Llevas sentada
en esa silla algo más de media hora, esperando. Pero sigue sin aparecer.
Suspiras una vez más. Lo que te extraña es que todavía no haya llegado ningún
camarero a decirte que si no vas a consumir, te vayas de allí y dejes la mesa
libre. Quizás se nota tanto que estás esperando a alguien que han decidido
esperar ellos también a que llegue tu acompañante. Si es que llega. Le
prometiste a Julia que irías a esa cita sólo para que dejara de decirte que
tienes que salir con alguien, y ahora es su amigo el que no se presenta. No es
que te haga demasiada ilusión, pero ya que te has molestado en ir, él debería
hacer lo mismo.
-Buenas,
señorita, ¿ha decidido ya lo que va a tomar? –pregunta alguien con cierto tono
de burla en la voz.
Alzas la vista y
ves ante ti a un joven de quizás un par de años más que tú, pelo rizado y ojos
azules y ataviado con un traje de camarero, que te mira con las cejas
levantadas.
-¿O acaso espera
usted a una cita? –pregunta con descaro.
Usa el “usted”
porque debe hacerlo, pero se nota que no le gusta tratar a la gente así.
-Oh, Sherlock
Holmes, discúlpeme. ¿Debo hacer una reverencia? –ironizas; estás de bastante
mal humor.
-No estaría mal
–dice.
-Obviamente
estoy esperando, así que no, no he decidido qué quiero tomar –le miras.
Él esboza una
fugaz sonrisa torcida que durante un momento te acelera el pulso. ¿Qué te
ocurre? “Es simplemente un tío que sabe que es guapo y va de chulo por la
vida”, te dices a ti misma.
-Ah, vaya un
hombre, haciendo esperar a una dama… -suspira teatralmente y apoya un codo en
la mesa- No debe estar muy interesado. Uy, no será tu novio, ¿no? –comienza
sutilmente a tutearte.
-Afortunadamente,
no –pones una sonrisa forzada.
-Al menos podría
venir con flores, si es que se presenta. Siempre es una buena forma de arreglar
las cosas.
Se sienta en la
silla que queda enfrente de la tuya, y piensas que como llegue el encargado le
va a caer una buena. Se lo merecería, por desvergonzado.
-No me gustan
las flores –bufas.
-¿Ah, no? Eso
cambia las cosas… Y es raro. ¿Por qué no te gustan?
-¿Por qué no te
vas a atender al resto de mesas, que esos seguro que sí saben qué pedir?
–dices.
-Porque no me
gusta ver a una dama sola…
-Hay damas que
prefieren estar solas. ¿No sabes eso de “mejor sola que mal acompañada”?
-¿Insinúas que
soy una mala compañía? –parece divertirse.
-Ah, no sé, tú
sabrás qué entiendes. Por lo pronto, sé que eres un camarero al que no le gusta
su trabajo.
-Uh, Sherlock
Holmes, ¿desea una reverencia? –muestra una sonrisa con hoyuelos.
-Eres bastante
prepotente, ¿te lo habían dicho alguna vez? –sabes que no deberías estar
“discutiendo” o teniendo esa conversación con el camarero, pero no puedes
evitarlo; te saca de tus casillas.
-Muchas veces
–se levanta de la mesa-. ¿Sabes qué creo que deberías hacer?
-Yo sé lo que
deberías hacer tú. Irte a la cocina y hacer tu trabajo.
-Bah, eso es
aburrido –se pasa una mano por el pelo-. Deberías irte. Y cuando ese tío
llegue, que no estés. Tranquila, no le diría que te has ido, y él se quedaría
esperando igual que estás haciendo ahora tú.
Es una idea
tentadora, la verdad, pero Julia se decepcionaría bastante, y no piensas hacer
nada que ese camarero que se cree ‘guay’ te diga.
-Quizás tú nunca
te comprometas a nada, pero hay gente que sí lo hace.
De repente, sus
ojos se vuelven algo más fríos, y te parece ver en ellos algo oscuro y
profundo, un recuerdo, un sentimiento, quién sabe. Pero algo más.
-Aprendes a no
comprometerte cuando los compromisos no dan buen resultado –dice secamente.
-Puede que no
hayas encontrado los compromisos adecuados.
-Parece que tú
sí. Supongo que ese tío de ahí es tu cita. Tuviste la oportunidad de escapar
cuando te lo dije –se encoge de hombros y se aleja de tu mesa.
Ese cambio tan
radical en el comportamiento del camarero te ha dado en qué pensar. No tienes
por qué implicarte, pero te parece un chico con algún tipo de problema. Aunque
para él quizás no sea precisamente un problema. El botón de arriba de la camisa
abierto, los faldones por fuera del pantalón, el pelo descuidado y los
pantalones vaqueros negros que se podrían confundir con unos de tela dejan
bastante claro que no es un chico que se deje domar. E inevitablemente, te preguntas
qué lo habrá llevado a trabajar en un restaurante.
-Hola, siento
muchísimo el retraso –el tipo se acerca a ti, te coloca una mano en la cintura
que preferirías que no estuviera ahí y te da dos besos.
Luego se
presenta –se llama Mike-, se disculpa por haber llegado tarde una vez más,
presenta una bonita excusa que probablemente ni siquiera sea el motivo real de
su retraso, y se dedica a parlotear mientras esperáis a que os atiendan. Sin
embargo, tú no puedes evitar que tus pensamientos vayan hacia el camarero de
pelo rizado. Aunque te desespere, hay algo interesante en él.
-¿Han decidido
ya? –aparece de la nada con una sonrisa pícara en los labios.
“Está planeando
algo”, se te ocurre de repente.
-Pues sí, yo voy
a tomar de entrante un surtido de quesos con olivas, de primer plato lubina con
patatas a lo pobre, de segundo plato solomillo de ternera con salsa a las finas
hierbas, y trae un vino del ochenta y cinco… -dice Mike, mirando la carta-. ¿Y
tú, querida?
¡¿Querida?! Ni
que tuvieras cincuenta años y fueras su mujer… Haces una mueca de disgusto, y
miras al camarero, que contiene la risa.
-Pollo con
patatas fritas, gracias. Y agua.
El joven no
puede evitar una carcajada.
-Lo siento
–finge una disculpa y se va a pedir vuestras cosas.
Mike sigue
hablando y hablando sobre quién sabe qué. Tú simplemente respondes con
monosílabos, casi sin poder contener los bostezos de aburrimiento. ¿De qué le
conocerá Julia? Porque no ha acertado en absoluto…
Poco después –o
mucho, no lo sabes-, el camarero llega con vuestros platos. Lleva en la mano
una botella de agua ya destapada, y cuando está colocando tu pollo delante de
ti, la botella se gira y te echa toda el agua encima.
-¡AH! –exclamas,
sobresaltada; está muy fría.
-Oh, vaya, ¡lo
siento muchísimo! Déjeme intentar arreglarlo –coge una servilleta y te la pasa
lentamente desde la barriga hasta los muslos antes de que puedas evitarlo, al
igual que no puedes evitar el escalofrío que te produce el roce.
-No hace falta
–apartas su mano, aunque ya lo ha hecho, y ves la satisfacción en sus ojos a
pesar de la preocupación fingida de su cara.
-Discúlpeme, de
verdad –sigue pidiendo perdón.
-Incompetente
–murmura Mike, lo suficientemente alto como para que lo oiga él.
Para tu
sorpresa, el camarero decide ignorar el comentario.
-Se va usted a
resfriar, el agua está helada, creo que debería venir a la cocina a que le
sequemos eso…
-Iré al servicio
–sonríes otra vez de forma forzada.
-Lamento decirle
que el aseo de señoras está fuera de servicio por unos problemas con las
cañerías –ladea la cabeza-. En la cocina, los fogones secarán rápidamente el
agua y podrá volver en un instante.
Te cruzas de
brazos. No quieres ir, pero el frío está empezando a traspasar la tela, y te
has mojado toda la barriga y parte de las piernas. “Todo sea por no pillar una
pulmonía”, te dices a ti misma.
-Está bien
–dices, a regañadientes.
-Muchas gracias,
señorita –te tiende la mano para ayudarte a levantarte con expresión de
victoria, pero tú la rechazas.
-Ahora vuelvo
–le dices a Mike, a pesar de que no sabes qué prefieres, si estar en la cocina
con el camarero prepotente o allí fuera con el tipo charlatán.
-Está bien
–sonríe, y se pone a comer.
Sigues al joven
de pelo rizado hasta la cocina.
-Te he librado
de una buena, ¿eh? Se notaba que te morías de aburrimiento –sonríe
abiertamente.
-Ah, que ha sido
a propósito. Genial. Lo suponía.
-Tranquila, te
puedo dar calor para que no te resfríes si es necesario –ladea la cabeza.
-No, gracias
–frunces el ceño.
Él te lleva
hasta un recoveco de la cocina en el que hay un fogón que no está ocupado, y lo
enciende. Tú te acercas al calor. Es una sensación reconfortante, la verdad es
que estás muerta de frío.
-¿Segura que no
quieres que te ceda parte de mi calor corporal?
-Segura.
-Vuelvo a
proponerte que te vayas –comenta él-. Ahora sí que sería increíble ver su cara
–ríe-. Vente conmigo. Seguro que lo pasas mejor que con él.
-¿Es que no
tienes jefe que te controle o qué? –respondes, intentando que no se note lo
mucho que te ha sorprendido su proposición.
-Puede que no
–sonríe misteriosamente-. Entonces, ¿no prefieres venir conmigo?
-Preferiría mil
cosas antes que eso.
El camarero se
acerca a ti poco a poco. Tú intentas retroceder, pero los fogones te lo
impiden. Te das un golpe con una sartén en la cabeza.
-¡Mierda!
–exclamas y te llevas la mano a la nuca.
-¿Te pongo
nerviosa? –ríe de nuevo.
-No –dices de
forma muy poco convincente.
-Ah, mejor. No
querría… ponerte nerviosa –acerca su cara a la tuya, hasta que quedan a unos milímetros.
Tú, sin saber
qué hacer, soplas, y él parpadea y se aparta. Sonríes, triunfal.
-Bueno, ya estoy
seca, me voy a mi mesa otra vez –caminas a través de la cocina hasta la puerta.
-Que te lo pases
bien en tu súper cita –dice irónicamente.
-Que te lo pases
bien atendiendo a tus súper mesas –respondes.
-Si me
necesitas, pregunta por mí. Soy Harry –dice, justo antes de que salgas.
-Si me necesitas
tú, moléstate en averiguar cómo me llamo o dónde encontrarme –sales de la
cocina y vuelves a la mesa.
Te esperan un
par de horas bastante aburridas, pero algo te dice que ese tal Harry, el
camarero, no se va a dar por vencido tan fácilmente.
[Espero que os haya gustado. Por favor, mencionadme en twitter o comentad con vuestra opinión, y marcad en las casillas de abajo la opción que más se asemeje a lo que os ha parecido el #Imagina, gracias.]
¡Guau! 2a parte ya! :D.
ResponderEliminarASDFGHJKL, SIGUIENTE YA, POR FAVOOOOOR. AY, ESCRIBES GENIALL, EN SERIO. YO QUIERO UN CAMARERO ASÍ JAJAJAJAJA. KISSES <3.
ResponderEliminaraaaaahhh la segunda por favor la segundaa! xD me esta encantando y es la primera parte... xD va a ser perver? es que no se porque tiene pinta de serlo xD
ResponderEliminarUn besooo
me encanta :)
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