sábado, 31 de mayo de 2014

TESTIGOS DE LA LUNA - Capítulo 14.

I

Están subidos en una de las cabinas de color rojo de la noria que Ayleen vio antes, al entrar. Después de la comida, era posiblemente la única atracción que no haría que su estómago se desprendiera de todo lo que llevaba dentro. La noria se mueve despacio, pero aun así la chica prefiere no levantarse de su asiento, por lo que pueda pasar. No quiere perder el equilibrio y caerse de culo, sería demasiado vergonzoso. Lo peor de todo –que quizás Derek no considere tan negativo- es que están ellos dos solos en la cabina. Por lo visto, a la hora de la comida la gente no suele subirse en las atracciones, y no había tanta gente como para tener que compartir. Eso tiene a Ayleen en tensión, que teme que en cualquier momento a Derek le dé por volver a tener un momento de soy-seductor-y-lo-sé. 

Derek, por su parte, está perfectamente cómodo. Se siente seguro de sí mismo, como siempre, y el saber que ella está algo nerviosa le reconforta. Ayer, cuando Ayleen se mostró tan reticente a quedar con él, temió que la chica no estuviera interesada en él, pero su actitud de ahora le demuestra que sus temores eran infundados. Se pone de pie y acerca la cara al cristal para mirar las vistas. Todavía están lo suficientemente bajos como para que sólo se vean las instalaciones del Navy Pier. 

El joven de pelo negro se gira, y queda de frente a Ayleen. La chica tiene los codos apoyados en las piernas y el cuerpo ligeramente inclinado hacia delante. El escote de la camiseta ancha cae hacia abajo, permitiendo que Derek vea un sujetador rojo de lunares blancos que no tendría ningún problema en desabrochar allí mismo. 

-Los lunares blancos no están mal, pero me gusta más el encaje –señala con el dedo su escote.
-¿Qué…? 

Ayleen mira donde él señala y se incorpora rápidamente. Sus mejillas empiezan a ponerse de un color rojo intenso y Derek ríe, divertido. Apoya tranquilamente los brazos en la barra que hay junto al cristal y sacude la cabeza para apartarse el pelo de la frente.

-No te preocupes, no es el primer sujetador que veo –bromea.
-Seguro que ya hasta has perdido la cuenta –murmura Ayleen, girando la cara.
-¿Te pongo nerviosa? –Derek ignora sus palabras.
-¿Y eso a qué viene?
-Pareces incómoda conmigo.
-No es eso, es que… es como si estuviera con un animal en celo.

A Ayleen se le escapa una sonrisilla y a Derek una carcajada. La pelirroja no se corta en decirle las cosas, pero esa sinceridad le resulta curiosa. 

-Los seres humanos estamos en celo los 365 días al año, las 24 horas del día, ¿no lo sabías? –dice él en tono jocoso.
-Pues seréis los hombres.

Derek esboza una sonrisa y se gira otra vez para mirar el paisaje. Ahora ya se ven las inmediaciones del Navy Pier, y la gente se ha convertido en pequeñas motas que se mueven en el suelo. Una pregunta le empieza a rondar por la cabeza. ¿Será virgen? Desde el principio ha supuesto que no, es imposible que una chica como ella lo sea, pero ¿quién sabe? Se sonroja cada vez que le hace alguna insinuación algo subida de tono. En caso de serlo, le será mucho más difícil acostarse con ella, además, no está seguro de querer hacerlo si es su primera vez. Eso es algo que las chicas valoran mucho, y él no cree ser el apropiado para la primera vez de nadie. Es demasiado… pasional, y demasiado poco romántico, o eso le han dicho algunas veces. Por un instante se plantea preguntarle directamente, pero luego lo borra por completo de su mente. Eso sería mil veces peor que preguntarle cuánto pesa. Hay ciertas cosas de las que las chicas no quieren hablar. 

-Mira –Derek no aparta la cara del cristal. 
-¿Qué?
-Mira –repite él.

Ayleen se levanta resoplando y se agarra de la barandilla, tras lo que hace lo que Derek le ha dicho y mira las vistas. La noria está casi en el punto más alto que alcanzará, y la vista de Chicago es increíble. Los rascacielos no parecen tan altos, el lago Michigan se ve en su increíble extensión y el cielo está un poquito más cerca. La joven pelirroja se estremece al mirar al suelo. No es que le den miedo las alturas, pero le infunden respeto. 

-Es bonito –dice ella, echándole una última mirada y sentándose de nuevo en su sitio.
-¿No esperarías que te trajera a un sitio que no lo fuera? 
-Y ya estaba tardando en aparecer tu bajísima autoestima –Ayleen imprime tono sarcástico a sus palabras, pero por alguna razón, sonríe.
-Es mi sello de identidad. 
-Seguro que te traes aquí a todos tus ligues –lo mira.

Derek esboza una sonrisa misteriosa y no responde. Lo cierto es que no, nunca ha llevado allí a ninguna otra chica. Pero eso no va a reconocerlo, no si quiere mantener la concepción que todos tienen de él. 


II

Connor salta, intentando interponerse entre la pelota y la canasta. Alza los brazos, los endurece y nota cómo la bola rebota tras chocar con su cuerpo. Flexiona las rodillas al caer y sonríe triunfal. Cada vez que consigue superar a Hugo –que no es demasiado a menudo- se siente fenomenal. Su amigo es un gran jugador de baloncesto, y no es nada fácil ganarle. De hecho, cree que nunca ha ganado uno de esos partidos desenfadados que juegan en la pista de la residencia, pero poco a poco está consiguiendo quedar más cerca en cuanto a puntuación. 

Hayley aplaude felizmente, y le da un codazo a Mark para que haga lo mismo, a pesar de lo cual éste simplemente alza su pulgar para que Connor lo vea. Son tan diferentes…

-Creo que ya podemos parar –Hugo coge la pelota, resollando por el esfuerzo.
-Qué casualidad, justo ahora que empezaba a tener posibilidades de ganar –a pesar de eso, Connor está igual o más cansado que su amigo.
-Ni en tus sueños.

Los dos ríen y Hugo le estrecha la mano al joven rubio. No se ven mucho, pero se llevan bien. Ambos se dirigen hasta donde están sus amigos, y Hayley les tiende sendas toallas. Los chicos se secan el cuello y la cara y se sientan en el suelo, exhaustos. 

-Sigo pensando que Mark tiene algún don secreto para jugar al baloncesto, y nunca juega con nosotros para mantenerlo en secreto –divertido, Hugo mira a su amigo.
-Cuando sepa suficiente de psicología, la usaré para controlar tu mente y vengarme de ti –Mark lo mira entrecerrando los ojos.

Los cuatro amigos ríen. Se sienten bien, se saben libres y jóvenes y disfrutan de cada momento que poseen, cada uno a su particular manera.

-¿Creéis que Ayleen se siente cómoda con nosotros? –pregunta Hayley después de un breve silencio.
-Obviamente está algo cohibida, y es normal, casi no nos conoce –responde Marcus. 
-Bueno, a Connor parece que lo conociera bastante –dice la muchacha en tono desenfadado, aunque muy atenta a la reacción de su amigo.
-Sólo intento que se adapte a la residencia, y la mejor forma es tratándola con naturalidad –su voz suena calmada.
-Bah, mentiroso. Te gusta –Hugo le da un codazo y Connor le responde con un puñetazo en el brazo.
-¿Te gusta? –insiste Hayley.
-¡Claro que no! –el chico rubio frunce el ceño.
-Ah, qué manía con negar la evidencia –Mark se estira y bosteza.
-¡A Connor le gusta Ayleen, a Connor le gusta Ayleen! –canturrea Hugo. 

El aludido niega con la cabeza y sonríe, porque a pesar de todo quiere mucho a sus amigos. En eso se basa la amistad, en decirse cosas que otros no se atreverían a decir, en bromear, en molestarse, en enfadarse y en perdonarse. Mientras Hugo sigue con su cantinela, Connor se siente muy afortunado de tener a esos tres jóvenes en su vida. Pero, ¿tendrán ellos razón? ¿Habrá empezado Ayleen a gustarle? 


III

Natasha sorbe por la nariz por enésima vez y se limpia los ojos con el dorso de la mano. Entonces se da cuenta de que se ha dejado los brazaletes en la mesa del restaurante, porque estaba demasiado enfadada como para recordar que Owen se los había quitado. Ya no va a volver a por ellos, que se queden allí. Todo le da igual. O más bien, ella quiere hacer como que todo le da igual. Pero la realidad es que lo está pasando mal. Tenía que enamorarse precisamente de un capullo. Pero es que es un capullo guapo, atractivo, encantador… O solía serlo. 

-¡Natasha, espera! 

La joven nota una mano rodeando su muñeca, pero esta vez con mucho cuidado. No se gira para mirarle, pero para de andar y vuelve a sorber por la nariz. Ya ha dejado de llorar, pero sigue teniendo los ojos húmedos. 

Owen se pone delante de ella y agarra la cara de ella entre sus manos. La acaricia delicadamente y sonríe, tal y como solía hacer cuando Natasha se enamoró de él.

-Perdóname –murmura. 

Natasha mira al suelo. No le ha dicho que lo siente, ni le ha dicho que es un gilipollas por haberla tratado de ese modo. Pero le ha pedido que le perdone. La joven se abraza a sí misma cuando la asalta un escalofrío. 

-Owen, es que…
-Te quiero –la hace alzar la cara para que lo mire-. Te quiero.
-Yo también te quiero, pero… 
-Por favor. No volverá a pasar. Lo prometo. 

Parece sincero. Y Natasha tiene unas ganas inmensas de creerlo. De todos modos, simplemente fue que descontroló su fuerza, nada más. Es verdad que últimamente está menos agradable, pero le acaba de prometer que no pasará de nuevo, que todo volverá a ser como antes. Bueno, eso último no lo ha prometido, pero ella quiere pensar que sí. Dios, cuánto lo quiere.

-Está bien –finalmente, se rinde.
-¿Sí?
-Sí.

Owen se inclina sobre ella y le da un corto beso. Después, saca del bolsillo de su chaqueta sus dos pulseras, y se las coloca con cuidado en las muñecas, cubriendo los morados, como si porque dejaran de verse no estuvieran allí. Sin embargo, hay otro tipo de heridas que no pueden taparse ni ignorarse, heridas que sin ser físicas dejan una huella mucho más profunda y difícil de curar.



[Aquí tenéis otro capítulo, espero que os haya gustado y por favor, comentad en el blog y mencionadme en twitter, es muy importante para mí, de verdad. Gracias por leer] 

miércoles, 28 de mayo de 2014

TESTIGOS DE LA LUNA - Capítulo 13.

I

Natasha apoya los brazos en la mesa mientras esperan a que el camarero les traiga la pizza que acaban de pedir. Sus brazaletes hacen un ruido estridente al chocar contra la madera, y Owen mira hacia el lugar del que proviene el ruido, contrariado.

-Si te pones unas pulseras un poco más grandes ya parecería que llevas manga larga –dice en tono de reproche.

La joven suspira. Es como si su novio tuviera que quejarse absolutamente por todo, como si ella tuviera que hacer algo siempre mal, que no fuera de su agrado. Casi parece que haya dejado de gustarle a Owen. 

Viendo que su novia no dice nada, el chico coloca sus brazos encima de la mesa y le quita los brazaletes a Natasha. Ella aparta las manos rápidamente, escondiéndolas bajo la mesa, pero él ha tenido tiempo de ver las marcas azuladas que ya comienzan a desaparecer de sus muñecas.

-Enséñame las manos –dice Owen, aunque no en tono autoritario.
-No hay que…
-Naty, enséñame las manos –ahora lo exige.

Volviendo a suspirar, Natasha coloca de nuevo las manos sobre la mesa. Owen examina los morados durante unos segundos, sin decir nada.

-¿Quién te ha hecho esto? –pregunta finalmente.
-¿Me lo estás preguntando en serio? 
-Claro.
-Owen, fuiste tú.
-¿Qué? ¿Yo? Imposible.

El camarero aparece con la pizza y la deja en el centro de la mesa. Es joven, tal vez incluso un año menor que ellos, y le dedica una bonita sonrisa a Natasha. 

-Ese tío no podría haberte comido más con los ojos –se queja una vez que el camarero se ha ido.
-Mientras no venga a pegarme un bocado… -intenta bromear Natasha.
-A mí no me hace gracia.
-A mí esto tampoco –se señala sus muñecas.

No tenía intención de decirle nada a Owen, prefería que no se enterase. Pero ahora que él lo ha visto, no va a dejarle que simplemente ignore el daño físico que le ha hecho. 

-Yo no te he podido hacer eso. ¿Cuándo lo he hecho, según tú? –ni se digna a mirar sus muñecas.
-El viernes. Me agarraste con fuerza y…
-En otros momentos no te molesta que te sujete con fuerza.

Natasha se lleva una mano a la frente, cansada.

-Owen, ¿por qué no puedes tomarte las cosas en serio? Tú me has hecho esto, al menos admítelo y déjate de tonterías que no vienen a cuento –le suelta.
-¿Qué? –se sorprende ante su reacción- Es la verdad.
-Ah, cállate. 

Natasha se levanta de su silla y camina con decisión hasta la puerta del restaurante. Sale de allí y echa a andar, sin mirar siquiera si Owen la ha seguido o no. Está enfadada. Le quiere, le quiere muchísimo. Pero últimamente, su novio se está comportando como un auténtico estúpido, y no la trata bien. ¿Por qué tiene que ser así? ¿Por qué no la puede querer y ya está? ¿Por qué tiene que hacerla sufrir? La joven morena se abandona al llanto mientras se pregunta qué es lo que ella está haciendo mal. 


II

Derek se dispone a abrir la puerta del copiloto de su coche, pero Ayleen se adelanta y sale del vehículo.

-Y yo que pensaba que a las chicas os gustaba que el príncipe os abriera la puerta de la carroza… 
-Tú más que un príncipe pareces un rockero gótico –puntualiza la pelirroja.

Él suelta una carcajada y cierra el coche.

-No siempre llevo ropa negra.

Ayleen niega con la cabeza y espera a que Derek empiece a andar, para seguirlo. En el rato que han estado en el coche no lo ha pasado mal, al contrario, ha estado bastante cómoda a pesar de las continuas insinuaciones del joven. Sólo espera ser capaz de resistirlo durante lo que queda de tarde.

-Así que no quieres ir al McDonald’s…
-No.
-Entonces tengo que pensar en otra alternativa –Derek se lleva una mano a la barbilla.
-¿En serio querías llevarme allí?
-Que no, que es broma –sonríe-. Ven.

Derek la coge de la mano para guiarla por entre las calles de Chicago. Ayleen se estremece. Ese contacto es absolutamente innecesario, no va a perderse, pero no hace por soltar su mano. Tampoco pasa nada por eso, no es que vayan andando como una parejita de enamorados. De hecho van a paso bastante rápido. 

Tras unos minutos llegan a una zona con césped que queda justo al lado del lago Michigan, y en la que hay un número considerable de turistas. Al fondo se ve una noria y se adivina la parte superior de un tiovivo.

-¿Dónde estamos? –pregunta Ayleen, que nunca ha estado allí.
-Bienvenida al Navy Pier –hace un gesto con la mano como invitándola a entrar a algún sitio, y sonríe.
-Pero…
-Es como un mini parque de atracciones, ¿no lo conocías?

Ella niega con la cabeza.

-Vamos, la comida nos espera –vuelve a tirar suavemente de ella para que anden de nuevo.
-Bueno.

Juntos, entran en el recinto, en cuya entrada pone efectivamente, en letras grandes, Navy Pier. Allí hay menos gente que en la zona exterior del césped, pero sigue estando bastante abarrotado. Lo cierto es que Ayleen esperaba que la llevase a un sitio más tranquilo, pero puede que aquel lugar acabe incluso gustándole, así que no va a juzgarlo antes de conocerlo. 

Nada más entrar, encuentran a la izquierda un montón de restaurantes, uno al lado de otro, y cada uno con diferentes tipos de comida. Hay un mejicano, un indio, un italiano… 

-Elija usted –Derek hace un gesto con la mano que los abarca a todos.
-¿El italiano? 
-Me parece bien.

Ayleen es perfectamente consciente de que sus manos siguen entrelazadas. El tacto rugoso y cálido de la piel de Derek contra la suya le produce una especie de cosquilleo en el estómago, que sube por su espalda y acaba en la nuca. ¿Por qué tiene que ser tan exageradamente atractivo?

Entran al restaurante y se sientan en una mesa para dos. 

-¿Ves? No ha sido tan malo aceptar mi invitación –comenta Derek, echándole un vistazo a la carta.
-Eso todavía está por ver.
-Por lo pronto, ni te he secuestrado ni nos hemos estrellado con el coche.
-Por lo pronto –Ayleen cierra su carta; ya ha decidido lo que va a pedir.
-Tampoco te he mordido ni nada por el estilo… aunque me gustaría hacerlo. 

La joven pone los ojos en blanco. Es un capullo, todo el rato con sus obvias insinuaciones sexuales. Las mujeres buscan más que eso en un tío, y parece que él no se da cuenta. Pues ella no está dispuesta a ser una de las muchas con las que seguro que se acuesta. Simplemente han quedado para comer, ni siquiera es una cita. 

Afortunadamente, durante la comida no hablan mucho, se centran en masticar sus respectivos almuerzos, a pesar de lo cual ninguno de los dos se siente incómodo. Tampoco es que sea uno de esos silencios de complicidad que se dan con sólo unas pocas personas en el mundo, es sencillamente un silencio. 

Cuando terminan de comer, el camarero, un señor de mediana edad y con clara pinta italiana les trae la cuenta. Ayleen saca la parte que le toca pagar de su cartera y la deja en la pequeña bandeja de color verde, blanca y roja en que descansa el tiquet. 

-Invito yo, pelirroja –Derek quita el dinero de la joven.
-De ninguna manera –lo vuelve a poner-. No pienso dejarte que me invites.
-¿Por qué? No te voy a obligar a que me compenses de otra manera –sonríe con picardía.
-No es por eso, imbécil –Ayleen resopla-. No me gusta que me paguen las cosas, y punto.
-Menuda cabezota estás hecha.
-Y tú eres un pesado, y me aguanto. 
-Bueno, como quieras –riendo, Derek acepta poner sólo la parte que le corresponde. 

Un instante después, el camarero vuelve a aparecer y coge el dinero. 

-Gracias, pareja, pasad una buena tarde –dice con un curioso acento italiano guiñando un ojo.
-No somos pareja –protesta Ayleen, pero el hombre ya se ha marchado.
-En realidad sí, una pareja es simplemente que haya dos personas juntas.
-Ag –exasperada, sale del restaurante.

El chico moreno la sigue sin poder dejar de sonreír. Siempre le ha gustado sacar de sus casillas a las muchachas, especialmente porque después de encandilarlas siempre consigue lo que quiere. 

-¿Qué, te apetece subirte ahí? –Derek señala una atracción con unos columpios que giran en el aire.
-Claro, tengo unas ganas locas de vomitar la lasaña –contesta irónicamente Ayleen.
-Hoy estás especialmente simpática.
-Ese es el efecto que causas sobre mí. 
-Ah, ¿sí?
-Sí.

La mirada de Derek cambia completamente. Entrecierra los ojos, se pasa la lengua por el labio inferior y se coloca delante de Ayleen. Ella deja de andar y levanta un poco los ojos para mirarle. 

-¿Qué… haces?

Él ladea una sonrisa, sin dejar de penetrarla con la mirada. Con las yemas de los dedos, acaricia despacio el brazo izquierdo de Ayleen, subiendo hasta su hombro, ahora bajando por su escote hasta llegar justo a donde comienza el pequeño canal que forman sus pechos. La joven va a apartarse pero en lugar de seguir bajando, como ella se temía, Derek recorre su cuello hasta llegar a la barbilla y… chasquea los dedos.

Ayleen da un rebote, como si un mago acabara de despertarla de un sueño. 

-Ese era el efecto que creía que causaba sobre ti –se da la vuelta y echa a andar.
-¿Y qué efecto se supone que ha sido ese? –ella sigue aturdida, con el corazón latiéndole de repente a toda velocidad.
-Dímelo tú. Lo sabes perfectamente.
-Ya te he dicho que no puedes ir por ahí acariciando a la gente sin más.
-Me gusta hacerlo.
-¡Pues no tienes derecho a tomarte esas confianzas! 
-¿Quién dice que no? 
-Yo lo digo.
-Pero si te ha encantado. 
-No. 
-Pues te podrías haber apartado.

Ayleen une con fuerza los labios. Quiere soltarle alguna bordería, decirle cuatro cosas bien claras, pero sabe que no lo hará. Es que… bueno, Derek tiene razón. Podría haberse apartado, y por un momento ha estado a punto de hacerlo, pero finalmente no lo ha hecho. Él sabe perfectamente como manejar a una chica, y eso es un problema para Ayleen. A pesar de que le atraiga, sabe que no es el tío adecuado, que no sería bueno para ella y que, en caso de acabar enamorándose de él, terminaría con el corazón roto, porque él sólo la quiere para pasarlo bien. Se pregunta por qué está allí con él, por qué ha ido si no debía hacerlo. Respira hondo, pensando con temor que como siga así sí que acabará, de una forma u otra, con el corazón roto.


[Aquí tenéis otro capítulo. No sé si las cosas están pasando demasiado lentas o rápidas para vuestro gusto, así que decidme por favor qué os parece el ritmo de la novela. Bueno, ahí está empezando a pasar algo entre ellos que veremos a ver a dónde llega o cómo acaba. Como siempre, por favor, comentad en el blog y mencionadme en twitter, necesito saber que leéis, gracias]

sábado, 24 de mayo de 2014

TESTIGOS DE LA LUNA - Capítulo 12.

I

Hayley alza las cejas mientras mira a Connor y a la chica pelirroja caminar delante de ella. Ayleen es más baja que su amigo, pero aun así harían buena pareja. Además, se nota que entre ellos existe... algo. Hayley nota de repente algo en su costado y da un respingo, para inmediatamente escuchar la risa de Hugo. 

-¿En qué piensas? -le pregunta él.
-En nada -esboza una sonrisa.
-Sabes que no se puede pensar en nada, ¿verdad? -Mark la mira de soslayo.
-Marcus, no empieces con tus rollos psicológicos -Hayley resopla.

Connor se da la vuelta y ríe, por lo que la joven supone que estaba escuchando lo que decían. Mejor que no haya dicho lo que estaba pensando, entonces.

-Ayleen, ¿qué te parece Chicago? -Hugo la hace ponerse a su altura.
-Bueno, no es la primera vez que vengo, aunque la zona universitaria nunca la había visto -la pelirroja muestra una bonita sonrisa-. Pero me gusta.
-A veces es demasiado bulliciosa para mi gusto -apunta Mark.
-Para ti todo lo que no sea silencio absoluto es algo bullicioso -Hayley se venga por lo de antes.

Los cinco chicos ríen, y Hayley nota que Ayleen está ya más relajada que al principio. Cuando han salido de la residencia se notaba que se sentía extraña, pero ahora parece estar más cómoda entre ellos. No es fácil hacer nuevos amigos, y menos adaptarse a un grupo ya formado, así que no la culpa por su actitud. De hecho, cree que puede caerle bien, pero no terminan de agradarle las confianzas que se toma con Connor. Le conoce desde hace dos días y ya parecen amigos de toda la vida. Y conociendo a su amigo, sería capaz de enamorarse de ella. En cambio, no sabe cómo es ella así que no está segura de que a pesar de sus sonrisas amistosas y su amabilidad no acabará haciéndole daño. Por lo pronto, Hayley no tiene intención de juzgarla como tal, pero no va a descuidarse.

-¿Qué hora es? -Ayleen mira a sus nuevos amigos.

Hugo mira en su móvil.

-La una.
-¿Qué pasa? -pregunta Mark al ver la mueca de Ayleen.
-Es que ha quedado con Natasha para ir a comer -aclara Connor.

¡Con Natasha! Hayley recuerda el año pasado, cuando Connor era amigo de Natasha. Ella se relacionó con la morena, aunque su amistad no fue tal y como la de Connor, y se alegra, porque al final Natasha acabó haciéndole daño a su amigo.

-¿Sois amigas? -Hayley mira a Connor y él sabe lo que está pasando por su cabeza.
-Estamos en proceso -Ayleen parece nerviosa de repente-. Es mi vecina de habitación.
-¿Y a qué hora habéis quedado?
-Pues... -la pelirroja se muerde el labio, dubitativa- a la una y media.
-Entonces deberíamos volver ya -Hugo vuelve a mirar su móvil, para confirmar la hora.
-Sí, mejor.

El grupo camina por las calles de Chicago por las que ha venido, si bien ahora van más rápido que antes, recreándose menos en el paisaje. Hayley nota que Ayleen está tensa de repente, ¿por qué? A lo mejor sabe lo que pasó con Connor, y por eso se siente en cierto punto mal, por estar quedando con la joven que le partió el corazón a su nuevo amigo. En realidad, Hayley no puede sospechar que el comportamiento de Ayleen no tiene nada que ver con eso. 


II

Derek mira la hora. La una y diez. Se pasa una mano por el pelo a la vez que se mira en el espejo, comprobando que su aspecto aparentemente despeinado está tal y como él quiere. Se pone una camiseta blanca con unos dibujos grises en el centro, que resalta el tono bronceado de su piel. Se deja los pantalones negros que llevaba y se mira en el espejo una vez más. Así está perfecto. Se gusta a sí mismo, y está convencido de que ese es el primer requisito para gustarles a los demás. ¿Cómo le vas a gustar a alguien si no te gustas a ti mismo? Mira el reloj de nuevo. La una y cuarto. No sabe si ya es momento de ir a la habitación de Ayleen, tal vez ella todavía no esté lista. Le apetece verla. Casi la ha conseguido ya, porque si no no habría aceptado ir a almorzar con él. Con suerte, puede que esa misma tarde pase algo entre ellos. No acostarse, por supuesto, pero algo que les acerque un poco más a ese paso. 

Derek se tumba en la cama y cierra los ojos. No tiene más ganas de pensar. A la una y media irá a por ella, y si no está lista todavía, puede esperarla dentro de la habitación. Aun con los ojos cerrados, el joven moreno sonríe con picardía. Permanece unos minutos así, concentrándose en su propia respiración, intentando dejar la mente en blanco, y cuando vuelve a mirar el reloj, ve que es la una y veinticinco. Se levanta de la cama de un brinco, coge su característica chaqueta de cuero y sale de su habitación. Derek baja las escaleras y precisamente al llegar a la puerta de la habitación 119, Ayleen está llegando también.

La pelirroja parece sorprendida de verle allí. 

-¿Es que no me esperabas? –pregunta Derek, al ver que ella no dice nada.
-No, no es eso –sacude la cabeza y abre la puerta-. Espera un momento.

El joven moreno no tiene otra opción que no sea asentir y esperar en el pasillo. ¿De dónde vendrá? Se la ve nerviosa, o al menos con prisa. Pocos minutos después, Ayleen sale del cuarto, con la única diferencia visible de que se ha pintado los labios de rojo, aunque no excesivamente intenso. Él la mira a los ojos y ella sostiene su mirada. Está muy guapa. 

-¿Vamos, o me vas a tener aquí todo el día? –espeta Ayleen.
-¿Es que tienes hambre? –Derek echa a andar y ella le sigue- ¿O es que te mueres por pasar una tarde conmigo?
-Según lo que dijiste ayer, es sólo un almuerzo.
-Según lo que tú dijiste ayer, estás enfadada conmigo, y aun así tenemos una cita. 
-No es una cita.

Mientras bajan las escaleras, Derek nota que Ayleen está todavía más tensa que antes, pero en cuanto salen de la residencia, su postura se relaja y parece totalmente calmada.

-¿Se puede saber qué te pasa?
-¿Cómo que qué me pasa?
-Que hace un momento parecías al borde del ataque de nervios.
-Es que estaba desesperada por pasar un rato contigo –contesta Ayleen irónicamente.
-Lo suponía –él sonríe ampliamente. 
-Espero que no tengas intención de llevarme al McDonald’s –comenta la chica, que va siguiendo a Derek todo el rato.
-¿Por qué piensas que podría hacerlo?
-Porque es el único sitio para comer que he visto por la zona.
-¿Y quién dice que nos vayamos a quedar en la zona?

Derek aprovecha que acaban de llegar al lugar donde tiene aparcado su coche, saca las llaves y pulsa el botón para abrirlo, con lo que las luces parpadean una vez ante la atónita mirada de Ayleen. Él sonríe para sus adentros. Está particularmente orgulloso de esa adquisición, le ha sido de gran ayuda a la hora de impresionar a las chicas. Derek quería un descapotable moderno, preferiblemente un Audi, negro y con asientos de cuero. No obstante, sus padres no estuvieron dispuestos a comprárselo, por lo que su abuelo decidió darle su viejo Ferrari rojo. Es antiguo, pero tras darle una capa de pintura se quedó muy bien, y desde entonces le ha servido bastante. 

-Las señoritas primero –abre la puerta e invita a Ayleen a sentarse en el asiento del copiloto.
-¿Tú estás loco? –ella frunce el ceño.
-¿Loco por? –la mira, desconcertado de verdad.
-¿Qué te hace pensar que me subiría en un coche contigo? –se cruza de brazos.
-Que no quieres que te lleve a comer al McDonald’s –Derek sonríe por enésima vez en el rato que llevan juntos.
-Já, tú lo que quieres es secuestrarme y aprovecharte de mí.
-No voy a necesitar obligarte a nada, ya lo harás tú solita.

Le guiña un ojo con picardía e inmediatamente Ayleen pone los ojos en blanco. No le importa, el joven sabe que en realidad le gusta su comportamiento. 

-¿Quieres que te enseñe mi carné de conducir? A lo mejor así te fías de mí –saca una cartera de su bolsillo trasero del pantalón.
-No hace falta –suspira y se sube en el coche.
-Merci –Derek cierra la puerta.
-No te creas que hablando en francés me impresionas.

Él da una carcajada por toda respuesta y se coloca en el lugar del conductor. Pone las llaves, arranca el coche y justo cuando va a pisar el acelerador ve por el rabillo del ojo que Ayleen lo está mirando con desaprobación.

-¿Qué? –se gira para mirarla.
-Ponte el cinturón.
-¿Qué? –vuelve a preguntar, ahora alzando las cejas.
-Me has escuchado perfectamente. 

Derek pone los ojos en blanco. No está acostumbrado a ponerse el cinturón, y no es porque crea que eso gusta más a las chicas, sino simplemente porque él es así. 

-Bueno, pero pónmelo tú –sus labios se curvan en una amplia sonrisa.
-Creo que eres lo suficientemente inteligente como para comprender el mecanismo de un cinturón.
-Vale, pues… -presiona el acelerador y el coche empieza a moverse.
-¡Para, para! –exclama ella, y Derek obecede.

Divertido, contempla cómo Ayleen se desabrocha su propio cinturón y se inclina hacia él. Si está entrando en el juego es porque quiere, así que Derek sabe que no está tan lejos de su objetivo como pensaba al principio. La chica se estira para coger el cinturón del lado del conductor, y a pesar de que intenta evitar tocar a Derek, es imposible. Su pecho roza el del chico y sus brazos también. Rápidamente, Derek aprovecha que Ayleen ha decidido ponerse una camiseta corta, porque alarga un brazo y acaricia lentamente su vientre, haciendo circulitos alrededor de su ombligo. Ella da un respingo y se da con el retrovisor en la cabeza. Al menos tiene el cinturón en la mano.

-Ay –se queja, frotándose la cabeza con la mano que tiene libre.
-Mira qué bien, ya puedo seguir yo solo –Derek coge el cinturón de donde ella lo sostiene, y se lo abrocha.
-¿Por qué has hecho eso? –protesta Ayleen, volviendo a su sitio y colocándose su cinturón.
-¿El qué? –se hace el inocente.
-Derek, hay una cosa que se llama espacio personal y tienes que aprender a respetarlo. 
-Dime que no te ha gustado –le dedica una fugaz mirada y vuelve a poner el coche en marcha.

La joven pelirroja no dice nada. Por supuesto que le ha gustado. Derek es consciente de que él le gusta tanto como Ayleen le gusta a él. 

-No puedes ir por ahí acariciando a la gente cuando te venga en gana –masculla la chica.
-La próxima vez te pediré permiso –recoloca el retrovisor y pisa un poco más fuerte el acelerador.
-No habrá próxima vez –sentencia Ayleen.
-Por supuesto que la habrá.

Derek conduce con seguridad, sabiendo perfectamente que después de esa tarde, Ayleen deseará que vengan muchas más. 


[Pues aquí tenéis el capítulo 12, espero que os haya gustado, y bueno, el siguiente capítulo espero que sea bastante más interesante. Como siempre, si habéis leído, comentad aquí en el blog y mencionadme en twitter, por favor, os lo agradezco mucho, sobre todo porque últimamente estoy algo decaída con todo este tema. Gracias por leer, intentaré subir cuanto antes]

domingo, 18 de mayo de 2014

TESTIGOS DE LA LUNA - Capítulo 11.

I

Natasha mira atentamente a Connor mientras la señora MacMurray le sirve su chocolate caliente. Parece algo mayor que el año pasado, como si todo lo ocurrido le hubiera servido para madurar incluso más. La joven de pelo negro da un sorbo a su infusión, que en realidad no le está sirviendo para relajarse. O tal vez sea la presencia de su ex amigo lo que ha anulado todo posible efecto a su bebida. No le gusta haberle hecho daño, pero ya no puede cambiar las cosas.

-¿Y tú por qué no puedes dormir? –le pregunta, consciente de que le toca a ella hablar.
-No estoy muy seguro.

Miente, y Natasha lo sabe. Han pasado cinco meses, pero sigue conociéndole. Aun así, no cree que tenga derecho a meterse en la vida del muchacho, puesto que salió de ella por decisión propia. 

-Ya se te pasará –le sonríe.
-¿Y tú? 

Connor da un largo trago a su chocolate, pero está tan caliente que hace una mueca cuando pasa por su garganta. Natasha considera gracioso el gesto y se le escapa una risilla, a lo que él la mira con un asomo de desaprobación, aunque al final sonríe también.

-Lo que a mí me pasa es que pienso demasiado –reconoce Natasha, a pesar de lo que no está dispuesta tampoco a entrar en detalles.
-Eso es un problema.
-Muy grande. 

Los dos se quedan en silencio. Ahora al menos es un poco menos incómodo que antes, pero las palabras no salen con fluidez, y ninguno de ellos está experimentando la calma que había ido a buscar a aquella cafetería.

-¿Qué tal te va con Owen? 

Natasha alza los ojos de su infusión, probablemente con la sorpresa impresa en su rostro. No esperaba esa pregunta, ¿cómo iba a esperarla? Cierra un momento los ojos y respira hondo. 

-Bien –miente. 
-Me alegro. 
-Gracias.

La joven tira disimuladamente de las mangas de su camiseta, que se ha puesto de manga larga para impedir que alguien –especialmente su hermano- viera las marcas moradas que tiene desde ayer. Hoy se notan menos, pero prefiere que nadie las vea. ¿Por qué le habrá preguntado Connor eso? ¿Sabrá algo de lo que está pasando últimamente con Owen? No, eso es imposible. De repente, Natasha recuerda lo que Owen le ha dicho esta tarde, cuando estaban en la cama. Le ha pedido, o más bien ordenado, que no hablara con Connor. Y ella le ha prometido que no lo haría, tal y como hizo cinco meses atrás, cuando rompió su amistad con el joven rubio porque el chico del que estaba perdidamente enamorada se lo pedía. 

Natasha se revuelve en su silla, inquieta. Está segura de que Owen no va a entrar a esa cafetería, no tiene nada que ver con los sitios que él frecuenta, pero se siente algo culpable. Por un momento tiene el impulso de levantarse para marcharse, pero justo entonces Connor habla de nuevo.

-Natasha… creo que deberíamos volver a ser amigos.
-Con…

Él la interrumpe.

-Bueno, lo sé. No me refiero a una amistad como la que teníamos antes. Me refiero a saludarnos cuando nos crucemos en el pasillo, a no apartar la mirada, a poder mantener una conversación como los dos compañeros de residencia que somos –Connor la mira fijamente a los ojos.
-Ahora mismo estamos manteniendo una conversación.
-En la que parece que los dos tengamos pinchos en la silla, por cierto –señala él. 

Una sonrisa cruza el rostro de la joven. Empieza a recordar por qué era su amigo, y le duele lo que hizo, casi más ahora que cuando sucedió. Connor tiene razón, parece que a ambos los estén torturando, que estén hablando prácticamente en contra de su propia voluntad. Natasha tiene ganas de decirle que sí, pero piensa en Owen y agacha la mirada.

-No lo sé, Connor…
-Como quieras. 
-Además, tú deberías estar enfadado conmigo, ¿no?
-Naty, han pasado cinco meses.

Ella lo mira. Hacía mucho tiempo que no lo escuchaba llamarla así, y tiene la sensación de que Connor se arrepiente de haberlo hecho, o de que no lo ha hecho intencionadamente.

-Ya no estoy enamorado de ti. ¿Qué puede tener de malo que nos llevemos bien? –insiste.
-No lo sé –mira su vaso vacío y se levanta de la mesa-. No lo sé.

Deja el dinero que corresponde en la barra y se marcha de la cafetería. Es una cobarde, no ha sido capaz de quedarse con él –cuando en realidad le apetecía-, porque teme la reacción que Owen podría tener. No quiere volver a la residencia, pero caminar sin rumbo por las calles nocturnas de Chicago tampoco le parece la mejor opción. Así que vuelve a su cuarto, se mete en la cama, y se pregunta por qué es tan difícil querer a alguien. 


II

Ayleen pulsa el botón rojo de colgar el teléfono, y se lo guarda en el bolsillo. La llamada ha durado al menos veinte minutos, pues sus padres querían saber muchas cosas y ella tenía otras tantas que contarle. Cuando le han preguntado si ya había hecho nuevos amigos, Ayleen no ha estado muy segura de qué responderles. Aparte de Connor… No cree que Derek pueda considerarse su amigo. Natasha es una potencial amiga, sí. Y Hayley, Mark y Hugo también. Ella ha respondido bastante ambigua, sin dar muchos detalles ni nombres, y por ahora sus padres parecen satisfechos. Les echa de menos, y eso sí se lo ha dicho claramente. Pero de nada sirve lamentarse, tiene un día libre por delante que cuanto antes empiece, antes acabará. Comienza a estar ansiosa por empezar las clases en la universidad. 

La joven pelirroja se desnuda y coge del armario una camiseta color azul marino de tirantas, de esas cortitas y anchas que ahora se llevan mucho. Se pone también unos shorts blancos, y se mira al espejo, preguntándose si de verdad le queda bien esa camiseta que enseña parte de su abdomen, pero su hermana, Hannah, le ha repetido una y mil veces que le sienta estupendamente, así que no lo piensa más, y alborotándose un poco el pelo, sale de su dormitorio. 

Casualmente, cuando ella sale, también lo hace Natasha, su vecina. 

-¡Hola! –exclama la joven de piel bronceada, que luce un bonito vestido blanco y dos grandes brazaletes marrones en las muñecas.
-Buenos días –Ayleen la saluda con una sonrisa.
-¿Vas a desayunar?
-Sí, ¿y tú?

Natasha asiente con la cabeza, y juntas bajan las escaleras.

-Por cierto, todavía no sé qué estudias.
-Derecho –la joven morena se recoge el pelo en una larga cola mientras caminan.
-Anda, como Connor –dice Ayleen más para sí que para su nueva amiga-. ¿Y no os conocéis de las clases?
-Sí, claro –contesta Natasha escuetamente-. ¿Qué vas a hacer tú?
-Medicina.
-Oye, si mi hermano se pone muy pesado contigo, dale una patada en el culo, ¿vale? –le dice Natasha con complicidad.
-Por ahora creo que lo soporto –Ayleen sonríe.
-Puede llegar a ser muy cansino.
-Lo intuyo.

Las dos jóvenes ríen.

-Bueno, yo me voy por allí, que he quedado con Owen para pasar la mañana por ahí y almorzar fuera, porque sabes que hoy el comedor no funciona, ¿verdad? 
-Sí, sí lo sé. Pasadlo bien.

Ayleen se despide de Natasha con la mano, y esta última sale de la residencia. La chica pelirroja, en cambio, va hasta la cafetería, y en efecto, allí encuentra  a Connor, charlando amistosamente con el camarero. Mientras se acerca a él, el estómago se le encoge al recordar que ha quedado para almorzar con Derek. ¿Ahora qué pasa si Connor le propone ir a comer juntos? ¿Le dice con quién ha quedado? Debería hacerlo, sí. Tampoco puede ser tan grave, y no quiere mentirle.

-Buenos días –la saluda Connor tras despedirse del camarero.
-Hola –Ayleen sonríe, y juntos van hasta una mesa para dos. 
-¿Qué vas a pedir? 
-Mmm, no lo sé –la chica ojea un folio plastificado con todo lo que se puede comer en la cafetería de la residencia.
-Yo un gofre. Con chocolate y nata por encima –el joven se pasa la lengua por los labios, como saboreando lo que va a comer.

Ayleen no pasa por alto el gesto, pero se mantiene serena. 

-Entonces yo otro –deja la carta en la mesa.
-¿Quieres leche? 
-Sí.
-Voy a pedirlo –Connor se levanta.
-Eh –protesta ella, que pensaba que el camarero iba a la mesa a preguntar, y hace amago de ponerse también en pie.
-Ahora mismo vuelvo –el chico la hace sentarse presionando levemente sobre su hombro, y se va hasta la barra.

Justo entonces, como si estuviera todo maquiavélicamente planificado, entran a la cafetería Derek y dos de sus amigos. Owen no está, porque como le ha dicho antes Natasha, se han ido toda la mañana por ahí. Ayleen se pasa una mano por el pelo, nerviosa de repente y mira horrorizada como Derek va en su dirección mientras sus amigos se sientan en una mesa cerca de la barra.

-Buenos días, pelirroja –señala a Connor, que está esperando en la barra, de espaldas a ellos y todavía no se ha dado cuenta de la presencia de Derek-. ¿Continuáis en el proceso de fusión Aynor?
-Capullo –le suelta ella, tapándose disimuladamente un lado de la cara con la mano, a pesar de que si Connor mira los va a ver juntos igualmente.
-Lo que me sorprende es que ahora él pase de sus antiguos amigos sólo para estar contigo. Seguro que le gustas.

Ayleen aprieta con fuerza las rodillas una contra otra, intentando canalizar su nerviosismo. 

-No pasa de sus amigos. Ellos llegaron anoche, y probablemente estén durmiendo todavía.
-Le gustas –repite Derek.
-Pues entonces ya sois dos.

La joven baja la mirada, maldiciéndose por dentro. ¿Por qué ha dicho eso? Ni siquiera lo piensa. Es imposible que le guste a Connor, y Derek es sólo un pesado que quiere aprovecharse de ella. Cuando vuelve a alzar la mirada, ve que el chico de pelo negro la mira con una sonrisa misteriosa. 

-No te olvides de nuestra cita –dice, antes de darse la vuelta para marcharse.
-No es una cita –Ayleen le contesta a su espalda.
-Ya veremos.

La chica pone los ojos en blanco y Connor llega con una bandeja con la leche y los gofres. La sonrisa se ha borrado de su rostro, por lo que Ayleen adivina que les ha visto hablando.

-¿Qué quería? –su voz suena más extrañada que inquisidora. 
-Nada… -Ayleen duda, pues es el momento de comentarle que va a ir con él a almorzar- Es un pesado.
-Claro que lo es. Y más imbécil que todos los imbéciles de Chicago juntos –vierte el contenido de un sobre de azúcar en su leche-. Ni siquiera entiendo cómo puede tener amigos. Tan imbéciles como él, supongo.

Ayleen traga saliva. Toda su determinación de decirle que ha quedado con Derek se esfuma. Connor pensaría que es una estúpida, igual que todas las tías a las que seguro que convence para que queden con él. Tal vez Ayleen no sea diferente a ellas, pero no va a hacer nada que no quiera, e ir con él a comer tampoco es un pecado capital. ¿Por qué odiará tanto Connor a Derek? No se lo piensa preguntar, no ahora, porque lo que necesita es cambiar de tema. Corta un trozo de gofre y se lo mete en la boca apresuradamente.

-¡Qué bueno! –exclama, aunque ni siquiera está siendo consciente de cómo sabe.
-Mucho –la expresión de Connor se relaja y también come de su gofre.

Durante el desayuno, hablan de unas cosas y otras, conociéndose un poco más. Derek no ha vuelto a salir a colación, pero Ayleen no puede sacárselo de la cabeza. Sigue allí, comiendo con sus amigos, y de vez en cuando la mira con descaro. Afortunadamente, Connor no puede verlo porque queda de espaldas a ellos. 

-… es que las películas francesas son horribles –ahora están hablando de cine.
-En eso estoy de acuerdo contigo –concede Connor-. Pero Intocable está muy bien.
-¿Cuál es esa? –Ayleen le da el último sorbo a su leche.
-Un tipo rico que está en silla de ruedas y no puede moverse contrata a un chico negro para que se encargue de cuidarlo –él se queda callado un momento-. A ver, dicho así no suena interesante, pero de verdad, me reí mucho con esa peli.
-Entonces tendremos que verla –ella sonríe.
-Cuando quieras –él le corresponde-. ¿Qué vas a hacer esta mañana?

Ayleen se muerde el labio inferior.

-Por ahora, no tengo nada pensado. ¿Por?
-Podríamos ir a algún sitio con Hayley, Mark y Hugo, y así os vais conociendo.
-Me parece bien, pero…
-¿Pero?
-Bueno, que… -titubea- ya he quedado para comer.
-Ah, ¿sí? ¿Con quién? –pregunta con curiosidad.
-Con Natasha –es la única persona con la que se ha relacionado aparte de Connor… y de Derek.
-Vaya.
-Es mi vecina de habitación –se explica Ayleen rápidamente-. Así que habíamos pensado ir a comer juntas.
-Claro, es genial. Podemos estar de vuelta para mediodía –Connor se termina su gofre y sonríe amablemente.
-Vale.

La pareja se levanta, pagan lo que han comido y salen de la cafetería. Alguien en la mesa de Derek silba a Ayleen cuando pasan por al lado, y ella cierra los ojos con fuerza, avergonzada. Al menos Natasha no aparecerá por allí hasta pasado el almuerzo, así que Connor no la verá mientras Ayleen esté fuera. Sin embargo, las mentiras no se sostienen por sí solas, y en ocasiones hay que contar muchas de ellas para no ser descubierto… aunque la verdad casi siempre acaba por desvelarse. 


[Bueno, ¿qué os parece? ¿Creéis que Connor se enterará de que Ayleen ha quedado con Derek? Y si se entera, ¿cómo reaccionará? Comentad en el blog, por favor, y si podéis, mencionadme también en twitter, agradezco mucho los comentarios, no importa que nunca antes me hayáis comentado, al contrario, prefiero que lo hagáis aunque sea ahora. Gracias por leer, espero que os haya gustado]