lunes, 30 de diciembre de 2013

#Imagina de Louis PARTE 15 (ÚLTIMA PARTE)

[Os dejo una canción para que escuchéis mientras leéis el capítulo, y mirad la letra porque tiene que ver con este #Imagina: escuchar. Disfrutad de esta última parte]


-Vamos, ¡arriba!

Tu padre tira un poco más de tu sábana y tú te encoges, intentando no perder el poco calor que quedaba en la cama.

-No quiero -tu protesta queda envuelta en la tenue voz del sueño.
-Sí quieres -te contradice papá.
-No -metes la cabeza debajo de la almohada.

Entonces notas una mano suave sobre tu hombro.

-Se te ha caído el señor Carrot -la voz dulce de tu madre consigue hacerte sacar un poco la cabeza.

Por el rabillo del ojo ves que mamá tiene en la mano el conejito de peluche con que siempre duermes.

-¿Se ha hecho daño? -preguntas.
-Un poco, pero si le das un besito dejará de dolerle -esboza una sonrisa cómplice.

Sales por completo de tu escondite y rápidamente le das un beso al muñeco.

-Mucho mejor –dice mamá-. Y ahora… ¿vamos a vestirnos para ir al cole?
-Pero es que…
-Cielo, te lo vas a pasar genial. Vas a hacer muchos amigos, a aprender muchas cosas y a jugar.
-¿De verdad?
-Mamá nunca te mentiría –te mira con sus cariñosos ojos verdes.
-Vale –accedes finalmente.

Tu padre os contempla, perplejo, mientras ella te ayuda a vestirte. Quizás haya cosas que sólo puedan conseguir las madres, piensa seguramente.

El señor Carrot descansa en la cama, totalmente curado gracias a tu beso, mientras mamá te hace dos trenzas en el pelo, una a cada lado de la cabeza.

-Eres muy guapa –dice tu madre, dándote un beso en la frente cuando termina su trabajo-. El día en que todos los chicos se enamoren de ti, ¿me lo contarás?
-Yo no quiero que ningún chico se enamore de mí –cruzas los brazos sobre tu pecho.
-¿Por qué no?
-Porque son pesados y asquerosos –haces una mueca de desagrado.
-Pero eso son los del parque –te recuerda tu madre deshaciendo y haciendo de nuevo el lazo que ata tu vestido a tu espalda-. No todos los chicos son así.
-Bah.
-¿Me lo contarás? –pregunta otra vez.
-Claro, mamá.

Sonríes, dejando que tus pensamientos vaguen a cualquier otra cosa, y desayunas como siempre has hecho, al lado de tus padres, con las piernas colgando de la silla porque aún no son lo bastante largas como para llegar al suelo. No importa, ya crecerás. Y en tu infantil e inocente interior tienes la certeza de que todo permanecerá siempre así, de que tu mundo es inquebrantable, que cada mañana tendrás a papá a tu izquierda y a mamá a tu derecha, que reirás con ellos y la sonrisa no desaparecerá jamás de vuestros rostros, porque así ha sido siempre y así será.

-Vamos, es hora de irse.

Tus padres recogen la mesa en un momento y un instante después tu madre está a tu lado, tendiéndote la mochila para que te la cuelgues a la espalda. Papá se agacha enfrente de ti para que sus ojos queden a la altura de los tuyos, y te mira con un destello inconfundible de orgullo paternal.

-Qué mayor eres ya –murmura.
-¡Pues prepárate porque voy a ser tan alta como tú! –exclamas, con la excitación del niño que se siente halagado porque le han dicho que es grande.
-Es posible –ríe él-. Pásatelo bien y haz muchos amigos.
-Eso intentaré.

Con un beso en la mejilla te despides de tu padre, que se queda en casa, metido en su estudio. Mientras bajáis por las escaleras, tu madre y tú jugáis a que en el momento en que tú saltas para bajar los escalones, ella tira de tu mano hacia arriba para que el salto sea aún mayor, y tú no puedes parar de reír mientras tanto. La mayoría de los niños de cuatro años son felices, y tú lo eres.

Por suerte, el metro no está muy concurrido esa mañana, quizás porque la hora punta ya ha pasado y la mayoría de la gente ya se encuentra trabajando. En cualquier caso, tu madre y tú vais prácticamente solas en el vagón, a excepción de una señora que lee un libro –si bien sus ojos amenazan peligrosamente con cerrarse de un momento a otro- y un chico de unos quince años que lleva los auriculares del teléfono puestos y tararea de forma bastante precaria la canción que está escuchando.

-Mamá.
-Dime, mi vida –tu madre gira la cara para mirarte.
-¿Voy a aprender a leer en el colegio? –señalas a la señora que ya tiene los ojos cerrados y la respiración relajada.
-Por supuesto que sí.
-¿Y por qué esa mujer se ha dormido si estaba leyendo?
-Probablemente el libro era aburrido.
-¿Serán aburridos los libros que yo lea en el cole? –debes mirar a tu madre con expresión de verdadera preocupación porque suelta una carcajada.
-No, cielo, tú leerás libros que serán divertidos, ya lo verás –te da un beso en el pelo y te achucha contra sí.
-¿Me cuentas un cuento? –pides.
-Claro.

La media hora de trayecto hasta tu colegio a estrenar la pasas escuchando una historia que tu madre improvisa en el metro sobre un garbanzo aventurero que tenía que rescatar al resto de sus amigos de la bolsa de garbanzos de una sopa; a los pobres los iban a hervir. A partir de aquel momento, nunca supiste si debías comerte las sopas o por tu culpa algún pequeño garbancito iba a quedarse huérfano.

En cuanto estáis frente a la puerta del colegio, te aferras con fuerza a la mano de tu madre, temerosa de tantos niños que van y vienen, corren, gritan y lloran. Te sientes intimidada y perdida, y en un desesperado intento de no ponerte a llorar, te abrazas a la pierna de tu madre.

-Mamá, no quiero –balbuceas.
-Cariño, no van a hacerte nada –te acaricia la cabecita con amor.
-P… pero… -cierras con fuerza los ojos.

Mamá se agacha, igual que ha hecho tu padre antes de que salieras de casa, y te alza un poco el mentón para que la mires. Con los pulgares, recorre tus mejillas limpiando unas lágrimas que en realidad no han llegado a escapar de tus ojos.

-¿Te acuerdas de cuando me dijiste que querías ser mayor? –pregunta.

Tú asientes con la cabeza.

-Esto es ser mayor –susurra, y a pesar del ruido, tú la escuchas-. Para ser mayor, tienes que enfrentarte a las cosas que te dan miedo. Eso no significa que no te asusten, no. Pero estás demostrando que tú puedes más que todo lo demás. Pues ahora es cuando tienes que demostrar que te mereces crecer. Además, estos niños van a ser tus amigos, ya lo verás.
-Es que…
-Sé valiente –te pone un dedo en los labios y luego sonríe-. Porque yo sé que eres valiente.

Con algo más de confianza gracias a las palabras de tu madre, vuelves a asentir con la cabeza. Tu madre te da un abrazo y cuando te giras hacia la entrada, te da una leve palmadita en la espalda. “Adelante”, parece decirte. Con las manos en ambas asas de tu mochila y la mirada fija en el frente, caminas hacia delante. Intentas esquivar a los niños que van corriendo en todas direcciones, y en la mayoría de ocasiones lo consigues, pero aun así no puedes evitar chocar con varios, y tienes que contener el impulso de echar a correr hacia tu madre. Miras de reojo y ves que sigue allí, sonriéndote y animándote con la mirada. Pero en esa mirada ves algo más. Un poco detrás de ti y a la izquierda, hay un chico que parece igual de impresionado que tú. El pequeño alza sus ojos azules, que se encuentran con los tuyos, y tú bajas la mirada, turbada.

-Hola –escuchas que dice una voz a tu lado al cabo de un segundo.

Antes de saludar, miras para ver si el chico parece peligroso. Es al que acabas de ver, y la verdad es que no da la sensación de que tenga dos filas de dientes, ni parece el coco u otro monstruo similar. De hecho, te resulta vagamente familiar.

-Hola –decides corresponder.
-Me suenas –dice él, con total naturalidad.
-Y tú a mí –admites.
-¿No vives en el edificio de al lado de mi casa?
-No lo puedo saber si no me dices cuál es tu casa –alzas tus pequeñas cejas.
-La que está al lado de la tuya, seguro –asiente para sí mismo-. Tu cuarto se ve desde el mío.
-¿No sabes la dirección de tu casa?
-No, ¿tú sabes la de la tuya?
-La verdad es que no.
-Pues entonces –el chico pone los ojos en blanco.

Sueltas un bufido y sigues andando, pero él permanece a tu lado.

-Por cierto, me llamo Louis.

Lo miras, sorprendida, y le dices tu nombre en voz baja, como quien revela un secreto.

-¿Cuál es tu color favorito? –pregunta Louis.
-El azul –contestas.
-¿El azul? –se muestra sorprendido- Pensaba que sería…
-¿El rosa? –le sacas la lengua- Todo el mundo me dice lo mismo. Eres como los niños del parque.
-¿Qué? En fin, mi color favorito es el naranja.
-Eso sí que es raro. ¿Por qué te gusta?
-Porque es el color de las zanahorias, y me gustan las zanahorias.
-¿Sabes? Mi conejo de peluche se llama señor Carrot –sonríes.

Por fin llegáis al patio donde están pasando lista por un megáfono y asignando a cada niño su nueva clase. Louis y tú permanecéis juntos, en silencio, esperando a que os toque ir a la fila que os corresponda, junto a vuestra nueva clase. Llaman primero a Louis, y tú esperas, ahora más tranquila que antes –en parte porque los niños han dejado de chillar y en parte porque tu encuentro con ese chico te ha hecho pensar que quizás no todos esos pequeños vayan a intentar comerte-, a que pronuncien tu nombre.

Cuando te asignan tu clase y te colocas en la fila, escuchas una voz a tu lado.

-Hola otra vez –Louis te sonríe ampliamente-. Estamos en la misma clase.
-Sí.
-¿Quieres ser mi amiga?

Lo miras durante un instante, sin comprender.

-Estos niños –señala a vuestro alrededor- son unos salvajes. Pero creo que tú podrías ser mi amiga.

Ríes hasta tal punto que sientes que las lágrimas escapan de tus ojos, y te sujetas la barriga con las manos, sin poder parar de reír.

-¿No quieres? –Louis parece apenado.
-Sí, sí quiero –te limpias la cara, en la que ahora se han formado churretes.
-Genial –se muestra verdaderamente contento.
-Podemos ser mejores amigos, si quieres.
-¿No tienes ya un mejor amigo? –él ladea la cabeza.
-No –te encoges de hombros.
-Yo tampoco. Así que vale –os dais la mano para cerrar el trato.

Mientras siguen llamando a niños, tú recuerdas lo que mamá te ha dicho esa mañana.

-No te habrás enamorado de mí, ¿verdad? –lo miras con sincera curiosidad.
-¡Claro que no! –arruga la nariz- Puaj. Sería asqueroso enamorarse de tu mejor amiga.
-Sí, tienes razón –tú también haces una mueca de disgusto-. Sólo quería asegurarme, porque mamá dice que soy muy guapa y que los chicos se van a enamorar de mí.
-No estás mal –Louis encoge un hombro-. Pero no te preocupes, que yo no.
-¿Nunca jamás?
-Jamás de los jamases me enamoraría de mi mejor amiga.


Y la solemnidad en sus palabras hace que las creas durante años, que no las cuestiones, porque, a fin de cuentas, no tienes mucha idea de en qué consiste exactamente enamorarse, pero crees que hay besos de por medio, y besar a tu mejor amigo sería impensable, muy raro… ¿o no? 





FIN 
...

[Bueno, chicas, pues aquí acaba este #Imagina. Sé que ha sido más corto que otros, pero no hay que alargar las cosas más de lo necesario. Espero sinceramente que os haya gustado y hayáis disfrutado leyéndolo al igual que yo escribiéndolo. Quería daros las gracias por todo el apoyo que me habéis mostrado, de verdad, me habéis sorprendido una vez más con lo mucho que os habéis implicado. Me habéis sacado decenas de sonrisas, y no lo digo por decir; realmente lo habéis hecho. Por favor, aunque no hayáis comentado en el resto de capítulos, os agradecería mucho que comentárais en este, ya sea aquí en el blog, en mención en twitter, o en ambas, y que marquéis abajo en las casillas lo que os ha parecido este #Imagina. Gracias por estar ahí siempre y por leer, y, como siempre, muy pronto seguiré dando guerra con una nueva historia. Os adoro <3


Ana.]

miércoles, 25 de diciembre de 2013

#Imagina de Louis PARTE 14

Tocan a la puerta de tu casa y te levantas de la silla de tu escritorio para ir a abrir. Sin embargo, cuando llegas allí tu padre ya ha abierto la puerta y tiene ante él a Louis… ¿vestido de traje?

-Hombre, hola –le saluda tu padre con total naturalidad.
-Hola, ¿está…? –entonces sus ojos te localizan- Ah, sí. Buenas tardes.

Su sonrisa radiante te deja totalmente desconcertada.

-Louis, ¿por qué llevas puesto un traje? –frunces el ceño.

Él se mira el cuerpo como si acabara de darse cuenta de la chaqueta negra que descansa sobre sus hombros, o de la corbata a rayas que pende de su cuello sobre la camisa blanca. Hace un gesto con la mano para quitarle importancia.

-Hoy es el baile de Navidad, ¿recuerdas? –alza las cejas.
-Sí, y recuerdo que dijimos que no íbamos a ir –te cruzas de brazos.
-¿Has preparado ya la cena? –le pregunta Louis a tu padre, ignorándote.

Tú casi te habías olvidado de que él seguía allí, y por un momento te sonrojas. No es que tu padre no sepa que hay algo entre vosotros, nada más lejos de la verdad, pero no sabe con exactitud qué, y lo cierto es que tú tampoco. Vuestra relación sigue igual que siempre, excepto por besos robados de vez en cuando y miradas furtivas cargadas de significado. A efectos prácticos, lo mismo que antes. Claro que es bastante difícil que, por ejemplo, os veais más a menudo de lo que ya lo hacíais.

-No, todavía no. ¿Quieres cenar aquí? –ofrece tu padre.
-Mm, la verdad es que había pensado secuestrarla un rato esta noche –te señala como si no estuvieras escuchando perfectamente la conversación-. Es el baile de Navidad del instituto pero ella no quiere ir. Así que la llevaré a cenar a alguna pizzería, ya sabes, lo elegante la asusta –adopta un tono confidencial.

Tú resoplas.

-Lo elegante no me asusta.
-Claro, por mí puedes secuestrarla siempre que me la devuelvas sana y salva antes de las doce.
-Anda, como Cenicienta –ironizas.
-Estupendo –Louis entra a la casa.
-Voy a seguir escribiendo, cuando os vayáis no te olvides de despedirte de mí –tu padre te revuelve el pelo cuando se marcha.
-¡Ag! –protestas, intentando peinarte un poco con las manos.
-Pero si estás preciosa –el joven sonríe de nuevo.
-Tú calla y ven –lo coges de la muñeca y tiras de él hasta tu dormitorio.

Cierras con fuerza la puerta detrás de ti y miras a Louis, furiosa.

-Si pretendes que vaya contigo a ese baile, no pienso hacerlo.
-Sé muy bien que no quieres ir. Pretendo llevarte a cenar, eso es todo –contesta con tranquilidad.
-¿Y el traje? –preguntas con una mezcla entre recelo y escepticismo.
-Puede que tú no quieras vestirte de princesa, pero a mí me hacía ilusión vestirme de princeso –contesta con tono ofendido.

Contienes el impulso de soltar una carcajada y en su lugar alzas las cejas.

-Y creo que lo elegante sí te asusta –reitera él.
-No lo hace.
-Sí que lo hace –adopta una expresión seria-. De hecho creo que lo elegante te suena a compromiso, y el compromiso te da miedo porque no tienes ni idea de lo que significa o lo que implica.

Te quedas boquiabierta, maldiciendo en tu interior que a veces comprenda lo que te ocurre incluso antes que tú misma.

-Pero tranquila, que vaya de traje no significa que tengamos que casarnos –vuelve a ser el Louis bromista de siempre.
-No es eso, imbécil –le das un golpe en el hombro.
-Venga, ¿a dónde quieres que te lleve a cenar? Hay un montón de restaurantes cutres en Londres, aunque el traje va a quedar algo fuera de lugar, pero…
-¿El plan no era manta y película?
-Sí, pero luego he pensado que: a) eso está demasiado estereotipado y b) es exactamente lo que venimos haciendo desde hace años, y me apetecía hacer algo diferente, algo que nos consolidara como… -se queda callado.
-¿Pareja? –adivinas.

Louis asiente con la cabeza, y si no lo conocieras tan bien dirías que ha estado a punto de sonrojarse.

-Está bien –aceptas.
-¿Ah, sí? –parece asombrado de lo fácil que ha resultado ser al final.
-Sí.

Que los dos acabéis de aceptar que sois, de una forma u otra, pareja, te ha hecho relajarte. Además, tú también querías algo que te lo demostrara, y quizás esa sea la mejor forma. Pero ese traje… Siempre has huído de la ropa elegante, eso es cierto.

-Vas a tener que quitarte eso –señalas su vestimenta- porque no tengo nada similar y no creo que vayamos a ir tú en traje y yo en vaqueros.
-Estoy seguro de que sí tienes algo –te contraria Louis abriendo tu armario.
-Eh –protestas débilmente.
-¿Qué? –te mira sin comprender- ¿Ahora no quieres que abra tu armario?
-No sé, no, claro que no, qué más da –balbuceas, sin saber muy bien por qué te has quejado.

Quizás el hecho de que entre vosotros dos ahora haya algo bastante más frágil que una amistad te da la sensación de que hay ciertas cosas que preservar. Aunque, pensándolo de otra forma, si no se ha espantado en los más de diez años que tenéis de amistad, ¿por qué iba a hacerlo ahora?

-Tan ordenado como siempre –se burla él, rebuscando entre la ropa.
-Pues tú lo estás poniendo peor de lo que ya estaba –recriminas.
-Tampoco hay mucha diferencia entre “horrible” y “fatal”, ¿no crees?
-Cállate –pones los ojos en blanco, si bien Louis no puede verte.

Pasados unos segundos, saca la cabeza de entre tanta ropa con una falda negra y una blusa de flores.

-Ajá –sonríe, satisfecho.
-No pienso ponerme esa blusa –se la quitas de las manos, la haces un barullo y la metes en un cajón.
-¿Por qué no?
-Porque no me gusta. Ni me acuerdo de la última vez que me la puse.
-Bueno, pues ya tenemos la falda –incasable, vuelve a rebuscar en el armario.

Exhalas un profundo y sonoro suspiro, y mientras él está ocupado buscando, se te ocurre algo. Sigilosamente, trepas por el escritorio y abres la ventana.

-¿Pero cómo se puede tener tanta ropa? –refunfuña él, que por lo visto se ha liado la mano con un pañuelo para el cuello.

Tú ríes por lo bajo e, intentando no mirar al suelo, saltas desde la escalera de incendios de tu edificio hasta la del suyo. Hacía mucho tiempo que no lo hacías, y eso te ha traído un agradable recuerdo a cuando érais pequeños. Por supuesto, vuestros padres no sabían que saltábais así, pues en ese caso os habrían prohibido que lo hiciérais. Pero ahora que ya es simplemente dar un paso para pasar de una escalera a la otra, parecen haberlo aceptado bien. A toda velocidad, tiras de la ventana de Louis y esta se abre. Entras en el dormitorio y sacas del armario unos pantalones vaqueros, los que más te gusta que se ponga.

Justo cuando vuelves a tu cuarto, Louis se da la vuelta con una especie de camisa blanca de tirantas en la mano.

-Esta sí te tiene que gustar o… -se queda callado al ver sus vaqueros en tus brazos- ¿De dónde has sacado eso?
-De tu cuarto –ahora eres tú la que sonríe-. Y te los vas a poner si quieres que vaya contigo a alguna parte.
-Pero…
-Tomlinson –le lanzas una mirada elocuente.
-Vale –termina por aceptar.
-Muy bien –vuelves a sonreír.

Intercambiáis la blusa y el pantalón.

-En cinco minutos te quiero aquí, y sin esto –señalas la corbata.
-Así es que le quitas la gracia a todo –protesta.
-No, más bien prefiero no llamar la atención más de lo necesario –le empujas hasta la ventana.
-Pero si ya te he visto en ropa interior, ¿qué más…?
-Chitón –le haces callar, poniéndote colorada.

Él sale con una carcajada y tú cierras las cortinas para cambiarte. Al final siempre te convence para que hagas lo que él quiere. Te pones la falda y la blusa, te pillas el pelo con un par de horquillas y tras dudarlo un segundo, te echas un poco de rímel en las pestañas.

Louis toca a tu ventana cuando te estás poniendo las botas. Terminas de abrocharlas y abres para que él entre. Viene como le has dicho, con la chaqueta de traje pero unos vaqueros y con camisa pero sin corbata.

-Mucho mejor –sonríes.
-¿Tan feo iba antes?
-No, pero es que estos vaqueros te resaltan aún más el culo –ríes con picardía y le das una palmada.
-¡Eh! –protesta, aunque ríe también- Tú estás muy guapa.
-Gracias –coges tu bolso y abres la puerta del dormitorio para que Louis salga-. Adelante.

Haciendo un círculo con los ojos, el chico sale.

-¿Has decidido ya dónde vamos a cenar? –cuestiona.
-Creía que de eso siempre se encargaba el chico.
-Contigo mejor no organizar nada, porque nunca se sabe…

Le lanzas una mirada de reproche y él ríe.

-Es broma, enana, si sabes que yo te quiero.

Os quedáis en silencio durante un momento. Sin embargo, tú sabes que ese ‘te quiero’ no ha sido el te quiero de un enamorado, sino el que siempre te dice, el amistoso. Así que sueltas el aire que habías contenido y vas hasta el estudio de tu padre.

-Papá, nos vamos –dices sin abrir la puerta.
-¡Pasadlo bien! –escuchas su voz.

Louis te tiende su brazo para que lo agarres, igual que en las películas antiguas, y tú haces un gesto para restarle importancia.

-Gracias, pero sé bajar escaleras yo solita –sonríes.
-Es que ya ni puedo ser un caballero –se lamenta el chico.

Tú le sacas la lengua.

-Es cierto, podría ser un caballero si tú fueras una señorita normal.
-Es lo que te ha tocado –te encoges de hombros.

Louis te abraza desde detrás mientras cierras la puerta de tu casa, produciéndote un escalofrío.

-No lo habría preferido de otra manera –susurra en tu oído.

Te das la vuelta y quedáis cara a cara, con los cuerpos totalmente juntos. Te quedas muy quieta, aún sin saber cuándo es el momento apropiado y cuando no. En todo esto, necesitas que tu amigo te guíe. Y, por lo visto, éste sí es el momento. Despacio, Louis inclina su cara hasta que queda a la altura de la tuya. Notas su aliento sobre tus labios y siguiendo un impulso, le besas. Automáticamente, sus manos comienzan a deslizarse por tu espalda, desde los omóplatos hasta la base, justo al comienzo del trasero. Esta vez vuestras bocas se mueven a un ritmo más acelerado que las demás, y sientes un calor muy intenso crecer en tu interior. Dejas que tus dedos vaguen por el pelo del chico, por su nuca, por su espalda, por su pecho, y de repente te separas de él, resollando.

-Yo… -le miras a los ojos, que brillan todavía más que normalmente- no creo que éste sea… aquí…

Él deja resbalar un dedo por tu mejilla.

-Tienes razón. No hay prisa –sonríe.

Asientes con la cabeza y le tomas de la mano con determinación.

-¿Vamos a cenar?
-Vamos.

Bajáis juntos las escaleras y Louis te guía hasta que recorréis unas cuantas manzanas. Finalmente, entráis en un restaurante italiano al que nunca antes habéis ido.

-Era verdad lo de la pizzería –dices, casi para ti misma.
-Jamás te mentiría.
-Tampoco puedes hacerlo sin que me dé cuenta.

Un camarero os guía hasta una mesa para dos al fondo del local. Mientras esperáis a que os traiga el menú, Louis toma distraídamente tus manos entre las suyas en lo alto de la mesa, y tú piensas que, por primera vez, la gente que os vea pensará que sois una pareja y en realidad no se estará equivocando, como pasaba antes. Ahora sois una pareja. Estáis juntos. Haciendo lo que haría cualquier otra pareja que no hubieran sido los mejores amigos desde que tienen uso de razón. Tal vez lo vuestro no sea tan diferente a lo de los demás. Tal vez pueda llegar incluso a ser mejor que lo de los demás.

-Por cierto… -Louis te saca de tus pensamientos.
-¿Sí? –le miras.
-Llevo bastante tiempo queriendo decirte algo…
-¿Qué? –le instas a continuar.

Sus ojos se clavan en los tuyos y te hacen estremecer. Las palabras que salen de sus labios suenan sinceras, reales, cargadas de sentimiento, diferentes a como han sonado hasta ahora, preciosas, inestimables, tan deseadas que escucharlas casi parece algo surreal.


-Que te quiero.



[Espero que os haya gustado. Por favor, mencionadme en twitter o comentad con vuestra opinión, y marcad en las casillas de abajo la opción que más se asemeje a lo que os ha parecido el #Imagina, ES MUY IMPORTANTE, gracias.]

lunes, 23 de diciembre de 2013

#Imagina de Louis PARTE 13

Los siguientes días tienen un transcurso muy extraño. Al menos, nada sucede como tú esperabas que lo hiciera. Louis y tú os habéis vuelto a ver, por supuesto, pero no habéis sacado el tema de qué va a haber entre vosotros a partir de ahora. Tú notas que hay algo diferente, en la forma de miraros y de hablaros, si bien es algo muy sutil, casi imperceptible. Y sobre todo, todavía no ha habido un maldito beso. Quizás basándote en la infinidad de películas románticas que has visto, tienes la sensación de que hasta que no haya beso, no hay nada confirmado.

En ese momento estáis en tu cuarto, Louis sentado en tu cama con las rodillas dobladas y tú apoyando tu espalda en sus piernas, pero en lugar de por delante, por el lado. Así, haciendo los dos una figura con forma de L, puedes mirarle de reojo de vez en cuando. Ayer acabasteis vuestro trabajo de Arte y hoy estáis haciendo el resumen del fragmento de Romeo y Julieta. No es que sea estrictamente necesario que lo hagáis juntos, pero estás tan acostumbrada a ello que hacer los deberes sin Louis sería como hacerlos sin papel y lápiz. Inconcebible.

Como venís haciendo a lo largo de la tarde, para que el trabajo sea algo menos tedioso, tú lees en voz alta las partes de Julieta y él las de Romeo.

-“¿Quién fue tu guía para descubrir este sitio?” –preguntas, con mucha menos pasión en la voz de la que debería poner alguien que interpretara el papel de la enamorada.
-“Amor, que fue el primero que me incitó a indagar; él me prestó consejo y yo le presté mis ojos. No soy piloto; sin embargo, aunque te hallaras tan lejos como la más extensa ribera que baña el más lejano mar, me aventuraría por mercancía semejante” –Louis sí pone intensidad en sus palabras; siempre le gustó más la literatura.
-“Tú sabes que el velo de la noche cubre mi rostro; si así lo fuera, un rubor virginal verías teñir mis mejillas por lo que me oíste pronunciar esta noche. Gustosa quisiera guardar las formas, gustosa negar cuanto he hablado; pero, ¡adiós cumplimientos! ¿Me amas? Sé que dirás: sí, yo te creeré bajo tu palabra. Con todo, si lo jurases, podría resultar falso, y de los perjurios de los amantes dicen que se ríe Júpiter. ¡Oh gentil Romeo! Si de veras me quieres, decláralo con sinceridad; o, si piensas que soy demasiado ligera, me pondré desdeñosa y esquiva, y tanto mayor será tu empeño en galantearme. En verdad, arrogante Montesco, soy demasiado apasionada, y por ello tal vez tildes de liviana mi conducta; pero, créeme, hidalgo, daré pruebas de ser más sincera que las que tienen más destreza en disimular. Yo hubiera sido más reservada, lo confieso, de no haber tú sorprendido, sin que yo me apercibiese, mi verdadera pasión amorosa. ¡Perdóname, por tanto, y no atribuyas a liviano amor esta flaqueza mía, que de tal modo ha descubierto la oscura noche!”

Te quedas callada durante unos segundos, incapaz de mirar al joven. Desde que ha salido de tus labios ese “¿Me amas?”, en realidad pronunciado por Julieta, has notado que las piernas de Louis se tensaban, y tú misma has sentido como si le estuvieras preguntando a él y no a Romeo.

-Así es como deberías haber leído todo el rato –comenta él pasados unos minutos.
-¿Así cómo? –miras fijamente a tus pies, que intuyes bajo la pequeña mantita que los cubre.
-Parecía que de verdad estuvieras sintiendo ese amor y esa pasión –contesta despreocupadamente, si bien los dos sabéis que esa despreocupación es fingida.
-Nadie puede sentir el amor y la pasión que sentían Romeo y Julieta –luchas por no sonrojarte.
-No digas tonterías, todo el mundo puede sentirlo –te contradice Louis.
-Demuéstramelo –te atreves a decir.

Él guarda silencio. Sabes que está luchando consigo mismo por decir o hacer algo, aunque no estás muy segura de qué. Sin embargo, cierra el tema de conversación con un suspiro.

-¿Vas a ir al baile de Navidad? –pregunta.

Pones los ojos en blanco, desencantada de que no se haya atrevido a dar por fin el paso. Eres consciente de que ya se siente mejor con respecto a Veronica, pero aun así… parece que todavía no piense que sea momento de iniciar una relación contigo.

-No creo, la verdad –respondes.
-Ya, yo tampoco. ¿A ti no te lo había pedido alguien?
-Sí, el chico del aparato dental que lleva pidiéndomelo desde que entramos al instituto –haces un gesto con la mano quitándole importancia-. Tenía pensado aceptar si tú ibas con Veronica, ya sabes, para no dejarte solo mientras ella estuviera retocándose el maquillaje en el baño, pero ya me parece que no.
-¿De verdad ibas a aceptar? –su voz suena incrédula.
-Claro que sí –le miras con indignación-. Ni que el chico tuviera la peste o algo.
-No, por supuesto que no.
-Ir juntos a un baile no implica firmar un contrato matrimonial, ¿sabes? –algo en la conversación te está haciendo sentir molesta.
-¿Querrías ir conmigo? –suelta Louis de repente.

Te das cuenta de que tenías la boca abierta porque ibas a hablar, y la cierras despacio. Vaya, pensabas que no te lo iba a pedir nunca.

-No –ladeas la cabeza.

Louis se queda desconcertado, sin saber qué decir.

-Sólo iba a ir a ese estúpido baile si tú estabas allí –explicas.
-¿Querrías no ir al baile conmigo, entonces? –sus ojos azules te miran brillantes.

Esbozas una sonrisa.

-Eso me gusta más.
-Mmm, tengo varias propuestas. Podemos ir al parque a congelarnos de frío, ver una película bajo el calor de una manta… -anuncia como el presentador de un programa de televisión.
-Dicho así, creo que prefiero la peli –te arrebujas en tu jersey.
-Sí, yo también la prefiero –te guiña un ojo-. Eres muy rara, enana.
-¿Por qué?
-La mayoría de las chicas quieren ir a los bailes acompañadas de sus príncipes azules…
-¿Y quién dice que tú seas un príncipe azul?
-¿Qué? Venga ya, lo llevo escrito en la frente –se señala esa parte del cuerpo-. Mira, aquí. Príncipe azul.
-Ja –te incorporas y te giras para que quedéis de frente.
-Sé que no soy el príncipe perfecto, pero…
-Yo no quiero un príncipe, Louis –niegas con la cabeza.
-Quieres alguien que sepa comunicarse con las almohadas, lo sé.

Lo miras, desconcertada.

-¿Con las almohadas?
-Sí, ¿no te acuerdas? Aquella noche en el parque. Lo de que consultaríamos con la almohada qué íbamos a ser a partir de ese momento.
-Ah –recuerdas-. Sí, no estaría mal.
-Pues voy a contarte un secreto.
-Cuéntame.

Se acerca mucho a ti, pegando sus labios a tu oído.

-La almohada sí que me ha hablado.
-¿Y qué te ha dicho?
-Que soy tonto.
-Bueno, eso ya lo sabíamos todos.
-No en ese sentido –frunce el ceño, pero luego sonríe-. Me ha dicho que es todo tan sencillo como que seamos tal y como éramos antes, excepto por un par de cosillas que hay que cambiar. Como lo de que tengo que entrar a tu cuarto por la puerta.
-¿Qué…?
-Exacto. La almohada es tu padre –su risa rebota en las cuatro paredes del dormitorio.
-¿Has hablado de esto con mi padre? –tu cara adquiere el color de un tomate.
-¿Por qué no? Tú también deberías haberlo hecho. A él le pasó exactamente igual que a nosotros –se cruza de brazos-. ¿Quieres saber qué me dijo? Me dijo: “deja que las cosas sigan su curso, continuad con vuestra amistad, y ahora que estás soltero, lo que tenga que pasar, irá pasando”. O al menos eso es lo que hicieron tus padres, y les funcionó.

Piensas en lo que te acaba de decir. Así que era por eso… No te ha besado, ni tocado, porque prefiere que las cosas surjan cuando sea el momento oportuno, con naturalidad. En fin, tal vez fuera mejor así…

-Pero Louis…
-¿Qué? –alza los ojos hacia ti.
-Yo llevo ya mucho tiempo esperando.
-Yo también –admite.
-Tú tenías a Veronica.
-Suena horrible, pero la tenía porque intentaba no poder tenerte a ti.

Te muerdes el labio inferior, ligeramente consciente de que esa es la primera vez que te dice algo claramente, que el trabajo no lo hacen las miradas y las posiciones corporales, unidas con los años de conocimiento mutuo, sino que las palabras dan forma a aquello que ambos sabéis que sentís.

-Pues aquí me tienes –tu voz se convierte en un susurro.
-¿Y si hago algo mal y lo estropeo? –pregunta, también susurrando.
-Que no se podrá decir que no lo intentamos –apoyas la palma de tu mano en su mejilla.
-¿Crees que…?

Asientes con la cabeza, adivinando sus pensamientos.


Louis parece relajarse de repente, como si se hubiera liberado de un gran peso que hubiera estado cargando a la espalda, y te mira con el asomo de una sonrisa en los labios. Pone una de sus manos encima de la tuya, que permanece en su mejilla, y se inclina hacia delante, hacia ti. Lo primero que notas es ese penetrante y adorado olor a naranja que le acompaña como un sello de identidad. Después, su pecho se pega al tuyo, y finalmente, con mucha delicadeza, sus labios se posan sobre tus labios. Es la primera vez que alguien te besa, y no estás muy segura de qué tienes que hacer. Así que te dejas llevar. No hay prisa, no hay tiempo ni espacio, sólo vuestras bocas deslizándose con mucha lentitud la una sobre la otra. Por fin. Sonríes bajo sus labios y él te pasa la yema de sus dedos por la línea del mentón y el cuello, en un gesto dulce más que sensual. Tus ojos están fuertemente cerrados, pero cuando los abres te encuentras las azules profundidades de los de Louis mirándote fijamente, como si quisiera absorber cada detalle de ti. Sin mediar palabra, separáis vuestros rostros y él hunde la cabeza en tu pelo, vuestras respiraciones agitadas y los corazones latiendo con fuerza, pero con la calma de aquel que sabe que después de sacar un pie de las arenas movedizas va a pisar, por fin, tierra firme. 



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viernes, 20 de diciembre de 2013

#Imagina de Louis PARTE 12

Notas una mano sobre tu hombro y pegas un respingo, alarmada. Sin embargo, al volverte para ver quién es y comprobar que es Louis, no estás muy segura de si te sientes más aliviada que si fuera un completo desconocido. Tus sentimientos hacia tu amigo te asustan más ahora que sabes –o intuyes- que él siente lo mismo, o algo parecido.

-Hola –murmura él, mirándote con ojos tristes.
-¿Has llorado?

Te sientes una estúpida nada más preguntarlo, pero Louis tiene los ojos rojos y lo primero que surge de tus labios es eso. Esa clase de confianza sin tapujos, las preguntas sin rodeos, están muy bien en una amistad, pero no sabes si será lo mismo en una relación; nunca has tenido una.

Louis asiente con la cabeza. Al parecer, no se lo ha tomado a mal.

-No recuerdo la última vez que te vi hacerlo.
-Ahora mismo tampoco me estás viendo hacerlo –contesta él, esbozando una media sonrisa.
-Tienes razón –miras al suelo, sin saber qué más decir.
-¿Qué haces aquí? –pregunta Louis, antes de que se haga entre vosotros un silencio incómodo- Pronto se hará de noche y hace frío.

Le miras durante un momento.

-Sinceramente, creo que hago aquí lo mismo que tú.
-He acabado aquí de casualidad, la verdad es que no iba mirando por dónde andaba.
-¿Crees que yo sí? –te retuerces las manos, algo nerviosa- Supongo que nuestros subconscientes nos han traído al mismo lugar. Un lugar para pensar.
-¿Y en qué pensabas? –sus ojos escrutan los tuyos con curiosidad.

Decides contestar con sinceridad.

-En qué sería ese asunto que tenías que arreglar cuando te has ido de mi casa.
-¿Has llegado a alguna conclusión? –se muerde el labio inferior con tanta fuerza que piensas que en cualquier momento va a empezar a sangrarle.
-Siendo egoísta, esperaba que fuera que tenías que romper con Veronica –notas cómo te sonrojas mientras hablas.
-¿Qué tiene eso de egoísta?
-Que es lo que yo quiero que pase, pero no necesariamente lo que debería pasar.
-Pues es exactamente lo que ha pasado.

A pesar de pensar que eso iba a ocurrir, y de esperarlo con ansia, te sorprendes igualmente y tu corazón empieza a latir muy deprisa. Aunque también puede que sea porque eso te proporciona una oportunidad, o porque los ojos azules de Louis te están mirando tan intensamente que sientes que casi rozan los tuyos.

-Por eso llorabas –deduces.
-Por todo un poco –se revuelve el pelo-. Por eso, y porque creo que por fin he comprendido por qué actuabas de forma tan extraña, y eso me da bastante miedo.
-Has tardado lo tuyo en darte cuenta, eh –reprochas, asombrosamente más tranquila de lo que pensabas que estarías cuando por fin os admitiérais el uno al otro la atracción mutua.
-No me culpes, estaba demasiado ocupado intentando entender qué sentía yo –hace una mueca.
-Igualmente –suspiras.

Os quedáis callados durante un momento, simplemente mirándoos. Es curioso que no seas capaz de aguantarle la mirada a nadie, ni siquiera a tu padre, durante más de un segundo, que te ponga nerviosa que te miren a los ojos, pero que con Louis sea totalmente distinto. Al contrario, cuando os miráis es como si os hablárais y supieras lo que está pasando por su cabeza, lo que te proporciona una sensación de seguridad y certeza asombrosa.

-¿Cómo se lo ha tomado? –preguntas de repente.
-¿Veronica?

Asientes con la cabeza.

Louis cierra los ojos un instante y sus labios se unen hasta formar una fina línea. Toma aire con fuerza y vuelve a abrir los ojos.

-No creo que vaya a pasarlo muy bien en unos días.
-¿Y tú?
-Tampoco –parece intentar que entiendas lo que siente mientras habla-. Sé que al final ya no sentía lo mismo por ella, pero eso no implica que no la quiera o no la haya querido. Es sólo que… no lo hago de la misma forma en que… -guarda silencio.

Por un momento estabas casi convencida de que lo iba a decir, de que iba a decir que te quiere, pero no lo ha hecho.

-Pareces Bella, la de Crepúsculo –dices, para quitar tensión.
-Eso mismo he pensado yo –sus ojos se abren, sorprendidos.

Tú esbozas una sonrisa.

-Te pareces demasiado a mí –susurras.
-Entonces eso significa que soy muy guapo –ladea la cabeza.
-Ah, no digas tonterías –le das un golpe en el hombro y observas su expresión de fingida ofensa-. No digo que no seas guapo, digo que precisamente lo eres, así que en ese aspecto no te pareces a mí.
-Adoro tu forma de aceptar los cumplidos.

Te guiña un ojo, y entonces todo es como era antes. Parece increíble que en este momento estéis bromeando, con la situación tan rara que hay entre vosotros dos. Tus ojos van a parar a sus labios y piensas en cuántas ganas tienes de besarle, pero ahora no es el momento. Ni siquiera sabes cómo reaccionaría él, pero acaba de romper con su novia y, aunque lo haya hecho por ti, necesita tiempo. Lo crea él o no, tú estás segura de que lo necesita para poner en orden sus sentimientos.

Lo que sí haces es abrazarlo. No puedes evitarlo, tus brazos rodean su torso antes de que puedas pensar que vas a hacerlo, y los suyos reaccionan inmediatamente atrapándote por la cintura. Aspiras su aroma de naranja y te sientes como en casa, si bien notas ese abrazo ligeramente diferente a todos los demás que os habéis dado. Hay más contacto, sus manos tocan tu espalda no sólo con instinto protector y cariñoso sino con algo más, un leve toque de deseo que seguramente también esté impreso en tu forma de tocarle y mirarle. Escondes la cara en su pecho y permanecéis así durante un rato.

Finalmente, sin separarte de él, te viene a la mente la conversación que has tenido esa tarde con tu padre.

-¿Sabes qué?

Notas la barbilla de Louis apoyada en tu hombro.

-¿Qué?
-Mi padre me ha contado cómo conoció a mi madre… o algo así.
-¿Nunca te lo había dicho?
-No, nunca –cierras los ojos, perdida en sus brazos-. En realidad, no solemos hablar de ella. Creo que para él es más fácil así.
-¿Para él o para ti?

Notas la verdad en su voz como una bofetada, aunque no te molestas, igual que él no lo ha hecho cuando sin más le has preguntado si había llorado.

-Puede que para mí –admites-. En cualquier caso, tampoco sale el tema.
-A veces hablar de lo que nos duele es bueno.
-Louis, la muerte de mi madre ya no me produce dolor. Casi no la recuerdo. Me produce tristeza, por todos los momentos que no estoy compartiendo con ella, pero…
-Lo sé –dice él, y tú comprendes que lo sabe.
-Pues mi padre me ha contado algo muy curioso.
-¿El qué? –pregunta, al ver que no sigues hablando.
-Que ellos dos eran como tú y yo –abres los ojos y alzas la cabeza para mirar su reacción.
-¿Cómo que como tú y yo?
-Muy buenos amigos. Más que buenos amigos. No sé cómo definirlo.
-Sé lo que quieres decir.
-Ya. En fin, me ha dicho que llegó un punto en que ambos se enamoraron… a la vez, algo extraño, sí. Que al principio estaban confundidos, porque tenían miedo de romper su amistad pero… no sé, mira cómo acabaron.
-Juntos.
-Exacto.

Reflexionáis sobre eso unos minutos, hasta que Louis se separa ligeramente de ti, posa sus manos en tus hombros y te mira con seriedad.

-A partir de ahora pueden pasar muchas cosas –dice-. ¿Tú qué quieres que pase?

Ahora eres tú la que se muerde el labio con fuerza.

-Sinceramente, no tengo ni idea. Creo que lo mejor es dejar que… que las cosas pasen por sí solas. Así, cuando tenga que ser, será. ¿Qué quieres tú?
-Lo que quieras tú.
-Louis, no me seas ñoño.
-Lo digo totalmente en serio.

Exhalas un suspiro.

-Está bien. Pienso que ahora deberíamos volver a casa antes de que nos congelemos aquí y nos lleven al Polo Norte a algún museo de estatuas de hielo. Después deberíamos irnos cada uno a nuestro cuarto, y consultar con la almohada qué sentimos. Y mañana, o pasado, o cuando la almohada se digne a hablarnos, hablarlo entre nosotros.
-Sólo me gustaría dejar una cosa clara…
-Dime.
-Entre nosotros está empezando a haber algo más que amistad, ¿verdad?

Te quedas estupefacta.

-Se suponía que ese era el motivo por el que has estado a punto de besarme y el mismo por el que has cortado con tu novia hace un momento.
-Ya, lo sé, simplemente quería asegurarme de que tu extraño comportamiento no se debía a un dolor de estómago –esboza una sonrisa de medio lado.
-Menudo estúpido estás hecho –pones los ojos en blanco.
-Gracias.
-Anda, vamos –echas a andar, segura de que él te sigue.

Su brazo te rodea por los hombros y lo miras con las cejas alzadas.

-¿Qué? También hacía esto cuando no éramos nada más que amigos.
-¿Y ahora qué somos?
-Cuando la almohada me lo revele, te lo digo.
-Claro, claro, la almohada.


Os acomodáis al mismo paso de vuelta a casa, y de vez en cuando miras a Louis de reojo. Su cara está seria, a pesar de las bromas. No se siente bien, lo cual es perfectamente comprensible. Pero, como tú misma has dicho, ya habrá tiempo de que las cosas se normalicen y de poner nombre a eso en lo que se está transformando vuestra amistad. Al menos ya no tienes que preocuparte por que Louis no sienta lo mismo, pues vistos los hechos, parece obvio que sí lo hace. Sólo los días decidirán a dónde van a parar vuestros sentimientos.



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