miércoles, 31 de diciembre de 2014

TESTIGOS DE LA LUNA - Capítulo 34 (ÚLTIMO CAPÍTULO)

I

Ayleen espera de espaldas a la entrada de la residencia. No ha sido capaz de entrar de nuevo desde que empaquetó sus cosas y se marchó de allí, y no entiende cómo Natasha ha podido quedarse. Quizás sea porque la vida de Natasha ya estaba allí, en esa residencia, mientras que la de Ayleen estaba empezando a asentarse cuando lo único que verdaderamente la ataba a ese lugar dejó de existir. Cuatro meses después de la muerte de Derek todavía le duele, todavía piensa en él, y no cree que eso vaya a cambiar nunca.

Una mano se posa delicadamente sobre el hombro de Ayleen, y la chica se da la vuelta. Frente a sí tiene a Natasha y a Connor. Esboza una pequeña sonrisa porque verdaderamente se alegra de que vuelvan a ser amigos, pero al pensar que tal vez eso sólo haya sido posible porque Derek no está le produce una punzada de dolor, y su expresión se vuelve seria de nuevo. 

Los tres echan a andar, y durante un rato caminan en silencio.

-¿Cómo te va en el piso, Ayleen? –pregunta Connor.
-Bueno, no puedo quejarme. Os echo bastante de menos, pero mis compañeras me tratan bien. ¿Y a vosotros en la residencia?

Natasha y Connor se miran con un brillo de complicidad en los ojos. La muchacha morena alza las cejas y Connor se muerde el labio inferior.

-¿Qué pasa? –Ayleen los mira al uno y al otro intermitentemente.
-Vamos, díselo –le insta Natasha.

El joven de ojos azules frunce los labios, como debatiéndose internamente por algo.

-¡Bah, ya se lo digo yo! –Natasha para de andar y mira a Ayleen con expresión grave- Connor está…
-… empezando a salir con alguien –termina la frase él mismo.
-Vaya –Ayleen sonríe-. Contadme, ¿la conozco?, ¿cómo se llama? ¿Qué hace?

Y durante todo el camino hasta la cafetería, le cuentan. Andrea, se llama, y estudia Derecho en la misma clase que Connor y Natasha. Ayleen sonríe y se intenta mostrar entusiasmada ante lo que su amigo le cuenta, pero le cuesta. No sólo le cuesta por el sencillo y egoísta motivo de que eso implique perder a una parte de su amigo, que ahora estará centrado en la tal Andrea, sino que sobre todo le resulta duro escuchar hablar de cómo otra persona ha encontrado a alguien con quien estar, cuando ella ha perdido al chico del que estaba enamorada. Cuando ella ha perdido la ilusión en las parejas, y en un futuro con alguien, porque no cree que sea capaz de volver a confiar en las historias de amor y en los finales felices. Al menos no en mucho tiempo.

-Pero bueno, aún estamos empezando, no es nada oficial… 
-Me alegro mucho por ti, Connor, de verdad –Ayleen se pasa una mano por el pelo, revolviéndoselo-. ¿Y tú, Natasha? ¿Cómo va la cosa con Axel?
-Nos estamos tomando las cosas con calma, ya sabes…
-Una tortuga tomándose las cosas con calma es más rápida que vosotros dos –bromea Connor.

Los labios de Natasha se curvan en una sonrisa, algo tampoco demasiado usual para ella. Por suerte tienen a Connor. Al principio, justo después de la muerte de Derek, cuando Ayleen decidió irse para seguir estudiando en un piso, solían quedar Natasha y ella, y sus reuniones, para qué negarlo, eran bastante depresivas. Entonces llegó Connor, a quien realmente la muerte de Derek le afectó, para qué mentir, por lo mal que lo estaban pasando Ayleen y Natasha. Para él no era lo mismo. No era la misma clase de dolor, de rabia, de impotencia, de asfixia. De modo que instauraron esas salidas, sólo ellos tres, con Connor como salvavidas, como bromista cuando es el momento adecuado. Como por acuerdo tácito, no se nombra a Derek cuando quedan, pero él está allí, todos piensan en él. Sin embargo, hoy, ese acuerdo se rompe.

-¿Y tú, Ayleen? 
-Yo, ¿qué?

Han llegado a la heladería y se sientan en la única mesa libre que hay, una para cuatro personas.

-Que si hay alguien por ahí que…
-Estás de coña, ¿no? –lo mira con incredulidad, y después sus ojos buscan los de Natasha, esperando que desapruebe lo que Connor acaba de sugerir.
-Ayleen… -Natasha suspira- A mí no me importaría. Y creo que él te diría lo mismo. No estarías faltando a su memoria, sólo estarías…
-Por favor, por favor –Ayleen cierra los ojos-. Dejadlo. Yo le quería. Y tardé mucho menos en enamorarme de lo que voy a tardar en olvidarle. Todavía le quiero. Y no podría… no puedo…
-Lo siento. No debería haber preguntado.
-Yo me alegro de que lo hayas hecho –dice Natasha-. En algún momento quería que Ayleen supiera que cuando decida empezar algo con alguien, la apoyaré.
-Si lo decido –la corrige la pelirroja.
-Ayleen, la vida sigue adelante, con o sin nuestro consentimiento… Pero si es con nuestro consentimiento, será mejor. Quizás no más fácil, pero mejor.

Ahí está. La joven cuyo novio la maltrató, cuyo hermano murió, la chica que conocía a Derek desde que nació y que posiblemente le quisiera más de lo que ya Ayleen jamás sería capaz de quererle, animándola a ella, a Ayleen, dándole consejos sobre la vida y transmitiéndole su fuerza. Eso sí es ser fuerte.

-Natasha, eres la persona más valiente que he conocido en toda mi vida –sentencia Ayleen, provocando a su amiga una pequeña sonrisa. 

En ese momento llega, muy oportunamente, el camarero, un tipo joven y bastante atractivo que siempre que van les atiende con un poco más de la atención estrictamente necesaria, y les pregunta si van a querer lo de siempre.

Ayleen asiente, pero luego cambia de idea, mira la carta, y selecciona un café al azar. Quizás nunca sea tarde para cambiar un poco.



II

Ese mismo día, está atardeciendo cuando Ayleen va en el autobús de vuelta a su piso, y no deja de pensar en Derek. Ha pasado tiempo, ya no es lo mismo, ya no se ahoga cada vez que piensa en él, ya ha empezado a aceptar que las cosas son así, y e incluso a veces, sólo a veces, es capaz de sonreír al recordar algún momento que vivieron juntos. Qué desgarradora es la vida, que en un instante se nos escapa de las manos, sin avisar, sin dar tiempo a despedidas, ni a dejar tras de ti unas últimas palabras dignas de recordar. Que a algunos no los abandona cuando lo desean, y a otros se les va antes de que sepan siquiera lo que es vivir. 

Ayleen mira por la ventana del autobús, y ve acercarse cada vez más Millenium Park. A ella todavía le faltan un par de paradas, pero antes de ser casi consciente de ello, ya está en pie y camino de la puerta del autobús cuando éste para.

Hay gente entrando y saliendo del parque –sobre todo saliendo-, y la muchacha reproduce en su mente cuando Derek la llevó allí por la noche, y tuvieron el Haba sólo para ellos. 

“A veces hay turistas incluso por la noche. Hoy hemos tenido suerte”, le había dicho Derek. Hoy es uno de esos días en los que el flujo de turistas no parece tener fin, aunque quizás sea mejor así. Cuando fue con Derek, quería tener el mundo para ellos dos solos, pero ahora prefiere huir de la soledad, porque no tiene a Derek para compartirla con él.

Camina tranquilamente hasta el Haba, como hicieron aquel día, y observa en ella su reflejo, acompañado de los rascacielos de fondo y de la luz rojiza del atardecer. No sólo se ve a sí misma, sino que ve también a toda la gente que pasa por allí y que se mira también, quizás, como ella, buscando ver a alguien a quien nunca encontrarán. No está sola, claro que no. El mundo está lleno de gente, gente a la que irá conociendo a lo largo de su vida, gente que entrará en ella y que luego se irá, y otra que se quedará para siempre. El problema es que ella quería que Derek fuera una de esas personas que se quedara. Tal vez, en el fondo, ellos dos nunca estuvieron hechos para estar juntos. 

Ayleen va hacia la parte interior de la escultura y se sienta en el mismo sitio donde se sentó la vez que fue con él. Justo en ese momento no hay nadie allí dentro, y puede verse mil veces a sí misma. Una extraña calma se apodera de ella. Derek no murió heroicamente, ni tras una larga lucha con una enfermedad, ni haciendo algo que le gustaba especialmente, ni por ningún motivo que le honrase. Simplemente, murió. Como mueren la mayoría de las personas. Pero eso ya no importa. Ahora lo que para Ayleen importa es que hay gente que le echa de menos, gente que le recuerda. El único sentido que tiene la vida es hacer más felices a los demás, dejar una huella imborrable en sus vidas, y Derek dejó varias de esas. Es cierto que no era perfecto, ¿quién lo es? Pero quería a su hermana, y ahora ella es una persona más fuerte. Y fue el primer amor de Ayleen. La muchacha nunca se había enamorado de la forma en que lo hizo con Derek, y no sabe si volverá a sentir algo así alguna vez, pero se siente agradecida de que al menos tuvo la oportunidad de vivirlo, aunque durara poco. Aunque la última conversación que tuvieran fuera una pelea, porque ella pudo decirle que le quería antes de que muriera, y de alguna forma, Derek se las arregló para decírselo también a ella con ese mensaje de voz. 

En ese instante, Ayleen casi siente latir el tatuaje de la base de su espalda, a pesar de que se lo hizo un mes atrás. Le resulta casi imposible verlo se mire como se mire en el espejo, pero no le importa, porque tiene cada línea de ese dibujo grabada en su memoria. Unas runas entrelazadas a la luna, de la que tantas veces Derek y ella fueron testigos. El último boceto del libro de tatuajes de él, ese que Derek ya nunca podría hacerse. Ayleen apoya la cabeza en la superficie reflectante del Haba. Tal vez sea absurdo, pensar que lleva a Derek consigo sólo por unas líneas de tinta negra en su espalda, pero quiere mostrarlo, quiere llevar por fuera, como lo lleva por dentro, esa huella que Derek dejó en ella, quiere recordar siempre que estuvo enamorada de él y que fue feliz, aunque algún día encuentre a otra persona, aunque algún día tenga una familia y Derek no forme parte de esa familia, siempre formará parte de ella.

Ayleen cierra los ojos y por unos segundos casi le siente a su lado, su cálida pierna rozando la de ella. Todo irá bien, puede prácticamente oírle susurrar. Ya no duele tanto, y se pregunta si algún día dejará de doler completamente. No quiere que duela. Quiere recordar los momentos felices, porque eso es al fin y al cabo todo lo que tenemos en la vida: momentos. No hay que quedarse con el último, ni con el peor, ni tampoco con el mejor. Hay que rememorar todos y cada uno de ellos, los intermedios, las risas sin sentido, los besos, las palabras susurradas al oído, las lágrimas, los suspiros. Y entonces una frase pasa por su mente, fugaz, casi tan fugaz como cuando fue pronunciada. Una leve sonrisa cruza sus labios. El propio Derek lo dijo, después de ver con ella una película de la que Ayleen ya no se acuerda, porque lo importante en aquel momento eran sus labios, sus palabras. Derek dijo: Que una historia no acabe bien no quiere decir que no fuese bonita.

Y tiene razón. 


FIN

[Se acabó, y me gustaría deciros algo. Sé que me arriesgué con esta historia, porque es la primera que no es fanfic, y que no conseguí hacerla bien y enganchar a la gente, y que la gente ha dejado de leerme progresivamente a lo largo de los capítulos (en lo que supongo que también tiene algo que ver que no suba casi nunca por falta de tiempo). Por eso quiero agradecer el doble, el triple que de costumbre a las que seguís aquí que habéis leído hasta el final. Sé también que posiblemente haya sido un final que no os haya gustado, pero espero que tengáis en cuenta precisamente la última frase de este capítulo. En fin, por último deciros que mis intenciones son seguir escribiendo. No sé cómo de frecuentemente, pero una idea se está empezando a formar en mi mente, y no, no tengo planeado dejar de escribir en los próximos tiempos. Gracias de veras una vez más,y por favor, os pido hoy especialmente que si habéis leído comentéis, aunque sea sólo un par de palabras (si puede ser más, mejor, ya sabéis), para hacerme saber que estáis ahí. Vuestros comentarios son mis motivos para sonreír. Os quiero, y feliz año nuevo.

Ana.]

sábado, 6 de diciembre de 2014

TESTIGOS DE LA LUNA - Capítulo 33.

[Pulsad en los dos hipervínculos en rosa si queréis escuchar las canciones que he puesto para mientras leéis (el primero está en el I del principio y el segundo en el "bip"), y espero que os guste el capítulo]

I

Los ojos de Ayleen están fijos en la ventana, aunque en realidad no ven nada. Hace un día estúpidamente soleado, sin una sola nube que impida ver el cielo, como recordándole que el mundo sigue, ignorando el dolor ajeno.

Cada vez que suena el teléfono, cada vez que tocan a su puerta, Ayleen piensa que será él. Que ha vuelto. Que nunca se ha ido. Y cada una de las veces, cuando no es su voz la que escucha al otro lado del teléfono, cuando no son sus ojos negros los que encuentra al abrir la puerta, cada vez la realidad la invade de nuevo, la golpea, se la lleva a un lugar donde se asfixia, y no puede respirar, y siente una presión en la garganta que le impide incluso llorar. Después, después entra en un estado de inconsciencia en que sólo está a medias, en que no siente ni escucha nada, hasta que el final, cuando cierra los ojos, esa fuerza que la ahoga libera un poco la presión, pero sólo lo suficiente para que por fin pueda llorar, llorar hasta que se queda sin lágrimas y todo el ciclo empieza de nuevo. Y así desde hace dos interminables e insufribles días. Quiere gritar, pero no tiene ni voz ni fuerzas para hacerlo. Quiere volver atrás, a cuando estaba tumbada a su lado, sintiendo el latido del corazón de Derek bajo su mano, a cuando le dijo que le quería, para desdecirlo. Si no lo hubiera dicho, no se habrían peleado. Si se hubiera callado, si tan sólo hubiera dejado las cosas como estaban, si no le hubiera pedido que se fuera... Derek estaría vivo. Y es culpa suya, es culpa suya, no deja de repetirse que es culpa suya. "Bien" fue lo último que se dijeron el uno al otro. Una pelea fue la última conversación que tuvieron. La última. No habrá otra. Se acabó.

El proceso empieza una vez más. Comienza a faltarle el aire, y Ayleen lucha por respirar, pero no puede, se ahoga. Connor le acaricia el pelo y le susurra palabras que ella no llega a entender. Se balancea hacia delante y detrás entre los brazos de su amigo. Quiere a Derek. Le quiere. Y ahora no sólo sabe que él no llegó a sentir eso por ella, sino que nunca lo sentirá, que ya no hay un nosotros por el que luchar. Que ya no hay nada, nada.


II

Durante la cena, la residencia está sumida en un mutismo más que inusual. Seguramente Derek no les cayera bien a todos, pero por empatía, por respeto, o por contagio, nadie habla. Sin embargo, la mesa de Ayleen y Natasha está especialmente silenciosa. De toda la gente de la residencia, la una es la que mejor puede entender a la otra, y por una vez Connor, Hugo, Hayley y Marcus comparten mesa con Natasha, Axel y Spike. Axel mira a Natasha y le repite una vez más que tiene que comer algo, un poco, pero ella niega con la cabeza. Lleva dos días en los que baja a cada comida porque Axel la saca de su cuarto y la lleva gentilmente de la mano, porque se deja llevar como una muñeca que ha perdido la vida y lo único que consigue es mantenerse en pie. Pero no come, por mucho que Axel se lo pida.

-Natasha... -están en la puerta del dormitorio de ella.

La joven gira levemente la cabeza, como si no estuviera segura de que le están hablando a ella.

-Tienes que cuidarte, no puedes...
-¿Para qué, eh? -su voz suena angustiada- ¿Para qué? Me he quedado sola, sola...
-Eso no es verdad.
-¿Qué más da? Por mucho que me lo repitas no voy a comer, no puedo, es que no puedo. Y si eras su amigo, deberías estar sufriendo por él antes que vigilando lo que hago y lo que no.

Axel aprieta los dientes. Sabe que está desesperada, frustrada, cansada, que tiene una situación a sus espaldas que poca gente es capaz de soportar, y que está luchando por salir adelante. Pero su lucha es como intentar sacar los pies del barro, cada vez que lo intenta acaba más y más hundida.

-Pues claro que era su amigo. Pero la vida es de los vivos, y que tú te abandones a ti misma no va a cambiar nada.

Natasha lo mira, furiosa. 

-Voy a hacer la maleta para el entierro. Si piensas venir, deberías hacer lo mismo.

Saca la tarjeta de su habitación y entra, dejando fuera a Axel. Le duele verla así y le duelen sus palabras, pero no puede enfadarse con ella, y menos todavía en esta situación. Por muy egocéntrico que pueda sonar, sabe que Natasha le necesita, porque necesita ver que no esta sola. Es posible que, en cierto modo, esa sea la forma que Axel tiene de esquivar el sufrimiento por su amigo: intentando cuidar de su hermana tal y como Derek le pidió. Y piensa hacerlo. Piensa cuidar de ella pase lo que pase.


III

Ayleen guarda un vestido negro en la bolsa de viaje. No se lo ha puesto desde que llegó a Chicago, y ahora se arrepiente de que Derek no la viera con él, porque está segura de que esas mangas de encaje le gustarían.

Probablemente la rodearía por la cintura, la atraería hacia sí y le susurraría al oído lo sexy que estaba. Parece apropiado para su entierro, pues, y además tampoco tiene nada negro que ponerse para la ocasión. Un funeral no estaba precisamente entre sus planes ese año. 

Ayleen se sienta en la silla del escritorio para recuperar el aire que ya ha empezado a faltarle. Quizás aunque no hubiera tenido ese accidente, los brazos de él nunca hubieran vuelto a rodearla, quizás estaba tan enfadado con ella, o tan asustado del amor, que nada entre ellos hubiera vuelto a ser lo mismo. Pero lo preferiría, claro que sí, preferiría que estuviera vivo pero lejos de ella a saber que el mundo de ha acabado para él.

Llorar es absurdo, se dice a sí misma mientras intenta evitar que las lágrimas escapen de sus ojos. No tiene sentido, no va a cambiar nada, no puede hacerla sentir mejor porque nada puede hacerla sentir mejor. Llorar es absurdo, pero el llanto vuelve a apoderarse de ella una vez más. 

La pantalla del teléfono de Ayleen se ilumina, y la muchacha mira quién está llamando, otra vez con la estúpida esperanza de que sea Derek. Pero no, son sus padres. No puede contestar al teléfono así, llorando e incapaz de pronunciar una palabra coherente, especialmente porque sus padres siguen sin saber nada de lo que ha pasado. Ni siquiera les habló nunca de la existencia de Derek, ni tampoco les ha dicho que va a irse de Chicago dos días para ir al entierro de él en su ciudad natal. Una vocecita en su cabeza le dice que tal vez si se lo contase a sus padres podría desahogarse, pero no se ve capaz de hacerlo. De modo que espera a que la llamada se agote, y cuando empieza a poder respirar otra vez, se levanta para terminar de preparar su bolsa de viaje.

Entonces llaman a la puerta, y al abrir, Ayleen se encuentra a Natasha con el móvil en la mano. Su corazón da un vuelco ante la sensación de déjà-vu, pero esta vez no parece que la joven morena traiga malas noticias. No peores de las que ya hay, al menos.

-¿Puedo pasar? –dice Natasha.
-Claro.

Ayleen se hace a un lado para que su amiga entre a la habitación, tras lo cual cierra la puerta. Natasha se sienta en la cama, cansada, y Ayleen se queda apoyada en la pared. 

-¿Cómo estás? –pregunta la pelirroja.
-Tú sabes la respuesta a esa pregunta tan bien como yo –esboza una sonrisa triste.

Guardan silencio un momento, cada una pensando en el vacío de su interior. La mirada de Natasha acaba posándose en el equipaje de Ayleen.

-¿Todo listo?

Ella asiente con la cabeza.

-Aunque sigo sin saber qué explicación voy a darle a tus padres de quién soy… porque supongo que no les habrá hablado de mí.

Natasha niega con la cabeza.

-Derek no es el tipo de personas que suelen hablar de su vida… era –se corrige, al darse cuenta de que ha hablado de él en presente, y cierra los ojos un segundo con una mueca de dolor-. Pero te aseguro que el simple hecho de que vayas ya les hará ver que eras importante para él. 
-O simplemente que él era importante para mí –susurra Ayleen.
-Por eso he venido –Natasha alza las cejas como si acabara de acordarse de por qué está allí, y luego muestra el teléfono que sostiene en sus manos-. Con todo lo que ha pasado, ha estado llamándome mucha gente, y no había visto… no había visto el mensaje hasta hoy. En fin, creo que tú también deberías escucharlo. 

Le tiende el teléfono móvil y Ayleen lo coge, sin estar muy segura de qué está hablando Natasha. En la pantalla del móvil pone que pulse la tecla verde para escuchar un mensaje de voz. 

-Ya me lo darás cuando termines –Natasha se levanta antes de que Ayleen pueda pulsar, y sale de la habitación con un suspiro. 

Ayleen mira el móvil, aterrorizada. No sabe qué va a escuchar, ni si quiere escucharlo. Pero pulsa la tecla verde y espera.




Hola Naty. Supongo que estás con mamá y por eso no contestas, pero… necesito hablar con alguien y ya que tú no estás disponible, tu contestador automático tampoco me parece tan mala opción. Ayleen y yo nos hemos peleado, pero peleado de verdad, y es la primera vez que nos pasa y ahora no sé qué hacer. No me vendría mal algún consejo femenino. Ha sido una tontería, ¿sabes? Estábamos bien, y de repente me ha dicho que me quiere. Nunca nadie me lo había dicho antes, y no he sabido cómo reaccionar. Ha sido una estupidez, porque me he quedado callado, sin más, cuando una parte de mí se moría por decirle que yo también la quiero. Pero es que no lo sé, no sé lo que siento, sólo sé que nunca antes me había pasado algo así con una chica, nunca había querido andar por la calle de la mano de alguien, o simplemente pasar horas hablando, o incluso en silencio, y es una tontería pero me da miedo porque no lo entiendo. Así que soy gilipollas y en vez de decirle que yo siento lo mismo, nos hemos puesto a discutir, y ahora sé que la forma de arreglarlo no es decírselo de vuelta porque va a pensar que sólo lo hago para que nos reconciliemos, no porque lo sienta de verdad, y necesito tu ayuda, necesito que me digas qué puedo hacer, porque sí que lo siento, creo que sí lo siento, y estoy hecho un lío, pero no quiero perderla, porque es… especial, lo es. Y no sé lo que es implicarse tanto con una persona, pero si lo hago con alguien quiero que sea con ella y… En fin, perdona por darte la lata, pero cuando escuches esto, llámame, por favor. 
Te quiero.




Bip.

domingo, 30 de noviembre de 2014

TESTIGOS DE LA LUNA - Capítulo 32.

I

Los ojos de Derek siguen fijos en el techo, aunque Ayleen puede notar el latido del corazón de él acelerarse bajo su mano. Finalmente gira la cara y la mira, y por un momento Ayleen cree que va a responderle que él también la quiere, pero sus labios no se separan, y sus ojos negros, muy abiertos, se inundan de algo parecido al terror. Sigue en silencio durante un largo minuto, como si las palabras de la chica se le hubieran atado al cuello y le impidiesen hablar. 
Ayleen cierra los ojos un momento. No debería haber dicho nada. Debería haberse tragado las palabras, pero no ha podido, no ha podido. Han salido solas, se ha arriesgado a asumir que Derek no le dijera "te quiero" de vuelta, y en efecto no se lo ha dicho. Evidentemente, si no se lo ha dicho es porque no lo siente. Abre los ojos de nuevo y su mirada se cruza con la de Derek, que ha dejado de acariciarle la espalda. 

Es normal que los sentimientos de uno de los dos se desarrollen antes que los del otro, es normal que sea uno el que tenga que arriesgarse a decirlo primero, es normal que Derek aún no la quiera, teniendo en cuenta que tampoco llevan tanto tiempo juntos. Es normal, y aun así le duele. Trata de convenverse a sí misma de que no importa, eso no cambia nada. Pero su estómago está encogido y le escuecen los ojos.

Ayleen aparta el brazo del pecho de Derek y coge su camiseta de la parte baja de la cama, repentinamente incómoda por su desnudez. Es precisamente la camiseta suya que él le regaló. La muchacha se sienta en la cama, rodeándose las rodillas con los brazos. Derek sigue exactamente en la misma posición de antes, como una estatua. 

-Lo siento –murmura ella-. No debería haberlo dicho.
-No, bueno, si eso es lo que sientes, en fin, está bien… saberlo.

La chica mira incrédula a Derek. ¿Está bien saberlo? ¿Eso es todo? Acaba de confesarle que se ha enamorado de él, ¿y lo único que le contesta es que está bien saberlo? Como si fuera un dato que archivar, como si eso fuera algo que se dijera todos los días. Como si no fuera algo que jamás había sentido por nadie y que nunca le ha dicho a ningún chico.

-También está bien saber que al menos has sido sincero y no me lo has dicho de vuelta sólo para que siga acostándome contigo –dice ella amargamente. 
-¿Qué? –él parpadea, como si no pudiera creerse lo que acaba de escuchar. 
-Da igual, en serio.

Ayleen suspira. No quiere pelearse con él, ni siquiera que él le diga que también la quiere. Visto lo visto, se habría conformado simplemente con otro tipo de reacción, quizás con un beso, o con una sonrisa, o con cualquier otra tontería que siguiera sin significar “yo también te quiero”, pero que fuera más un “me gusta que me quieras” a un “la palabra amor me produce alergia”, que es la forma en que Derek ha reaccionado. 

-No, no da igual –él se incorpora también, con las sábanas cubriéndolo a partir de la cintura-. Acabas de decir que lo único que quiero de ti es sexo, y eso no es verdad, no entiendo…
-¿Qué no entiendes? –le interrumpe ella- Tampoco es tan extraño que lo piense teniendo en cuenta que eso es precisamente lo que siempre has buscado con todas las tías.

Derek frunce el ceño, su pecho subiendo y bajando cada vez con más agitación. Ayleen aparta la mirada. No quería decirlo, no quería sacar el tema ni hablar con Derek de su pasado y de todas las chicas con las que ha estado. Hasta ahora había sido un asunto enterrado que ninguno de los dos se había atrevido a mencionar. Pero no podía permanecer así siempre, en algún momento iba a surgir. Ayleen gira la cara, incapaz de mirarle.

-Lo primero es que tú no sabes cómo era mi vida antes de que llegaras aquí…
-Oh, no, pero hay gente que lo sabe muy bien.
-… y lo segundo es que si lo único que buscara de ti fuese acostarme contigo, no te habría llevado a ver mi estudio, no te habría enseñado cosas de mí que nadie más sabe. No estoy tan desesperado como para tener que recurrir a eso.
-Es verdad, se me olvidaba que el grandioso Derek Harris puede conseguir a la chica que quiera y cuando quiera. Tiene sentido, ¿para qué preocuparse por el amor cuando todo puede quedarse en un revolcón?
-No lo entiendes, no entiendes nada –Derek coge sus pantalones y se los pone, seguramente asaltado por la misma incomodidad que Ayleen-. Te crees lo que sea que Connor te haya contado de mí, pero no que mi hermana y Axel, la gente que me conoce de verdad, te digan que he cambiado. 
-Dime pues que Connor me ha mentido.
-Probablemente no lo haya hecho, pero Natasha tampoco.

Ayleen se pone de pie, la camiseta cubriéndole hasta por encima de las rodillas, y Derek hace lo mismo. Quedan cara a cara, pero separados por varios metros. 

-Derek, me daba igual. Lo decía en serio. Sí, habría preferido que me dijeras “yo también te quiero, Ayleen”, pero me daba igual. Lo único que quería era que no reaccionaras como si acabara de convertirme en un cuchillo que te va a cortar si lo tocas, o incluso si lo miras. 
-Pero es que no entiendo por qué hay que meterlo todo en categorías. Creía que estábamos bien y que no hacia falta etiquetarnos como nada.
-¡Dios, Derek, no te he pedido que te cases conmigo! Sí, estábamos bien, y precisamente por eso he admitido lo que siento. ¿Tú no sientes lo mismo? Pues ya está, no pasa nada, ya lo sentirás, o a lo mejor no, a lo mejor te da tanto miedo enamorarte que puede que nunca lo sientas, no lo sé –gesticula con las manos, intentando expresar su frustración.
-¿Ves a mi hermana? ¿Ves cómo está, cómo la dejó Owen? ¡Eso es lo que pasa con el amor!
-No, para nada. Owen no la quería, ése es el problema, no el amor.

Ayleen siente la rabia y la impotencia apoderarse de todo su cuerpo, y subir por su garganta como un fuego que la quema por dentro. Sólo quiere que Derek la quiera, y cada vez le da más la impresión de que eso es imposible, de que nunca va a pasar.

-Bien, sí, escúdate en tu apariencia de chico duro que no cree en nada y que no necesita a nadie.
-Eso es una estupidez –se cruza de brazos, todo su cuerpo rígido, como si estuviera luchando consigo mismo para no explotar-. Sólo mira lo que acaba de pasar, míralo, cuando empiezan a aparecer expectativas que se supone que hay que cumplir, cuando todo se complica…
-¡Claro que se complica! Es mucho más fácil ignorar al mundo, hacer las cosas como uno quiere, pero no consiste en que sea fácil, sino en que hay veces en que las dificultades merecen la pena, en que arriesgarse a querer merece la pena. Yo acabo de arriesgarme, de admitirlo, porque creo que lo nuestro merece la pena –su tono de voz baja gradualmente, sintiéndose cada vez más cansada.
-Decir o no decir dos palabras no cambia nada, ¡no debería hacerlo! 
-¡Evidentemente no! Pero si a ti te asusta la idea de enamorarte, a mí me asusta la idea de que en realidad no hayas cambiado y de que no busques nada conmigo, de que en cualquier momento te vayas a hartar de mí y te vayas, como habrás hecho con tantas chicas y…
-¡Dios, para! No puedo, es que no puedo. ¿Lo único que crees de mí es que soy una especie de persona sin sentimientos que trata a las tías como si fueran de usar y tirar?

La furia de Ayleen se desvanece de su cuerpo como el aire de un globo al que acaban de pinchar con una aguja. No sabe ni siquiera cómo ha empezado la pelea, sólo sabe que necesita que acabe, y que no aguanta los ojos de Derek mirándola acusadoramente, que no aguanta el olor de su piel inundando la habitación, haciéndole pensar que tal vez nunca llegue a recibir nada más de él sólo porque le asusta dejarse llevar y amar. 

-Sinceramente, ahora mismo me gustaría estar sola. 
-¿Así, sin más? Sólo porque…
-Derek, por favor.

Sus ojos se encuentran unos dolorosos segundos, y la certeza de que nunca va a tener de él lo que le gustaría se apodera de Ayleen, atenazándole la garganta y haciéndola desear llorar. Pero no con él allí, no, necesita que se vaya. Quizás si no lo tiene delante aún pueda imaginar que él siente lo mismo, que ha cambiado lo suficiente como para quererla. 

Derek se pasa una mano por el pelo revuelto y se pone su camiseta.

-Bien –dice entre dientes.
-Bien –replica ella. 

Camina con paso decidido hasta la puerta, y tras mirar una última vez a Ayleen, casi como si quisiera decir algo pero no encontrase la forma, sale de la habitación con un portazo. 

Ayleen se queda de pie, clavada donde estaba, dejando que las lágrimas resbalen por sus mejillas. Es la primera vez que se pelean, y no está segura de qué pasará después. Se pregunta qué haría si Derek volviera ahora mismo, a pesar de que le ha dicho que quiere estar sola; más aún, se pregunta si realmente querría que él volviera, y la respuesta es no. No sería capaz de dejar que la estrechara entre sus brazos o de que le susurrase al oído que lo siente después de que prácticamente le haya dicho que nunca va a permitirse querer a nadie porque eso sólo conlleva complicaciones. Porque para él estar con ella no merece esas complicaciones. 

El fuerte rugido de un motor hace temblar a la chica, y en efecto al mirar por la ventana ve el viejo Ferrari rojo de Derek estremecerse levemente cuando éste pisa el acelerador y salir después a toda velocidad. Huye literalmente de ella. 

Ayleen hace la cama, como si así pudiera borrar lo que acaba de pasar, y se sienta en ella. Ha dejado de llorar, pero una profunda sensación de desolación se ha apoderado ahora de su cuerpo. Se le pasa por la cabeza ir a hablar con Connor, pero desecha la idea tan pronto como aparece, pues no se siente con fuerzas de escuchar un te lo dije. Natasha tampoco está disponible, porque está con su madre y porque siendo la hermana de Derek seguramente no sea lo más oportuno contárselo a ella. Entonces se da cuenta de lo sola que está allí. Se levanta, vuelve a poner a reproducir el disco de Ed Sheeran y se sienta de nuevo en la cama, mirando en la pantalla del ordenador más que escuchando como pasa, minuto a minuto, canción a canción.



II

Hace un rato que el disco ha terminado de reproducirse, pero Ayleen sigue sentada en la cama. Tiene los músculos entumecidos pero no quiere levantarse. De hecho es ya la hora de la cena, aunque sabe que esa noche no va a bajar; cualquier intento por comer se vería frustrado por su estómago, incapaz de aceptar comida. Ahora no le importaría que Derek apareciera. Es más, debe haber vuelto ya de adonde sea que fuera antes –a menos que vaya a quedarse a pasar la noche en su piso, lo cual sería un acto tremendamente cobarde-. Sí, está enfadada con él, por no quererla, más aún, por no querer quererla. Pero un enfado no cambia lo que siente, y ante todo quiere que vuelvan a estar bien.

Entonces tocan a la puerta. Dos golpes sordos, pausados. Ayleen se levanta de la cama como un resorte, convencida de que es él. Carraspea, se alisa el pelo, respira hondo y abre la puerta. 

Se encuentra con unos ojos negros, pero no son los de Derek, sino los de su hermana. Su rostro tiene un color pálido que Ayleen nunca le había visto antes –a pesar de que ha visto a Natasha en situaciones verdaderamente malas-, y sus ojos carecen de emoción. Abre los labios para hablar, y lo intenta dos veces antes de conseguir pronunciar una palabra.

-Se ha… ido –dice, la vista fija en el vacío.
-¿Qué? –Ayleen la mira sin comprender qué pasa.

Sólo entonces ve que Natasha sostiene un teléfono móvil entre su mano, los nudillos blancos de la fuerza con que lo aprieta.

-Derek –casi se ahoga con el nombre de su hermano-. No sé… qué ha pasado. Dicen que iba en el coche… ha tenido un accidente y… y se ha ido. Está... está... muerto.

sábado, 29 de noviembre de 2014

TESTIGOS DE LA LUNA - Capítulo 31.

I

Las siguientes semanas pasan rápido para Ayleen. No sólo está inmersa en sus estudios, sino también en su relación con Derek. Pasan juntos la mayoría del tiempo que ella tiene libre, y tal vez por aburrimiento o tal vez por verdadero deseo, Derek va a clase y a veces, sólo a veces, también estudia. 

Ayleen y Connor estuvieron unos días estudiando juntos, otra vez, en las tumbonas de la piscina, de modo que parecía casi casual, pues no implicaba que se fueran a la habitación de ninguno de los dos, y ahora que ha comenzado a hacer frío suelen irse a la sala de estudio de la residencia. Casi no hablan, probablemente porque no saben qué decirse, pero al menos han recuperado esos silencios que no son incómodos. "Poco a poco", piensa Ayleen cada vez que sale, frustrada, de la sala de estudio.

Y así pasan los días. Ayleen se ha permitido volver a acostarse con Derek porque a) Por el momento no le ha demostrado que tenga intenciones de dejarla o que siga con ella sólo por eso y b) Sabe que su fuerza de voluntad no es suficiente como para resistirse permanentemente a Derek, ni tampoco quiere hacerlo.

De modo que el día anterior a su dieciocho cumpleaños, después de ver Elysium en el ordenador con Derek, después de expresar su frustración ante esa forma de acabar de la película, y después de que Derek la bese en la clavícula y le diga que el hecho de que algo acabe mal no implica que la historia no haya sido bonita, Ayleen lo agarra del cuello de la sudadera y lo atrae hasta ella, haciendo que su cuerpo quede sobre el de ella encima de la cama, y se pierde, se pierde en sus labios, en sus manos, en la tinta negra que cubre su piel desnuda.


II

A la mañana siguiente, al despertar, Derek no está en la cama. En cambio, en la parte libre de la almohada, hay un paquete plano y de forma cuadrada envuelto en papel de regalo, con un pequeño lazo dorado en una de las esquinas. En el papel se ve escrito:

Los pelirrojos tenéis que apoyaros entre vosotros, así que he decidido contribuir a la causa. 

Aunque no tiene sentido en ese momento, Ayleen sonríe, y su sonrisa se ensancha al abrir el papel y encontrarse un disco de Ed Sheeran, el primero. No está muy segura de si es que Derek sabe que es un cantante que le gusta o sólo lo ha comprado por el color naranja, pero le da igual, porque en ambos casos le ha hecho ilusión. Se dice a sí misma que tiene que recordar decirle a Derek, una vez más, que no es pelirroja. 

Se levanta de la cama, pone el disco a reproducirse en el ordenador, y se viste mientras lo escucha. Sus padres la llaman mientras se está poniendo las botas, y habla con ellos durante casi media hora. Ventajas de cumplir años en sábado. 

Al bajar a desayunar, a Ayleen se le hace extraño que gente de la residencia con la que casi nunca ha hablado la felicite, pero se siente tan feliz sin motivo aparente que se acerca a darle las gracias a todo el mundo con un abrazo. 

En el comedor sólo están Hugo, Hayley, Mark y Connor.

-Hola –saluda Ayleen alegremente.

Luego se da cuenta de que lleva bastante tiempo sin hablar con ellos, y que tal vez no quieran saber nada de ella. Se muerde el interior del labio inferior, mira al suelo y se da la vuelta para ir a por las cosas del desayuno. Pero antes de que pueda girarse del todo, Hugo la estruja en un fuerte abrazo, y aunque le empiece a faltar el aire, Ayleen lo abraza también con fuerza. 

-¡FELICIDADES! –exclama él cuando la suelta. 

Ayleen no sabe por qué se acuerdan de que es su cumpleaños, si es que alguna vez lo ha comentado, o si es que alguien se lo habrá dicho, pero se alegra cuando todos se acercan a felicitarla. Es como recuperar algo que ya había dado por perdido. 

Connor es el último en ir hasta ella. Sus amigos se sientan de nuevo en la mesa y retoman el tema de conversación que tuvieran antes, creando una especie de espacio íntimo para ellos dos. Ayleen no sabe qué hacer, así que no hace nada. Se miran durante un instante, hasta que los labios de Connor se curvan en una pequeña sonrisa. 

-Feliz cumpleaños –dice.
-Gracias. 

El joven sacude la cabeza y suspira. Abre los brazos y dice ven aquí en voz tan baja que Ayleen no sabe si lo ha esuchado o lo ha leído de sus labios, pero no duda un momento en lanzarse a sus brazos. Entierra la cara en el pecho de él para que no vea que dos lágrimas se han escapado de sus ojos. Connor la rodea por la cintura y aspira ese aroma que tanto echaba de menos. Puede que ese abrazo no cambie nada, y a la hora de mirarse y de hablarse sigan sintiéndose extraños, o puede que no, porque en ese preciso instante todo vuelve a ser como antes, y sólo entonces Ayleen se da cuenta de lo mucho que echaba en falta al chico de la sonrisa encantadora. 


III

Derek entra al comedor y la ve, ve su melena casi pelirroja entre los brazos de Connor. Siente una punzada de incomodidad (y ganas de ir a pegarle un puñetazo a Connor por estar acariciando la espalda de su chica), pero luego recuerda la expresión triste de Ayleen al hablar del distanciamiento con su amigo, las ganas que tenía de reconciliarse con él, y en cierto modo se siente agradecido de el día de su cumpleaños no se vaya a ver nublado por ese sentimiento. Aunque las ganas de pegarle un puñetazo a Connor no disminuyen. 

El joven espera en la puerta hasta que Ayleen y Connor se separan, y entonces uno de los amigos de Connor, el que lleva el pelo de colores cuyo nombre Derek no es capaz de recordar, señala tímidamente en su dirección, y Ayleen se gira y le ve. Los ojos llorosos de la muchacha se iluminan, una sonrisa se extiende por sus labios, y Derek sonríe y se olvida de que hace un momento estaba abrazando a otro. 

Ayleen camina hasta él, y cuando Derek se dispone a besarla, ella agacha la cabeza de manera que los labios de él sólo encuentran su frente. Todos les están mirando, claro, y sin duda Ayleen no quiere poner en riesgo su frágil y reciente reconciliación con Connor. La felicita en un susurro y ella le mira pidiéndole disculpas por su poca efusividad. 

-¿Has desayunado ya? –pregunta Ayleen.
-Sí –Derek duda un instante-. Tú deberías ir y desayunar con tus amigos.

Ella asiente con la cabeza. 

-Me alegro de que os hayáis reconciliado –dice él, y de verdad lo piensa.
-Gracias –Ayleen se pone de puntillas, le da un fugaz beso en los labios y se va a por su desayuno. 

Un rato después, Ayleen le manda un mensaje a Derek diciéndole que va a pasar la mañana con Hugo, Mark, Hayley y Connor, pero que le encantaría salir a comer con él. Derek contesta que le parece bien, y se pasa las horas que quedan hasta la comida preguntándose cómo es posible que una chica se haya colado en su vida de esa forma tan desconocida para él.


IV

A la semana siguiente, Derek y Ayleen quedan con Natasha y Axel para ir a la bolera. Ayleen ha jugado muy pocas veces, pero para su sorpresa no se le da nada mal, y al final Derek y ella consiguen ganarle a la otra pareja. Derek la levanta del suelo en un fuerte abrazo y le da una vuelta, sus fuertes brazos rodeando la cintura de ella. 

-Si me llegan a decir esto hace tres meses, no me lo hubiera creído –comenta Naty.
-Yo sigo pensando que los alienígenas han abducido a tu hermano y han metido a otra persona en su cuerpo –apostilla Axel.
-Ja, ja –Derek se quita los zapatos de la bolera y se pone sus botas negras.
-Pues sí, ya no sé a quién tengo que darle las gracias por este cambio, si a Ayleen o a los marcianos.
-Quizás Ayleen sea una marciana.

Todos ríen. 

-En fin, nosotros nos vamos ya –Axel lleva al mostrador todos los zapatos.
-¿Tan pronto? 
-Sí –Natasha suspira-. Ya sabes, mi madre se ha empeñado en venir a verme de vez en cuando, por todo lo que pasó… En fin, no te preocupes querido hermano, ya te buscaré alguna excusa.
-Naty, si es que te tengo que querer –el joven le da un abrazo exagerado a su hermana.
-Qué cariñoso es el nuevo Derek 2.0 –bromea Axel cuando vuelve de dejar las cosas. 
-Es que es mi hermanita pequeña –la estruja otra vez y ella lucha por soltarse, riendo.
-¡Pero si somos mellizos! –protesta ella, con la voz amortiguada por la camiseta de su hermano.
-Pero yo nací antes.
-Agg –logra escapar del abrazo y se separa de Derek para que no vuelva a cogerla. 

Ayleen contempla la escena con una sonrisa en los labios, como siempre que Derek deja entrever esa faceta tierna suya.

-Adiós –Natasha  se despide también sonriente; en el fondo le gusta que su hermano sea así. 

Se dicen adiós con la mano y la pareja se queda sola.

-¿Qué te apetece hacer? –pregunta él.
-Mmmm –los ojos de Ayleen buscan los suyos-. Había pensado que tal vez podríamos volver a la residencia… -la punta de su pie resbala hacia delante y detrás en el suelo.
-Me parece una muy buena idea –sus labios se curvan en una bonita sonrisa. 

De modo que vuelven a la residencia y se van a la habitación de Ayleen. La muchacha pone a reproducir en el ordenador el disco de Ed Sheeran que él le regaló por su cumpleaños, y pasan un rato intentando que ella aprenda a jugar al póker, que Ayleen descubre que es una de las aficiones de Derek. Le pega tanto jugar al póker que casi parece que lo haga a propósito.

Sin embargo, después de que quede claro que Ayleen va a necesitar mucha práctica antes de comprender del todo como funciona el juego, deciden echar las cartas a un lado y simplemente besarse, que eso es algo que sí se le da bien a los dos. Kiss me suena de fondo cuando se desnudan y hacen el amor. 

No se duermen, sino que se quedan tumbados uno al lado del otro, la mano de Ayleen sobre el pecho de él, sintiendo los latidos de su corazón. Derek tiene la vista fija en el techo, pero su mano viaja distraídamente por la espalda de ella, acariciándola sólo con las yemas de los dedos. Ayleen contempla sus ojos negros, la línea de su mandíbula, sus labios, su piel, que refleja la luz del atardecer que entra por la ventana. Y no puede evitarlo. La misma fuerza que le atrae hacia él cada vez que lo ve, la misma fuerza que le hace olvidarse del resto del mundo cuando él la mira, la hace abrir los labios y decirlo, antes de poder echarse atrás.

-Te quiero –susurra.


[Hala, ya lo ha soltado. Ahora queda ver cómo reacciona Derek, qué responde... A lo mejor Ayleen se ha precipitado, o a lo mejor no. En fin, os recuerdo que quedan 3 capítulos para que acabe la novela, y os pido por favor que comentéis en el blog y me mencionéis en twitter, muchas gracias por leer]

domingo, 23 de noviembre de 2014

TESTIGOS DE LA LUNA - Capítulo 30.

I

Lleva unos tres minutos esperando cuando la ve bajar por las escaleras. Lleva unos vaqueros negros ajustados, un jersey celeste y el pelo rojo cayéndole libre por los hombros y la espalda. Quizás no lleve nada del otro mundo, pero a Derek le parece que va preciosa. Sonríe cuando la tiene delante.

-Guau –la mira de arriba abajo.

Las mejillas de Ayleen se tornan de color rojo.

-Sólo lo dices porque es lo que siempre se dice.
-No, te aseguro que no soy de los que suele decir algo que no piensa –se mete las manos en los bolsillos del pantalón-. ¿Vamos?

Ayleen asiente con la cabeza.

-¿Adónde vamos? –pregunta ella mientras salen de la residencia.
-Ahhhh –la voz de Derek adopta un tono misterioso.
-¿A tu piso? 
-Como puse en la nota, mis intenciones son honestas –esboza una sonrisa ladeada.
-Podrían serlo también en tu piso –replica ella alzando las cejas.
-Sí –concede Derek-, pero me resultaría mucho más difícil resistir a la tentación. 

Él posa una mano en la mejilla de la chica y se inclina para besarla. Automáticamente, Ayleen presiona su cuerpo contra el de Derek, y permanecen así unos instantes, besándose en la acera, hasta que el joven se separa un poco y deja que su mano resbale hasta entrelazarla con la de Ayleen. La dirige hasta su coche y se suben en él. 

Derek conduce un rato en silencio, con una pregunta rondándole en la cabeza, hasta que al final se decide a expresarla en voz alta.

-¿Te ha pasado algo con Connor? Ya nunca… os veo juntos.

Por el rabillo del ojo ve cómo ella aparta la mirada de la calle y fija los ojos en su regazo. Además, su cuerpo se ha puesto tenso.

-Nada importante –dice, aunque Derek nota que está mintiendo-. Yo fui demasiado poco sincera y él lo fue demasiado, nada más.

Él aparta los ojos de la carretera un segundo para mirarla. Parece abatida.

-Está enamorado de ti, ¿verdad? –le gustaría imprimir a sus palabras el tono de voz de te lo dije, pero sabe que eso sólo va a conseguir hacerla sentir peor.
-No, creo que no –suspira, y Derek no sabe si creérselo o no.
-Lo siento. Lo de que os hayáis peleado, quiero decir.

Ayleen se muestra asombrada.

-Creía que te haría feliz.
-No va a hacerme feliz algo que a ti te hace infeliz.

Lo dice sin pensarlo, sin ser consciente de sus palabras. Simplemente lo dice porque lo piensa, y hasta que no se escucha a sí mismo no se da cuenta de lo significativas que son sus palabras. Al menos ve a Ayleen sonreír y eso le relaja.

-Nos acabaremos reconciliándonos. Es cuestión de tiempo.

Derek asiente con la cabeza y sigue conduciendo sin decir nada. Sabe que Ayleen quiere a Connor. No sabe exactamente cómo o cuánto, si únicamente como amigo o si hay algún otro sentimiento en medio. Pero también sabe que si está con él es por algo. Ha elegido a Derek, o eso parece, y no debería tener motivos para sentirse celoso –de hecho Derek nunca se había sentido celoso-, pero le resulta imposible no sentirlo. Sin embargo, no quiere que Ayleen lo pase mal, y es ahora cuando ha sido consciente de lo importante que es Connor para ella. Cree saber qué le ocultó Ayleen a Connor, pues la pelirroja no quería que su amigo supiese de su relación con Derek, pero se pregunta qué será lo que Connor le habrá dicho a ella. 

Derek busca un aparcamiento, y antes de bajarse del coche, Ayleen se inclina hasta él y le da un leve beso en los labios. Derek no puede evitar fijarse en su trasero, alzado por los vaqueros ajustados, cuando sale del coche. Una oleada de calor se extiende por su cuerpo al pensar que la noche anterior la hizo suya. Y sin embargo aún no cree que sea suya del todo. 


II

Ayleen se deja guiar por las calles de Chicago. Sabe que están por el centro, pero no termina de ubicarse hasta que no tiene el Millenium Park delante. Son cerca de las doce de la noche, y aunque sigue habiendo un continuo de coches por la carretera, el típico hervidero de turistas que se agrupa siempre en Millenium Park parece haberse ido ya a dormir. 

Juntos y en silencio entran en el parque. Hay algunas personas caminando por allí, pero está esencialmente vacío. La luna ya está completamente llena, y acompañada de la luz de las farolas los ilumina lo suficiente como para que puedan caminar por allí, aunque las sombras de los árboles hacen que el parque se vea muy distinto a como se ve durante el día. 

-Nunca había venido aquí de noche –comenta ella.
-Es el único momento del día en que parece que forme parte de Chicago, y no de turistalandia

Ayleen suelta una carcajada. Como siempre que está con Derek, consigue olvidarse de Connor o de que tiene una carrera de medicina que intentar aprobar.

-¿Vamos al Haba? –pregunta con repentina emoción.
-Esa era mi intención, sí.

La joven pelirroja asiente con la cabeza y le toma de la mano. Le hace ir a paso ligero hasta que encuentran la escultura. Es sin duda su parte favorita de Chicago, aunque no haya estado muchas veces allí. Como su nombre indica, El Haba tiene la forma de esa legumbre, aunque de un tamaño gigante, y su superficie de metal refleja todo a su alrededor: los rascacielos, los árboles, las personas, la luna. 

-Es la primera vez que no hay absolutamente nadie aquí –dice ella, fascinada ante ese hecho.
-A veces hay turistas incluso por la noche. Hoy hemos tenido suerte. 

Ayleen se acerca al monumento y mira su reflejo, oscuro por la falta de luz. Junto a su imagen aparece la de Derek, que encuentra sus ojos en el metal y sonríe.

-Ven –la atrapa por la cintura y la lleva al interior del Haba.

Desde debajo, la forma de la figura hace que se vean reflejados por todo el techo, infinitos Ayleens y Dereks mirándolos desde arriba. 

-Es increíble –susurra Ayleen.

Ya lo había visto antes, es cierto. Pero aun así, cada vez que lo contempla le resulta maravilloso, y más todavía cuando no hay nadie a su lado haciéndose fotos, cuando no escucha idiomas extraños que no comprende a su alrededor. Es todavía más bonito cuando un sitio que normalmente pertenece a todos ahora está vacío, ahora es sólo de Derek y de ella. O a lo mejor le parece especial simplemente porque el brazo de Derek está rodeando su cintura, y nota su cuerpo contra el de ella, y sabe que en ese momento Derek es para ella. Que él es igual que El Haba, que solía ser de todos pero ahora ya no es así, ahora se ha reservado sólo para ella.

Se sientan en el suelo, apoyados en la base de uno de los lados del monumento. Ayleen descansa la cabeza en el hombro de Derek, y éste acaricia su pierna distraídamente. Se alegra de que no haya querido llevarla a su piso, porque aunque la noche anterior fue increíble, no está dispuesta a permitir que su relación se convierta meramente en sexo, porque eso es precisamente lo que lleva intentando evitar desde el principio, y es además lo que todos le han advertido de Derek. Pero él tampoco lo ha propuesto, ha sido su elección llevarla allí, a un parque a ver algo bonito en lugar de a una cama. Puede que todos estuvieran equivocados con respecto a Derek. O puede que Derek esté cambiando poco a poco. No importa mucho, en realidad.

La chica se estira un poco para besar la base del cuello de Derek, y él gira la cara para mirarla a los ojos, esos ojos negros que parecen ver en su interior cada vez que se clavan en los suyos. Ayleen sonríe, una sonrisa amplia, sincera, sencilla, y Derek le corresponde con otra igual. La muchacha pasa sus dedos por los labios de él, sintiendo su aliento sobre su piel. 

-Me gusta esto –susurra-. No sé qué es, pero me gusta.

Derek posa un beso sobre las yemas de los dedos de la muchacha.

-A mí también me gusta, Ayleen.

Se inclina para besarla, y sus infinitos reflejos le imitan. Muchas veces ha pensado Ayleen que intentar algo con Derek era un error, pero ahora, cuando la besa, cuando las manos de él recorren su pelo, cuando la distancia entre sus cuerpos es de milímetros y sigue pareciendo demasiada, ahora se pregunta cómo algo que sienta tan bien, algo que la hace sentir viva, podría llegar a ser un error.  



[He aquí lo que he intentado que sea un capítulo asdfghjklñ. Quería hacer alguno así y bueno, aquí lo tenéis, espero que os haya gustado y que también os haya gustado que suba capítulo dos días seguidos, a ver si compensa un poco todo lo que he tardado en subir otras veces. En fin, como a esto le queda nada para acabar, pero a la vez le queda por pasar algo que estoy segura que ninguna os esperáis, me gustaría que me dijerais cómo pensáis que termina la novela. Comentad aquí en el blog y mencionadme también por twitter si podéis, muchas gracias por leer]