lunes, 18 de febrero de 2013

#Imagina de Harry


Llevas sentada en esa silla algo más de media hora, esperando. Pero sigue sin aparecer. Suspiras una vez más. Lo que te extraña es que todavía no haya llegado ningún camarero a decirte que si no vas a consumir, te vayas de allí y dejes la mesa libre. Quizás se nota tanto que estás esperando a alguien que han decidido esperar ellos también a que llegue tu acompañante. Si es que llega. Le prometiste a Julia que irías a esa cita sólo para que dejara de decirte que tienes que salir con alguien, y ahora es su amigo el que no se presenta. No es que te haga demasiada ilusión, pero ya que te has molestado en ir, él debería hacer lo mismo.

-Buenas, señorita, ¿ha decidido ya lo que va a tomar? –pregunta alguien con cierto tono de burla en la voz.

Alzas la vista y ves ante ti a un joven de quizás un par de años más que tú, pelo rizado y ojos azules y ataviado con un traje de camarero, que te mira con las cejas levantadas.

-¿O acaso espera usted a una cita? –pregunta con descaro.

Usa el “usted” porque debe hacerlo, pero se nota que no le gusta tratar a la gente así.

-Oh, Sherlock Holmes, discúlpeme. ¿Debo hacer una reverencia? –ironizas; estás de bastante mal humor.
-No estaría mal –dice.
-Obviamente estoy esperando, así que no, no he decidido qué quiero tomar –le miras.

Él esboza una fugaz sonrisa torcida que durante un momento te acelera el pulso. ¿Qué te ocurre? “Es simplemente un tío que sabe que es guapo y va de chulo por la vida”, te dices a ti misma.

-Ah, vaya un hombre, haciendo esperar a una dama… -suspira teatralmente y apoya un codo en la mesa- No debe estar muy interesado. Uy, no será tu novio, ¿no? –comienza sutilmente a tutearte.
-Afortunadamente, no –pones una sonrisa forzada.
-Al menos podría venir con flores, si es que se presenta. Siempre es una buena forma de arreglar las cosas.

Se sienta en la silla que queda enfrente de la tuya, y piensas que como llegue el encargado le va a caer una buena. Se lo merecería, por desvergonzado.

-No me gustan las flores –bufas.
-¿Ah, no? Eso cambia las cosas… Y es raro. ¿Por qué no te gustan?
-¿Por qué no te vas a atender al resto de mesas, que esos seguro que sí saben qué pedir? –dices.
-Porque no me gusta ver a una dama sola…
-Hay damas que prefieren estar solas. ¿No sabes eso de “mejor sola que mal acompañada”?
-¿Insinúas que soy una mala compañía? –parece divertirse.
-Ah, no sé, tú sabrás qué entiendes. Por lo pronto, sé que eres un camarero al que no le gusta su trabajo.
-Uh, Sherlock Holmes, ¿desea una reverencia? –muestra una sonrisa con hoyuelos.
-Eres bastante prepotente, ¿te lo habían dicho alguna vez? –sabes que no deberías estar “discutiendo” o teniendo esa conversación con el camarero, pero no puedes evitarlo; te saca de tus casillas.
-Muchas veces –se levanta de la mesa-. ¿Sabes qué creo que deberías hacer?
-Yo sé lo que deberías hacer tú. Irte a la cocina y hacer tu trabajo.
-Bah, eso es aburrido –se pasa una mano por el pelo-. Deberías irte. Y cuando ese tío llegue, que no estés. Tranquila, no le diría que te has ido, y él se quedaría esperando igual que estás haciendo ahora tú.

Es una idea tentadora, la verdad, pero Julia se decepcionaría bastante, y no piensas hacer nada que ese camarero que se cree ‘guay’ te diga.

-Quizás tú nunca te comprometas a nada, pero hay gente que sí lo hace.

De repente, sus ojos se vuelven algo más fríos, y te parece ver en ellos algo oscuro y profundo, un recuerdo, un sentimiento, quién sabe. Pero algo más.

-Aprendes a no comprometerte cuando los compromisos no dan buen resultado –dice secamente.
-Puede que no hayas encontrado los compromisos adecuados.
-Parece que tú sí. Supongo que ese tío de ahí es tu cita. Tuviste la oportunidad de escapar cuando te lo dije –se encoge de hombros y se aleja de tu mesa.

Ese cambio tan radical en el comportamiento del camarero te ha dado en qué pensar. No tienes por qué implicarte, pero te parece un chico con algún tipo de problema. Aunque para él quizás no sea precisamente un problema. El botón de arriba de la camisa abierto, los faldones por fuera del pantalón, el pelo descuidado y los pantalones vaqueros negros que se podrían confundir con unos de tela dejan bastante claro que no es un chico que se deje domar. E inevitablemente, te preguntas qué lo habrá llevado a trabajar en un restaurante.

-Hola, siento muchísimo el retraso –el tipo se acerca a ti, te coloca una mano en la cintura que preferirías que no estuviera ahí y te da dos besos.

Luego se presenta –se llama Mike-, se disculpa por haber llegado tarde una vez más, presenta una bonita excusa que probablemente ni siquiera sea el motivo real de su retraso, y se dedica a parlotear mientras esperáis a que os atiendan. Sin embargo, tú no puedes evitar que tus pensamientos vayan hacia el camarero de pelo rizado. Aunque te desespere, hay algo interesante en él.

-¿Han decidido ya? –aparece de la nada con una sonrisa pícara en los labios.

“Está planeando algo”, se te ocurre de repente.

-Pues sí, yo voy a tomar de entrante un surtido de quesos con olivas, de primer plato lubina con patatas a lo pobre, de segundo plato solomillo de ternera con salsa a las finas hierbas, y trae un vino del ochenta y cinco… -dice Mike, mirando la carta-. ¿Y tú, querida?

¡¿Querida?! Ni que tuvieras cincuenta años y fueras su mujer… Haces una mueca de disgusto, y miras al camarero, que contiene la risa.

-Pollo con patatas fritas, gracias. Y agua.

El joven no puede evitar una carcajada.

-Lo siento –finge una disculpa y se va a pedir vuestras cosas.

Mike sigue hablando y hablando sobre quién sabe qué. Tú simplemente respondes con monosílabos, casi sin poder contener los bostezos de aburrimiento. ¿De qué le conocerá Julia? Porque no ha acertado en absoluto…

Poco después –o mucho, no lo sabes-, el camarero llega con vuestros platos. Lleva en la mano una botella de agua ya destapada, y cuando está colocando tu pollo delante de ti, la botella se gira y te echa toda el agua encima.

-¡AH! –exclamas, sobresaltada; está muy fría.
-Oh, vaya, ¡lo siento muchísimo! Déjeme intentar arreglarlo –coge una servilleta y te la pasa lentamente desde la barriga hasta los muslos antes de que puedas evitarlo, al igual que no puedes evitar el escalofrío que te produce el roce.
-No hace falta –apartas su mano, aunque ya lo ha hecho, y ves la satisfacción en sus ojos a pesar de la preocupación fingida de su cara.
-Discúlpeme, de verdad –sigue pidiendo perdón.
-Incompetente –murmura Mike, lo suficientemente alto como para que lo oiga él.

Para tu sorpresa, el camarero decide ignorar el comentario.

-Se va usted a resfriar, el agua está helada, creo que debería venir a la cocina a que le sequemos eso…
-Iré al servicio –sonríes otra vez de forma forzada.
-Lamento decirle que el aseo de señoras está fuera de servicio por unos problemas con las cañerías –ladea la cabeza-. En la cocina, los fogones secarán rápidamente el agua y podrá volver en un instante.

Te cruzas de brazos. No quieres ir, pero el frío está empezando a traspasar la tela, y te has mojado toda la barriga y parte de las piernas. “Todo sea por no pillar una pulmonía”, te dices a ti misma.

-Está bien –dices, a regañadientes.
-Muchas gracias, señorita –te tiende la mano para ayudarte a levantarte con expresión de victoria, pero tú la rechazas.
-Ahora vuelvo –le dices a Mike, a pesar de que no sabes qué prefieres, si estar en la cocina con el camarero prepotente o allí fuera con el tipo charlatán.
-Está bien –sonríe, y se pone a comer.

Sigues al joven de pelo rizado hasta la cocina.

-Te he librado de una buena, ¿eh? Se notaba que te morías de aburrimiento –sonríe abiertamente.
-Ah, que ha sido a propósito. Genial. Lo suponía.
-Tranquila, te puedo dar calor para que no te resfríes si es necesario –ladea la cabeza.
-No, gracias –frunces el ceño.

Él te lleva hasta un recoveco de la cocina en el que hay un fogón que no está ocupado, y lo enciende. Tú te acercas al calor. Es una sensación reconfortante, la verdad es que estás muerta de frío.

-¿Segura que no quieres que te ceda parte de mi calor corporal?
-Segura.
-Vuelvo a proponerte que te vayas –comenta él-. Ahora sí que sería increíble ver su cara –ríe-. Vente conmigo. Seguro que lo pasas mejor que con él.
-¿Es que no tienes jefe que te controle o qué? –respondes, intentando que no se note lo mucho que te ha sorprendido su proposición.
-Puede que no –sonríe misteriosamente-. Entonces, ¿no prefieres venir conmigo?
-Preferiría mil cosas antes que eso.

El camarero se acerca a ti poco a poco. Tú intentas retroceder, pero los fogones te lo impiden. Te das un golpe con una sartén en la cabeza.

-¡Mierda! –exclamas y te llevas la mano a la nuca.
-¿Te pongo nerviosa? –ríe de nuevo.
-No –dices de forma muy poco convincente.
-Ah, mejor. No querría… ponerte nerviosa –acerca su cara a la tuya, hasta que quedan a unos milímetros.

Tú, sin saber qué hacer, soplas, y él parpadea y se aparta. Sonríes, triunfal.

-Bueno, ya estoy seca, me voy a mi mesa otra vez –caminas a través de la cocina hasta la puerta.
-Que te lo pases bien en tu súper cita –dice irónicamente.
-Que te lo pases bien atendiendo a tus súper mesas –respondes.
-Si me necesitas, pregunta por mí. Soy Harry –dice, justo antes de que salgas.
-Si me necesitas tú, moléstate en averiguar cómo me llamo o dónde encontrarme –sales de la cocina y vuelves a la mesa.

Te esperan un par de horas bastante aburridas, pero algo te dice que ese tal Harry, el camarero, no se va a dar por vencido tan fácilmente.


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4 comentarios:

  1. ¡Guau! 2a parte ya! :D.

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  2. ASDFGHJKL, SIGUIENTE YA, POR FAVOOOOOR. AY, ESCRIBES GENIALL, EN SERIO. YO QUIERO UN CAMARERO ASÍ JAJAJAJAJA. KISSES <3.

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  3. aaaaahhh la segunda por favor la segundaa! xD me esta encantando y es la primera parte... xD va a ser perver? es que no se porque tiene pinta de serlo xD
    Un besooo

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Motivos para sonreír.