miércoles, 8 de mayo de 2013

ESPERARÉ BAJO EL MUÉRDAGO, capítulo 1.


21 de diciembre.
Menudo viaje. Dos horas y veintitrés minutos de turbulencias. Y encima el pasajero de al lado no paraba de roncar. ¡¿Cómo podía dormir con ese traqueteo?! Dos horas y veintitrés minutos sentada con el cinturón puesto, sin poder ir siquiera al servicio.

“Vas a casa, cariño”, me dijo mamá al despedirse de mí en el aeropuerto de Barajas. ¿A casa? No, voy al baño.

Camino entre la gente que va apresuradamente a recoger sus maletas. Sólo espero que la mía no se haya perdido. Entro en el baño, prácticamente está vacío; todo el mundo está pendiente de su equipaje. Mejor, así no tengo que hacer cola.

Entro en el compartimento en el que se encuentra el que va a ser mi váter durante unos minutos y miro con la cabeza ladeada el cartel que tiene justo encima.

Don’t throw toilet paper or sanitary pads in the toilet, please”.

En inglés, claro.

Por favor, no tiren el papel higiénico o las compresas al inodoro”, dice.

A partir de ahora, todo lo que lea durante un mes va a estar en inglés. No es que me moleste –adoro ese idioma-, lo que me molesta es tener que pasar todas las Navidades en casa de papá. Bueno, y de Marga y su hija Violet. Marga es su nueva esposa, y Violet es la hija que han tenido juntos, claro.

Mientras dejo por fin que mi vejiga se vacíe, pienso en cuando papá y mamá aún estaban juntos. Todo era mucho mejor. Sí, vivíamos en un pisito en Madrid bastante modesto, y sin embargo ahora han ascendido a mamá en el trabajo y nos hemos comprado una casa. Pero la casa con sólo nosotras dos está vacía, y ahora ella tiene que estar siempre viajando. Como ahora mismo. ¿Qué clase de jefe manda a una empleada a cerrar un contrato con una empresa en Navidad? El tirano jefe de mamá, claro. Pero a ella no parece molestarle.

Desde que hace cuatro años acabó lo suyo con papá, su vida se centra en el trabajo. Supongo que es una forma de sentirse autorrealizada y de llenar el vacío que él dejó al marcharse. Aún no sé muy bien qué pasó entre ellos. Yo tenía trece años por entonces, y no me fijaba demasiado en si mis padres se besaban o no cuando estaban juntos.

Mamá siempre dice que no se arrepiente de haber estado con papá, pero que a veces el amor se desvanece, y es imposible superarlo. Que las parejas se ven envueltas en una rutina de la que en ocasiones no son capaces de escapar. Y esa rutina ahoga al amor, que muere como una flor que se marchita. Poco a poco, sin que se note que lo está haciendo. Y de repente, un día te das cuenta de que la flor ha muerto. Cuando el matrimonio de mis padres murió, papá se fue a Londres. Su trabajo como fotógrafo no lo mantiene atado a ningún sitio en especial, de hecho creo que para un fotógrafo es incluso bueno cambiar de ambiente de vez en cuando.

Allí, en Londres, conoció a Margaret, y al año de haberse ido de nuestra casa, se casó con ella. Mamá tuvo suerte: tenía un viaje de trabajo y eso era una buena excusa para no tener que ir a la boda. Yo no lo tuve tan fácil. Intenté buscar alguna razón para no ir, pero mi padre tenía muchas ganas de verme y mi madre pensó que era bueno que viera a papá y a mi madrastra. Qué mal suena esa palabra. Madrastra. Tengo la relativa suerte de que Marga me trata bastante bien, es cariñosa conmigo, no quiere envenenarme con una manzana ni nada parecido.

En fin, pues fui a la boda. Creo que es la primera vez que me monté en avión. La boda fue horrible. No porque mi padre estuviera contrayendo matrimonio con otra mujer, sino porque por aquellos entonces yo no sabía hablar casi nada de inglés, y me pasé todo el día sentada en una mesa yo sola bebiendo Fanta de naranja. Lo único bueno que tuvo el hecho de ir fue que la nueva casa de mi padre era una mansión –Marga es una mujer adinerada, y a papá le fue bastante bien en su trabajo fotografiando cualquiera sabe qué-.

Entonces volví a España, y no había vuelto a pisar Londres hasta el día de hoy. Es cierto que he hablado con mi padre por Skype algunas veces –por mis cumpleaños y por los suyos-, y que hace un par de años Marga, Violet y él vinieron al país durante unos días y pasaron a saludarnos. Pero la relación con mi padre es bastante… fría. No le odio ni nada, sé –o creo- que la culpa de lo que pasó fue tanto de él como de mamá, pero la distancia y la falta de contacto han hecho que ese hombre al que voy a ver en un rato sea casi un desconocido para mí.

Salgo del baño siendo persona otra vez; mi vejiga me agradece bastante que la haya liberado de su carga. Me dirijo hasta la zona donde está la cinta por la cual salen las maletas. Ya queda poca gente allí, así que localizo mi equipaje con facilidad y lo saco de la cinta.

Voy a la salida con paso lento; no tengo ninguna prisa. De hecho, quiero retrasar lo máximo posible el encuentro con mi padre y su familia, aunque estoy casi totalmente segura de que no será él quien me estará esperando en la puerta del aeropuerto.

Y… bingo.

Al salir al típico espacio que aparece en las películas en el que la pareja de enamorados se reencuentra después de dos interminables meses separados y se comen a besos, yo me topo con un tipo de unos cincuenta años, calvo, vestido con traje y con un cartelito en las manos que reza mi nombre, que me dice que lo acompañe al taxi, que él es quien me va a llevar casa. La realidad. Tampoco esperaba encontrarme con un joven apuesto que me estrechara entre sus brazos, y me alegra ver que no es papá el que está allí con un cartel en la mano por si no le reconozco.

Entonces, ¿cuál es el problema? Yo misma respondo a mi pregunta un segundo después de formularla. Sencillamente, no querría estar en ese aeropuerto. No querría tener que pasar las Navidades con mi padre. Querría estar en Madrid, con mamá, mis amigas, la gente a la que conozco. Seguramente las chicas ahora estarán en el metro yendo hacia alguna parte. Quizás estén dándose una vuelta por Sol, a ver si hay algún turista guapo, como suelen hacer cuando se aburren. Parecerá absurdo que una chica de diecisiete años no quiera ir a Londres durante un mes, mucha gente diría que estoy loca. La mayoría sueña con viajar allí, ver el Big Ben, pasear por Hyde Park… Pero luego nada es tan idílico como imaginan. Y cuando estás allí, echas de menos a la gente a la que has dejado en casa. Por ejemplo a mamá, a las chicas, a Jaime…

19 de diciembre; de madrugada.

-¡Hasta luego, chicos!
-Nos vemos mañana –dije adiós con la mano.

Todos se dieron la vuelta y echaron a caminar en dirección opuesta, excepto Jaime. Vive en el mismo barrio que yo, y cada vez que salimos con nuestros amigos –especialmente si es de noche- él me acompaña a casa. Eso para mi madre es una tranquilidad, e hizo posible que me dejara salir hasta algo más tarde. Además, me gusta estar con él. Nos llevamos muy bien, es mi mejor amigo de sexo masculino, y una de las personas que más me hace sonreír en el planeta Tierra. Y a veces tengo la sensación… No sé, mis amigas dicen que haríamos muy buena pareja, y en ocasiones me pregunto si entre nosotros no hay una amistad con demasiada confianza.

-¿Cansada? –preguntó él; eran casi las cuatro de la mañana.
-Un poco, la verdad –admití.
-Pues debes descansar… no sea que llegues a Londres y te pases los días metida en la cama recuperando el sueño –bromeó.
-Creo que es lo que voy a hacer aunque no tenga sueño –suspiré.
-¡Venga ya! Ya que nos abandonas, aprovecha el viaje –frunció el ceño.
-Ja, ja. Sabes que no me hace ninguna gracia irme…
-Te vamos a echar de menos, fea –me guiñó un ojo.
-Y yo a vosotros, guapo –sonreí.

Las dos cosas eran verdad: les echaría de menos y él es realmente guapo. Es un chico alto, de pelo corto y color castaño claro –o rubio oscuro, dependiendo de cómo le dé el Sol-, ojos grises, piel morena y cuerpo tonificado. No le iría mal trabajando como modelo, aunque le gusta más bien el deporte y todas esas cosas. Me sonrió de vuelta, y me quedé embobada en sus labios. Una sonrisa realmente perfecta, sin duda. Me recorrió un escalofrío, y luego me sonrojé al darme cuenta de lo que estaba pensando en referencia a mi amigo.

-¿Tienes frío? –me preguntó Jaime.

Asentí con la cabeza.

-Anda, toma, ¿qué clase de caballero sería si no le dejara mi chaqueta a una dama cuando ella se congela? Me quitarían del guión de cualquier película… -dijo, esbozando una sonrisa ladeada y quitándose su abrigo.
-No, no, no –me negué-. ¡Vaya una dama blandengue sería si aceptara!
-Te vas a Londres en dos días. No voy a dejar que le contagies tu resfriado a todos los pasajeros del avión –bromeó de nuevo.

Intenté evitarlo, pero me puso su chaqueta por los hombros. El calor empezó a reconfortar mi cuerpo, y fui consciente de lo engarrotados que había tenido los músculos hasta entonces.

-Ahora el resfriado vas a ser tú –me sentía culpable por haber cogido su abrigo.
-Si tú estás bien, yo estoy bien –dijo.

Podría parecer que lo había dicho para quedar bien, pero me di cuenta de que no fue así. Lo dijo con sinceridad, porque lo sentía así.

-Entonces me cuidaré, aunque sea por ti –sonreí.
-Gracias, bonito detalle –rió.

Me di cuenta de que ahora el que estaba helado era él, así que me pegué a su cuerpo para darle algo de calor humano. Jaime me estrechó entre sus brazos instantáneamente, y continuamos caminando así, abrazados. Debíamos parecer una pareja a los ojos de la gente. Aunque tampoco es que suela haber mucha gente en las calles de Madrid a las cuatro de la mañana durante el mes de diciembre.


20 de diciembre; por la noche.
Tocaron a la puerta, y como mamá estaba preparando la cena, bajé las escaleras desde mi cuarto hasta la entrada y abrí yo. Ya me había despedido de mis amigos –aún tenía los ojos rojos de haber estado llorando al llegar a mi casa-, así que me sorprendió muchísimo encontrarme allí a Jaime.

-¡Hola! Vaya, qué sorpresa. ¿Quieres pasa…? -comencé a decir.

Pero él me interrumpió. Y no con un “no, gracias” o con un “sí, por favor”. Plantó sus labios en los míos de manera un tanto tosca, pero al instante posó sus manos en mis mejillas y dulcificó el beso. Al principio no supe muy bien cómo reaccionar, pero dos segundos y medio después, pegué mi cuerpo al suyo y ajustamos nuestros labios a un mismo compás. Jamás pensé que los labios de mi amigo fueran a saber tan bien. Ni que él besara de esa forma tan… apasionada. Y tan fantástica, por cierto. Retuvo mi cara entre sus manos aun después de que nuestras bocas se separasen. Cerró los ojos un momento, y yo aproveché para volver a besarle, pero esta vez fue un beso mucho menos prolongado. Era algo así como para decirle que no sólo le había respondido al beso por instinto, sino que había querido hacerlo de forma totalmente consciente. Jaime sonrió, aún con los ojos cerrados. Los abrió lentamente y clavó sus pupilas en las mías.

-Sólo quería que lo supieras –susurró, tras lo que se dio la vuelta y se marchó de allí.

Aunque la que se marchaba al día siguiente a Inglaterra era yo, con la intención de volver a besar sus labios nada más volver a España. Sin embargo, no tenía ni idea de la cantidad de cosas que pueden cambiar en un mes.

21 de diciembre… de nuevo.

Aquí estoy. Acabo de bajarme del taxi, que se ha ido sin que le pague nada. Papá debía haber hablado ya con él. Miro hacia el frente y veo la gran casa de tres plantas y un amplio jardín que recuerdo de cuando estuve allí tres años atrás. Seguramente hayan cambiado algunas cosas, pero en general, es lo mismo. Excepto porque esta vez no vengo con una pequeña bolsa de viaje en la que únicamente llevo mi bolsita de aseo y un vestido elegante, sino que traigo una maleta bien grande llena de las cosas que necesito para vivir durante veintitantos días. Y a pesar de todo, creo que no estoy preparada. No estoy preparada ni para reencontrarme con mi padre y saber qué le voy a decir, ni para mantener una conversación sobre cómo me va en el instituto con Marga, ni tampoco para intentar que la pequeña Violet de casi tres años me dé un beso cuando me vea, porque es imposible que se acuerde de mí. Pero todo eso me parecerá algo fácil cuando descubra la cantidad de experiencias y sentimientos nuevos que van a acompañarme durante mi estancia en la famosa ciudad de Londres. 

15 comentarios:

  1. Es increible ¡¡¡ Sigelo porfi ¡¡¡¡¡

    ResponderEliminar
  2. Joo ahora le he cogido cariño a Jaime! XD

    ResponderEliminar
  3. Precioso *__* siguela cuando puedas xXx

    ResponderEliminar
  4. Creo que me estoy haciendo adicta a tus imaginas...!! Se nota q va a ser muy bueno!

    ResponderEliminar
  5. Jo, le he cogido cariño a Jaime. Pobrecillo, le va a romper el corazón. Sigue!!
    Violeta Horan.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, nada para decirte que yo me llamo Violeta y que estoy casada con Niall, bitche HE'S MINE! Asi que nada, eso que Horan es mio, buscate otro marido y otro apellido guapa. Atte: MRS. HORAN

      Eliminar
    2. Hola, lo siento pero NO.
      A ver, yo estoy casada con Niall y el me ama, asi que tu fuera, envidiosa.
      Violeta Horan xoxo

      Eliminar
    3. ENVIDIOSA!? YO!? Para nada, eso para nada. Mira cariño Niall no te ama, FIRST porque esta aqui conmigo ahora SECOND porque el anillo que esta en mi dedo me recuerda al dia que nos casamos, THIRD porque el ama la comida, yo amo la comida, la comida nos ama. PLEASE BITCH HORAN IS MINE

      Eliminar
  6. Este es el Imagina de Zayn no?

    ResponderEliminar
  7. JOOOOOOOOOOOOOOOOO,SÍGUELO POR FAVOR AJSKFHKJASDF NECESITO MOAR!

    ResponderEliminar
  8. mereces EL PREMIO NOBEL ¡EL PREMIO NOBEL! Haaaaaaaaaaaa!!!!

    ResponderEliminar
  9. es el imagina de Zayn??

    ResponderEliminar
  10. Ohhh dios!! Siguelo cuanto antes que me va a dar un ataque!!

    ResponderEliminar
  11. Por favor síguela, está increíble. Le va a romper el corazón a Jaime :( Le cogí cariño, pobrecito...
    La amo, en serio. Es como: asfeffewfufju ¿Sabes?

    Ate: @Rachelforever99(twitter)

    ResponderEliminar
  12. síguela!!!!! es hermosa :D creo que me estoy volviendo adicta a tus imagina...

    ResponderEliminar

Motivos para sonreír.