martes, 29 de diciembre de 2015

Tú la pescadilla y yo la cola.

Siempre eres tú. O yo. Nunca hay un nada. Nos autodestruimos porque es lo único que sabemos hacernos. Tú me exiges demasiado y yo te pido mucho. Y cuando te olvidas de mí quieres poder seguir pidiéndome. Cuando te convenga. Supongo que yo soy igual, siempre lo fuimos. Por eso funcionábamos tan bien. O puede que nunca llegásemos a funcionar. Suelo imaginarme las cosas que quiero que pasen, y te prometo que tú eras una de ellas. Pero yo te quito la calma y tú me quitas las ganas. Me parece que el ternernos manía está a un paso. Un paso por detrás, quiero decir. Al menos ten el valor de admitirlo. Acepta que nada es como creías (ni querías). Acepta que me ves y miras a otro lado, que no abres la boca cuando me tienes cerca, que ya no te sale, ni a mí tampoco. Quizás piensas que tus palabras no merecen mis oídos pero quizás son mis oídos los que no merecen tus palabras. Tampoco merece la pena, que no ha sido poca. Ni es, porque sigue siendo. Seguimos en el bucle. Y seguiremos, hasta que no entendamos que perder el orgullo no es lo mismo que perder la dignidad.

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