I
Ayleen espera de espaldas a la entrada de la residencia. No ha sido capaz de entrar de nuevo desde que empaquetó sus cosas y se marchó de allí, y no entiende cómo Natasha ha podido quedarse. Quizás sea porque la vida de Natasha ya estaba allí, en esa residencia, mientras que la de Ayleen estaba empezando a asentarse cuando lo único que verdaderamente la ataba a ese lugar dejó de existir. Cuatro meses después de la muerte de Derek todavía le duele, todavía piensa en él, y no cree que eso vaya a cambiar nunca.
Una mano se posa delicadamente sobre el hombro de Ayleen, y la chica se da la vuelta. Frente a sí tiene a Natasha y a Connor. Esboza una pequeña sonrisa porque verdaderamente se alegra de que vuelvan a ser amigos, pero al pensar que tal vez eso sólo haya sido posible porque Derek no está le produce una punzada de dolor, y su expresión se vuelve seria de nuevo.
Los tres echan a andar, y durante un rato caminan en silencio.
-¿Cómo te va en el piso, Ayleen? –pregunta Connor.
-Bueno, no puedo quejarme. Os echo bastante de menos, pero mis compañeras me tratan bien. ¿Y a vosotros en la residencia?
Natasha y Connor se miran con un brillo de complicidad en los ojos. La muchacha morena alza las cejas y Connor se muerde el labio inferior.
-¿Qué pasa? –Ayleen los mira al uno y al otro intermitentemente.
-Vamos, díselo –le insta Natasha.
El joven de ojos azules frunce los labios, como debatiéndose internamente por algo.
-¡Bah, ya se lo digo yo! –Natasha para de andar y mira a Ayleen con expresión grave- Connor está…
-… empezando a salir con alguien –termina la frase él mismo.
-Vaya –Ayleen sonríe-. Contadme, ¿la conozco?, ¿cómo se llama? ¿Qué hace?
Y durante todo el camino hasta la cafetería, le cuentan. Andrea, se llama, y estudia Derecho en la misma clase que Connor y Natasha. Ayleen sonríe y se intenta mostrar entusiasmada ante lo que su amigo le cuenta, pero le cuesta. No sólo le cuesta por el sencillo y egoísta motivo de que eso implique perder a una parte de su amigo, que ahora estará centrado en la tal Andrea, sino que sobre todo le resulta duro escuchar hablar de cómo otra persona ha encontrado a alguien con quien estar, cuando ella ha perdido al chico del que estaba enamorada. Cuando ella ha perdido la ilusión en las parejas, y en un futuro con alguien, porque no cree que sea capaz de volver a confiar en las historias de amor y en los finales felices. Al menos no en mucho tiempo.
-Pero bueno, aún estamos empezando, no es nada oficial…
-Me alegro mucho por ti, Connor, de verdad –Ayleen se pasa una mano por el pelo, revolviéndoselo-. ¿Y tú, Natasha? ¿Cómo va la cosa con Axel?
-Nos estamos tomando las cosas con calma, ya sabes…
-Una tortuga tomándose las cosas con calma es más rápida que vosotros dos –bromea Connor.
Los labios de Natasha se curvan en una sonrisa, algo tampoco demasiado usual para ella. Por suerte tienen a Connor. Al principio, justo después de la muerte de Derek, cuando Ayleen decidió irse para seguir estudiando en un piso, solían quedar Natasha y ella, y sus reuniones, para qué negarlo, eran bastante depresivas. Entonces llegó Connor, a quien realmente la muerte de Derek le afectó, para qué mentir, por lo mal que lo estaban pasando Ayleen y Natasha. Para él no era lo mismo. No era la misma clase de dolor, de rabia, de impotencia, de asfixia. De modo que instauraron esas salidas, sólo ellos tres, con Connor como salvavidas, como bromista cuando es el momento adecuado. Como por acuerdo tácito, no se nombra a Derek cuando quedan, pero él está allí, todos piensan en él. Sin embargo, hoy, ese acuerdo se rompe.
-¿Y tú, Ayleen?
-Yo, ¿qué?
Han llegado a la heladería y se sientan en la única mesa libre que hay, una para cuatro personas.
-Que si hay alguien por ahí que…
-Estás de coña, ¿no? –lo mira con incredulidad, y después sus ojos buscan los de Natasha, esperando que desapruebe lo que Connor acaba de sugerir.
-Ayleen… -Natasha suspira- A mí no me importaría. Y creo que él te diría lo mismo. No estarías faltando a su memoria, sólo estarías…
-Por favor, por favor –Ayleen cierra los ojos-. Dejadlo. Yo le quería. Y tardé mucho menos en enamorarme de lo que voy a tardar en olvidarle. Todavía le quiero. Y no podría… no puedo…
-Lo siento. No debería haber preguntado.
-Yo me alegro de que lo hayas hecho –dice Natasha-. En algún momento quería que Ayleen supiera que cuando decida empezar algo con alguien, la apoyaré.
-Si lo decido –la corrige la pelirroja.
-Ayleen, la vida sigue adelante, con o sin nuestro consentimiento… Pero si es con nuestro consentimiento, será mejor. Quizás no más fácil, pero mejor.
Ahí está. La joven cuyo novio la maltrató, cuyo hermano murió, la chica que conocía a Derek desde que nació y que posiblemente le quisiera más de lo que ya Ayleen jamás sería capaz de quererle, animándola a ella, a Ayleen, dándole consejos sobre la vida y transmitiéndole su fuerza. Eso sí es ser fuerte.
-Natasha, eres la persona más valiente que he conocido en toda mi vida –sentencia Ayleen, provocando a su amiga una pequeña sonrisa.
En ese momento llega, muy oportunamente, el camarero, un tipo joven y bastante atractivo que siempre que van les atiende con un poco más de la atención estrictamente necesaria, y les pregunta si van a querer lo de siempre.
Ayleen asiente, pero luego cambia de idea, mira la carta, y selecciona un café al azar. Quizás nunca sea tarde para cambiar un poco.
II
Ese mismo día, está atardeciendo cuando Ayleen va en el autobús de vuelta a su piso, y no deja de pensar en Derek. Ha pasado tiempo, ya no es lo mismo, ya no se ahoga cada vez que piensa en él, ya ha empezado a aceptar que las cosas son así, y e incluso a veces, sólo a veces, es capaz de sonreír al recordar algún momento que vivieron juntos. Qué desgarradora es la vida, que en un instante se nos escapa de las manos, sin avisar, sin dar tiempo a despedidas, ni a dejar tras de ti unas últimas palabras dignas de recordar. Que a algunos no los abandona cuando lo desean, y a otros se les va antes de que sepan siquiera lo que es vivir.
Ayleen mira por la ventana del autobús, y ve acercarse cada vez más Millenium Park. A ella todavía le faltan un par de paradas, pero antes de ser casi consciente de ello, ya está en pie y camino de la puerta del autobús cuando éste para.
Hay gente entrando y saliendo del parque –sobre todo saliendo-, y la muchacha reproduce en su mente cuando Derek la llevó allí por la noche, y tuvieron el Haba sólo para ellos.
“A veces hay turistas incluso por la noche. Hoy hemos tenido suerte”, le había dicho Derek. Hoy es uno de esos días en los que el flujo de turistas no parece tener fin, aunque quizás sea mejor así. Cuando fue con Derek, quería tener el mundo para ellos dos solos, pero ahora prefiere huir de la soledad, porque no tiene a Derek para compartirla con él.
Camina tranquilamente hasta el Haba, como hicieron aquel día, y observa en ella su reflejo, acompañado de los rascacielos de fondo y de la luz rojiza del atardecer. No sólo se ve a sí misma, sino que ve también a toda la gente que pasa por allí y que se mira también, quizás, como ella, buscando ver a alguien a quien nunca encontrarán. No está sola, claro que no. El mundo está lleno de gente, gente a la que irá conociendo a lo largo de su vida, gente que entrará en ella y que luego se irá, y otra que se quedará para siempre. El problema es que ella quería que Derek fuera una de esas personas que se quedara. Tal vez, en el fondo, ellos dos nunca estuvieron hechos para estar juntos.
Ayleen va hacia la parte interior de la escultura y se sienta en el mismo sitio donde se sentó la vez que fue con él. Justo en ese momento no hay nadie allí dentro, y puede verse mil veces a sí misma. Una extraña calma se apodera de ella. Derek no murió heroicamente, ni tras una larga lucha con una enfermedad, ni haciendo algo que le gustaba especialmente, ni por ningún motivo que le honrase. Simplemente, murió. Como mueren la mayoría de las personas. Pero eso ya no importa. Ahora lo que para Ayleen importa es que hay gente que le echa de menos, gente que le recuerda. El único sentido que tiene la vida es hacer más felices a los demás, dejar una huella imborrable en sus vidas, y Derek dejó varias de esas. Es cierto que no era perfecto, ¿quién lo es? Pero quería a su hermana, y ahora ella es una persona más fuerte. Y fue el primer amor de Ayleen. La muchacha nunca se había enamorado de la forma en que lo hizo con Derek, y no sabe si volverá a sentir algo así alguna vez, pero se siente agradecida de que al menos tuvo la oportunidad de vivirlo, aunque durara poco. Aunque la última conversación que tuvieran fuera una pelea, porque ella pudo decirle que le quería antes de que muriera, y de alguna forma, Derek se las arregló para decírselo también a ella con ese mensaje de voz.
En ese instante, Ayleen casi siente latir el tatuaje de la base de su espalda, a pesar de que se lo hizo un mes atrás. Le resulta casi imposible verlo se mire como se mire en el espejo, pero no le importa, porque tiene cada línea de ese dibujo grabada en su memoria. Unas runas entrelazadas a la luna, de la que tantas veces Derek y ella fueron testigos. El último boceto del libro de tatuajes de él, ese que Derek ya nunca podría hacerse. Ayleen apoya la cabeza en la superficie reflectante del Haba. Tal vez sea absurdo, pensar que lleva a Derek consigo sólo por unas líneas de tinta negra en su espalda, pero quiere mostrarlo, quiere llevar por fuera, como lo lleva por dentro, esa huella que Derek dejó en ella, quiere recordar siempre que estuvo enamorada de él y que fue feliz, aunque algún día encuentre a otra persona, aunque algún día tenga una familia y Derek no forme parte de esa familia, siempre formará parte de ella.
Ayleen cierra los ojos y por unos segundos casi le siente a su lado, su cálida pierna rozando la de ella. Todo irá bien, puede prácticamente oírle susurrar. Ya no duele tanto, y se pregunta si algún día dejará de doler completamente. No quiere que duela. Quiere recordar los momentos felices, porque eso es al fin y al cabo todo lo que tenemos en la vida: momentos. No hay que quedarse con el último, ni con el peor, ni tampoco con el mejor. Hay que rememorar todos y cada uno de ellos, los intermedios, las risas sin sentido, los besos, las palabras susurradas al oído, las lágrimas, los suspiros. Y entonces una frase pasa por su mente, fugaz, casi tan fugaz como cuando fue pronunciada. Una leve sonrisa cruza sus labios. El propio Derek lo dijo, después de ver con ella una película de la que Ayleen ya no se acuerda, porque lo importante en aquel momento eran sus labios, sus palabras. Derek dijo: Que una historia no acabe bien no quiere decir que no fuese bonita.
Y tiene razón.
FIN
[Se acabó, y me gustaría deciros algo. Sé que me arriesgué con esta historia, porque es la primera que no es fanfic, y que no conseguí hacerla bien y enganchar a la gente, y que la gente ha dejado de leerme progresivamente a lo largo de los capítulos (en lo que supongo que también tiene algo que ver que no suba casi nunca por falta de tiempo). Por eso quiero agradecer el doble, el triple que de costumbre a las que seguís aquí que habéis leído hasta el final. Sé también que posiblemente haya sido un final que no os haya gustado, pero espero que tengáis en cuenta precisamente la última frase de este capítulo. En fin, por último deciros que mis intenciones son seguir escribiendo. No sé cómo de frecuentemente, pero una idea se está empezando a formar en mi mente, y no, no tengo planeado dejar de escribir en los próximos tiempos. Gracias de veras una vez más,y por favor, os pido hoy especialmente que si habéis leído comentéis, aunque sea sólo un par de palabras (si puede ser más, mejor, ya sabéis), para hacerme saber que estáis ahí. Vuestros comentarios son mis motivos para sonreír. Os quiero, y feliz año nuevo.
Ana.]