viernes, 11 de abril de 2014

EN UN INSTANTE - Capítulo 26.

Con la determinación de saber lo que haría al día siguiente, logré quedarme dormida. Así que es cierto que el ser humano necesita un objetivo, algo de seguridad, pues el caos no le permite vivir. Al menos no a mí. También tengo que reconocer que el hecho de que Niall siguiera interesado en que todo volviera a ser como antes me reconfortó. Esa noche soñé que estaba en el London Eye, y de alguna forma inexplicable me caía desde lo más alto de la noria. Os podéis hacer una idea de cómo estaba mi mente en aquel momento.

-Arriba dormilona -escuché una voz extremadamente alta, y abrí los ojos tras parpadear varias veces.

La luz que entraba por la persiana levantada me deslumbró, y volví a cerrar los ojos y a taparme la cara con la sábana. No había dormido bien y estaba cansada.

-Vamos -me urgió mi madre-. Hoy es un día muy importante.
-¿Porque un psicólogo me va a decir que estoy loca? -farfullé entre la manta.
-Eso son los psiquiatras, cariño -respondió mi madre con voz de estar haciendo gala de infinita bondad y paciencia-. Este psicólogo te hará sentir mejor. La orientadora de tu instituto nos lo ha recomendado.
-La orientadora de mi instituto desorienta más de lo que orienta.

Mi madre debió encontrar gracioso el comentario porque la escuché reír, acontecimiento que llevaba mucho tiempo sin presenciar. Tal vez era porque estaba nerviosa ante lo que nos esperaba. No estoy segura.

Noté que tiraba de la sábana, dejando mi cabeza al descubierto. Debía tener unas ojeras de campeonato porque mi madre me miró horrorizada.

-¿No has dormido bien? -me preguntó, aunque la respuesta era evidente.
-La verdad es que no -hice que se notara que no me apetecía hablar de ello; de todos modos incluso si me hubieran preguntado directamente no les habría contado lo que me pasaba.
-Pues andando, que tenemos que coger el coche, no está cerca -mi madre tiró aun más de la manta.

Me estremecí de frío y eché a mi madre de mi dormitorio fingiendo una sonrisa.
En cuanto cerré la puerta y me quedé sola en el cuarto, mi cara volvió a ser la que reflejaba lo que sentía en mi interior. Sin importarme demasiado, saqué un pantalón y una camiseta aleatoriamente del armario. En la camiseta aparecían tres palabras una debajo de otra, a cada cual más grande: "ME, MYSELF, I". Era un mensaje bastante acorde a mi personalidad. Estaba siempre encerrada en mí misma, y nunca fui muy de relaciones sociales. Por eso lo que estaba pasando ahora me afectó tanto, supongo.

Me recogí una cola, que no me favorecía en absoluto pero me resultaba cómoda y era rápida de hacer. En el desayuno me comí los cereales con esfuerzo, para evitar un camino de interrogatorio sobre qué me pasaba por parte de mis padres hasta la consulta del psicólogo. No debieron darse cuenta de que me pasaba algo, o tal vez sí lo vieran pero no quisieron preguntarme nada, los padres son así de incomprensibles; parece que no pero lo meditan todo con respecto a sus hijos.

En el viaje en el coche le pedí a mi padre que pusiera la radio y cuando sonaba alguna canción que conocía, la tarareaba, intentando aparentar serenidad y confianza.

El edificio donde se encontraba la consulta me resultó incluso demasiado sencillo. Parecía un bloque de pisos normal y corriente, donde viviría gente igual de normal y corriente. Lo que yo no sabía es que todo eso ya formaba parte de la terapia. En efecto, un edificio blanco con una jeringuilla dibujada en la puerta no habría hecho sentir mejor a nadie, y si vas al psicólogo es porque necesitas sentirte mejor. O porque tus padres te obligan. Mi madre se bajó conmigo del coche y mi padre fue a buscar aparcamiento. Miramos en la tarjeta de visita que la orientadora le había dado a mis padres y ponía:

Dr. Robert Lawson – Psicólogo.
Silver St. nº 26, 4ºE

La puerta del edificio estaba abierta, y al entrar se veía un bloque residencial de lo más común. Llamamos al ascensor y cuando se abrió, salieron de él dos muchachos que iban cogidos de la mano y no paraban de sonreír. Me pregunté si precisamente no habrían terminado una sesión con el psicólogo. Iban demasiado felices para ello, ¿no? No estaba segura.

Al llegar al 4ºE y tocar al timbre, un tipo joven bastante guapo vestido con ropa de diario nos abrió al instante. Nos invitó a pasar a una pequeña salita de espera decorada con un elegante toque moderno y nos dijo que nos llamaría en un segundo. Siempre detrás de mi madre, fui hacia donde el recepcionista nos había dicho y me senté en un mullido sillón negro. Mi madre se sentó junto a mí, aún con la tarjeta en la mano, que, por cierto, le temblaba. No me había parado a pensar que tal vez ella también estuviera nerviosa. Suspiré y me imaginé cómo sería el tal Doctor Robert Lawson. Tan solo por el nombre ya me dio la sensación de que debía tener por lo menos sesenta años. Seguro que me tumbaba en el diván y me hacía preguntas absurdas. Suspiré de nuevo.

El joven entró en la salita de espera y, con una sonrisa, dijo mi nombre, informándome de que era mi turno. Mi madre se levantó a la vez que yo, y entonces cayó en la cuenta de que mi padre todavía no había llegado.

-¿Le importaría al doctor que esperemos un minuto? Mi marido está aparcando el coche y debe estar al llegar, no querría empezar la consulta sin él –dijo mi madre, adoptando un tono formal que yo no estaba acostumbrada a oírle.

El recepcionista sonrió, como si eso le hubiera ocurrido ya mil veces.

-Verá, es que quien tiene la cita es ella –me señaló-. Y el doctor –dijo con un deje de diversión que no entendí- quiere atenderla a ella en privado.
-Pero…
-Esa es su forma de trabajar –se limitó a argumentar, y me hizo un gesto invitándome a ir con él.

Le seguí, mirando a mi madre con preocupación. Yo era de aquellas que iba al médico y cuando éste preguntaba qué me pasaba, miraba a mi madre para que respondiera ella. Yo solía estar callada, dejando que los demás hablasen por mí. Pero estaba claro que esta vez no iba a ser lo mismo.

-Adelante –abrió una puerta y me hizo un gesto para que pasara.

Entré en una habitación bastante amplia, con un escritorio de cristal encima del cual se encontraba un ordenador portátil y que identifiqué como el lugar de trabajo del psicólogo. Busqué los típicos diplomas que se supone que suele haber colgados en las paredes pero no había absolutamente nada de eso, sino que una pared estaba recubierta al completo por una estantería llena de libros –novelas, no enciclopedias- y las otras tres tenían diversos cuadros famosos, entre ellos los Nenúfares de Monet. Era una imagen reconfortante, y más para mí, que me sentía verdaderamente cómoda entre libros. No había diván, lo que me relajó muchísimo, pero aparte sentía que faltaba algo en esa habitación.

Mire al recepcionista, que esperaba pacientemente a mi lado.

-¿Y dónde está el docto…?

Antes de terminar la pregunta lo entendí. Por eso había dicho lo de “el doctor” con ese tono divertido cuando mi madre lo había nombrado. Ese joven atractivo no era el recepcionista. ¡Era el psicólogo! ¿De verdad se podía ser psicólogo siendo tan joven? ¿Y tan guapo? Fruncí el ceño y él asintió con la cabeza, sabiendo perfectamente lo que yo estaba pensando.

-Las apariencias engañan –el doctor Robert Lawson me mostró una bonita sonrisa y se dirigió hacia su mesa-. ¿Te apetece sentarte?

Me sorprendió que me lo preguntase como una auténtica cuestión y no como una sugerencia cortés. Es decir, normalmente te preguntan si quieres sentarte para que lo hagas, pero él no, lo estaba dejando totalmente abierto a mi elección. Claro que no sabía si quedarme de pie sería una buena idea, así que me encogí de hombros. Me senté en una de las dos sillas de escritorio que había frente al ordenador, y para mi sorpresa, el joven psicólogo en lugar de ocupar la que le correspondería tras el escritorio, se sentó en la que había a mi lado, que supuestamente debía ser para los pacientes.

-¿Te molesta que me siente aquí?

Negué con la cabeza, aún algo desubicada ante el hecho de que el psicólogo no tuviera nada que ver con lo que yo pensaba que sería.

-Por cierto, ¿cuántos años tienes? Tu madre parecía tener muchas ganas de entrar contigo… -dijo él como si fuera un comentario totalmente aleatorio.
-Dieciséis –respondí-. Y mi madre quiere controlar todo lo que hago.

No me di cuenta pero estoy segura de que Robert me miraba con atención, captando cada palabra que decía y cómo la decía, analizándome ya desde el principio.

-Ya se sabe que las madres…
-Dudo que todas las madres sean así –protesté-. La mayoría seguramente estén más conformes con lo que su hija es que la mía.
-¿Y qué eres?

Me quedé callada. La pregunta me había pillado desprevenida. No tenía ni idea. ¿Qué era? Aparte de una persona poco agraciada con ningún talento destacable… nada. El psicólogo interpretó de alguna forma mi silencio, porque asintió con la cabeza y me regaló otra bonita sonrisa.

-Es difícil saberlo con dieciséis años, ¿verdad?
-Mucho –exhalé un suspiro.
-¿Quieres que te ayude?
-¿A qué? –lo miré con recelo.
-A responder a mi pregunta.
-¿La de quién soy?
-La misma.
-No creo que eso sea por lo que mis padres me han traído aquí –empecé a juguetear con el borde de mi camiseta, lo que no me gustó porque permitía ver mi nerviosismo, pero no podía morderme la cara interna de la mejilla y hablar a la vez.
-¿Por qué te han traído, entonces?
-Porque según ellos no debo conformarme con ser mediocre y soy rara. No soy la hija que querrían tener y piensan que un psicólogo puede arreglarme –me sentí repentinamente enfadada con mis padres.
-¿Eso te han dicho? –las cejas de Robert Lawson se alzaron levemente.
-No con esas palabras, claro –puse los ojos en blanco-. Bueno, lo de mediocre sí. Pero lo demás sé que lo piensan.
-¿Y tú crees que eres mediocre?
-Sí –dije con total naturalidad, y ahora me sorprendo de lo sencilla que me resultó la conversación con aquel hombre en comparación con lo que a mí me costaba hablar con desconocidos.
-¿Por qué?
-Porque no soy especial en nada.
-¿Segura que no? Piensa un poco…
-Bueno, mis amigos dicen que sé cantar –dije con reticencia.
-¡Vaya! –sus ojos se iluminaron- ¿Me cantas algo?

Inmediantamente me puse colorada, y negué con la cabeza varias veces, asustada.

-Bueno, como quieras –el psicólogo fingió hacer pucheros, lo que me provocó una sonrisa.
-En realidad creo que tampoco soy especialmente buena en eso –recordé lo que Steve Evans había dicho de mí.
-Cuando metemos una varilla en un vaso de agua, creemos que la varilla se dobla y en realidad no es así. Las apariencias engañan, repito –me guiñó un ojo-. Entonces, cuéntame algo de tus amigos.

Mi cara debió cambiar, porque la suya también cambió ante mi reacción. En esos momentos la situación con mis amigos era un poco precaria.

-¿Cuántos son? –cuestionó él antes de que yo no supiera qué decir.
-Supuestamente, seis.
-¿Supuestamente?
-Es complicado –tiré de un hilo de mi camiseta y lo arranqué.
-Estudié una carrera para algo –bromeó.
-Se podría decir que nos hemos… molestado los unos con los otros.

Le resumí un poco por encima la historia. Omití a Amber y la parte romántica con Niall, pero al final Robert tenía una idea de cómo de patas arriba estaba mi vida.

-¿Y cómo te sientes respecto a eso? ¿Les echas de menos? –se inclinó un poco hacia delante, hacia mí; tenía unos ojos marrones, casi negros, impresionantes.
-Sí –admití, pensando sobre todo en Niall.
-Eso es señal de que siguen siendo tus amigos. Reconciliaos o luego os arrepentiréis –me recomendó el psicólogo.
-No es tan sencillo –miré al suelo, y me resultó absurdo decirle eso a él, como si yo fuera la experta de la vida y él mi aconsejado, y no al revés.
-La vida es sencilla. Somos nosotros los que la hacemos complicada –sentenció el joven.

Me estuvo haciendo algunas preguntas más, aunque las enfocaba de modo que no parecía un interrogatorio sino una conversación fluida. Le conté cosas sin importancia psicológica alguna sobre mi vida, pero sé que también dije otras más profundas, que le permitieron hacerse una idea de cuál era el estado de mi mente.

-Sólo te pido una última cosa –dijo él tras preguntarme cuál era mi color favorito.
-¿Qué?
-Si tuvieras que elegir tres palabras, de entre todas las que hay en el diccionario –volvió a sonreír-, para definirte, ¿cuáles serían?

Hice una mueca con los labios y guardé silencio, pero estaba vez Robert Lawson sabía que estaba pensando y no habló hasta que yo lo hice.

-¿Por qué siempre son tres? Tres palabras para definirte, tres cosas que llevarte a una isla desierta, tres deseos que pedirle al genio…

Él soltó una carcajada.

-Está bien, dos palabras.
-Fea y gris –no dudé.
-Mmm… -mis dos palabras no parecieron gustarle- La gente no suele usar colores para definirse, pero entiendo a lo que te refieres. Aunque no comparto tu opinión. Una persona gris no sería capaz de hacer a otra reír en tan poco tiempo, ¿no crees?

Me encogí de hombros, sin saber qué decirle.

-Y ya sé por qué no sabes quién eres –hizo una pequeña pausa para darle suspense al asunto-. Piensas que tu aspecto te define, pero la apariencia física cambia y la persona que hay dentro de esa cáscara no. Por ejemplo, ¿crees que si yo esta tarde perdiese un brazo sería otra persona? ¿Crees que de sólo dos palabras que podría usar para definirme una de ellas debería ser manco?

Negué con la cabeza.

-Si piensas que tú eres cómo te ves cuando te miras al espejo, es normal que estés confusa, porque no eres en absoluto la misma que eras hace dos años, o tres, o dos días. Cada día eres una persona diferente, porque cada día cambiamos en algo. Menudo jaleo, ¿no?

Comprendí lo que decía y vi que tenía cierto sentido. Pero mi aspecto era lo que la gente veía de mí, y por tanto era lo que yo veía de mí misma.

-Sí, hay gente que sólo se fija en eso, pero lo hacen por miedo. Es más fácil juzgar a una persona por lo que ves que pararte a conocerla. Y déjame que te diga que si tuviera que usar un adjetivo para describir tu apariencia, “fea” sería uno de los últimos que escogería.

Las comisuras de mis labios se curvaron en una tímida sonrisa.

-Si me prometes una cosa y la cumples, yo te prometo que no tendrás que volver a venir a verme –me dijo de repente.

La verdad es que tampoco estaba siendo tan grave como pensaba, Robert me parecía un tipo bastante sencillo y era agradable hablar con él.

-¿Qué cosa? –pregunté aun así.
-Reconcíliate con tus amigos.
-Pero…
-Tampoco es la petición más difícil del mundo.
-Está bien –suspiré una vez más de entre tantas a lo largo de la mañana.

Él me miró elocuentemente.

-Lo prometo.
-Pues ya está, ya hemos terminado. Espero que tus padres no se hayan aburrido mucho. Y créeme que me enteraré de si has cumplido tu promesa.

Salimos de la consulta y mis padres estaban esperando sentados el uno muy cerca del otro en el sofá donde antes habíamos estado mi madre y yo. No hablaban, y parecían preocupados.

-Ella ya sabe lo que tiene que hacer –dijo Robert Lawson, actuando como si fuera el recepcionista de nuevo, lo que me hizo tener la confortable sensación de complicidad.
-¿Ya está? –mi padre pareció decepcionado cuando él asintió con la cabeza.

Pagaron la consulta y nos fuimos. Yo no estaba muy segura de que realmente aquella conversación me fuera a ayudar con mi vida, además de que mis padres me habían propuesto ir al psicólogo incluso antes de que me molestara con mis amigos, pero si él me había recetado eso… tendría que hacerlo. Sería de locos rechazar algo que supuestamente me iba a hacer sentir mejor.

Al mirar el reloj ya en el coche, vi que era casi la una del mediodía. Había estado hablando con el psicólogo más de lo que yo pensaba. Mis padres empezaron a avasallarme a preguntas pero yo les interrumpí.

-Papá, ¿te importa dejarme en Oak Park? He quedado con Stephanie –mentí, y creo que sonó creíble.

Él no parecía contento de que ignorase sus preguntas sin más, pero sabía que en la cena no podría librarme así que lo aceptó, dejándome unos minutos más tarde en una de las entradas del parque. Me despedí de ellos con la mano y entré en el parque. De repente me encontré rodeada por numerosos robles, que parecían llevar allí siglos, imponentes, majestuosos. ¿Seguiría Niall allí?

[Aunque he subido dos capítulos, me gustaría que comentárais en ambos, por favor, y que me digáis qué os han parecido y cuál es la parte que más os ha gustado. ¡Vamos a por el siguiente!]

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