[Os dejo una canción para que escuchéis mientras leéis el capítulo, y mirad la letra porque tiene que ver con este #Imagina: escuchar. Disfrutad de esta última parte]
-Vamos,
¡arriba!
Tu
padre tira un poco más de tu sábana y tú te encoges, intentando no perder el
poco calor que quedaba en la cama.
-No
quiero -tu protesta queda envuelta en la tenue voz del sueño.
-Sí
quieres -te contradice papá.
-No
-metes la cabeza debajo de la almohada.
Entonces
notas una mano suave sobre tu hombro.
-Se te
ha caído el señor Carrot -la voz dulce de tu madre consigue hacerte sacar un
poco la cabeza.
Por
el rabillo del ojo ves que mamá tiene en la mano el conejito de peluche con que
siempre duermes.
-¿Se
ha hecho daño? -preguntas.
-Un
poco, pero si le das un besito dejará de dolerle -esboza una sonrisa cómplice.
Sales
por completo de tu escondite y rápidamente le das un beso al muñeco.
-Mucho
mejor –dice mamá-. Y ahora… ¿vamos a vestirnos para ir al cole?
-Pero
es que…
-Cielo,
te lo vas a pasar genial. Vas a hacer muchos amigos, a aprender muchas cosas y
a jugar.
-¿De
verdad?
-Mamá
nunca te mentiría –te mira con sus cariñosos ojos verdes.
-Vale
–accedes finalmente.
Tu
padre os contempla, perplejo, mientras ella te ayuda a vestirte. Quizás haya
cosas que sólo puedan conseguir las madres, piensa seguramente.
El
señor Carrot descansa en la cama, totalmente curado gracias a tu beso, mientras
mamá te hace dos trenzas en el pelo, una a cada lado de la cabeza.
-Eres
muy guapa –dice tu madre, dándote un beso en la frente cuando termina su
trabajo-. El día en que todos los chicos se enamoren de ti, ¿me lo contarás?
-Yo
no quiero que ningún chico se enamore de mí –cruzas los brazos sobre tu pecho.
-¿Por
qué no?
-Porque
son pesados y asquerosos –haces una mueca de desagrado.
-Pero
eso son los del parque –te recuerda tu madre deshaciendo y haciendo de nuevo el
lazo que ata tu vestido a tu espalda-. No todos los chicos son así.
-Bah.
-¿Me
lo contarás? –pregunta otra vez.
-Claro,
mamá.
Sonríes,
dejando que tus pensamientos vaguen a cualquier otra cosa, y desayunas como
siempre has hecho, al lado de tus padres, con las piernas colgando de la silla
porque aún no son lo bastante largas como para llegar al suelo. No importa, ya
crecerás. Y en tu infantil e inocente interior tienes la certeza de que todo
permanecerá siempre así, de que tu mundo es inquebrantable, que cada mañana
tendrás a papá a tu izquierda y a mamá a tu derecha, que reirás con ellos y la
sonrisa no desaparecerá jamás de vuestros rostros, porque así ha sido siempre y
así será.
-Vamos,
es hora de irse.
Tus
padres recogen la mesa en un momento y un instante después tu madre está a tu
lado, tendiéndote la mochila para que te la cuelgues a la espalda. Papá se
agacha enfrente de ti para que sus ojos queden a la altura de los tuyos, y te
mira con un destello inconfundible de orgullo paternal.
-Qué
mayor eres ya –murmura.
-¡Pues
prepárate porque voy a ser tan alta como tú! –exclamas, con la excitación del
niño que se siente halagado porque le han dicho que es grande.
-Es
posible –ríe él-. Pásatelo bien y haz muchos amigos.
-Eso
intentaré.
Con
un beso en la mejilla te despides de tu padre, que se queda en casa, metido en
su estudio. Mientras bajáis por las escaleras, tu madre y tú jugáis a que en el
momento en que tú saltas para bajar los escalones, ella tira de tu mano hacia
arriba para que el salto sea aún mayor, y tú no puedes parar de reír mientras
tanto. La mayoría de los niños de cuatro años son felices, y tú lo eres.
Por
suerte, el metro no está muy concurrido esa mañana, quizás porque la hora punta
ya ha pasado y la mayoría de la gente ya se encuentra trabajando. En cualquier
caso, tu madre y tú vais prácticamente solas en el vagón, a excepción de una
señora que lee un libro –si bien sus ojos amenazan peligrosamente con cerrarse
de un momento a otro- y un chico de unos quince años que lleva los auriculares
del teléfono puestos y tararea de forma bastante precaria la canción que está
escuchando.
-Mamá.
-Dime,
mi vida –tu madre gira la cara para mirarte.
-¿Voy
a aprender a leer en el colegio? –señalas a la señora que ya tiene los ojos
cerrados y la respiración relajada.
-Por
supuesto que sí.
-¿Y
por qué esa mujer se ha dormido si estaba leyendo?
-Probablemente
el libro era aburrido.
-¿Serán
aburridos los libros que yo lea en el cole? –debes mirar a tu madre con
expresión de verdadera preocupación porque suelta una carcajada.
-No,
cielo, tú leerás libros que serán divertidos, ya lo verás –te da un beso en el
pelo y te achucha contra sí.
-¿Me
cuentas un cuento? –pides.
-Claro.
La
media hora de trayecto hasta tu colegio a estrenar la pasas escuchando una
historia que tu madre improvisa en el metro sobre un garbanzo aventurero que
tenía que rescatar al resto de sus amigos de la bolsa de garbanzos de una sopa;
a los pobres los iban a hervir. A partir de aquel momento, nunca supiste si debías
comerte las sopas o por tu culpa algún pequeño garbancito iba a quedarse huérfano.
En
cuanto estáis frente a la puerta del colegio, te aferras con fuerza a la mano
de tu madre, temerosa de tantos niños que van y vienen, corren, gritan y lloran.
Te sientes intimidada y perdida, y en un desesperado intento de no ponerte a
llorar, te abrazas a la pierna de tu madre.
-Mamá,
no quiero –balbuceas.
-Cariño,
no van a hacerte nada –te acaricia la cabecita con amor.
-P…
pero… -cierras con fuerza los ojos.
Mamá
se agacha, igual que ha hecho tu padre antes de que salieras de casa, y te alza
un poco el mentón para que la mires. Con los pulgares, recorre tus mejillas
limpiando unas lágrimas que en realidad no han llegado a escapar de tus ojos.
-¿Te
acuerdas de cuando me dijiste que querías ser mayor? –pregunta.
Tú
asientes con la cabeza.
-Esto
es ser mayor –susurra, y a pesar del ruido, tú la escuchas-. Para ser mayor,
tienes que enfrentarte a las cosas que te dan miedo. Eso no significa que no te
asusten, no. Pero estás demostrando que tú puedes más que todo lo demás. Pues
ahora es cuando tienes que demostrar que te mereces crecer. Además, estos niños
van a ser tus amigos, ya lo verás.
-Es
que…
-Sé
valiente –te pone un dedo en los labios y luego sonríe-. Porque yo sé que eres
valiente.
Con
algo más de confianza gracias a las palabras de tu madre, vuelves a asentir con
la cabeza. Tu madre te da un abrazo y cuando te giras hacia la entrada, te da
una leve palmadita en la espalda. “Adelante”,
parece decirte. Con las manos en ambas asas de tu mochila y la mirada fija en
el frente, caminas hacia delante. Intentas esquivar a los niños que van
corriendo en todas direcciones, y en la mayoría de ocasiones lo consigues, pero
aun así no puedes evitar chocar con varios, y tienes que contener el impulso de
echar a correr hacia tu madre. Miras de reojo y ves que sigue allí, sonriéndote
y animándote con la mirada. Pero en esa mirada ves algo más. Un poco detrás de
ti y a la izquierda, hay un chico que parece igual de impresionado que tú. El pequeño
alza sus ojos azules, que se encuentran con los tuyos, y tú bajas la mirada,
turbada.
-Hola
–escuchas que dice una voz a tu lado al cabo de un segundo.
Antes
de saludar, miras para ver si el chico parece peligroso. Es al que acabas de
ver, y la verdad es que no da la sensación de que tenga dos filas de dientes,
ni parece el coco u otro monstruo similar. De hecho, te resulta vagamente
familiar.
-Hola
–decides corresponder.
-Me
suenas –dice él, con total naturalidad.
-Y
tú a mí –admites.
-¿No
vives en el edificio de al lado de mi casa?
-No
lo puedo saber si no me dices cuál es tu casa –alzas tus pequeñas cejas.
-La
que está al lado de la tuya, seguro –asiente para sí mismo-. Tu cuarto se ve
desde el mío.
-¿No
sabes la dirección de tu casa?
-No,
¿tú sabes la de la tuya?
-La
verdad es que no.
-Pues
entonces –el chico pone los ojos en blanco.
Sueltas
un bufido y sigues andando, pero él permanece a tu lado.
-Por
cierto, me llamo Louis.
Lo
miras, sorprendida, y le dices tu nombre en voz baja, como quien revela un
secreto.
-¿Cuál
es tu color favorito? –pregunta Louis.
-El
azul –contestas.
-¿El
azul? –se muestra sorprendido- Pensaba que sería…
-¿El
rosa? –le sacas la lengua- Todo el mundo me dice lo mismo. Eres como los niños
del parque.
-¿Qué?
En fin, mi color favorito es el naranja.
-Eso
sí que es raro. ¿Por qué te gusta?
-Porque
es el color de las zanahorias, y me gustan las zanahorias.
-¿Sabes?
Mi conejo de peluche se llama señor
Carrot –sonríes.
Por
fin llegáis al patio donde están pasando lista por un megáfono y asignando a
cada niño su nueva clase. Louis y tú permanecéis juntos, en silencio, esperando
a que os toque ir a la fila que os corresponda, junto a vuestra nueva clase.
Llaman primero a Louis, y tú esperas, ahora más tranquila que antes –en parte
porque los niños han dejado de chillar y en parte porque tu encuentro con ese
chico te ha hecho pensar que quizás no todos esos pequeños vayan a intentar
comerte-, a que pronuncien tu nombre.
Cuando
te asignan tu clase y te colocas en la fila, escuchas una voz a tu lado.
-Hola
otra vez –Louis te sonríe ampliamente-. Estamos en la misma clase.
-Sí.
-¿Quieres
ser mi amiga?
Lo
miras durante un instante, sin comprender.
-Estos
niños –señala a vuestro alrededor- son unos salvajes. Pero creo que tú podrías
ser mi amiga.
Ríes
hasta tal punto que sientes que las lágrimas escapan de tus ojos, y te sujetas
la barriga con las manos, sin poder parar de reír.
-¿No
quieres? –Louis parece apenado.
-Sí,
sí quiero –te limpias la cara, en la que ahora se han formado churretes.
-Genial
–se muestra verdaderamente contento.
-Podemos
ser mejores amigos, si quieres.
-¿No
tienes ya un mejor amigo? –él ladea la cabeza.
-No
–te encoges de hombros.
-Yo
tampoco. Así que vale –os dais la mano para cerrar el trato.
Mientras
siguen llamando a niños, tú recuerdas lo que mamá te ha dicho esa mañana.
-No
te habrás enamorado de mí, ¿verdad? –lo miras con sincera curiosidad.
-¡Claro
que no! –arruga la nariz- Puaj. Sería asqueroso enamorarse de tu mejor amiga.
-Sí,
tienes razón –tú también haces una mueca de disgusto-. Sólo quería asegurarme,
porque mamá dice que soy muy guapa y que los chicos se van a enamorar de mí.
-No
estás mal –Louis encoge un hombro-. Pero no te preocupes, que yo no.
-¿Nunca
jamás?
-Jamás
de los jamases me enamoraría de mi mejor amiga.
Y
la solemnidad en sus palabras hace que las creas durante años, que no las
cuestiones, porque, a fin de cuentas, no tienes mucha idea de en qué consiste
exactamente enamorarse, pero crees que hay besos de por medio, y besar a tu
mejor amigo sería impensable, muy raro… ¿o no?
FIN
...
[Bueno, chicas, pues aquí acaba este #Imagina. Sé que ha sido más corto que otros, pero no hay que alargar las cosas más de lo necesario. Espero sinceramente que os haya gustado y hayáis disfrutado leyéndolo al igual que yo escribiéndolo. Quería daros las gracias por todo el apoyo que me habéis mostrado, de verdad, me habéis sorprendido una vez más con lo mucho que os habéis implicado. Me habéis sacado decenas de sonrisas, y no lo digo por decir; realmente lo habéis hecho. Por favor, aunque no hayáis comentado en el resto de capítulos, os agradecería mucho que comentárais en este, ya sea aquí en el blog, en mención en twitter, o en ambas, y que marquéis abajo en las casillas lo que os ha parecido este #Imagina. Gracias por estar ahí siempre y por leer, y, como siempre, muy pronto seguiré dando guerra con una nueva historia. Os adoro <3
Ana.]