más hermosa.

-Mi joven amiga inglesa, es cierto que es usted una persona muy curiosa –él le siguió la broma, y de alguna forma yo me sentí excluida.
-Así es como se aprenden las cosas –se enorgulleció Steph.
-La curiosidad mató al gato –rebatió Niall.
-Que suerte que yo no sea un gato –mi amiga soltó una risa cantarina, y Niall se limitó a mirarla, divertido.

Yo también la miré durante un momento, sin saber muy bien si decir algo o no, y de todos modos tampoco sabía qué decir, así que esperé a que Stephanie volviera a iniciar una conversación en un breve período de tiempo o volvería a abstraerme en la ventana del tren. Ella pareció saber exactamente lo que estaba pensando, porque de repente se levantó de su asiento.

-Voy al servicio –anunció-. No os divirtáis mucho sin mí.

Me guiñó un ojo y se marchó, sin ninguna prisa, en dirección al baño. Benditos –o malditos- cuartos de baño. Siempre se usan como excusa para dejar solas a dos personas. A veces pienso que si hubiera una cámara dentro del aseo se vería que la mayoría de la gente que va se pasa unos cinco minutos ahí dentro sin hacer nada en lugar de usar los servicios para lo que se usan. Lo más curioso de todo es que es una excusa tan obvia que todos los presentes saben que en realidad nadie necesita ir al baño, pero en lugar de decir: “me voy para que tengáis un ratito de intimidad”, parece que suena mejor lo otro.

Niall, efectivamente, tenía muy claro por qué Steph se había ido, pues me miró intentando evitar sonreír y me guiñó un ojo de la misma forma en que mi amiga lo había hecho unos instantes antes, lo cual me resultó llamativo porque era imposible que él hubiera visto que Steph había hecho exactamente el mismo gesto. Ni que decir tiene que ese simple parpadeo hizo que los latidos de mi corazón se acelerasen, porque como podréis imaginar yo no estaba precisamente acostumbrada a que los chicos me fueran guiñando los ojos por la vida. De hecho, creo que hasta ese día ninguno lo había hecho. No al menos con esa complicidad.

-¿Cómo llevas los cafés? –preguntó Niall, que probablemente ya sabía que yo no sería capaz de empezar una conversación, y los esfuerzos de mi amiga habrían sido en vano.
-¿Qué cafés? –intenté recordar, pero no tenía ni idea de qué me estaba hablando.
-En los que hacías dibujitos en la espuma –la sonrisa se le escapó y asomó a sus labios.
-¡Ah! –me ruboricé, acordándome de aquel día en la biblioteca en que fingí que me interesaba el arte del latte- Bien, supongo.
-Algún día querría probar uno.
-Todavía tengo que perfeccionarlo –me excusé, aunque era absurdo, porque ambos sabíamos que yo no tenía ni idea de hacer figuras en el café.
-Por supuesto –Niall se pasó una mano por el pelo-. Yo terminé de leer El niño con el pijama de rayas ayer por la noche.

Ya me había olvidado de que se lo había prestado, así que sentí una nueva punzada de satisfacción porque Niall estuviera leyendo algo que yo le había prestado. Infantil, pero real.

-¿Qué te ha parecido?
-Trágico –me contestó él-. ¿Qué te pareció a ti?
-Surreal
-¿Por qué?
-Porque no creo que un niño alemán pudiera hacerse amigo de un niño judío.
-¿Por qué no? –Niall me miró con el ceño fruncido, y he de decir que incluso eso le sentaba bien.
-Porque… no sé, no se les enseñaba eso.
-Hay gente que es capaz de ir al revés de lo que le enseñan –él se mordió el labio inferior, para mi tortura-. No todo el mundo sigue los estereotipos.

No sé en qué habréis pensado vosotros, pero cuando Niall me dijo eso yo pensé en mí, y en él, claro. Me explico. Al decirme que no todo el mundo sigue los estereotipos pensé que quizás se estaba refiriendo a que él no pensaba que una chica para ser guapa tuviera que ser delgada, por ejemplo, sino que él no tenía esas cosas en cuenta. Pensé que quizás me estaba dejando entever que lo que al resto de personas le gustaba no tenía que ser necesariamente lo que le gustaba a él. Quizás había sido sólo un comentario sobre un libro. Pero yo entendí en él algo más, un mensaje más profundo, una indirecta.

-Los estereotipos son estereotipos por algo –objeté, sin embargo.
-Porque es lo que le pasa a la mayoría. Que la mayoría de los ingleses sean rubios no quiere decir que no existan los pelirrojos. De hecho, yo he visto últimamente a más de uno, y me pareció que eran bastante reales.

Sonreí sin pretenderlo y sin saber muy bien por qué. Simplemente me gustaba lo que Niall decía. Me gustaba cómo lo decía. Me gustaba Niall. Y eso, no entiendo cómo, me hacía sonreír.

-Niall –murmuré, sin estar muy segura de lo que le iba a decir.
-¿Qué? –sus llameantes ojos celestes me miraron con interés.
-Paso, por favor –Steph pasó para sentarse en su sitio y rompió el contacto visual y toda la expectación que se acababa de generar.

Así son las amigas. Si por un lado siempre intentan abrirte el camino yendo al servicio para que te quedes a solas con el chico que te gusta, por otro lado son las personas más inoportunas del planeta y siempre aparecen cuando no tienen que hacerlo. Claro que quizás fue mejor así, porque Dios sabe qué habría sido capaz de decirle a Niall si no hubiera aparecido Steph.

Pasé el resto del trayecto mucho más metida en la conversación, e incluso a veces yo aportaba cosas sin que se me preguntase directamente, todo un logro para mí. Harry estuvo un rato lanzándonos bolitas de papel hasta que un trabajador del tren le pidió de forma poco amable que no tirase cosas al suelo del vehículo. Ya podéis imaginar las risas del resto de los chicos en cuanto el trabajador se marchó. En conclusión, el viaje se hizo mucho más rápido de lo que esperaba, y antes de que me diera cuenta, ya habíamos llegado a Londres.

Nuestro profesor de historia nos pidió que cogiéramos nuestras maletas y no nos olvidásemos nada en los asientos del tren, y poco después estábamos caminando por las calles de la capital como auténticos turistas, en dirección a nuestro hotel para dejar las maletas e iniciar la visita turística. Yo había estado en Londres un par de veces antes de aquella, pero había sido cuando era pequeña y lo cierto era que no recordaba prácticamente nada. Steph, aunque sí había ido numerosas veces, sacó su recientemente adquirida cámara de fotos nueva y se la colgó al cuello. Tras ella, muchos de nuestros compañeros de clase hicieron lo mismo, y en el aire se respiraba excitación contenida.

Llegamos al hotel a eso de media mañana, y el señor Jackson nos pidió que nos agrupásemos a su alrededor para ir asignándonos las habitaciones. Catherine y Violet. Robin y Samuel. Amber y Debbie. Las habitaciones eran para dos personas, pero los chicos habían conseguido una de tres, de modo que Louis y Harry iban en una, y Liam, Zayn y Niall en otra. Steph y yo teníamos la número 314, en la misma planta en que los chicos tenían las suyas. Y en la misma en la que estaba Amber.

-Bueno, acomodad vuestras cosas y bajad todos dentro de media hora –nos ordenó el profesor-. Esta tarde tenemos la visita al Museo Británico.

Se escucharon algunos resoplidos de fastidio, supongo que porque la gente preferiría pasarse la tarde buscando a otros turistas con los que hacer amistad y quién sabe qué más, pero me pareció bastante ilógico porque ya sabían desde el principio el horario que teníamos de excursiones.

Steph y yo subimos rápidamente a nuestra habitación, y dejamos nuestro equipaje en el suelo de la habitación. Mi amiga sacó su neceser y estuvo peinándose porque decía que el trayecto le había dejado el pelo aplastado, y mientras yo rebusqué entre los jabones y demás utensilios de aseo que nos habían dejado en el baño, por si había algo interesante. Quince minutos después, alguien tocó a nuestra habitación. No sé por qué, pero pensé que sería Amber para molestar un rato. Me acerqué sigilosamente y miré por la mirilla. Suspiré de alivio al ver a los chicos y abrí la puerta.

-¿Ya os habéis instalado? –pregunté antes de que ellos dijeran nada, de un repentino buen humor.
-Si instalarse es dejar la maleta en la habitación, entonces sí –Zayn sonrió.

Señalé a nuestras maletas, también cerradas y en mitad del cuarto.

-Vosotras sois de nuestro estilo –Louis me dio una palmadita en el hombro, y no me retiré al contacto.
-¡Hola! –Steph salió del baño, radiante como siempre, y no me preguntéis por qué pero vi algo iluminarse en el rostro de Harry en cuanto ella apareció; sonreír para mis adentros.
-¿Vamos? –Niall me miró.
-Claro –cogí mi mochilita, que había dejado en la cama, y me la colgué a los hombros.

Steph pasó la cabeza por la cinta de su cámara y cogió la llave de la habitación.

-Lista –dijo, contenta.


Se notaba que todos estábamos de un humor bastante bueno, y salimos de la habitación hablando de cualquier tontería que ahora mismo no recuerdo. Lo que sí recuerdo es que Niall se colocó a mi lado y de vez en cuando me hacía algún comentario en voz más baja, solo y exclusivamente para mí. En efecto, y por extraño que resulte, en aquel momento casi podría haber afirmado que mi estado de ánimo estaba rozando la felicidad.


[Siento haber tardado tanto en subir, necesitaba estudiar, pero aquí estoy otra vez, con un capítulo algo más largo que de costumbre. Espero que os guste la relación especial que está empezando a haber entre Niall y la protagonista, porque tienen tres días para pasar en Londres en los que pueden (y van a) pasar muchas cosas. ¿Qué creéis que pasará? ¿Ganará la apuesta Steph o la protagonista? Dejádmelo en los comentarios, y por favor, comentad aquí en el blog, mencionadme en twitter, o ambas cosas. Os agradezco mucho el apoyo.]

sábado, 15 de febrero de 2014

EN UN INSTANTE - Capítulo 12

Creo que el día en que mi madre se vaya, el primer momento que recordaré será cuando, al llegar de mi casa después de un día nefasto, lo primero que hizo fue venir corriendo hacia mí y abrazarme entre sollozos. Yo no tenía ni idea de qué le pasaba, pero había estado conteniendo tantas cosas que no pude evitar ponerme a llorar yo también. Ni siquiera me acordaba de cuánto tiempo hacía desde la última vez que había llorado delante de alguien, pues cuidaba expresamente no mostrar mi debilidad a los demás, y menos todavía a mis padres. Eso debería haber sido al revés, pero yo no era consciente de ello por esos entonces. Así que me limité a apoyar la cabeza en el hombro de mi madre como suponía que había hecho cuando era pequeña, y llorar desconsoladamente no sólo por lo que había pasado en las últimas veinticuatro horas, sino por todo lo que ellos no me habían visto llorar.  

No sé exactamente cuándo, pero pasado un rato mi madre se separó de mí y me miró con los ojos enrojecidos.

-¿Qué pasa? –pregunté, y me di cuenta de que el orden lógico habría sido preguntar primero y llorar después.
-Lo siento –balbuceó mi madre-. Lo siento mucho.

Miré a mi padre, que seguía sentado en el sillón de la entrada, aunque su cara era mucho menos seria que de costumbre. Más bien parecía ligeramente pesaroso.

-Sobre todo lo que pasó ayer… -empezó a decir él.
-Tú no eres mediocre, cielo. No queríamos decir eso. Lo hemos hecho mal, y lo siento. Lo sentimos –se corrigió mi madre-. Tendríamos que haber intentado hablar más contigo, ver qué te pasaba, pero tú tampoco te dejas, ¿sabes? Bueno, da igual, pero todavía puede arreglarse –decía las frases atropelladamente.
-Mamá, no sé de qué estás hablando.
-Creemos que te vendría bien ir a un psicólogo –dijo mi padre.

Veréis, yo estaba esperando que la noticia que tenían que darme fuera algo… diferente. ¿Un psicólogo? ¿Y por eso mi madre estaba llorando? Bueno, eso tampoco era lo que más me había sorprendido. Lo que más me había sorprendido era que mi madre me hubiera abrazado, que me hubiera pedido perdón, que me hubiera dicho que no era mediocre. Que me hubiera reconocido como algo más que una hija que vino con defecto de fábrica. Eso fue lo que realmente me asombró, el ver asomar el cariño maternal que, o bien mi madre llevaba tanto tiempo sin darme, o bien yo llevaba tanto tiempo sin querer recibir. Hay sólo una fina línea separando esos dos hechos pero que sin embargo marca una gran diferencia. Así que para nada esperaba que aquello que tenían que decirme fuera que habían tomado la decisión de llevarme a un psicólogo.

-¿Un psicólogo? –pregunté en voz alta (y seguramente confusa).

Mi madre asintió enérgicamente con la cabeza y sorbió por la nariz.

-Creemos que lo que necesitas no es… cambiar de instituto o estudiar más horas, sino… -parecía que a mi padre le costara encontrar las palabras- sino tener una nueva visión de la vida.

Me limpié los ojos llorosos con el dorso de la manga de mi camiseta y suspiré.

-Como no me arranque los ojos y me ponga unos nuevos, no sé cómo va a cambiar ya mi visión de las cosas.
-Tendrías que poner un poco de tu parte –respondió mi madre, y parecía realmente angustiada.
-También pensamos que habría que… mejorar la comunicación entre nosotros –añadió mi padre.
-¿Un psicólogo? –volví a preguntar.

¿Cómo os sentiríais vosotros si os dijeran que vais a ir a un psicólogo? A ellos va la gente con problemas, los que no son como los demás, los que son demasiado débiles para resolver sus problemas por sí mismos. Ir al psicólogo automáticamente te marca como alguien negativamente diferente. Eso pensaba yo cuando tenía dieciséis años. Miré a mis padres, con sus ojos casi suplicantes. ¿Necesitaba de verdad ayuda? Nunca me lo había planteado así. Siempre había pensado que mi situación era la normal, la de cualquier adolescente con problemas de autoestima y con poca relación con sus padres.

-Nos han hablado de uno muy bueno –argumentó mi madre-. Podrías ir un día y hacer la prueba.

Si os digo la verdad, acabé aceptando porque veía peligrar mi viaje a Londres. No es que tuviera la sensación de que mis padres me lo decían porque sólo quedaban tres días para el viaje y lo estuvieran usando como modo para presionarme, pero si aceptaba ir al psicólogo, tendrían que dejarme ir a Londres, y si no me dejaban, me negaría a ir al psicólogo.

Asentí con la cabeza, y les prometí que iría a la sesión de prueba cuando volviéramos de Londres. Puesto que aceptaron, comprendí para mi gran alivio que el viaje seguía en pie.

Quizás os estéis preguntando por qué he dicho antes que recordaré con tanta importancia ese momento. Pues bien, después de varios años sintiendo que mis padres no se preocupaban por mí, aquel abrazo fue una especie de punto de inflexión. Tal vez por una conjunción de circunstancias, la situación en mi casa a partir de aquello fue mejorando exponencialmente, y volví a sentir una clase de seguridad que hacía mucho que no sentía.

Cuando llegamos a la estación del tren que nos pondría rumbo a Londres, la mayoría de la gente de mi clase ya estaba allí. Bajé mi pequeña maleta llena de todo lo que iba a necesitar durante tres días del maletero del coche y respondí con la mano al efusivo saludo de Steph desde una de las puertas del tren.

-Me voy ya –anuncié a mis padres.

Mi madre se acercó y me besó en la mejilla.

-Pásalo bien –esbozó una sonrisa y mi padre la imitó.

Casi sin creerme ese cambio de actitud por su parte, me despedí y caminé hacia donde estaba Steph. Tenía la maleta en la mano y los ojos emocionados. Sin duda estaba esperándome para que entrásemos al tren a buscar los asientos en los que pasar la hora y media de viaje.

-Menos mal que has podido venir, me estaba preocupando al ver que no llegabas–me dijo mientras andábamos por el pasillo central del tren.
-Sabías perfectamente que me dejaban venir.
-Pero a lo mejor había surgido algún problema de última hora –señaló dos butacas libres y asentí con la cabeza.
-Te habría avisado –razoné.
-Es que estoy nerviosa.
-Lo sé.

Colocamos nuestras maletas –la suya considerablemente más voluminosa que la mía- en los compartimentos del techo y nos sentamos una enfrente de la otra, pues se trataba de cuatro asientos dos a dos con una mesa en el centro.

-En cualquier caso, tendrías a los chicos –comenté.
-Pero sin ti no sería lo mismo.
-Qué romántica eres cuando quieres –bromeé.

Stephanie rió con un ligero nerviosismo y yo sonreí ante su entusiasmo infantil.

-Te noto mejor –dijo mi amiga.
-¿Mejor de qué? ¿Y que cuándo?
-Mejor de… ánimo. Más alegre.
-Pues no sé.
-Sí, sí –me aseguró ella-. Se nota que la situación en tu casa ha mejorado mucho.
-Tampoco ha sido mucho.
-Al menos ahora le das los buenos días a tus padres.
-Antes también lo hacía –le di un golpe a mi Steph en la pierna y ella rió.
-Sabes a qué me refiero.

Miré por la ventanilla del tren inmóvil y vi que el profesor de historia estaba llegando a paso acelerado al andén con su maleta en la mano y una mochila colgada de un hombro.

-Por cierto, ¿y los chicos? –pregunté a Steph.
-Aún no han llegado.
-¿Nos echábais de menos? –la voz de Louis sonó a nuestro lado.

Mi amiga y yo giramos la cara y nos encontramos con cinco pares de ojos mirándonos con un deje de diversión. Siempre resulta interesante escuchar a alguien hablar de ti, pero el que ha hablado se muere de vergüenza, al menos en mi caso, y me puse colorada cual tomate bien maduro.

-Es que no podemos vivir sin vosotros –bromeó Steph con naturalidad.
-Ohhh –Harry se llevó las manos al corazón en gesto teatral.
-Sí, ya le he dicho que hoy está muy romántica –intervine, tratando de disimular mi bochorno.
-Es una pena que no nos hayáis guardado un hueco –comentó Zayn.
-Pues ya me dirás cómo encontramos unos asientos para siete –Steph alzó las cejas.
-Esto… -Louis se llevó la mano a la barbilla, como si estuviera reflexionando.
-¡Ya sé! –mi amiga sonrió de esa forma que indica que ha tenido una idea fantástica para salirse con la suya- Niall se viene con nosotras y vosotros cuatro os vais a esos asientos de ahí –señaló otro grupo de butacas.
-Me parece bien–Harry los empujó a todos hasta los asientos que Steph había propuesto… a todos menos a Niall.

El chico se quedó en mitad del pasillo mirándonos con aire dubitativo.

-No te vamos a comer –Steph puso su cara más encantadora.
-A lo mejor queréis matarme para llevaros todas mis barritas –Niall abrió su mochila y nos enseñó el cargamento que llevaba de barritas de chocolate.

Nosotras rompimos a reír, y me sentí verdaderamente contenta de estar a punto de hacer ese viaje.

-No somos tan violentas –Stephanie se hizo la ofendida.
-Eso espero –Niall nos guiñó un ojo y dejó su maleta junto a las nuestras, tras lo que se sentó al lado de mi amiga.

El hecho de que no se sentara a mi lado me decepcionó un poco, pero a lo largo del trayecto pude comprender que así el contacto visual era mucho mayor, y podía mirarlo –y él mirarme a mí- sin que fuera excesivamente descarado.

En cuanto Niall se sentó, el profesor de historia –también llamado el señor Jackson- asomó por el pasillo y empezó a pasar lista para ver quiénes faltaban por llegar. En ese vagón ya estábamos prácticamente todos, y escuché con atención por si Amber se había partido un dedo y no había podido ir, pero el presente que se escuchó cuando el señor Jackson pronunció su nombre desvaneció mis esperanzas.

-Por cierto, Niall, ¿al final cómo has hecho para que tus padres te firmen la autorización para venir? –pregunté, acordándome de que nos había comentado que al vivir sus padres en Irlanda quizás no podría ir al viaje.
-Bueno, me dijisteis que hablase con el director, y no ha habido problema –contestó, aunque en un tono claramente evasivo.

Me limité a asentir con la cabeza, recordando de pasada que Amber me había dicho que creía saber cosas de los chicos pero que en realidad no era así. Pensaba que sólo lo había dicho por envidia, pero… ¿quién sabe?

Cuando terminó de pasar lista, el profesor se sentó en uno de los asientos que quedaban a mis espaldas y sonó un aviso de que el tren saldría en unos pocos minutos, con lo que pegó un rebote en su sitio porque todavía faltaban dos chicos por llegar. Con creciente excitación, saqué la hoja con la planificación de los tres días de viaje y la volví a leer, aunque ya me la sabía de memoria. Era una excursión eminentemente turística, lo que en realidad suponía también un recorrido por los detalles históricos de la ciudad, con visita al British Museum incluida. No me importaba, en realidad. Lo que quería era hacer algo diferente rodeada de mis nuevos amigos y de Steph, y a eso era a lo que me disponía.

Noté que mi amiga me miraba.

-¿Qué? –le pregunté, guardando la planificación.
-Nada –se encogió de hombros.

Los dos chicos que faltaban pasaron a paso rápido por nuestro lado en busca de asiento, y me despistaron por un momento. Sin embargo, insistí.

-Dímelo.

-No es nada –una sonrisa ocupó su rostro, y Niall nos miró con atención-. Únicamente que tengo una apuesta que ganar. 

[Espero que os haya gustado aunque no haya tenido mucha acción. A partir de ahora, con el viaje a Londres, los capítulos serán más intensos. Por favor, comentad en el blog, mencionadme en twitter o ambas cosas, y seleccionad en las casillas de abajo la que más se ajuste a vuestra opinión. Muchas gracias por leer.]

miércoles, 12 de febrero de 2014

EN UN INSTANTE - Capítulo 11

Hay muchos días en los que tenemos momentos malos, pero luego la situación parece simplemente estabilizarse y todo vuelve a la calma y normalidad. Sin embargo, hay otros muchos días –o al menos los había en mi vida- en los que todo rueda cuesta abajo y las cosas van de mal en peor. Son días que parecen estar marcados con una cruz roja en el calendario, días en los que es mejor moverse lo menos posible para evitar llamar la atención, días que pasas esperando a que llegue el momento de irse a dormir para que acaben, pues es como si algo se hubiera alineado para simplemente dedicarse a fastidiarte.

En fin, esto viene porque aquel no era un día especialmente bueno para mí. No me hablaba con mis padres y la amenaza de cambiarme de instituto flotaba en mi mente. Pero eso no era todo, claro que no.

Steph y yo estábamos entrando en la clase –a la que la profesora aún no había llegado-, y yo me dirigía hacia mi sitio como siempre, pegada a la pared, haciéndome notar lo menos posible. No obstante, ese día había una pequeña diferencia que yo no noté, y si me hubiera dado cuenta de ella habría cambiado sin duda mi típica ruta.

¿Recordáis a Amber? Sí, la chica perfecta y consentida, la hija del director, la que tanto disfrutaba haciéndomelo pasar mal. Exacto, Amber. Pues bien, ese día debía de estar aburrida, porque se colocó estratégicamente sentada en lo alto de una de las mesas que daban al pasillo por el que yo caminaba. Estaba sentada allí como casualmente, y de la misma forma supuestamente casual, movía las piernas hacia delante y hacia detrás, alternando una con la otra, cual niña pequeña impaciente porque sabe que está a punto de recibir un caramelo.


Yo estaba mirando en dirección a los chicos, que seguían en sus asientos al final de la clase, y que conversaban entre ellos sin mirar lo que pasaba a su alrededor, así que no me fijé en que Amber estaba allí. Detrás de mí venía Steph, que creo que me estaba diciendo algo, pero sinceramente no sé qué era.

Entonces, Amber debió imprimir más fuerza a una de sus inocentes patadas porque de repente yo noté algo chocar contra mis piernas y, sin saber muy bien cómo, me encontré dando con la barbilla en el suelo. Me gustaría decir que alguien se acercó rápidamente a mí y me preguntó si estaba bien, pero lo único que escuché fueron unas risas. Bastantes risas. Debía parecer verdaderamente estúpida allí, tirada en el suelo del pasillo, bocabajo. Mentalmente me imaginé como algún animal marino estilo ballena fuera del agua, lo cual no me ayudó precisamente a sentirme mejor. Me incorporé torpemente, con ayuda de Steph, que me decía cosas pero tampoco sé de qué estaba hablándome. Quizás estaba fingiendo que no había pasado nada. Quizás estaba diciéndome en voz lo suficientemente alta que Amber era una imbécil malcriada. Lo único que sé es que al ponerme en pie, mi mirada se cruzó con la de Niall, y sentí más vergüenza de la que había sentido nunca –y creedme, había tenido motivos para sentir vergüenza-.

Ojalá las miradas matasen, porque estoy segura de que la mía habría acabado con Amber en una décima de segundo. También me habría valido que las leyes con respecto a matar a una persona no fueran tan estrictas, pero ni siquiera cuando al eliminar a esa persona le estás haciendo un bien a la humanidad te libras del castigo, así que no la maté allí mismo. Bueno, por eso y porque no tenía ni un cuchillo ni una pistola a mano.

Puede que no lo comprendáis, porque tal vez no compartáis mi opinión, pero para mí, caerse delante de mucha gente, o peor aún, que te tiren delante de mucha gente, es una de las cosas más humillantes que te pueden hacer. Es hacerte quedar a los pies de los demás, es emplear la fuerza para doblegarte, es despreciarte como si lo único que merecieses fuera que te lanzaran al suelo. Especialmente si entre los presentes está el chico que te gusta, ése que quieres que vea lo mejor que hay en ti, ése al que tus esperanzas te dicen que puedes llegar a gustarle.

Quizás os sorprenda, pero por un momento pensé que Niall, en lugar de quedarse en su silla actuando como si no hubiera pasado nada, se acercaría a nosotras y le diría algo a Amber. No sé, pero que me cogiera de la mano o que me invitara al estudio debería significar algo más que eso. Ah, si yo hubiera sabido... En fin, no os contaré el por qué de esa forma de actuar porque prefiero que lo descubráis en el momento en que yo lo hice. Al menos así entenderéis mejor mi reacción.

En cualquier caso, no le dije nada a Amber porque sabía que sólo conseguiría quedar en peor lugar, si bien mi odio visceral hacia ella aumentó aún más si era posible.

Pero, sorprendentemente, fue ella la que me habló, en un susurro, evitando que los demás la oyeran.

-Tus amiguitos... -señaló disimuladamente a los chicos- Todavía no te han contado por qué están aquí, ¿verdad? No sabes nada de ellos. Crees que lo sabes, pero no es así.

Mordí el anzuelo, tal y como ella quería. Y es por eso por lo que suelo no replicar a nada a menos que sea estrictamente necesario.

-¿Y tú sí? -pregunté, instintivamente también en voz baja.
-Yo sí -me sonrió con más autosuficiencia de la que había visto jamás en ella, y eso es ya es decir.

Me mordí la lengua, pensando en qué decirle, porque estaba segura de que era mentira. Estaba convencida de que lo decía para ponerme nerviosa, de que por una vez la soberbia Amber tenía envidia de alguien como yo.

Así que simplemente le respondí lo que pensaba de forma sincera.

-Al contrario que tú, yo tengo a mis amigos por cómo son. Yo no les pregunto más de lo que quieren decir, ni los selecciono dependiendo de si van a servir para mi beneficio propio o no.

Volví a darle una oportunidad para hundirme.

-No podrías seleccionarlos ni aunque quisieras, no es que haya demasiados candidatos, que digamos –me mostró una sonrisa incisiva.

Decidida a no darle más opciones para reírse de mí, me dí la vuelta y me fui a mi asiento. Escuché murmullos y risitas mientras me sentaba, pero ya me sentía tan mal que había dejado de importarme.

Por fin apareció la profesora, pero para seros sincera, no le presté ninguna atención a la clase. Me dediqué a dibujar círculos en la mesa, y ni siquiera respondí las veces que Steph intentó iniciar una conversación conmigo. Me sentía tan decaída que ni tenía ganas de pensar en cómo me sentía. Supongo que de todos modos podréis imaginarlo.

Durante el almuerzo, fijé la mirada en mi comida y no intenté integrarme en la conversación. Sí escuché con atención, pero nadie comentó nada de mi caída. Por algún motivo, eso me molestó. Sé que no tenía mucho sentido que estuviera molesta porque Niall no se había dignado a venir a ayudarme, pero al menos podrían preguntarme ahora cómo estaba. Pensé que era posible que fuera porque creían que haciendo como si no hubiera ocurrido nada yo me iba a sentir mejor, y en cierto modo quizás podría ser así, pero por otra parte que no dijeran nada sobre el tema me resultó bastante hiriente. Con un qué estúpida es Amber me habría conformado.

Estaba tirando distraídamente el contenido de mi bandeja en una de las muchas basuras repartidas por el comedor cuando Niall se acercó a mí. Me resultó curioso, pues antes de levantarme a tirar los desperdicios me había asegurado de que todos seguían comiendo, porque no me apetecía que ninguno viniera conmigo a dejar también su bandeja. Tenía ganas de estar sola, de hecho.

Intenté hacer como si no le hubiera visto y marcharme mientras él tiraba sus cosas, pero él me llamó por mi nombre y me pidió que le esperase.

-¿Qué? –pregunté, no de un humor especialmente bueno.

Niall me miró un momento antes de contestar.

-No parece que estés bien –dijo finalmente.
-No tengo ningún motivo para estarlo –repliqué.
-Sí que lo tienes.
-Ilumíname.
-Por ejemplo, yo me preocupo si veo que tú estás así.
-Me parece un argumento bastante egoísta –dije con mi más cínica sinceridad.
-A veces es más fácil hacer las cosas por los demás que por nosotros mismos.
-Creía que el filosófico del grupo era Zayn –me limité a contestar.
-Tengo mis momentos –Niall realizó un amago de sonrisa.

Eché a andar de vuelta a nuestra mesa, e intuí que el chico me seguía. A pesar de todo, el saber que Niall estaba ahí, siguiéndome, centrando su atención en mí, me provocó una sensación reconfortante. Lo cual no implica que no siguiera molesta.

-Además, tampoco ha sido…
-Si vas a decir para tanto, no sigas –le corté.

Él guardó silencio. Yo me di la vuelta, porque a pesar de todo pensaba que Niall merecía una explicación a mi mal humor. Al menos había ido, aunque tarde, a preguntarme cómo estaba.

-¿Sabes? Una vez no importa. Dos veces no son para tanto. Tres veces son soportables. A partir de cuatro, empiezas a cansarte. Y luego llega un momento en que la situación está tan tensa, que se rompe –dije, en un tono menos iracundo de lo que esperaba; más bien me escuché a mí misma cansada.
-¿Y hoy se ha roto? –sus ojos azules se clavaron en los míos.
-No –suspiré-. Sinceramente, no quiero saber qué pasará cuando eso ocurra.
-Ni yo tampoco –volvió a esbozar una sonrisa.

Más tranquila, como si estuviera algo más aliviada después del encuentro con Niall, llegué a la mesa e incluso intervine en algunas partes de la conversación. La mañana transcurrió sin más incidentes que las miradas burlonas de mis compañeros de clase, y hubo veces en las que prácticamente me olvidé de la amenaza de mis padres y de que el viaje a Londres podía peligrar.

Ah, parece absurdo lo fácil que se olvida cuando te sientes molesta hacia la persona que te gusta. Es ridículamente fácil, y para el final del día yo ya no podía seguir hablándole bruscamente a Niall. Tal vez mi subconsciente temía que si lo hacía, él acabaría enfadado y entonces no tendría remedio. Tal vez alguna otra parte de mí veía que era bastante irracional molestarse porque no hubiera venido a tenderme la mano para ayudarme a levantarme.


De vuelta a casa, Steph se mostró habladora de más, como siempre hacía cuando yo me sentía mal y ella no sabía exactamente cómo ayudarme. Llenaba el silencio con sus palabras, y en realidad se lo agradecí, porque al menos me daba otras cosas más tranquilas a las que dedicar mi atención. Sin embargo, mi atención se iluminó con farolillos rojos cuando, al llegar a casa, mis padres volvían a estar otra vez sentados en el agorero sillón de la entrada. 

[¿Qué os ha parecido? ¿Qué pensáis de Amber, y qué será eso que ella sabe de los chicos? Y, ¿por qué ella lo sabe? Si queréis y podéis, os agradecería que intentaráis contestar a estas preguntas en vuestro comentario -por favor, comentad aquí en el blog o mencionadme en twitter, o ambas cosas-. Seleccionad también en las casillas de abajo lo que os ha parecido el capítulo, gracias. Si leéis, hacedme saber que existís, que eso a mí me alegra los días. Gracias por leer.]