miércoles, 31 de diciembre de 2014

TESTIGOS DE LA LUNA - Capítulo 34 (ÚLTIMO CAPÍTULO)

I

Ayleen espera de espaldas a la entrada de la residencia. No ha sido capaz de entrar de nuevo desde que empaquetó sus cosas y se marchó de allí, y no entiende cómo Natasha ha podido quedarse. Quizás sea porque la vida de Natasha ya estaba allí, en esa residencia, mientras que la de Ayleen estaba empezando a asentarse cuando lo único que verdaderamente la ataba a ese lugar dejó de existir. Cuatro meses después de la muerte de Derek todavía le duele, todavía piensa en él, y no cree que eso vaya a cambiar nunca.

Una mano se posa delicadamente sobre el hombro de Ayleen, y la chica se da la vuelta. Frente a sí tiene a Natasha y a Connor. Esboza una pequeña sonrisa porque verdaderamente se alegra de que vuelvan a ser amigos, pero al pensar que tal vez eso sólo haya sido posible porque Derek no está le produce una punzada de dolor, y su expresión se vuelve seria de nuevo. 

Los tres echan a andar, y durante un rato caminan en silencio.

-¿Cómo te va en el piso, Ayleen? –pregunta Connor.
-Bueno, no puedo quejarme. Os echo bastante de menos, pero mis compañeras me tratan bien. ¿Y a vosotros en la residencia?

Natasha y Connor se miran con un brillo de complicidad en los ojos. La muchacha morena alza las cejas y Connor se muerde el labio inferior.

-¿Qué pasa? –Ayleen los mira al uno y al otro intermitentemente.
-Vamos, díselo –le insta Natasha.

El joven de ojos azules frunce los labios, como debatiéndose internamente por algo.

-¡Bah, ya se lo digo yo! –Natasha para de andar y mira a Ayleen con expresión grave- Connor está…
-… empezando a salir con alguien –termina la frase él mismo.
-Vaya –Ayleen sonríe-. Contadme, ¿la conozco?, ¿cómo se llama? ¿Qué hace?

Y durante todo el camino hasta la cafetería, le cuentan. Andrea, se llama, y estudia Derecho en la misma clase que Connor y Natasha. Ayleen sonríe y se intenta mostrar entusiasmada ante lo que su amigo le cuenta, pero le cuesta. No sólo le cuesta por el sencillo y egoísta motivo de que eso implique perder a una parte de su amigo, que ahora estará centrado en la tal Andrea, sino que sobre todo le resulta duro escuchar hablar de cómo otra persona ha encontrado a alguien con quien estar, cuando ella ha perdido al chico del que estaba enamorada. Cuando ella ha perdido la ilusión en las parejas, y en un futuro con alguien, porque no cree que sea capaz de volver a confiar en las historias de amor y en los finales felices. Al menos no en mucho tiempo.

-Pero bueno, aún estamos empezando, no es nada oficial… 
-Me alegro mucho por ti, Connor, de verdad –Ayleen se pasa una mano por el pelo, revolviéndoselo-. ¿Y tú, Natasha? ¿Cómo va la cosa con Axel?
-Nos estamos tomando las cosas con calma, ya sabes…
-Una tortuga tomándose las cosas con calma es más rápida que vosotros dos –bromea Connor.

Los labios de Natasha se curvan en una sonrisa, algo tampoco demasiado usual para ella. Por suerte tienen a Connor. Al principio, justo después de la muerte de Derek, cuando Ayleen decidió irse para seguir estudiando en un piso, solían quedar Natasha y ella, y sus reuniones, para qué negarlo, eran bastante depresivas. Entonces llegó Connor, a quien realmente la muerte de Derek le afectó, para qué mentir, por lo mal que lo estaban pasando Ayleen y Natasha. Para él no era lo mismo. No era la misma clase de dolor, de rabia, de impotencia, de asfixia. De modo que instauraron esas salidas, sólo ellos tres, con Connor como salvavidas, como bromista cuando es el momento adecuado. Como por acuerdo tácito, no se nombra a Derek cuando quedan, pero él está allí, todos piensan en él. Sin embargo, hoy, ese acuerdo se rompe.

-¿Y tú, Ayleen? 
-Yo, ¿qué?

Han llegado a la heladería y se sientan en la única mesa libre que hay, una para cuatro personas.

-Que si hay alguien por ahí que…
-Estás de coña, ¿no? –lo mira con incredulidad, y después sus ojos buscan los de Natasha, esperando que desapruebe lo que Connor acaba de sugerir.
-Ayleen… -Natasha suspira- A mí no me importaría. Y creo que él te diría lo mismo. No estarías faltando a su memoria, sólo estarías…
-Por favor, por favor –Ayleen cierra los ojos-. Dejadlo. Yo le quería. Y tardé mucho menos en enamorarme de lo que voy a tardar en olvidarle. Todavía le quiero. Y no podría… no puedo…
-Lo siento. No debería haber preguntado.
-Yo me alegro de que lo hayas hecho –dice Natasha-. En algún momento quería que Ayleen supiera que cuando decida empezar algo con alguien, la apoyaré.
-Si lo decido –la corrige la pelirroja.
-Ayleen, la vida sigue adelante, con o sin nuestro consentimiento… Pero si es con nuestro consentimiento, será mejor. Quizás no más fácil, pero mejor.

Ahí está. La joven cuyo novio la maltrató, cuyo hermano murió, la chica que conocía a Derek desde que nació y que posiblemente le quisiera más de lo que ya Ayleen jamás sería capaz de quererle, animándola a ella, a Ayleen, dándole consejos sobre la vida y transmitiéndole su fuerza. Eso sí es ser fuerte.

-Natasha, eres la persona más valiente que he conocido en toda mi vida –sentencia Ayleen, provocando a su amiga una pequeña sonrisa. 

En ese momento llega, muy oportunamente, el camarero, un tipo joven y bastante atractivo que siempre que van les atiende con un poco más de la atención estrictamente necesaria, y les pregunta si van a querer lo de siempre.

Ayleen asiente, pero luego cambia de idea, mira la carta, y selecciona un café al azar. Quizás nunca sea tarde para cambiar un poco.



II

Ese mismo día, está atardeciendo cuando Ayleen va en el autobús de vuelta a su piso, y no deja de pensar en Derek. Ha pasado tiempo, ya no es lo mismo, ya no se ahoga cada vez que piensa en él, ya ha empezado a aceptar que las cosas son así, y e incluso a veces, sólo a veces, es capaz de sonreír al recordar algún momento que vivieron juntos. Qué desgarradora es la vida, que en un instante se nos escapa de las manos, sin avisar, sin dar tiempo a despedidas, ni a dejar tras de ti unas últimas palabras dignas de recordar. Que a algunos no los abandona cuando lo desean, y a otros se les va antes de que sepan siquiera lo que es vivir. 

Ayleen mira por la ventana del autobús, y ve acercarse cada vez más Millenium Park. A ella todavía le faltan un par de paradas, pero antes de ser casi consciente de ello, ya está en pie y camino de la puerta del autobús cuando éste para.

Hay gente entrando y saliendo del parque –sobre todo saliendo-, y la muchacha reproduce en su mente cuando Derek la llevó allí por la noche, y tuvieron el Haba sólo para ellos. 

“A veces hay turistas incluso por la noche. Hoy hemos tenido suerte”, le había dicho Derek. Hoy es uno de esos días en los que el flujo de turistas no parece tener fin, aunque quizás sea mejor así. Cuando fue con Derek, quería tener el mundo para ellos dos solos, pero ahora prefiere huir de la soledad, porque no tiene a Derek para compartirla con él.

Camina tranquilamente hasta el Haba, como hicieron aquel día, y observa en ella su reflejo, acompañado de los rascacielos de fondo y de la luz rojiza del atardecer. No sólo se ve a sí misma, sino que ve también a toda la gente que pasa por allí y que se mira también, quizás, como ella, buscando ver a alguien a quien nunca encontrarán. No está sola, claro que no. El mundo está lleno de gente, gente a la que irá conociendo a lo largo de su vida, gente que entrará en ella y que luego se irá, y otra que se quedará para siempre. El problema es que ella quería que Derek fuera una de esas personas que se quedara. Tal vez, en el fondo, ellos dos nunca estuvieron hechos para estar juntos. 

Ayleen va hacia la parte interior de la escultura y se sienta en el mismo sitio donde se sentó la vez que fue con él. Justo en ese momento no hay nadie allí dentro, y puede verse mil veces a sí misma. Una extraña calma se apodera de ella. Derek no murió heroicamente, ni tras una larga lucha con una enfermedad, ni haciendo algo que le gustaba especialmente, ni por ningún motivo que le honrase. Simplemente, murió. Como mueren la mayoría de las personas. Pero eso ya no importa. Ahora lo que para Ayleen importa es que hay gente que le echa de menos, gente que le recuerda. El único sentido que tiene la vida es hacer más felices a los demás, dejar una huella imborrable en sus vidas, y Derek dejó varias de esas. Es cierto que no era perfecto, ¿quién lo es? Pero quería a su hermana, y ahora ella es una persona más fuerte. Y fue el primer amor de Ayleen. La muchacha nunca se había enamorado de la forma en que lo hizo con Derek, y no sabe si volverá a sentir algo así alguna vez, pero se siente agradecida de que al menos tuvo la oportunidad de vivirlo, aunque durara poco. Aunque la última conversación que tuvieran fuera una pelea, porque ella pudo decirle que le quería antes de que muriera, y de alguna forma, Derek se las arregló para decírselo también a ella con ese mensaje de voz. 

En ese instante, Ayleen casi siente latir el tatuaje de la base de su espalda, a pesar de que se lo hizo un mes atrás. Le resulta casi imposible verlo se mire como se mire en el espejo, pero no le importa, porque tiene cada línea de ese dibujo grabada en su memoria. Unas runas entrelazadas a la luna, de la que tantas veces Derek y ella fueron testigos. El último boceto del libro de tatuajes de él, ese que Derek ya nunca podría hacerse. Ayleen apoya la cabeza en la superficie reflectante del Haba. Tal vez sea absurdo, pensar que lleva a Derek consigo sólo por unas líneas de tinta negra en su espalda, pero quiere mostrarlo, quiere llevar por fuera, como lo lleva por dentro, esa huella que Derek dejó en ella, quiere recordar siempre que estuvo enamorada de él y que fue feliz, aunque algún día encuentre a otra persona, aunque algún día tenga una familia y Derek no forme parte de esa familia, siempre formará parte de ella.

Ayleen cierra los ojos y por unos segundos casi le siente a su lado, su cálida pierna rozando la de ella. Todo irá bien, puede prácticamente oírle susurrar. Ya no duele tanto, y se pregunta si algún día dejará de doler completamente. No quiere que duela. Quiere recordar los momentos felices, porque eso es al fin y al cabo todo lo que tenemos en la vida: momentos. No hay que quedarse con el último, ni con el peor, ni tampoco con el mejor. Hay que rememorar todos y cada uno de ellos, los intermedios, las risas sin sentido, los besos, las palabras susurradas al oído, las lágrimas, los suspiros. Y entonces una frase pasa por su mente, fugaz, casi tan fugaz como cuando fue pronunciada. Una leve sonrisa cruza sus labios. El propio Derek lo dijo, después de ver con ella una película de la que Ayleen ya no se acuerda, porque lo importante en aquel momento eran sus labios, sus palabras. Derek dijo: Que una historia no acabe bien no quiere decir que no fuese bonita.

Y tiene razón. 


FIN

[Se acabó, y me gustaría deciros algo. Sé que me arriesgué con esta historia, porque es la primera que no es fanfic, y que no conseguí hacerla bien y enganchar a la gente, y que la gente ha dejado de leerme progresivamente a lo largo de los capítulos (en lo que supongo que también tiene algo que ver que no suba casi nunca por falta de tiempo). Por eso quiero agradecer el doble, el triple que de costumbre a las que seguís aquí que habéis leído hasta el final. Sé también que posiblemente haya sido un final que no os haya gustado, pero espero que tengáis en cuenta precisamente la última frase de este capítulo. En fin, por último deciros que mis intenciones son seguir escribiendo. No sé cómo de frecuentemente, pero una idea se está empezando a formar en mi mente, y no, no tengo planeado dejar de escribir en los próximos tiempos. Gracias de veras una vez más,y por favor, os pido hoy especialmente que si habéis leído comentéis, aunque sea sólo un par de palabras (si puede ser más, mejor, ya sabéis), para hacerme saber que estáis ahí. Vuestros comentarios son mis motivos para sonreír. Os quiero, y feliz año nuevo.

Ana.]

sábado, 6 de diciembre de 2014

TESTIGOS DE LA LUNA - Capítulo 33.

[Pulsad en los dos hipervínculos en rosa si queréis escuchar las canciones que he puesto para mientras leéis (el primero está en el I del principio y el segundo en el "bip"), y espero que os guste el capítulo]

I

Los ojos de Ayleen están fijos en la ventana, aunque en realidad no ven nada. Hace un día estúpidamente soleado, sin una sola nube que impida ver el cielo, como recordándole que el mundo sigue, ignorando el dolor ajeno.

Cada vez que suena el teléfono, cada vez que tocan a su puerta, Ayleen piensa que será él. Que ha vuelto. Que nunca se ha ido. Y cada una de las veces, cuando no es su voz la que escucha al otro lado del teléfono, cuando no son sus ojos negros los que encuentra al abrir la puerta, cada vez la realidad la invade de nuevo, la golpea, se la lleva a un lugar donde se asfixia, y no puede respirar, y siente una presión en la garganta que le impide incluso llorar. Después, después entra en un estado de inconsciencia en que sólo está a medias, en que no siente ni escucha nada, hasta que el final, cuando cierra los ojos, esa fuerza que la ahoga libera un poco la presión, pero sólo lo suficiente para que por fin pueda llorar, llorar hasta que se queda sin lágrimas y todo el ciclo empieza de nuevo. Y así desde hace dos interminables e insufribles días. Quiere gritar, pero no tiene ni voz ni fuerzas para hacerlo. Quiere volver atrás, a cuando estaba tumbada a su lado, sintiendo el latido del corazón de Derek bajo su mano, a cuando le dijo que le quería, para desdecirlo. Si no lo hubiera dicho, no se habrían peleado. Si se hubiera callado, si tan sólo hubiera dejado las cosas como estaban, si no le hubiera pedido que se fuera... Derek estaría vivo. Y es culpa suya, es culpa suya, no deja de repetirse que es culpa suya. "Bien" fue lo último que se dijeron el uno al otro. Una pelea fue la última conversación que tuvieron. La última. No habrá otra. Se acabó.

El proceso empieza una vez más. Comienza a faltarle el aire, y Ayleen lucha por respirar, pero no puede, se ahoga. Connor le acaricia el pelo y le susurra palabras que ella no llega a entender. Se balancea hacia delante y detrás entre los brazos de su amigo. Quiere a Derek. Le quiere. Y ahora no sólo sabe que él no llegó a sentir eso por ella, sino que nunca lo sentirá, que ya no hay un nosotros por el que luchar. Que ya no hay nada, nada.


II

Durante la cena, la residencia está sumida en un mutismo más que inusual. Seguramente Derek no les cayera bien a todos, pero por empatía, por respeto, o por contagio, nadie habla. Sin embargo, la mesa de Ayleen y Natasha está especialmente silenciosa. De toda la gente de la residencia, la una es la que mejor puede entender a la otra, y por una vez Connor, Hugo, Hayley y Marcus comparten mesa con Natasha, Axel y Spike. Axel mira a Natasha y le repite una vez más que tiene que comer algo, un poco, pero ella niega con la cabeza. Lleva dos días en los que baja a cada comida porque Axel la saca de su cuarto y la lleva gentilmente de la mano, porque se deja llevar como una muñeca que ha perdido la vida y lo único que consigue es mantenerse en pie. Pero no come, por mucho que Axel se lo pida.

-Natasha... -están en la puerta del dormitorio de ella.

La joven gira levemente la cabeza, como si no estuviera segura de que le están hablando a ella.

-Tienes que cuidarte, no puedes...
-¿Para qué, eh? -su voz suena angustiada- ¿Para qué? Me he quedado sola, sola...
-Eso no es verdad.
-¿Qué más da? Por mucho que me lo repitas no voy a comer, no puedo, es que no puedo. Y si eras su amigo, deberías estar sufriendo por él antes que vigilando lo que hago y lo que no.

Axel aprieta los dientes. Sabe que está desesperada, frustrada, cansada, que tiene una situación a sus espaldas que poca gente es capaz de soportar, y que está luchando por salir adelante. Pero su lucha es como intentar sacar los pies del barro, cada vez que lo intenta acaba más y más hundida.

-Pues claro que era su amigo. Pero la vida es de los vivos, y que tú te abandones a ti misma no va a cambiar nada.

Natasha lo mira, furiosa. 

-Voy a hacer la maleta para el entierro. Si piensas venir, deberías hacer lo mismo.

Saca la tarjeta de su habitación y entra, dejando fuera a Axel. Le duele verla así y le duelen sus palabras, pero no puede enfadarse con ella, y menos todavía en esta situación. Por muy egocéntrico que pueda sonar, sabe que Natasha le necesita, porque necesita ver que no esta sola. Es posible que, en cierto modo, esa sea la forma que Axel tiene de esquivar el sufrimiento por su amigo: intentando cuidar de su hermana tal y como Derek le pidió. Y piensa hacerlo. Piensa cuidar de ella pase lo que pase.


III

Ayleen guarda un vestido negro en la bolsa de viaje. No se lo ha puesto desde que llegó a Chicago, y ahora se arrepiente de que Derek no la viera con él, porque está segura de que esas mangas de encaje le gustarían.

Probablemente la rodearía por la cintura, la atraería hacia sí y le susurraría al oído lo sexy que estaba. Parece apropiado para su entierro, pues, y además tampoco tiene nada negro que ponerse para la ocasión. Un funeral no estaba precisamente entre sus planes ese año. 

Ayleen se sienta en la silla del escritorio para recuperar el aire que ya ha empezado a faltarle. Quizás aunque no hubiera tenido ese accidente, los brazos de él nunca hubieran vuelto a rodearla, quizás estaba tan enfadado con ella, o tan asustado del amor, que nada entre ellos hubiera vuelto a ser lo mismo. Pero lo preferiría, claro que sí, preferiría que estuviera vivo pero lejos de ella a saber que el mundo de ha acabado para él.

Llorar es absurdo, se dice a sí misma mientras intenta evitar que las lágrimas escapen de sus ojos. No tiene sentido, no va a cambiar nada, no puede hacerla sentir mejor porque nada puede hacerla sentir mejor. Llorar es absurdo, pero el llanto vuelve a apoderarse de ella una vez más. 

La pantalla del teléfono de Ayleen se ilumina, y la muchacha mira quién está llamando, otra vez con la estúpida esperanza de que sea Derek. Pero no, son sus padres. No puede contestar al teléfono así, llorando e incapaz de pronunciar una palabra coherente, especialmente porque sus padres siguen sin saber nada de lo que ha pasado. Ni siquiera les habló nunca de la existencia de Derek, ni tampoco les ha dicho que va a irse de Chicago dos días para ir al entierro de él en su ciudad natal. Una vocecita en su cabeza le dice que tal vez si se lo contase a sus padres podría desahogarse, pero no se ve capaz de hacerlo. De modo que espera a que la llamada se agote, y cuando empieza a poder respirar otra vez, se levanta para terminar de preparar su bolsa de viaje.

Entonces llaman a la puerta, y al abrir, Ayleen se encuentra a Natasha con el móvil en la mano. Su corazón da un vuelco ante la sensación de déjà-vu, pero esta vez no parece que la joven morena traiga malas noticias. No peores de las que ya hay, al menos.

-¿Puedo pasar? –dice Natasha.
-Claro.

Ayleen se hace a un lado para que su amiga entre a la habitación, tras lo cual cierra la puerta. Natasha se sienta en la cama, cansada, y Ayleen se queda apoyada en la pared. 

-¿Cómo estás? –pregunta la pelirroja.
-Tú sabes la respuesta a esa pregunta tan bien como yo –esboza una sonrisa triste.

Guardan silencio un momento, cada una pensando en el vacío de su interior. La mirada de Natasha acaba posándose en el equipaje de Ayleen.

-¿Todo listo?

Ella asiente con la cabeza.

-Aunque sigo sin saber qué explicación voy a darle a tus padres de quién soy… porque supongo que no les habrá hablado de mí.

Natasha niega con la cabeza.

-Derek no es el tipo de personas que suelen hablar de su vida… era –se corrige, al darse cuenta de que ha hablado de él en presente, y cierra los ojos un segundo con una mueca de dolor-. Pero te aseguro que el simple hecho de que vayas ya les hará ver que eras importante para él. 
-O simplemente que él era importante para mí –susurra Ayleen.
-Por eso he venido –Natasha alza las cejas como si acabara de acordarse de por qué está allí, y luego muestra el teléfono que sostiene en sus manos-. Con todo lo que ha pasado, ha estado llamándome mucha gente, y no había visto… no había visto el mensaje hasta hoy. En fin, creo que tú también deberías escucharlo. 

Le tiende el teléfono móvil y Ayleen lo coge, sin estar muy segura de qué está hablando Natasha. En la pantalla del móvil pone que pulse la tecla verde para escuchar un mensaje de voz. 

-Ya me lo darás cuando termines –Natasha se levanta antes de que Ayleen pueda pulsar, y sale de la habitación con un suspiro. 

Ayleen mira el móvil, aterrorizada. No sabe qué va a escuchar, ni si quiere escucharlo. Pero pulsa la tecla verde y espera.




Hola Naty. Supongo que estás con mamá y por eso no contestas, pero… necesito hablar con alguien y ya que tú no estás disponible, tu contestador automático tampoco me parece tan mala opción. Ayleen y yo nos hemos peleado, pero peleado de verdad, y es la primera vez que nos pasa y ahora no sé qué hacer. No me vendría mal algún consejo femenino. Ha sido una tontería, ¿sabes? Estábamos bien, y de repente me ha dicho que me quiere. Nunca nadie me lo había dicho antes, y no he sabido cómo reaccionar. Ha sido una estupidez, porque me he quedado callado, sin más, cuando una parte de mí se moría por decirle que yo también la quiero. Pero es que no lo sé, no sé lo que siento, sólo sé que nunca antes me había pasado algo así con una chica, nunca había querido andar por la calle de la mano de alguien, o simplemente pasar horas hablando, o incluso en silencio, y es una tontería pero me da miedo porque no lo entiendo. Así que soy gilipollas y en vez de decirle que yo siento lo mismo, nos hemos puesto a discutir, y ahora sé que la forma de arreglarlo no es decírselo de vuelta porque va a pensar que sólo lo hago para que nos reconciliemos, no porque lo sienta de verdad, y necesito tu ayuda, necesito que me digas qué puedo hacer, porque sí que lo siento, creo que sí lo siento, y estoy hecho un lío, pero no quiero perderla, porque es… especial, lo es. Y no sé lo que es implicarse tanto con una persona, pero si lo hago con alguien quiero que sea con ella y… En fin, perdona por darte la lata, pero cuando escuches esto, llámame, por favor. 
Te quiero.




Bip.